Luciani | Los animales en la Biblia | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 60 Seiten

Reihe: Cuadernos Bíblicos

Luciani Los animales en la Biblia

Cuaderno Bíblico 183
1. Auflage 2018
ISBN: 978-84-9073-439-1
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

Cuaderno Bíblico 183

E-Book, Spanisch, 60 Seiten

Reihe: Cuadernos Bíblicos

ISBN: 978-84-9073-439-1
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



La crisis ecológica que afronta la humanidad pone en cuestión nuestra visión económico-utilitarista de la naturaleza y nuestra manera de explotar sus recursos. Cuestiona también nuestra relación con los otros seres vivos y, por tanto, con los animales. Nacida bajo otros cielos y elaborada con concepciones diferentes del mundo, la Biblia no calla con respecto a este tema. Así, se impone una relectura de los relatos del Génesis -creación, diluvio, nueva creación- así como un recorrido por las leyes protectoras, las reglas alimentarias y los rituales de las ofrendas sacrificiales. En la espera del día en el que el mundo reconciliado verá al ser humano, al lobo y al cordero jugar juntos y compartir la misma comida...

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Prólogo


Nadie pondrá en duda el hecho de que, actualmente, al menos en nuestras sociedades occidentales, la cuestión del estatus, de los derechos y del «bienestar» animal se ha ido imponiendo progresivamente en la conciencia colectiva y en el debate público. La esfera mediática y quienes viven en ella se comprometen por esta causa. Una parte del mundo intelectual les sigue el paso. Para darse cuenta de su importancia basta con recorrer los pasillos de una librería e identificar las numerosas publicaciones —con títulos muy explícitos— que tratan del tema: Manifeste pour les animaux (Franz-Olivier Giesbert [dir.], 2014), En defensa de los animales (Matthieu Ricard, 2015), L’Éthique animale (Jean-Baptiste Jeangéne Vilmer, 2015), Les animaux aussi ont des droits (Boris Cyrulnick, Élisabeth de Fontenay y Peter Singer, 2015), Manifiesto animalista (Corine Pelluchon, 2018), Carta abierta a los animales y a los que no se creen superiores a ellos (Frédéric Lenoir, 2018), L214. Une voix pour les animaux. Un autre monde est possible (Jean-Baptiste Del Amo, 2017), etc. O incluso mirar los videos de YouTube, realizados clandestinamente dentro de mataderos, y constatar el impacto que lo que se hace en ellos tiene en la opinión pública.

Sin entrar en cuestiones filosóficas delicadas y complejas, sobre todo la de saber qué constituye la verdadera especificidad de lo humano con relación a lo animal, resulta muy fácil comprender por qué el tema tiene tanta importancia y nos toca tan de cerca. Una primera razón es a la vez tradicional y universal: desde siempre, el hombre ha mantenido relaciones con el animal y ha percibido, más o menos confusamente y de manera diferente según las épocas y las eras culturales y geográficas, que hablar del segundo también implica decir algo del primero (véase por ejemplo las fábulas, desde Esopo hasta La Fontaine). Una segunda razón es más reciente y coyuntural: la grave crisis ecológica que afronta la humanidad pone fundamentalmente en cuestión nuestra visión económico-utilitarista del mundo y nuestra manera, a menudo irresponsable e injusta, de explotar sus recursos. Aunque no se limita a este único aspecto, esta crisis cuestiona también directamente nuestra relación con los demás seres vivos en la «casa común» y, por consiguiente, con los animales: elección de un régimen alimentario, métodos de crianza (a menudo, más bien, «de producción» masiva e industrial) y de sacrificio (algunos dirían de «asesinato» y otros llegarían a hablar incluso de ¡«holocausto de los animales» o de la «Treblinka eterna»!), riesgo de extinción de numerosas especies y rápida disminución de la biodiversidad, etc.

En el debate podrían intervenir también muchos otros motivos —por ejemplo, la urbanización creciente de nuestras sociedades y la modificación consiguiente en términos de distanciamiento y disociación de nuestro vínculo con la naturaleza (desde 2006, más de la mitad de la población mundial vive en ciudades)—, pero, en todo caso, en este estadio preliminar de la reflexión podemos hacer ya tres sencillas observaciones (véase recuadro «Humanos y animales»):

  1. Desde el animal-máquina de Descartes al «antiespecismo» (negación de la superioridad de la especie humana sobre las especies animales), que caracteriza a la mayoría de los adeptos al veganismo (o vegetarianismo integral) pasando por la visión utilitarista de un Spinoza, el modo de concebir y, por consiguiente, de vivir las relaciones entre el hombre y el animal han sido múltiples y variadas.
  2. Entre el animal de compañía, «consumidor» y alter ego al que se acaba idolatrando 1, y el animal «de consumo» a quien se sacrifica antes de comerlo, nuestra sociedad parece debatirse entre imperativos aparentemente contradictorios o, peor, esquizoides.
  3. Si es verdad que un comportamiento cruel con los animales raramente delata una gran compasión por los humanos, cabe constatar —a la inversa— que, en contra de lo podría esperarse, una mejor consideración de la «causa animal» no se ve acompañada siempre con una mayor sensibilidad por la defensa de los derechos humanos.

