E-Book, Spanisch, 608 Seiten
Reihe: Biblioteca Herder
Lohfink Jesús de Nazaret
1. Auflage 2013
ISBN: 978-84-254-3108-1
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
Qué quiso, quién fue
E-Book, Spanisch, 608 Seiten
Reihe: Biblioteca Herder
ISBN: 978-84-254-3108-1
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
¿Quién fue realmente Jesús? ¿Un profeta? ¿Un sanador? ¿Un revolucionario radical? ¿Un personaje carismático con dones extraordinarios? Se han escrito innumerables libros sobre su figura, pero nunca llegamos a un punto final y cada época debe salir de nuevo a su encuentro. Gerhard Lohfink muestra cómo con el método puramente histórico podemos acercarnos a Jesús sin que surja un abismo insalvable con la visión que de él tienen los creyentes. ¿Era una utopía el reino de Dios que proclamó? Según el autor, no. Por un lado, la utopía consiste casi siempre en un sistema total, cerrado, que exige que el mundo anterior sea demolido. En Jesús, en cambio, se mantienen las tensiones de la realidad: entre el Estado y el pueblo de Dios; entre el individuo y la comunidad; entre el ya del reino de Dios y su todavía no, y entre dicho reino como puro don y la posibilidad de que el hombre lo busque en libertad. Por otro lado, su mensaje dio lugar al surgimiento de nuevas comunidades en toda la cuenca mediterránea, y lo iniciado en las mismas sigue vivo y continúa transformando el mundo, a pesar de todas sus debilidades, de toda su miseria y de sus constantes equivocaciones. La praxis de este reino es más radical que todas las utopías. Es más sobria y más crítica, así como la única esperanza para las heridas y enfermedades de nuestro planeta. El autor espera que este libro ayude a acercarse al verdadero Jesús con actitud crítica y diferenciada, pero, al mismo tiempo, abierta y plena de confianza.
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EL LLAMADO JESÚS HISTÓRICO * ¿Por qué aparecen casi todos los años nuevos libros sobre el Jesús histórico? ¿Por qué los cristianos no se conforman sencillamente con los evangelios? Este afán debe estar relacionado con la avidez del hombre occidental por conocer los «hechos». Quiere saber qué ocurrió realmente. Quiere arrojar luz sobre el pasado hasta en sus últimos detalles. Hace cola para entrar en una exposición que le muestra el mundo de los faraones, de los celtas, de las cortes medievales, y solo cuando por fin entra en las salas de exposiciones, cree que ha llegado hasta los orígenes: ve inmediatamente documentados el tiempo y los hombres a los que se dedica la exposición. De igual manera busca también en los evangelios acceso a Jesús. Pero los evangelios se muestran sordos a este afán de conocimientos. Guardan silencio sobre numerosos detalles de la vida de Jesús que habrían interesado precisamente al hombre devorado por la curiosidad sobre los hechos de su existencia. Y así, hecha mano al último libro publicado sobre Jesús... Pero debe añadirse además un nuevo aspecto: desde la Ilustración europea, los evangelios han sido diseccionados como ningún otro texto de la literatura universal. Lo que cuentan es para los ilustrados una magnificación dogmática. La imagen verdadera de Jesús habría sido destacada con colores cada vez más gloriosos y sus perfiles habrían sido elevados hasta lo divino. Habría, pues, que eliminar las numerosas capas de pintura añadidas para despejar finalmente al Jesús verdadero, que se nos mostraría con sus auténticos contornos y colores. También, pues, aquí —y muy especialmente aquí—, la avidez por los hechos. ¿Qué podemos saber realmente de Jesús? ¿Quién fue el Jesús «histórico»? ¿Hasta qué punto resulta posible reconstruir su vida? ¿De las pretensiones que narran los evangelios, cuáles son auténticas? ¿Cuáles fueron sus «propísimas palabras», sus «mismísimos hechos»? ¿Proclamaban Jesús y los apóstoles el mismo mensaje o después de Pascua el mensaje de Jesús sobre Dios se convirtió en un mensaje de los apóstoles sobre Jesús? En sí mismo, sería absolutamente normal que el afán por los hechos que se ha apoderado de los hombres occidentales desde los presocráticos y los primeros historiadores griegos alcance también a Jesús. Habría incluso que decir que esta avidez estaría justificada precisamente en el caso de Jesús. Si es cierto que en Jesús la palabra eterna de Dios se ha hecho carne, es decir, ha penetrado radicalmente en la historia, entonces Jesús debe estar abierto a todas las técnicas de la investigación histórica. Debería ser incluso objeto de la historiografía. Debería ser lícito analizar y dilucidar todos los textos acerca de él, determinar su género y cultivar con ellos la historia de la tradición. Es verdad, por otra parte, que al hambre justificada por la reconstrucción histórica se le ha unido desde hace largo tiempo una crítica radical a los evangelios que intenta encontrar al verdadero Jesús no con los evangelios, sino contra ellos. Es precisamente en este contexto donde se habla una y otra vez de las capas de pintura y de las magnificaciones de la persona de Jesús a cargo de la tradición protocristiana. Pero aquí se confunden dos cosas: lo que los críticos de los evangelios califican de acentuaciones o magnificaciones dogmáticas no son sino «interpretaciones» de Jesús. E interpretación no es lo mismo que acentuación o magnificación. Son muchos los cristianos que se revelan, y con razón, contra palabras tales como acentuación, retoque, añadidos, mitologización, divinización. Pero no deberían oponerse a la palabra «interpretación». Los evangelios no pueden, en efecto, considerarse como simple recopilación de «hechos» sobre Jesús. No