E-Book, Spanisch, 360 Seiten
Reihe: Gran Angular
Lozano Garbala Valkiria: Game Over
1. Auflage 2018
ISBN: 978-84-675-9628-1
Verlag: Ediciones SM España
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, 360 Seiten
Reihe: Gran Angular
ISBN: 978-84-675-9628-1
Verlag: Ediciones SM España
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David Lozano nació en Zaragoza en 1974. Es licenciado en Derecho y tiene estudios de Filología Hispánica. Durante un tiempo ejerció como abogado, aunque dejó el mundo de las Leyes a un lado para ser profesor de bachiller en su ciudad natal y escritor. También posee un Master de Comunicación por la Universidad Miguel Hernández. Ha participado como actor en diversos cortometrajes y colabora con la cadena de televisión ZTV: durante dos años dirigió y presentó el programa Depredadores, y después se hizo cargo del programa divulgativo En pocas palabras. 'Soy nervioso, impaciente para todo. Suelo implicarme en muchos proyectos, ya que estoy convencido de que hay que vivir con intensidad aunque, eso sí, paladeando cada momento. Desde muy pequeño me ha apasionado contar historias. Me encanta conocer gente, cuanto más distinta mejor, y ambientes diferentes al mío', ha declarado el escritor. Entre sus gustos, están el cine de terror, el humor negro, el género fantástico, la naturaleza, el teatro...
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–El concierto ha terminado.
Unai acaba de interpretar con su violín una melodía suave. Todavía con el instrumento apoyado en el hombro, contempla el arco que sostiene su mano derecha. Le gusta improvisar, descubrir, dejarse llevar por la intuición. Cada movimiento despierta nuevas notas, construye un verso distinto en su mente. El violín forma parte de su vida, una pasión que comparte con uno de sus personajes literarios favoritos, Sherlock Holmes.
–Ha sido genial –Vega le estampa un beso rápido en unos labios que conoce bien. Los dos están sentados sobre la cama–. Hoy estás especialmente guapo, además. Me va a costar mucho irme a mi habitación esta noche.
Tampoco le apetece dormir sola. Una reciente tragedia en la universidad la ha afectado mucho, y lo último que quiere ahora es enfrentarse a su habitación vacía. Bastante soledad se respira ya esos días.
–Conoces las normas de la residencia –Unai deposita con delicadeza el instrumento en su estuche–. No me obligues a ser un chico malo.
Ha soltado una risilla maliciosa. Su tono, demasiado débil, indica que tampoco le parece tan mal cometer esa infracción.
–Ya las estoy incumpliendo. ¿Te has fijado en qué hora es?
Unai asiente con la mirada dirigida hacia la noche, que se distingue más allá de la ventana del dormitorio. Se ha hecho muy tarde, el campus duerme.
–Así que hoy estoy muy bueno... –repite, instándola a continuar con el cumplido.
Sus pupilas vuelven a centrarse en ella, quiere jugar. Vega se reacomoda sobre el colchón. Sus hombros y sus piernas se rozan.
–Tampoco te lo creas tanto.
–Pero lo has dicho con asombro. ¿Eso quiere decir que normalmente no te lo parezco?
Llevan cuatro meses saliendo. Se conocieron el primer día del nuevo curso en la universidad –ella estudia segundo de Filología; él, segundo de Arquitectura–, aunque por entonces Vega todavía estaba con Rubén, un carismático alumno de tercero en la facultad de Derecho. Los tres se llevan bien ahora, aunque en un principio resultó incómodo compartir espacios y compañías. La ruptura no tuvo nada que ver con la aparición de Unai, como siempre le recuerda ella; la relación ya estaba herida para cuando empezaron a sentirse atraídos el uno por el otro.
Vega contempla a su novio con una sonrisa: Unai Bengoa es delgado, de estatura media. Aunque ella prefiere los chicos altos –como Rubén–, su chico ofrece a cambio unas facciones suaves que atrajeron su atención desde el primer momento: ojos de un gris lánguido tras sus gafas de pasta oscura que le dan un aire intelectual, el cabello largo sorprendentemente rubio y una piel fina, muy blanca, con un leve asomo de barba, que permite adivinar el contorno de sus pómulos. Es una piel que contrasta con esos labios gruesos que Vega no se cansaría nunca de besar.
–Venga, sonríe –le pide ella de repente.
Unai obedece mostrando la blancura de sus dientes.
–¿Por qué?
–Cuando sonríes se te cierran mucho los ojos, pareces oriental. Todavía estás más guapo.
Vega le aparta los mechones de pelo que le caen sobre los ojos y vuelve a besarlo, esta vez en el cuello. Sabe que es una zona muy sensible de Unai. Nota cómo al chico se le eriza la piel.
–¡Oye, que Compu puede aparecer en cualquier momento!
Vega descarta esa posibilidad con un gesto.
–Esta noche no vendrá: me ha dicho que tiene examen mañana.
Compu, que en realidad se llama Sergio Villar, es uno de los mejores amigos de ambos. Vega lo conoce desde el colegio, aunque ahora estudian carreras distintas.
–Es verdad –coincide él–. Si no ha llamado a la puerta a las once en punto, nuestra hora tradicional para la reuniones nocturnas, es que no viene.
