Álvarez Cineira | Qué se sabe de... La formación del Nuevo Testamento | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 288 Seiten

Reihe: Qué se sabe de...

Álvarez Cineira Qué se sabe de... La formación del Nuevo Testamento


1. Auflage 2015
ISBN: 978-84-9073-169-7
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

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Reihe: Qué se sabe de...

ISBN: 978-84-9073-169-7
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El Nuevo Testamento, como parte de la Biblia cristiana, es el libro más vendido de todos los tiempos, con más de cinco billones de copias. Además, ha marcado la cultura occidental y la vida de los cristianos durante más de veinte siglos. Sin embargo, el gran público desconoce el largo y sinuoso proceso de su formación. De entre la amplia producción literaria cristiana de los primeros siglos, solo un reducido grupo de 27 escritos configuró esta pequeña biblioteca, que acabaría siendo una obra universal. Otros escritos, por el contrario, no accedieron a la misma. Los estudiosos bíblicos, en una labor detectivesca, han investigado la historia y la recepción de los escritos neotestamentarios. Este libro abre una ventana al fascinante mundo de su composición, recepción, colección y organización.

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SEGUNDA PARTE

¿Cuáles son los aspectos centrales del tema?

El cristianismo y la tecnología
del texto escrito

CAPÍTULO 2

El cristianismo primitivo mostró gran interés por los libros de las Escrituras judías, aunque pronto comenzó a producir sus propios escritos. 2 Tim 4,13 menciona el uso paulino de libros en el transcurso de su ministerio y pide a Timoteo que le traiga los «rollos, especialmente los pergaminos». En efecto, el cristianismo se distinguió de las religiones circundantes del mundo grecorromano por su prolífica producción literaria y su compromiso con un corpus normativo de Escrituras como fundamento de la fe y la praxis. Al igual que su matriz judía, se caracterizó por la elaboración y el uso de libros, es decir, por una viva «cultura textual». Por tanto, cualquier estudio de sus orígenes debe valorar la importancia del soporte material del libro cristiano, su producción, publicación y difusión. Ya que la formación del Nuevo Testamento se plasmó en textos materiales, es de obligado cumplimiento dedicar un breve capítulo a los elementos distintivos de los libros cristianos. No obstante, la colección «¿Qué se sabe de...?» dedicará un número monográfico a los testimonios materiales del cristianismo primitivo.

1. La producción de textos:
formato, material y características


El «Nuevo Testamento» constituye un conjunto de escritos compuestos por diversas plumas, pero su origen no se concibió como se escriben en la actualidad obras en colaboración o coordinación, en las que se pergeña un proyecto con diversos temas, que son investigados por un grupo de colaboradores y cuyos resultados se reúnen para ser publicados conjuntamente tras ser revisados por un editor con el objeto de otorgarles una cierta armonía. Por el contrario, cada documento neotestamentario es una creación literaria independiente (a excepción de Lc-Hch) y de forma progresiva se fueron recopilando en colecciones menores hasta llegar a un corpus de veintisiete escritos. No sorprende, pues, que este haya sido visto como una biblioteca en la que se han almacenado y ordenado una serie de textos provenientes de diferentes autores, quienes nunca imaginaron que sus obras acabarían recopiladas en el magnum opus, que ha marcado de forma significativa la cultura occidental. No obstante, el NT completo, en un documento único, fue rara avis durante los tres primeros siglos.

Los escritos del NT se han conservado, casi sin excepción, en el formato de manuscrito denominado «códice». Sin embargo, en el mundo grecorromano y judío, el rollo o rótulo constituía la forma usual del libro (Lc 4,17), confeccionado con hojas de papiro o pergamino pegadas unas a otras sucesivamente, configurando una tira larga que se enrollaba y en la que se escribía el texto en columnas. Por su parte, el códice, en su formato más simple, se elaboraba tomando hojas de papiro o pergamino, que se plegaban por la mitad y encuadernaban en el pliegue central, creando así un cuadernillo. Una versión más sofisticada consistía en reunir y coser varios cuadernillos hasta constituir el códice múltiple, lo que permitía escribir obras más extensas.

Los cristianos no solo mostraron una preferencia mayoritaria por el códice en un período muy temprano de su historia, sino que favorecieron el códice de forma particular para los escritos que consideraron Escritura. Esta pronta y generalizada predilección se debió a sus ventajas prácticas (manejabilidad a la hora de consultar, conveniencia para su transporte, comodidad, tamaño), a razones socioeconómicas en el coste de producción, pero especialmente por su vinculación con la configuración temprana del canon del NT, ya que permitía compilar los cuatro evangelios (T. C. Skeat 2004) o las epístolas paulinas (H. Y. Gamble, 1995) en un solo volumen. La posibilidad de que todo el NT se encontrara en un solo códice, e incluso con el AT, tuvo lugar con la adopción del pergamino en lugar del papiro, cuya calidad, suficientemente fina, permitía reducir el peso y el grosor del códice. Por consiguiente, este tipo de códice facilitó el camino para establecer una colección de escritos «canónicos»: la colección cerrada de libros pudo ser más fácilmente controlada cuando el códice se convirtió en el soporte material para reunir composiciones originalmente independientes.

