E-Book, Spanisch, 160 Seiten
Reihe: Horizontes
Martín Sánchez El gatopardo educativo
1. Auflage 2022
ISBN: 978-84-19023-76-6
Verlag: Ediciones Octaedro
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
¿Qué hay de neo en las pedagogías alternativas?
E-Book, Spanisch, 160 Seiten
Reihe: Horizontes
ISBN: 978-84-19023-76-6
Verlag: Ediciones Octaedro
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
¿Qué hay de neo en las pedagogías alternativas? Vivimos un cambio educativo constante, en el cual surgen decenas de propuestas que aspiran a reemplazar la educación formal institucionalizada, que se autoproclaman innovadoras y alternativas, contrarias a lo que denominan pedagogía tradicional. Lo que se plantea en este libro es un recorrido por las distintas formas de entender el proceder y la intervención pedagógica sobre la Educación en los últimos doscientos años, en cuyo transcurso han proliferado diversas corrientes, teorías, modelos y enfoques educativos. Obviamente, como verá el lector, cada intervención se justifica y fundamenta en una filosofía de vida y educación, algunas con muchos años de vida.
Sustentado en la investigación y aportando datos e información sobre las principales pedagogías alternativas y su impacto educativo, la obra pretende valorar la actualidad y relevancia de estas corrientes. La pregunta que subyace es si tenemos algo neo en estas pedagogías alternativas que se dicen innovadoras, o acaso vivimos una especie de gatopardo educativo, como Tancredi en la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, con su idea sui géneris de transformación, en una suerte de vuelta a lo mismo, cambiándolo todo para que parezca nuevo, pero conservando en el fondo las mismas ideas. Se han llevado a cabo iniciativas, reformas y contrarreformas, modificaciones y vueltas, supuestas innovaciones que tienen... ¿más de retro o de neo? ¿Es todo novedoso y revolucionario? ¿Tenemos nuevos escenarios, pero los mismos problemas? De esto trata este libro.
Miguel Martín-Sánchez
Licenciado y doctor en Pedagogía por la Universidad de Salamanca, con premio extraordinario, y máster por la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Profesor titular de Universidad en el área de Teoría e Historia de la Educación en el Departamento de Ciencias de la Educación de la Universidad de Extremadura. Ha publicado varios libros, capítulos de libros y numerosos artículos en revistas especializadas. Participa habitualmente en congresos nacionales e internacionales sobre Educación, donde expone los resultados de sus investigaciones en Pedagogía Social, Política de la Educación, Teoría de la Educación e Historia de la Educación. Es coordinador del Grupo Extremeño de investigación en Teoría e Historia de la Educación (GEXTHE).
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1.¿Pedagogía para qué? La escuela en la encrucijada
La pedagogía tiene que llegar a ser un estudio; de lo contrario no se puede esperar nada de ella, y el que ha sido echado a perder por la educación, educa no más a los otros. El mecanismo en el arte de educar tiene que transformarse en ciencia; pues si no nunca llegará a ser un esfuerzo coordinado; y cada generación va a querer demoler lo que haya erigido la otra. INMANUEL KANT 1.1. Pedagogía y antipedagogía
No corren buenos tiempos para la Pedagogía, ni siquiera para la Educación en general. Pero en concreto los pedagogos y su ciencia no caen especialmente simpáticos. Las causas son muchas y los sentimientos, enfrentados. Hace casi cuarenta años, Joaquín García Carrasco (1983) publicaba un libro titulado La Ciencia de la Educación. Pedagogos ¿para qué?, en el que con atinado juicio reflexionaba sobre la importancia de la Pedagogía, sus debilidades y dificultades, así como sobre cuestiones relacionadas con la identidad profesional y el sentido y utilidad del conocimiento pedagógico. En pleno siglo XXI las ideas del autor siguen siendo relevantes y de actualidad, especialmente en un momento delicado para los pedagogos y su ciencia, porque están de moda, pero