E-Book, Spanisch, Band 99, 1200 Seiten
Reihe: El ciclo de Drímar
Martínez Drímar, el ciclo completo
1. Auflage 2015
ISBN: 978-84-15988-00-7
Verlag: Sportula Ediciones
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
E-Book, Spanisch, Band 99, 1200 Seiten
Reihe: El ciclo de Drímar
ISBN: 978-84-15988-00-7
Verlag: Sportula Ediciones
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
Una de las series más premiadas de la ciencia ficción española, con dos Premios Ignotus a la Mejor Novela, dos a la Mejor Novela Corta y uno al mejor relato.
Un ciclo que se inicia con la caída de la civilización humana a finales del siglo XX, se extiende por un Interregno de más de cuatrocientos años, continúa con una humanidad que empieza a explorar el sistema solar, se expande por la galaxia y se divide en dos potencias enfrentadas en una guerra fría que podría seguir para siempre... hasta que un tercer jugador irrumpe en escena y dinamita el juego.
Ahora, por primera vez, la serie se publica en su totalidad en Drímar, el ciclo completo, un ebook exclusivo lleno de material que no podrás encontrar en otra parte y que contiene:
Todas las novelas y relatos que componen el ciclo definitivo, ordenadas de acuerdo a la cronología interna de la serie. Dos novelas completas, siete novelas cortas y tres relatos. Entre ese material destaca la novela corta 'Bifrost', inédita hasta el momento, y el relato 'Cielo tomado, una coda', que cierra el ciclo y que sólo está incluido en este volumen.
'Escenas eliminadas': aquellas historias que forman el embrión de Drímar, la parte más antigua del escenario y que, por un motivo o por otro, no se han incluido en la narrativa principal, acompañadas de un comentario del autor.
Un repaso del autor a la historia literaria de Drímar, desde su concepción.
Numerosos apéndices con glosarios, cronologías y mapas.
Y mucho más.
Drímar, el ciclo completo es la compilación definitiva de la ciencia ficción de Rodolfo Martínez. Una oportunidad perfecta para asistir a su evolución como narrador durante los años noventa y disfrutar de la mejor ciencia ficción española.
Candás, 1965 Rodolfo Martínez publica su primer relato en 1987 y no tarda en convertirse en uno de los autores indispensables de la literatura fantástica española, aunque si una característica define su obra es la del mestizaje de géneros, mezclando con engañosa sencillez y sin ningún rubor numerosos registros, desde la ciencia ficción y la fantasía hasta la novela negra y el thriller, consiguiendo que sus obras sean difícilmente encasillables. Ganador del premio Minotauro con Los sicarios del cielo (ahora en Sportula como Este incómodo ropaje), ha cosechado numerosos galardones a lo largo de su carrera literaria, como el Asturias de Novela, el UPV de relato fantástico y, en varias ocasiones, el Ignotus (en sus categorías de novela, novela corta y cuento). Su obra holmesiana, compuesta hasta el momento de cuatro libros, ha sido traducida al portugués, al polaco, al turco y al francés y varios de sus relatos han aparecido en publicaciones francesas. En 2009 y con El adepto de la Reina, inició un nuevo ciclo narrativo en el que conviven elementos de la novela de espías de acción con algunos de los temas y escenarios más característicos de la fantasía.