Los primeros papiros cristianos (siglos II-III d.C.) no se caracterizaron por la caligrafía ni por ciertos rasgos formales diferentes a los que se empleaban en libros bíblicos judíos o en textos literarios grecorromanos. De forma paulatina, sin embargo, adquirieron ciertas peculiaridades, como es la caligrafía más refinada, denominada «uncial informal», o el uso de los nomina sacra, es decir, abreviaciones de ciertos nombres (p. ej. Jesús, Cristo, Kyrios y Dios) con el fin de mostrar reverencia y devoción.

Por lo que hace referencia a la lengua, todos los libros del NT fueron escritos originalmente en griego de la koiné, a saber, griego helenístico, un producto mixto resultante de la helenización de una tradición originalmente aramea, llevada a cabo por escritores bilingües familiarizados con la versión griega de la Biblia (la Septuaginta). La hipótesis de que algunos libros, o partes de ellos, fueron compuestos en arameo (Eusebio, HE III 39,16) no ha encontrado aceptación entre los estudiosos.

2. La autoría y la pseudoepigrafía de los escritos


Muchos lectores del NT asumen que los encabezamientos de los evangelios («evangelio según...») y de algunas epístolas («carta de...») señalan el verdadero autor de la obra. Sin embargo, la mayoría de estas obras, exceptuando las cartas paulinas auténticas, eran originariamente anónimas y solo tradiciones cristianas posteriores atribuyeron su autoría a los nombres que aparecen en los epígrafes actuales. Así pues, el período posapostólico se caracteriza por la producción literaria pseudoepigráfica.

Literatura atribuida a los autores:

Lucas (28%)

Pablo (23%)

Juan (21%)

Otros (28%)

El fenómeno de la pseudoepigrafía del NT, que en algunos ámbitos teológicos ha creado dificultades para conjugar la inspiración y la seudonimia de los libros sagrados, presenta complejidades en la terminología (H.-J. Klauck 1998, 302). Así, la anonimia alude a una obra de autor desconocido, tal y como sucede con los cuatro evangelios, Hechos de los Apóstoles, la carta a los Hebreos y 1 Juan. Por su parte, la seudonimia designa el fenómeno de la composición o publicación de una obra bajo un «nombre falso». El concepto de ortonimia, creado en analogía a seudonimia, denota el verdadero nombre del autor, por lo que estaría en oposición a los escritos anónimos y a los seudónimos. Todas las cartas auténticas de Pablo entrarían dentro de esta categoría. La homonimia señala el fenómeno de un escritor que tiene el mismo nombre que otra persona más famosa, lo que lleva a los lectores a atribuir, de forma errónea, el texto a la persona famosa: cuando el autor del Apocalipsis menciona su nombre, «Juan» (Ap 1,1), lo hace sin pretender identificarse con Juan, hijo del Zebedeo, como más tarde supuso la tradición. Finalmente, la deuteronimia es un neologismo acuñado en analogía a «deuteropaulino» para caracterizar la relación cercana entre maestro y alumno que los autores de Colosenses, Efesios y, tal vez, 2 Tesalonicenses tuvieron con Pablo.

Al margen de esta terminología técnica, el lector encontrará generalmente los vocablos de «seudonimia» y «pseudoepigrafía» empleados como sinónimos o con leves matices diferentes. El primero expresa la atribución de un nombre autoral ficticio a un documento realizada por el propio autor o por un copista durante la transmisión de la obra literaria. De forma similar, la «pseudoepigrafía» denota la atribución incorrecta de la autoría literaria de un escrito a la pluma de un personaje célebre del pasado con el objeto de conceder mayor crédito a su contenido, a pesar de incurrir en tergiversaciones anacrónicas.

Diversas formas de pseudoepigrafía se encuentran en la historia de la tradición oral y escrita, tanto en algunos dichos o discursos de Jesús que fueron puestos en su boca, como en escritos anónimos que se vincularon con el nombre de autoridades apostólicas en la historia de su recepción (evangelios, Heb, 1 Jn). Se habla de pseudoepigrafía literaria en los escritos joánicos, aunque no se puede excluir totalmente que las indicaciones acerca de los autores, como «el discípulo a quien Jesús amaba» (Jn 21,20.24), «el anciano» (2 Jn 1; 3 Jn 1) o «Juan de Patmos» (Ap 1,9) se refieran a personajes históricos. Mayor relevancia tiene la seudonimia imitativa de estilo, característica de algunas cartas pseudopaulinas, p. ej. 2 Tes muestra contactos formales y de contenido con 1 Tes, o Colosenses y Efesios se encuentran en estrecha continuidad con la teología paulina. La forma más patente de seudonimia aparece en las...



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