Martín Velasco | Mística y humanismo | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 256 Seiten

Reihe: GS

Martín Velasco Mística y humanismo


1. Auflage 2010
ISBN: 978-84-288-2247-3
Verlag: PPC Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

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Reihe: GS

ISBN: 978-84-288-2247-3
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Estas páginas se proponen ofrecer algunas razones en apoyo de las afirmaciones de Rahner -'El cristiano de mañana será místico o no será cristiano'- y Malraux -'El problema capital del final de siglo será el problema religioso'-. En ellas se trata de justificar la hipótesis o, tal vez mejor, de expresar la doble convicción de que el cultivo de la dimensión mística es condición indispensable para la supervivencia de las religiones, y en especial del cristianismo, en las actuales circunstancias socio-culturales; y de que una religión, en concreto un cristianismo, que desarrolla su dimensión mística está en condiciones de contribuir, en colaboración con el resto de las espiritualidades de nuestros días, a la construcción de un humanismo digno del hombre. El libro empieza describiendo, mediante algunas alusiones, la actual situación religiosa, con el fin de mostrar que, a pesar de determinadas apariencias, la mística no tiene nada de anacrónica ni de 'impertinente' para nuestro tiempo. Se aborda después la inevitable tarea de eliminar en lo posible la 'infinita confusión' que encierra la palabra 'mística', ofreciendo los resultados de una elemental fenomenología del hecho místico. En el tercer capítulo se sitúa el elemento místico en el conjunto del fenómeno religioso. Para terminar abordando la cuestión de la relación entre mística y realización del ser humano, humanismo y mística. El capítulo quinto constituye un corolario en el que se trata de mostrar cómo una figura extraordinariamente significativa y característica de nuestro tiempo ha vivido su condición de místico en perfecta consonancia con el espíritu del siglo XX y ha conseguido, gracias a la experiencia espiritual que describen sus 'Confesiones', encontrar un camino de respuesta a una de las cuestiones fundamentales de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, el 'misterio' del sentido último de la vida.

Juan Martín Velasco (Santa Cruz del Valle, Ávila, 1934) es doctor en Filosofía por la Universidad Católica de Lovaina y profesor emérito de la Universidad Pontificia de Salamanca. Ha sido director del Instituto Superior de Pastoral durante dieciséis años y rector del Seminario de Madrid desde 1977 a 1987. Autor de numerosas obras y artículos sobre filosofía y fenomenología de la religión, en PPC ha publicado: 'El hombre y la religión' (2002), 'Ser cristiano en una cultura posmoderna' (2008, 3ª ed.), 'El hombre y la religión' (2002), 'Mística y humanismo' (2008, 2ª ed.), 'Orar para vivir. Invitación a la práctica de la oración' (2009, 2ª ed.), '¡Ojalá escuchéis hoy su voz!' (2012, 2ª ed.). Ha colaborado en 'La fe' (2005), 'Evangelizar, esa es la cuestión.' (2006), en 'Teología de la vida: comienzo y final' (2009) y en 'Fijo los ojos en Jesús' (2013, 4ª ed.).
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PRÓLOGO

A nadie se le oculta la actual situación de crisis de las religiones establecidas, al menos en los países europeos de tradición cristiana. Otra cosa son las interpretaciones y valoraciones que de esa situación ofrecen los teólogos, filósofos y estudiosos de las ciencias de las religiones.

¿Afecta la crisis solo a las instituciones religiosas? Afecta también a las experiencias humanas fundamentales que constituyen la base y el núcleo de los complejos sistemas religiosos? Precisamente porque ven afectado por la crisis el centro mismo de la vida religiosa, que es la experiencia de Dios, numerosos teólogos y maestros espirituales cristianos proponen la recuperación del elemento místico, la experiencia personal de Dios, como única respuesta adecuada por parte de las Iglesias a la radical crisis por la que están atravesando. 

Pero ¿es posible la mística en tiempos de eclipse de Dios, de ocultamiento de su presencia, como los que vivimos? ¿Qué formas adoptará la experiencia mística en una situación religiosa como la actual, radicalmente diferente de aquellas en las que vivieron los grandes místicos de otras épocas de la historia? 