para convertirlos en diana, causa y efecto de todos los males educativos. Los cambios políticos, sociales, económicos y filosóficos de los últimos cincuenta años, acrecentados por el fácil acceso a la información y la pérdida de grandes referentes culturales que caracterizan la sociedad actual, han generado un desencanto educativo y una pérdida de fe en la escuela y la educación como motor de cambio. Si a esto le añadimos el auge de la libre opinión, del menosprecio de la Pedagogía y la pervivencia contumaz de pensar que se puede enseñar solamente con práctica y con el conocimiento de la materia, despreciando (por inútil) el conocimiento que ofrece la Pedagogía (Prats, 2015), tenemos el terreno abonado para perseguir, por heréticos, a los pedagogos. En muchas ocasiones se considera el conocimiento pedagógico como algo parasitario y entonces, los antipedagogos, con aire autosuficiente proclaman como innecesario, en una suerte de realismo ingenuo, todo conocimiento pedagógico. La contemporaneidad muestra que existe una parte de la sociedad, e incluso del profesorado, que aboga por erradicar todo rastro pedagógico en la escuela, pues lo consideran delirios. Cuando nos preguntamos qué es la Pedagogía y para qué sirve, en realidad buscamos una justificación práctica en términos de utilidad, de relevancia para la Educación y, también, de estatus científico y de reconocimiento social que justifique la razón de ser de la Pedagogía y de los pedagogos, qué hacen y para qué sirve lo que hacen, a lo que yo añadiría también por qué y para qué lo hacen. Tampoco, por lo inabarcable del término y la complejidad del objeto de estudio, parece claro saber a dónde va la Pedagogía. A pesar de los designios más pesimistas, los ataques más feroces desde las trincheras antipedagógicas, la realidad se muestra terca e insultantemente explícita: los modelos tradicionales de enseñanza directiva no solo muestran signos de agotamiento (desde hace décadas), sino que resultan insuficientes en los tiempos actuales. Me atrevería a decir que no solo insuficientes, sino también injustificables. En Pedagogía, como ciencia de la educación, hablamos de un campo de conocimiento concreto y delimitado, que aborda los procesos educativos generales con la intención de facilitar la acción profesional y mejorar la intervención educativa. La Pedagogía no es solo normativa o para, es una meta en sí misma, al establecer condiciones y efectos y desarrollar secuencias de intervención, entendiendo que los educadores desarrollan actitudes y destrezas en sus educandos, no solo conocimientos, sino también construyendo capacidades para proyectar una vida digna en los estudiantes, en una suerte de Pedagogía como interacción social y producción de sentidos (Pallarés-Piquer y Lozano-Estivalis, 2020). La Pedagogía es ciencia y acción, y a pesar de los embates y feroces ataques desde múltiples aproches antipedagógicos, está muy viva, tiene presente y tiene futuro, porque «juega un papel necesario respecto de la relación constante con la calidad por medio del eje conocimiento-educacióninnovación-desarrollo» (Touriñán, 2018, p. 47). Y también es arte, porque nutre la creatividad y la sensibilidad (Santos, 2020a). Pero sobre todo es realidad humana, terriblemente terca, con una ontología relacional que la obliga a construir pensamiento propio y compartido (März, 2009). Desde esta perspectiva, la escuela pedagógicamente construida enseña a aprender a pensar por sí mismo y con los otros, construyendo los saberes y aprendizajes mediante la seducción o provocación, nunca por imposición ni repetición acrítica. Y abierta al progreso, reconociendo los firmes cimientos del pasado, pero mirando al futuro mientras construye el presente. La Pedagogía en cuanto que ciencia de la educación, y la escuela como institución, se encuentran en una encrucijada, en una crisis perpetua abonada por el desencanto educativo y aderezada por un creciente antipedagogismo que no hacen otra cosa que enmarañar aún más el trabajo en educación. La imagen social