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2 SOSPECHAS A la mañana siguiente, mientras yo luchaba por salir de la resaca, apareció por mi despacho un cliente. Su esposa se había fugado de casa y quería que la encontrara. No me extrañó mucho la huida de la mujer: era un hombrecito mezquino que regateó cada óscopo de mis honorarios y al que estuve a punto de dar la patada. Pero el dinero es el dinero y no crece en los árboles, así que acepté el caso. No me fue muy difícil dar con ella, y no habría tardado más de un par de horas de no haber estado en un lugar tan evidente que, al principio, ni se me había ocurrido mirar allí. Se había ido a casa de su madre, en un barrio periférico de Neoyorquia. Al día siguiente llamé a su marido y le dije lo que había descubierto. Gruñó algo sobre que no habría necesitado un detective para aquello y, tras pagarme, se fue. Me hubiera gustado asistir a la reconciliación del matrimonio: sin duda habría resultado interesante. Luego, por la tarde, llamé a la oficina del Fiscal y durante diez minutos interminables me estuvieron pasando de una línea a otra. Comenzaba a sentirme como una pelota de tenis cuando conseguí ponerme al habla con Larry Olsen. Habíamos trabajado juntos en un par de casos por la época en que yo era policía y era todavía uno de los pocos miembros del Cuerpo a los que podía llamar amigo. —¿En qué lío te has metido? —me preguntó en cuanto vio mi cara en el monitor de su vifono. —De momento en ninguno. Pero no tardaré, supongo. Necesito cierta información. —Confidencial, imagino. —¿La hay de otra clase? Se permitió sonreír brevemente y se ajustó el nudo de la corbata. —Dime. —¿Qué sabe tu Departamento sobre la venta de drogas en institutos? Me miró desconfiado. —¿Alguno en particular? Dudé unos instantes. —¿Qué tal el Álbrez? Su rostro se ensombreció más aun. —¿Qué sabes de todo esto, Roy? —Nada —juré en mi tono de voz más inocente—. Una amiga mía es profesora allí y tenía algunas sospechas. Eso es todo. —Será mejor que vengas. Dentro de media hora en la morgue municipal. No esperó mi respuesta y colgó el aparato. Yo me quedé allí sentado, contemplando cómo la estática bailaba en el monitor, tratando de averiguar a qué venía todo aquello. Resulta obvio que no lo conseguí, así que me puse el abrigo y salí de mi despacho. Por suerte, a aquella hora de la tarde el tráfico no era muy denso. Claro que tampoco era escaso, el tráfico nunca es escaso en Neoyorquia, así que conseguí llegar al depósito de cadáveres con sólo diez minutos de retraso. En la puerta, un poli alzó la vista al verme entrar. Le di mi nombre y le dije que Olsen me esperaba. Me indicó el ascensor con un gruñido y poco después me encontraba con Larry y con otro individuo vestido con una bata que quizá algún día había sido blanca y que era, sin duda, el forense. Era joven, no había llegado todavía a los treinta: seguramente acababa de salir de la universidad y se encontraba en su salsa, en medio de tanto cadáver y vísceras conservadas en formol. Me saludó con un gesto de la cabeza y los tres entramos en la morgue. El forense abrió una de las cámaras frigoríficas y me mostró el cuerpo, azulado por el frío, de una chica de diecisiete o dieciocho años. Sus ojos estaban abiertos todavía, pero no había nada en ellos. —Ingrid Abisinia —recitó Larry con voz monótona—, alumna del Álbrez. Diecisiete años. Buena estudiante y buena chica según sus padres, nunca salía hasta tarde, hacía sus deberes, ayudaba en la casa. Una muchachita modelo. Sobredosis. —¿Ultimat? —pregunté, más por decir algo que por otra cosa. —Vas a alucinar. Cocaína. En la vena. —Bromeas. —No, Roy. Alguien está reintroduciendo la coca, y ha empezado por los institutos. Según el doctor llevaba por lo menos tres meses esnifándola. Ayer se chutó por primera y última vez. Aquello no tenía sentido. Las drogas de origen natural como la cocaína y la heroína apenas tenían consumo en el mundo civilizado fuera de los pocos fármacos que las contenían. Cualquier traficante imbécil sabe que le resulta mucho más barato y rentable sintetizar ultimat que