Por otra parte, a la hora de buscar respuestas a la crisis religiosa, cada vez se destaca más nítidamente, como punto neurálgico de la crisis y, por tanto, de las posibles respuestas a la misma, la cuestión del hombre. Para captar la verdad de esta afirmación y medir su alcance baste señalar que, si durante siglos el problema del hombre recibía de las tradiciones religiosas y de las teologías las aportaciones más significativas para su planteamiento y su solución, ahora son muchos los que se refieren a la capacidad de la teología de dar respuestas a los problemas humanos, y a la capacidad de las religiones para contribuir a la humanización del hombre como criterio de la credibilidad o la insignificancia de las teologías y de las religiones y, por tanto, como razón para su aceptación o su rechazo. Dicho de otra forma: durante siglos, Dios ha sido el fundamento que garantizaba la afirmación y la realización del hombre; hoy, en cambio, el hombre aparece como el criterio y la razón que decide sobre la validez de las religiones y la posibilidad misma de la existencia de Dios. 

Porque las cuestiones del hombre y de Dios han estado estrechamente entrelazadas a lo largo de toda la historia; pero hoy la situación de crisis radical –¿de muerte?– de Dios y la conciencia de los muchos peligros que amenazan la supervivencia de la humanidad del hombre hacen de esta relación una cuestión de vida o muerte para los dos únicos protagonistas de la historia. ¿Será verdad que es la muerte de Dios la que ha arrastrado al hombre a una muerte sin remedio y que en una situación de indigencia tan radical como la que padece la humanidad «solo un dios nos puede salvar»? ¿Será, por el contrario, verdad que es la afirmación de Dios a toda costa, sobre todo a costa del hombre, la que conduce inexorablemente a la insignificancia de Dios, a su desaparición del horizonte cultural y social, a su ausencia de la vida de las personas? 

Sin proponer por ahora respuestas a tales preguntas, anotemos que la realidad a la que los hombres hemos invocado como Dios a lo largo de la historia dista mucho de ser insignificante a la hora de entender la realidad del hombre y la orientación de su destino. Habitado por la «manía de lo mejor» (Cioran), obsesionado por ella, al hombre no le puede ser indiferente que lo mejor exista o sea un sueño sin consistencia, ni cuál sea el contenido de verdad y valor que lo mejor posea o, mejor, el contenido de bien en que consista. Pero, por otra parte, y esta es probablemente una de las aportaciones de la modernidad, no es indiferente para la existencia de Dios y su «destino» entre los humanos qué sea Dios para el hombre o qué sea el hombre para Dios. De manera que un Dios que esclavizase al hombre o que pusiera en cuestión su realización y su destino «se haría indigno de la condición de Dios». Tal vez por eso la distorsión del significado de «Dios» por las religiones y la perversión de lo que se entiende con ese nombre por los sujetos religiosos y determinadas corrientes del pensamiento humano, con la degradación del hombre que de ahí se ha seguido necesariamente, constituyan el nudo de problemas cuya doble cara son la crisis de las religiones y la crisis de la humanidad que padecemos. 

De ahí que la mística, clave para la verdad y la autenticidad de la religión, y clave, por tanto, para la respuesta a la crisis religiosa, seguramente no es indiferente para la búsqueda de caminos de respuesta a la tan generalmente lamentada crisis de humanidad. Los místicos, en efecto, no son meros especialistas religiosos ni gestores de lo sagrado. Son «expertos de Dios». No porque acumulen conocimientos sobre su naturaleza, sino porque han aprendido a padecer su presencia y ese padecimiento ha reducido a cenizas todas sus representaciones figuradas, imaginativas o pensadas de esa Presencia y todos los esfuerzos por disponer de ella y dominarla. El místico ha llegado a serlo gracias a un doble trabajo de purificación y de vaciamiento: de la tendencia a constituirse en centro de la relación, convirtiendo a Dios en satélite de sí y reprimiendo de esa forma la aspiración al más allá de sí mismo, sin la que no puede por menos de sentirse radicalmente frustrado; y de la pretensión, surgida de un yo desmesurado, que se hace una idea de Dios a imagen y semejanza de sí mismo: dueño y señor absoluto de todo, que no puede por menos de reducir al hombre a un «ser de más», una realidad insignificante, un esclavo. 

