Liffner | Lacrimosa | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 300 Seiten

Reihe: Letras Nórdicas

Liffner Lacrimosa

(La rosa silvestre)
1. Auflage 2017
ISBN: 978-84-17281-42-7
Verlag: Nórdica Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

(La rosa silvestre)

E-Book, Spanisch, 300 Seiten

Reihe: Letras Nórdicas

ISBN: 978-84-17281-42-7
Verlag: Nórdica Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



Una preciosa novela sobre la búsqueda de la identidad sexual y el papel que juega la educación en la conformación de la persona. De detrás de las rosas silvestres de los establos se arrastra una persona muy peculiar y Carl Jonas Love Almqvist, pensador y autor sueco radical, se encarga de su educación. Llamará al niño Ros (Rosa) y le formará en el espíritu de Rousseau, fuera del marco de la sociedad. Volvemos al espíritu de principios del siglo XIX: un tiempo de sentido y sensibilidad, donde el mundo está lleno de fábricas, y donde los movimientos y sueños sobre la libertad se ganan y se pierden entre el humo de los barcos de vapor. La ambientación nos lleva a las húmedas calles de Estocolmo. Lacrimosa es una novela estéticamente sofisticada sobre las lágrimas y el amor, con arsénico y un misterio a la espera de ser resuelto.

Autor Eva-Marie Liffner (Gotemburgo, 1957). Novelista y periodista sueca. Se ha hecho un hueco en la literatura escandinava contemporánea gracias a sus obras, de gran calidad literaria y con una atmósfera particular, en las que la ficción histórica y el misterio se combinan para producir una escritura a la vez seductora y apasionante. Estimulada por una fascinación profunda y genuina hacia los tiempos pasados, Eva-Marie Liffner tiene un raro talento para evocar el estado de ánimo de una época concreta. Su trabajo ha impresionado a los críticos de la literatura de ficción y la novela negra, y ha recibido premios en ambos géneros. Entre sus obras destacan Camera, ganadora del premio Swedish Academy of Crime Writers y Lacrimosa, de próxima aparición en esta misma colección, que fue nominada al Premio de Literatura del Consejo Nórdico.
Liffner Lacrimosa jetzt bestellen!

Weitere Infos & Material


Odi et amo — En el golfo de Finlandia

Cuando Lysander se ha ido, abro las ventanas, doy paso a la luz de Liguria. Y se esfuma la sensación de temor viciado y de vana nostalgia que el hombre traía consigo. No, él no es yo. Ni ahora, ni entonces. El sol me caldea la cara, las ventanas crujen secamente al amor de una brisa imperceptible. Meto la mano en los fondos de la chaqueta. El manuscrito sigue siendo delgado, toda la historia me cabe en el bolsillo, la verdad. Saco el legajo manchado de tinta, antes cierro la puerta para que no me vea Sofia, saco lentes, tintero y pluma. ¡Es hora de trabajar!

*

Ignoro en qué dependencias nací. Mi primer llanto pudo oírse en un cobertizo o en una buhardilla, tanto da, lo que es cierto es que nunca conocí a mi madre. No recuerdo ni la voz ni la sensación de que me mecieran, ningún olor ni caricia femenina he conservado, a pesar de que seguramente tenía ya varios meses cuando me abandonó; al borde del camino, si he de creer lo que me han contado. Una sombra, eso es ella. No, mis primeros recuerdos son de Långa Längan, la finca de Fagervik, en Finlandia, y son los sonidos de pezuñas raspando y de perros ladrando, gruñidos y relinchos que constituyen mis evocaciones primeras. El rumor de la paja que pincha, arañas que tejen la red encima de mi cara, la brisa marina que silba lamiendo las piedras de las fachadas, todo eso recuerdo.

Långa Längan era el nombre de los establos del capitán de caballería Hisinger. Había allí alojados cinco media sangres, así como una jauría de espléndidos cazadores ingleses, amén de dos mozos, padre e hijo, que siempre vigilaban desde el altillo para alejar de tan preciados animales a piratas y otros maleantes. Mi pobre madre me dejaba en la puerta de las caballerizas, y sobreviví como por un golpe de suerte o quizá gracias a los mozos Simon y el joven Matti, que se ocupaban de mí a su pesar. Cariño no me daban, pero sí comida y cierto cuidado inconsciente, más o menos como nos ocupamos de un gato callejero sólo porque, de repente, aparece a nuestro lado.

