E-Book, Spanisch, 344 Seiten
Reihe: Ensayo
Lyons Disrupción
1. Auflage 2021
ISBN: 978-84-124427-5-5
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Mi desventura en la burbuja de las startups
E-Book, Spanisch, 344 Seiten
Reihe: Ensayo
ISBN: 978-84-124427-5-5
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Dan Lyons. Massachusetts (EE.UU.), 1960. Ha sido editor senior en Forbes, redactor en Newsweek, editor de ReadWrite y ha escrito para importantes medios como New York Times, Fortune, Forbes y Newsweek. Es autor de un libro de cuentos, The Last Good Man (1993); una novela, Dog Days (1998); y una biografía ficticia, Options: The Secret Life of Steve Jobs, a Parody (2007). Bajo el seudónimo «Falso Steve Jobs», también escribió The Secret Diary of Steve Jobs, un popular blog que era una parodia del presidente ejecutivo de Apple. Más tarde publicó Disrupción (2016) sobre su paso por HubSpot, una startup de Boston; y escribió el guion de «White Hat / Black Hat», el episodio de mayo de 2015 de la exitosa serie de HBO Silicon Valley. Lo escribió durante un descanso de catorce semanas cuando estaba trabajando para HubSpot, en 2014. Lyons también es humorista y guionista. Se le ha llamado «el Mark Twain de Silicon Valley» y «el Jonathan Swift de nuestra era digital». Es un humorista cínico que dirige su ingenio al mundo de los negocios, especialmente a Silicon Valley. Durante la última década, ha impartido decenas de conferencias sobre su versión acerca de las nuevas tecnologías y el lugar de trabajo moderno. Lyons es defensor de una mayor diversidad en la industria tecnológica y uno de los primeros críticos de la gig economy por su abuso de los trabajadores. Su trabajo ayudó a llamar la atención sobre las brutales condiciones laborales en los almacenes de Amazon.
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Si hiciéramos una película sobre un tipo de cincuenta y tantos, incompetente, al que han despedido y que consigue una increíble oportunidad de empezar una carrera desde cero, la primera escena podría ser esta: una mañana de lunes de abril, soleada y fría, bajo el azote del viento que sopla con fuerza desde el río Charles en Cambridge (estado de Massachusetts). El protagonista —pelo canoso, corte de pelo antiguo; gafas de carey; camisa con botones en el cuello— mete su Subaru Outback en un aparcamiento y, con las palmas de las manos un poco sudorosas, coge su práctica mochila para el portátil y se dirige a la puerta principal de un edificio histórico de ladrillo rojo renovado y resplandeciente. Es 15 de abril de 2013, y ese hombre soy yo. Es mi primer día de trabajo en HubSpot, la primera vez en toda mi vida que trabajo en algún sitio que no sea la redacción de un periódico o una revista.
Las oficinas de HubSpot ocupan varias plantas de una fábrica de muebles del siglo XIX que ha sido transformada en el cliché de lo que debe ser el hogar de una startup tecnológica: vigas al aire, cristal esmerilado, un gran patio interior, arte moderno expuesto en el hall. En el ascensor, mientras subo al tercer piso, me siento nervioso y cargado de adrenalina. No termino de creerme lo que he logrado. Hace nueve meses me despidieron de un día para otro de la revista Newsweek en Nueva York. Me aterraba pensar que no conseguiría otro empleo. Ahora estoy a punto de empezar a trabajar en marketing en una de las startups tecnológicas más conocidas de la Costa Este de Estados Unidos. Solamente tengo un pequeño problema: no tengo ni idea de marketing. Aunque ese detalle no me parecía algo importante cuando fui a varias entrevistas en las que intentaba convencer a mis interlocutores de que me contrataran, ahora ya no estoy tan seguro.
Me digo a mí mismo que en HubSpot están encantados de tenerme con ellos, que no pasa nada. Cráneo, el director general de Marketing (o CMO, por sus siglas en inglés), ha publicado una entrada en el blog de HubSpot donde anunciaba que me habían contratado. Y varios blogs tecnológicos han sacado un reportaje sobre el periodista de cincuenta y dos años de la revista Newsweek que ha dejado los medios de comunicación y se ha ido a trabajar a una empresa de software.
Pero al llegar al mostrador de recepción de HubSpot, pasa algo extraño: nadie me está esperando. La recepcionista, Penny, a la que cualquiera podría confundir con una alumna de bachillerato, no tiene ni idea de quién soy ni de qué hago aquí. Frunce el ceño y busca mi nombre en el ordenador: nada. Parece extraño… No es que esperara ser recibido con globos y una banda de música, pero sí que había dado por sentado que alguien, probablemente mi jefe, me recibiría en mi primer día de trabajo.
—Voy a trabajar para Cráneo —le digo a Penny.