Con el trabajo de purificación de sí mismo, el místico «pule» su naturaleza hasta hacerla transparente a la presencia que la anima; se vacía de egoísmo hasta hacer lugar en el interior de su vida al infinito de Dios. Pero, justo en la medida en que opera ese vaciamiento, se hace digno destinatario de la Presencia divina, misterio de generosa autodonación sin límites que, gracias a ella, «hace lugar» –recordemos la hermosa expresión de Hölderlin: «Dios crea al hombre como el mar la playa: retirándose»– para el ser humano, todo él oídos para la Palabra creadora, capacidad de amar a la altura del amor sin límites de Dios, sujeto y persona diseñado a la medida de la comunicación del Dios infinito. Recordemos que las mejores «definiciones» del ser humano en la Escritura son aquellas en las que el hombre aparece como alguien «de quien Dios se acuerda», «a quien Dios ama», como el «hombre de Dios» que se corresponde con el «Dios de los hombres»: «Vosotros seréis mi pueblo; yo seré vuestro Dios». 

La experiencia mística es la realización efectiva del milagro de existir recibiendo permanentemente la plenitud de Dios, haciendo efectivo el «todo lo mío es tuyo» de la parábola evangélica del padre del hijo pródigo. Ser místico es hacer de la propia vida la experiencia permanente de aceptarse a sí mismo como don de Dios, de estar permanentemente siendo «Dios por participación», como gusta repetir san Juan de la Cruz. Así, la experiencia mística, al mismo tiempo que cura al sujeto del estar «encorvado sobre sí mismo» y desde esa situación pensar a Dios de la forma perversa que eso conlleva, le ensancha el corazón a la medida sin medida de Dios y le permite ser divinamente, tomando parte activa en la corriente de ser y de amor que le origina. El místico es la persona que ha dejado de jugar a ser Dios con sus propios recursos –condenándose a «disipar su sustancia», como el hijo pródigo alejado del padre– por haber consentido a la Presencia que le invita a ser divinamente de la única forma verdadera posible: «Por gracia de Dios». 

Desde la nueva forma de existencia que origina la aceptación creyente de Dios se disipa radicalmente el malentendido de una oposición, una concurrencia entre Dios y el hombre que solo la opción pervertida de querer ser por sí mismo y la falsa representación de Dios que comporta había originado. Así, sanando de raíz la vida religiosa y ofreciendo la respuesta radical a la crisis religiosa de nuestro tiempo, la experiencia del místico desata el nudo gordiano de una modernidad mal orientada que, al mismo tiempo que excluía a Dios, condenaba al hombre al fracaso; y que, al rehusar la realización creyente de la existencia, se fabricaba la idea de un Dios dominador del hombre, incompatible con su dignidad y su libertad, que solo su imaginación llena de desmesura se había fabricado. 

Estas cuestiones de fondo abordan, con las limitaciones propias de su autor, las páginas de este pequeño libro. Me ha sido imposible abordarlas de una vez, directamente, como me había propuesto y como el título indica. Para hacerlas accesibles, primero a mí mismo y después a quienes tengan a bien leerlas, he necesitado seguir un lento camino de preparación. 

Por eso comienzo por describir, mediante algunas alusiones, la actual situación religiosa, con el fin de mostrar que, a pesar de determinadas apariencias, la mística no tiene nada de anacrónica ni de «impertinente» para nuestro tiempo. Abordo después la inevitable tarea de eliminar en lo posible la «infinita confusión» que encierra la palabra «mística», ofreciendo los resultados de una elemental fenomenología del hecho místico. Sitúo en el tercer capítulo el elemento místico en el conjunto del fenómeno religioso. Para terminar abordando la cuestión de la relación entre mística y realización del ser humano, humanismo y mística. El capítulo quinto constituye un corolario en el que trato de mostrar cómo una figura extraordinariamente significativa y...



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