Långa Längan se encontraba a orillas del golfo de Finlandia, como una fortaleza marina de antaño. A un trecho no muy largo de la casa señorial, pero todo un mundo y cinco edades difíciles separaban los dos edificios.

La finca estaba pintada en colores claros con tallas delicadas y contraventanas, mientras que el cuerpo principal de las caballerizas se veía armado de verdaderos mazacotes de color gris, el techo levantado de madera, hoy tan vieja y deteriorada que podían haberlo sustentado sobre sus espaldas el hechicero Lemminkäinen y la buena de Vasilisa, y las ventanas estaban torcidas como troneras.

Al hilo de las paredes de las caballerizas se erguían frondosos arbustos de rosa silvestre tan crecidos que ni siquiera los gatos de la finca se atrevían a adentrarse allí. En la penumbra del interior me tenían cuando empecé a ser algo mayor, bien consciente a aquellas alturas de los estrechos pasajes que los animales habían abierto entre las agujas, perfectamente conforme con la idea de observar la vida a través de aquel follaje tan espinoso. Estar allí también me permitía librarme de patadas e injurias, pues Simon y el joven Matti llegaron a verme con el tiempo más como una abominación que como un ser humano con sentimientos y corazón, y los hijos de Hisinger solían tirarme piedras en cuanto tenían la oportunidad.

Yo era una cría trocada de algún trol, ni humana ni animal, y mis únicos amigos eran los caballos y los perros de las caballerizas. Diana, la perra vieja, me dejó en más de una ocasión dormir al calor de su vientre, y los caballos, cuidadosos, evitaban pisarme cuando me ovillaba en un montón de paja. Así viví yo, como una alimaña, hasta el quinto año de vida, pues tal era mi naturaleza en aquel entonces. Era un ser salvaje, ni feliz ni desgraciado, ni bueno ni malo, ni juicioso ni necio. Me llamaban Ros.

El capitán Hisinger partía cada otoño con toda la familia y la mayoría de los sirvientes. Llenaban cofres, cubrían los muebles con un velo blanco, sellaban bien las ventanas con un paño por las tormentas del invierno, cerraban a cal y canto las puertas de Fagervik y se hacían a la mar con el barco correo surcando el golfo de Finlandia hasta un lugar que llamaban Estocolmo, para luego volver al año siguiente con las brisas de la primavera. Lo mismo año tras año.

Y precisamente una de esas pálidas primaveras, en un mes de abril que sucedió a un invierno extraordinariamente duro y cargado de nieves —corría el año de 1814, y en Europa temblaba aún el viejo poder monárquico después del apresamiento en la isla de Elba de un Napoleón desquiciado, mientras un mariscal francés se acercaba raudo al trono de Suecia, aunque de aquello no sabía yo nada de nada—, y en fin, en aquellos gélidos albores de la primavera regresó la familia con un miembro más en la servidumbre, un joven preceptor para los hijos de Hisinger.

Aquella mañana de abril llegó el maestro Almqvist a Fagervik. Louis. También fue la mañana en la que yo accedí por vez primera al mundo de los humanos. La mañana en que la rosa nació de verdad.

*

Dejo la plumilla. Me estaba temblando la mano y me irrita ver que la tinta ha salpicado todo el papel. Me levanto, cierro las contraventanas para aislarme del sol y la bruma marina del golfo. Me quedo ciego unos instantes en la penumbra. ¿Acaso puede cegarnos la oscuridad? No, es el sol el que nos ciega, unas manchas blancas danzan delante de los ojos, como las elfinas en los campos de Fagervik al amanecer. Voy nervioso de un lado a otro, me siento y enciendo el candil, subo la mecha, dejo que la cerilla se encoja y muera entre las yemas de los dedos. Y mira, ya está del todo firme la mano, pero la luz proyecta una sombra en la pared, hace que parezca un monstruo con este gorro viejo.

*

Había leído a Rousseau y traía consigo toda su obra. Carl Jonas Ludvig, llamado Love o Louis por quienes, al igual que el capitán, habían osado estudiar por su cuenta y riesgo a los enciclopedistas franceses.