tener que cultivar la planta, pagar braceros, refinarla, cortarla... Las drogas sintéticas eran mil veces más baratas: cualquiera que tuviera unos mínimos conocimientos químicos y los aparatos adecuados podía fabricarlas. ¿Quién podía, en esta época, ser tan estúpido para intentar competir con ellas utilizando cocaína? Ridículo. —Sí —dijo Larry, como si me hubiera leído el pensamiento—. Pero ahí está. —¿Sospechas? —Algunas. O ha venido de Europa o del interior del continente. Yo diría que lo primero. —Pero las tribus de aquí todavía la usan. —Sí, pero no a los niveles suficientes para refinarla y exportarla en bruto. Ni siquiera la cultivan, se limitan a recolectarla en estado silvestre. Mastican la hoja en sus rituales y la usan para hacer trabajos pesados, pero nada más. Además, les tenemos bastante controlados. Si hubiera habido una filtración nos habríamos enterado. En cambio, en Europa... Sí, claro. En el este de Europa aun quedaban abundantes zonas a medio civilizar, donde comerciantes hispanos de pocos escrúpulos podían hacer su agosto. No sería raro que uno de ellos hubiera entrado en tratos con alguna tribu para que cultivase la planta: la compraría a un precio ridículo, se la llevaría a Hispania y él mismo se encargaría del proceso de refinamiento. Luego, la embarcaría rumbo a Ameranglia y... pero seguía siendo una estupidez. La coca no tenía nada que hacer frente a la droga sintética. Como si un hombre con una pala quisiera competir con una roboexcavadora. Qué demonios, hasta Paul Bunyan había sido vencido por el progreso, ¿no? —Teníamos algún soplo sobre el asunto, y ésta es la primera víctima que ha llegado a nuestras manos. Pero si se acaba imponiendo es cuestión de tiempo el que haya una epidemia de muertes por sobredosis. Los colgados de aquí están acostumbrados a la ultimat, lenta y segura. La coca los va a reventar. —Ya. Bueno, gracias por todo, Larry. Di media vuelta para irme. —No, espera, Roy. Me has hablado de una amiga tuya. Lo miré. —Ni hablar, Larry. Te he dicho lo que necesitas saber: sospecha que alguien está vendiendo drogas en el Álbrez, pero no sabe quién. —Aquello no era del todo cierto, pero qué diablos—. No te voy a dar su nombre para que la acoses, ¿de acuerdo? Su rostro se ablandó un poco. —De acuerdo, Roy. Pero si averiguas algo, ya sabes dónde estoy. —Lo sé, Larry. Buenas tardes. Salí de la morgue y subí a mi coche. Le eché un vistazo a mi reloj. Las cinco y media. Si no recordaba mal, los institutos soltaban a su jauría a las seis, así que si me daba prisa todavía podía llegar al Álbrez y hablar con Eva. Lo conseguí por los pelos. Una multitud vociferante se abalanzaba a través de las puertas del instituto y saltaba sobre bicicletas, motos y coches. Eva, acosada por un individuo de unos cincuenta años, fofo y calvo, al que no parecía saber cómo quitarse de encima, se dirigía hacia la parada del suburbús. Logré pasar el semáforo antes de que se pusiera rojo y, colocándome a su altura, grité: —¿La llevo, señorita? Ella me vio y pareció enormemente aliviada, no sé si porque se trataba de mí o por la perspectiva de librarse de su galanteador. Me sonrió, se volvió apenas hacia él y le dijo: —Nos vemos mañana, Orson. Él gruñó algo, agitó la mano y siguió su camino. Eva subió al coche. Me besó en la mejilla: no me lo esperaba y me gustó. —Gracias —dijo. —De nada. Me encanta salvar damiselas en apuros. —Orson es inofensivo. —Seguro que sí. Pero plasta. —Un poco. Llegamos por fin a Broduey y enfilé el coche hacia Riversaid, donde Eva vivía. Apenas avanzábamos: la mayor parte de Neoyorquia debía estar yendo a sus casas a aquellas horas. —He estado en la morgue —dije mientras encendía un cigarrillo. —Ya —respondió ella, ceñuda. —¿Era alumna tuya? —No, aunque la conocía de vista. —¿Tenía tratos con Clara? Se volvió a mí de repente, medio enfadada, medio divertida. —¿Estás investigando el caso? —Tú me has metido en esto, ¿recuerdas? ¿Quieres que lo deje? Me arrebató el cigarrillo de entre los labios y le echó una larga chupada. Soltó el humo lentamente, como si le costara trabajo. —No....