En todo caso, es evidente que nuestra manera de ver a los animales —suponiendo, por otra parte, que sea razonable globalizar esta categoría (nuestros afectos por la pulga y el perro que parasita son diferentes)— y, sobre todo, nuestra manera de situarnos con respecto a ellos, están muy distanciadas de las de los tiempos antiguos. Para el Israel bíblico, como para las demás civilizaciones rurales antiguas, puede hablarse a la vez de cercanía y de distancia: por un lado, el pastor, cercano a la naturaleza, vive en simbiosis con su ganado que es su sustento; por otro, los animales salvajes o los que perjudican a las culturas constituyen amenazas contra las que debe protegerse el hombre. En todo caso, la relación con el animal se nutre de una cierta forma de respeto, de conocimiento recíproco (Jn 10,27: «Mis ovejas conocen mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen») y de equilibrio que debe conocerse y preservarse. Además, antes de ser una cuestión teórica, esta relación adquiere siempre un aspecto pragmático e incluso vital: la vida física, el bienestar material del hombre e incluso su vínculo con la divinidad (a través del culto) dependen de ello.

En estas condiciones, ¿tiene aún algo que decirnos la fuente bíblica? ¿No está, al contrario (como algunos sostienen), en el origen de la visión utilitarista ampliamente rechazada actualmente? ¿Se reducen los textos fundacionales a lo que ha querido hacer de ellos una cierta tradición judeo-cristiana o una lectura renovada podría permitirnos comprender las intuiciones de un Francisco de Asís, de un Serafín de Sarov o incluso, más cercano a nosotros, de un Albert Schweitzer, el médico de Lambaréné, premio Nobel de la Paz en 1952 (sobre la cuestión animal, véanse especialmente sus dos obras: La civilización y la ética, 1962; Mi vida y mi pensamiento, 1966)? Nuestra investigación no pretende responder a todas las preguntas planteadas anteriormente, pero sí quisiera mostrar al menos el interés de releer la Biblia para enriquecer e inspirar nuestra reflexión y —quién sabe, recuperar así una relación más adecuada con el mundo creado (animales incluidos)— para cambiar algunas de nuestras prácticas.

Humanos y animales


1. El animal-máquina
(Descartes, Discurso del método, 1637)


«[...] aquellos que, sabiendo cuántos autómatas o máquinas semovientes puede construir la industria humana, sin emplear sino poquísimas piezas, en comparación de la gran muchedumbre de huesos, músculos, nervios, arterias, venas y demás partes que hay en el cuerpo de un animal, consideren este cuerpo como una máquina que, por ser hecha de manos de Dios, está incomparablemente mejor ordenada y posee movimientos más admirables que ninguna otra de las que puedan inventar los hombres [...]. Ahora bien, por esos dos medios puede conocerse también la diferencia que hay entre los hombres y las bestias, pues es cosa muy de notar que no hay hombre, por estúpido y embobado que esté, sin exceptuar los locos, que no sea capaz de arreglar un conjunto de varias palabras y componer un discurso que dé a entender sus pensamientos; y, por el contrario, no hay animal, por perfecto y felizmente dotado que sea, que pueda hacer otro tanto. Lo cual no sucede porque a los animales les falten órganos, pues vemos que las urracas y los loros pueden proferir, como nosotros, palabras, y, sin embargo, no pueden, como nosotros, hablar, es decir, dar fe de que piensan lo que dicen; en cambio los hombres que, habiendo nacido sordos y mudos, están privados de los órganos, que a los otros sirven para hablar, suelen inventar por sí mismos unos signos, por donde se declaran a los que, viviendo con ellos, han conseguido aprender su lengua. Y esto no sólo prueba que las bestias tienen menos razón que los hombres, sino que no tienen ninguna».

2. Acusación contra la moral judeo-cristiana (Arthur Schopenhauer, Fundamento de la moral, Fráncfort 1841)


«La pretendida carencia de derechos de los animales, el prejuicio de que nuestra conducta con ellos no tiene importancia moral, de que, como se suele decir, no hay deberes para con los irracionales, todo esto es ciertamente una grosería que repugna, una barbarie de Occidente, que tiene su origen en el judaísmo. [...] El hecho de que la moral del cristianismo no tenga en consideración a los animales es un defecto que más vale admitir que perpetuar».

3. Los animales ¿mejor tratados que ciertos hombres? (art. 1 de la ley del 24 de noviembre de 1933 sobre la protección de los animales, gobierno alemán del Reich)


«En el nuevo Reich no se permitirá en absoluto ser crueles con los animales, porque puede considerarse, con toda razón, que la legislación sobre la protección de los animales es un criterio revelador del nivel cultural de un país [...] la evolución natural de la cultura de un pueblo exige que una parte cada vez mayor de la población juzgue las brutalidades cometidas contra seres sensibles como una ofensa al sentido moral [...]. El pueblo alemán tiene desde siempre un gran amor a los animales y ha sido siempre consciente de las obligaciones éticas que tenemos con ellos. Sin embargo, solo gracias a la dirección nacional-socialista, el anhelo, compartido por amplios círculos, de una mejora de las disposiciones jurídicas para la protección de los animales se...



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