Cuando Louis descendió del coche con un bolso de viaje y la pila de libros sujetos con una correa por bagaje, fue como si el tiempo contuviera la respiración. El sol tacaño de la primavera pareció al punto más claro, y su calidez derritió la escarcha que cubría la hierba. Un joven de melena no muy larga y unos ojos relucientes, ataviado con una preciosa camisa blanca de encaje, amén de pantalones y una levita azul que había visto, sin duda, tiempos mejores. Calzaba unos zapatos finos apropiados para la ciudad, y el barro de la finca los cubrió enseguida. Yo me acerqué a escondidas tanto como pude y sólo me escabullí a toda prisa cuando la mirada ávida del joven escrutó las caballerizas.

—Un edificio imponente —le dijo a Hisinger—. ¿Antiguo? ¿De los tiempos de érase una vez, quizá?

Tenía una voz tan cálida y agradable que me movió a acercarme más todavía, más o menos igual que un silbido suave puede atraer a un perro. En ese momento salió como pudo el capitán de la penumbra del coche, con la cara, por lo general severa, animada por un rubor insólito.

—Ah, vaya si es antiguo, sí, pero espere y verá la casa —dijo—. ¡Ése sí que es un edificio encantador! Aunque las caballerizas nos desvían el viento marino… es menester reconocerlo.

Dicho esto apareció veloz el otro coche, tan rápido que salpicaba al paso de las ruedas, y al momento todo eran voces y la prisa por descargar, y cofres que llevaban de aquí para allá.

Yo lo veía todo desde cierta distancia, siempre acechando al joven de la levita azul comida de pulgas. Al final, una extraña nostalgia se apoderó de mi joven juicio y puse rumbo a la explanada, gateando a cuatro patas, tal y como había aprendido. Louis se encontraba en medio de sirvientes, niños, perros, con Hisinger y su mujer, y todos parecían observarlo mientras él se mostraba por completo indiferente a tanta atención, o mejor, a tanta adoración. Se alisó el pelo hacia atrás y la señora Hisinger cerró los ojos, él observaba el edificio mientras el capitán se apresuraba a señalarle algún detalle decorativo, Louis acariciaba la cabeza de los niños con expresión distraída, y ellos suspiraban felices. Yo los había alcanzado ya del todo y cuando Hisinger miró alrededor para encontrar alguna otra perla que mostrarle, reparó en mí.

—Ah, la petite sauvage. ¡Excelente! Estoy seguro de que esto le va a interesar, señor Almqvist. Una criatura de la naturaleza, casi como en Rousseau… De verdad que hay una chiquilla debajo de toda esa suciedad, lo crea o no. ¡Aquí, Ros! —Y a Almqvist—: Los mozos de cuadra le han enseñado a hablar, unas frases sencillas solamente.

Ahí se equivocaba, pues siendo como era una criatura sedienta de conocimiento, había aprendido a hablar más que bien. Los niños se alejaron corriendo entre gritos afectados, como si les diera miedo encontrarse en mi presencia. Yo me quedé sentada en el fango, sin saber muy bien qué hacer. Aunque me trataran como a un perro, poseía voluntad propia. A los niños los aborrecía, pero sí quería estar cerca de aquel joven.

—Ros. Un nombre muy bonito. —El joven se había puesto en cuclillas y alargó una mano. Era, verdaderamente, un hombre muy apuesto, de cara fina y alargada y una nariz de forma delicada, pero tenía los ojos demasiado juntos, lo que le otorgaba un aire malicioso cuando no sonreía. La vieja Diana le gruñó un poco, pero yo no pude evitar acercarme a gatas algo más para inspirar su aroma. Un sudor dulzón y un olor aún desconocido para...



Ihre Fragen, Wünsche oder Anmerkungen
Vorname*
Nachname*
Ihre E-Mail-Adresse*
Kundennr.
Ihre Nachricht*
Lediglich mit * gekennzeichnete Felder sind Pflichtfelder.
Wenn Sie die im Kontaktformular eingegebenen Daten durch Klick auf den nachfolgenden Button übersenden, erklären Sie sich damit einverstanden, dass wir Ihr Angaben für die Beantwortung Ihrer Anfrage verwenden. Selbstverständlich werden Ihre Daten vertraulich behandelt und nicht an Dritte weitergegeben. Sie können der Verwendung Ihrer Daten jederzeit widersprechen. Das Datenhandling bei Sack Fachmedien erklären wir Ihnen in unserer Datenschutzerklärung.