son una compilación de documentos de un archivo sobre Jesús de la primitiva comunidad de Jerusalén. Los autores de los evangelios disponían, por supuesto, de múltiples tradiciones sobre Jesús. Pero estas tradiciones les sirven para interpretar a Jesús. Interpretan sus palabras, interpretan sus obras, interpretan su vida entera. Interpretan a Jesús en cada línea, en cada frase. ¿Es lícito pasar por la criba de la crítica textos que son de principio a fin una interpretación, con la esperanza de que al final queden retenidos los «hechos»? ¿Es lícito —como hace el lavador de oro con su batea—echar fuera la inútil arena de las interpretaciones, para conservar únicamente el oro pesado de los hechos? ¿Es lícito extraer capas de relatos totalmente volcados en la interpretación, para llegar hasta lo «originario»? ¿Se llegaría al final, tras la eliminación de todas las capas secundarias, a los hechos puros? Hay una sencilla pregunta que desenmascara de hecho el carácter problemático de esta técnica interpretativa: ¿Dónde se encuentra, en definitiva, la verdad? ¿En los hechos o en su interpretación? O por seguir la imagen del lavador de oro: ¿qué es el oro, los hechos o su correcta interpretación?1 HECHO E INTERPRETACIÓN ¿Qué es en realidad un «hecho»? Se trata de una palabra utilizada las más de las veces con total confianza. No se la analiza con minuciosidad. Se la emplea como si fuera algo evidente. Pero las cosas no son tan simples en lo que respecta a los llamados hechos. El mundo está, por supuesto, lleno de hechos y a menudo puede hablarse de ellos como de realidades que se entienden por sí mismas. Si en algún lugar, por ejemplo, se ha producido un terremoto, puede hablarse perfectamente de un hecho. Pero incluso al fondo de este hecho subyace una interpretación. Es cierto que el terremoto ha sido detectado por los sismógrafos, su intensidad ha sido medida con la ayuda de la escala Richter y los observatorios han comparado los valores registrados. Pero los geofísicos investigan de qué clase de terremoto se trata. Distinguen entre «terremotos por derrumbamiento» (de espacios subterráneos vacíos), «terremotos eruptivos» (relacionados con erupciones volcánicas) y finalmente «temblores» o «sacudidas tectónicas» (desplazamientos dentro de la capa terrestre). El «hecho» de un terremoto es, pues, una cosa bastante clara. Se lo puede describir en términos inequívocos. Y, sin embargo, estas mismas descripciones contienen una medida colmada de interpretación. Podríamos admitir: de una correcta interpretación. Pero no todos los hechos se sitúan en este nivel. ¿Qué quiere decirse cuando se habla en política de algo así como un «terremoto»? ¿Cuando se produce, por ejemplo, una convulsión social o llega hasta la opinión pública un escándalo político? ¿Cuando un político es derribado, y nadie quiere verse en semejante trance? ¿Qué es aquí un hecho? ¿Qué aconteció realmente y qué cosas fueron solo maniobras de distracción escenificadas para la opinión pública? ¿Qué fue simple creación de opinión y qué deliberada desinformación? Los acontecimientos políticos requieren interpretación, una interpretación mucho más acentuada que en el caso de los acontecimientos puramente físicos. Deben investigarse con minuciosidad, analizarse e interpretarse lo que sucedió realmente. La elaboración de los procesos está aquí siempre asociada a la interpretación. Y por encima y más allá de todas estas dificultades, se plantea todavía finalmente la pregunta: ¿Quién tiene la prerrogativa de la interpretación? ¿Qué interpretación acabará por imponerse finalmente? De ahí la pregunta: ¿se da un nivel en el que los auténticos actores, hombres con sus deseos, sus intereses y sus pasiones, sean hechos puros? ¿No está aquí todo hecho que surge sumergido ya de antemano en la interpretación, más aún, cabalmente impregnado de interpretación? Es evidente que Jesús ha sido interpretado, desde el primer instante de su actuación, de maneras absolutamente dispares. Hubo la interpretación, al principio tentativa pero en todo caso creyente, de los que lo siguieron, que desembocó al final en la confesión: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). Y hubo la interpretación, en múltiples aspectos desvalida, de los que no lo siguieron, pero fueron tras él, muchos de los cuales admitían claramente que era el Bautista que había regresado o uno de los antiguos profetas (Mt 16,14). Y hubo, en fin, la airada reacción de sus adversarios, que estaban convencidos de que expulsaba a los demonios con la ayuda del jefe de los demonios (Mc 3,22). Interpretaciones, pues, desde el principio. ¿Cuál era la verdadera? Es requisito ineludible analizar con mayor detenimiento, al comienzo de este libro, la relación «hecho-interpretación». LA LLAMADA NOTICIA Comencemos con una pregunta al parecer sumamente sencilla: ¿qué pasa exactamente con los hechos que los medios de comunicación nos transmiten? Quien, desde joven, comenzó a leer con seriedad los periódicos o a informarse a través de emisoras de noticias, vive a veces todavía en la creencia de que las noticias diarias recogen la totalidad de lo que acontece en el mundo. Tal vez está todavía incluso instalado en la ingenua inocencia de Graf Bobby, de quien se cuenta que cierto día exclamó lleno de sorpresa: «¡Qué suerte! En el mundo pasan cada día tantas cosas como las que justo caben en un periódico». Pero un día se despierta de esa ingenuidad infantil que cree que los acontecimientos mundiales quedan adecuadamente contenidos en las noticias diarias. De alguna manera todo lector crítico de los periódicos, todo oyente de la radio, todo...