–Entonces...
Vega sonríe con malicia. Comienza la siguiente maniobra de aproximación, pero cuando está a punto de volver a juntar su boca con la de él, suenan unos rítmicos golpes en la puerta, sello inconfundible de los nudillos de Compu. Ella y Unai separan sus rostros justo a tiempo, aunque por la mueca molesta que adopta el recién llegado, es obvio que se ha percatado de lo que interrumpe con su llegada. La posibilidad de pillarlos en plena faena no le hace ninguna gracia y tampoco lo disimula. Solo le falta gruñir.
–Hola, chicos –saluda, fingiendo que no se ha dado cuenta de nada–. Lamento este imperdonable retraso.
Por el tono tranquilo que emplea, Compu no tiene intención de retirarse para dejarles algo de intimidad.
–¿Pero no me habías dicho que tenías que estudiar? –pregunta Vega.
Compu suspira.
–Me ha dado por pensar en lo de Marta –responde–. Así no hay manera. No me quito de la cabeza su muerte.
Unai, que se ha quedado aguardando el roce de los labios de su chica, asiente.
–Es un asunto feo.
Vega observa a Compu –alto, moreno y tan flaco que parece que se le vayan a descoyuntar los huesos cuando gesticula–, que se acaba de sentar en la única silla de la habitación. Se alojan en la misma residencia, tal como acordaron incluso antes de terminar el bachillerato. El apodo de Compu viene de «compulsivo», pues se trata de un chico extremadamente riguroso con el orden y la puntualidad. Jamás improvisa. En su habitación, siempre impecable (la ropa de cama sin una arruga, las zapatillas alineadas en el suelo, los libros bien colocados en las estanterías), no hay un solo elemento que no ocupe su lugar, y nunca, bajo ningún concepto, incumple sus planificaciones. Estudiante de Derecho, es fiel a sus amistades y a sus aficiones: la lectura, los vídeos de algunos youtubers y el dibujo hiperrealista. En poco tiempo, Compu se ha hecho buen amigo de Unai, a quien conoció a través de Vega.
–¿No os parece mal que la rutina en el campus se haya reanudado tan pronto?
La memoria de los tres recupera la imagen de Marta, una alumna de primer curso en la facultad de Farmacia de esa universidad, víctima mortal de un accidente dos días atrás.
Unai comienza a limpiar sus gafas de pasta con un pañuelo de papel que ha cogido de la mesilla.
–Todo sigue igual que siempre –confirma Compu–, cuarenta y ocho horas después de que una estudiante se haya tirado por la ventana de su habitación. Nada se detiene, ¿no? La universidad está de luto, pero todo continúa como si nada.
–Yo tampoco lo entiendo –añade Vega.
–Marta es un número más en un campus de catorce mil alumnos –explica Unai–. Salvo ella, los demás hemos de seguir y eso es lo que cuenta, por duro que suene. La maquinaria universitaria no se detiene por la muerte de una alumna.
Unai, el hombre práctico. Vega admira su capacidad para sintetizarlo todo, para procesar la realidad de un solo vistazo y extraer sus conclusiones. Unai asimila la esencia de las cosas desprendiéndose de lo superfluo y obtiene, a cambio, un diagnóstico razonablemente fiable que le permite acertar en sus estrategias. Es realista y rentabiliza su tiempo y sus preocupaciones. Como él mismo suele decir, no malgasta sus energías en inquietudes inútiles. Aunque también sabe ser, cuando la situación lo requiere, atento y considerado, algo poco habitual en chicos de su edad.
A Vega le fascina ese pack... y lo bien «envuelto» que está en su cuerpo tan proporcionado.
–Aun así, no debería importarnos tan poco lo que ha sucedido –se queja ella–. ¡Ha muerto una compañera!
Unai le acaricia una mejilla.
–Siempre tan sensible, Vega. No serías tú si no estuviéramos manteniendo esta conversación.
–Eso no me consuela.
–Pero es lo que hay. Va todo tan rápido que no hay tiempo para la compasión, supongo. La muerte de Marta impresiona, como la de cualquier persona joven. Pero su presencia en esta universidad es... historia. Siento ser tan franco.
Vega menea la cabeza, se niega a aceptar esas palabras que la deprimen.
–Qué poco cuesta desaparecer de la vida de los demás, ¿no?
–Creo que Rubén tuvo algo con ella no hace mucho –comenta Compu–. Quizá por eso ha estado muy raro desde que se supo la noticia.
¿Rubén con Marta? Vega ignoraba ese dato tan íntimo, aunque no le sorprende que él se lo haya ocultado. La comunicación con un ex requiere cierta consideración. Ella no habría querido saber algo así, desde luego. Estar poco informada sobre las andanzas sentimentales de alguien con quien has mantenido una relación es lo más saludable.
–Eso explica que no se le haya visto el pelo últimamente –añade Compu con indiferencia –. ¿Tú has coincidido con él estos días?
Se ha dirigido a Unai, que responde al momento:
–Muy poco. A lo mejor está de exámenes, como tú. No conozco el calendario de los de tercero de Derecho. Pero, vamos, a Rubén sí ha debido de afectarle la muerte de Marta: lo noté serio y tenía mala cara.
Vega asiente.
–Tal vez no se...