de la Pedagogía no es buena precisamente, porque se abusa de ella y se proclaman soflamas pseudopedagógicas como si fueran certezas, de una manera espuria que tanto daña su imagen, alimentada por la «opinionitis pedagógica», la «ceguera paradigmática» y el daño al prestigio y estatus académico de la Pedagogía y sus profesionales (Touriñán, 2018). Precisamente, una mayor formación pedagógica, seria, aplicada, completa y holística, contribuirá a un mayor empoderamiento profesional del profesorado y a una mejora de la reputación y prestigio de la función docente. Una lucha por la defensa profesional que viene de hace décadas, en un intento de construir una identidad social profesional que combinaba la lucha social activista y la vida profesional del profesorado (Groves, 2020). Si no se clarifica y se dignifica la función pedagógica y la importancia (utilidad) del conocimiento científico en educación, «se abona la tierra para que en ella se siembre y crezcan exuberantes las grandes razones por las que la Pedagogía se convierte en ciencia imposible» (García Carrasco, 1983, p. 148) y seguiremos contribuyendo al antipedagogismo que lleva años creciendo en la escuela y la sociedad actual. La escuela del futuro (del presente) requiere de profesionales educativos que atiendan (y que previamente sepan identificar) las necesidades educativas de sus alumnos y que respondan a las competencias profesionales que se precisan. Tal y como he mencionado anteriormente, el profesor no es solo un transmisor de conocimientos, sino que es un agente de cambio. Saber algo no es garantía de saber transmitirlo ni de saber despertar en el otro el interés por aprenderlo. ¿Qué tipo de escuela queremos? ¿Para qué la queremos? ¿Qué profesionales se precisan y cómo deben formarse? En este sentido, es preciso recibir una buena formación inicial del profesorado que responda a las demandas y características propias que la sociedad actual exige a la escuela. La educación no es inconmovible, es un proceso constante de cambio. ¿Por qué la institución escolar a menudo parece inerte? ¿Por qué en la formación del profesorado prevalece el modelo academicista? Así, con relación a la identidad del profesorado, este no se limita a enseñar, sino también a educar, por cuanto enseñar y educar no son lo mismo, dado que saber no es garantía de hacer saber a otro y porque hay enseñanzas que no educan (Touriñán, 2013a); por lo tanto, entre las cualidades necesarias para un buen docente, ha de estar el absoluto convencimiento de que su labor es más educativa que instructiva, porque interviene en la dimensión individual del educando, sobre su personalidad y junto a la dimensión comunitaria de la educación en tanto de la construcción del binomio Individuo-Sociedad, por lo que debe orientar, planificar, socializar, dinamizar, organizar, seleccionar, elaborar recursos, evaluar, mediar… conjuntando los conocimientos teóricos, técnicos y prácticos, desde una reflexión sobre su acción pedagógica, con una mentalidad pedagógica autónoma y sustantiva, cuyo objetivo es aumentar y mejorar la formación del profesorado, incrementando su saber pedagógico general y aplicativo, normativo, tecnológico y axiológico en cuanto a la mejora de su intervención pedagógica en los procesos de enseñanza y educativos (Gil, 2011). Los buenos educadores se construyen y disponen de experiencias y de un corpus teórico e investigador para fundamentar esas acciones pedagógicas: «“sé hacer algo” y “sé por qué haciendo de ese modo, se logra ese algo y sé qué otros modos hay de lograrlo y sé qué habría que hacer para reconducir el proceso adecuadamente”» (Touriñán, 2019, p. 19). Además, la mera formación inicial resulta insuficiente para un desempeño correcto de la práctica profesional. Hace falta una formación permanente durante todo el ejercicio de la función docente, máxime cuando se ha demostrado que la formación en ejercicio realiza un importante y significativo impacto positivo en la mejora de la competencia profesional del profesorado (Hargreaves,...