Cráneo es un tipo alto, corpulento, con cara de bebé, de treinta y muchos, que jugó de defensa en el equipo de fútbol americano de la universidad y hoy en día conserva ese mismo aspecto. Oficialmente me contrató él, aunque en realidad la decisión la tomaron los cofundadores de HubSpot: Brian Halligan, el CEO, y Dharmesh Shah, el director general de Tecnología. Halligan y Shah no me seleccionaron a mí; yo los seleccioné a ellos. Descubrí HubSpot en un anuncio de empleo en LinkedIn, hice dos entrevistas y finalmente conocí a Halligan y Shah, que me ofrecieron un puesto de «asociado de marketing» (marketing fellow, en inglés). El título del puesto era poco común, aunque también me resultaba agradable. Tenía un toque académico y parecía implicar que yo sería una especie de eminencia gris o asesor en las sombras de la empresa. La descripción de mi puesto era imprecisa, pero imaginé que mis responsabilidades incluirían tareas como escribir entradas para el blog de HubSpot, asesorar a los directivos sobre la estrategia a tomar en las relaciones con los medios de comunicación, escribir discursos para el CEO y dar conferencias en congresos para predicar sobre la marca.
Penny hace unas llamadas y al final me dice que Cráneo no vendrá a la oficina hoy. Compruebo mi calendario de Google y mi correo en el móvil para verificar si efectivamente mi primer día de trabajo era hoy. Parece ser que sí. «¿Y puedo hablar con Compinche?», le pregunto a Penny. Compinche es el secuaz de Cráneo, es director de no sé qué y tiene treinta y un años. Ya he conocido a Compinche y me parece bastante simpático. No sé exactamente qué hace, pero básicamente parece ser una especie de mini-Cráneo. Compinche se parece a Cráneo —con la cara redonda y el pelo corto— y viste como él, va siempre con su uniforme de «ejecutivo informal», compuesto por vaqueros, blazer, camisa de tejido Oxford con el cuello abierto y camiseta blanca debajo.
Penny hace algunas llamadas. Tampoco hay manera de dar con Compinche.
—Quizá debería sentarse —me dice Penny.
Me siento en un sofá naranja y miro a una enorme pantalla plana en la que se muestran charlas TED en bucle. El naranja es el color oficial de HubSpot y está por todos sitios: paredes naranjas, tuberías naranjas, escritorios naranjas. Los empleados de HubSpot —los HubSpotters— llevan zapatos naranjas, camisetas naranjas y ridículas gafas de sol naranjas. Tienen agendas naranjas y escriben en ellas con sus bolígrafos naranjas. Hasta se ven pegatinas naranjas en los portátiles. El logotipo de HubSpot es una especie de rueda de engranaje: un círculo con tres brazos de distinta longitud que acaban en una bolita. En algunos sitios se ve la palabra HubSpot con esa rueda de engranaje en lugar de la o. No tengo ni idea de qué se supone que significa la rueda de engranaje, ni de si alguien se ha dado cuenta de que los tres brazos con las bolitas en la punta parecen pequeñas pollas naranjas. Esas pollas naranjas están por todos sitios, incluidas las sudaderas con capuchas, las gorras y las demás prendas de vestir y artículos de HubSpot que se exponen en las oficinas, disponibles para la venta en persona o a través de la tienda en línea, la HubShop.
Sigo esperando en el sofá y dan las nueve de un lunes por la mañana. Los HubSpotters llegan a la oficina, muchos de ellos con ropa de HubSpot; parecen jugadores de un equipo deportivo. La mayoría son veinteañeros. La vestimenta de los varones es más bien ropa juvenil —pantalones cortos y chanclas, camisas sueltas de tejido Oxford con botones en el cuello, gorras de béisbol del revés—, mientras que las mujeres van con un look que un amigo mío define como de «universitaria de Nueva Inglaterra vestida para una cita», es decir, vaqueros, botas y jersey.
Aparece una mujer que se acerca a la recepción. Va vestida con traje: seguro que ha venido para una entrevista. Penny le dice que tome asiento. La mujer se sienta a mi lado, aunque enseguida la llaman para empezar la reunión. Mientras tanto, yo sigo sentado. Y al cabo de un buen rato sigo sentado. Penny me mira. «Sigo buscando», me dice. Le sonrío y le digo que no hay problema. Penny hace llamadas, me mira de vez en cuando y luego mira para otro lado. Intenta decidir qué hacer con este tío de pelo canoso que ha aparecido en la oficina y que dice que trabaja aquí.
Por fin, después de unas cuantas llamadas más, llega un tal Zack. Dice que lamenta que ni Compinche ni Cráneo estén aquí hoy, pero que él estará encantado de enseñarme la oficina. Zack se acerca a los treinta. Tiene una sonrisa agradable y usa gomina. Me recuerda a los becarios de Newsweek, los jóvenes recién licenciados que se encargaban de investigar los antecedentes para los redactores. Me imagino que Zack debe ser el ayudante de alguien.
En el edificio también están las oficinas de una empresa de capital riesgo y de algunas empresas pequeñas, como Sonos, que fabrica equipos estéreos inalámbricos domésticos. Pero HubSpot no para de crecer y expandirse, y coloniza cada vez más metros cuadrados en el edificio. Los ingenieros informáticos están en una planta, la gente de marketing en otra y los de ventas en una tercera. HubSpot cuenta con quinientos empleados y contrata a gente nueva a un ritmo frenético. Ha sido designada como una de las mejores empresas en las que trabajar en Boston, por incluir ventajas como vacaciones ilimitadas y un seguro médico Blue Cross que paga la empresa en su totalidad.
La oficina se parece muchísimo a la escuela infantil Montessori a la que fueron mis hijos: muchos colores brillantes, muchos juguetes y una habitación para echar la siesta con una hamaca y unas relajantes palmeras pintadas en la pared. Fue...