E-Book, Spanisch, 392 Seiten
Reihe: Ágora
Levine Relatos cortos de Jesús
1. Auflage 2015
ISBN: 978-84-9073-226-7
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Las parábolas enigmáticas de un rabino polémico
E-Book, Spanisch, 392 Seiten
Reihe: Ágora
ISBN: 978-84-9073-226-7
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Jesús era un ingenioso narrador y un maestro intuitivo que usaba imágenes de la vida cotidiana para suscitar el interés el su mensaje sobre el reino de Dios. Pero la vida en Galilea y Judea en el siglo I era muy diferente a la nuestra, y numerosas interpretaciones tradicionales de los relatos contados por Jesús no solo ignoran esta diferencia, sino que también les imponen a menudo importantes puntos de vista antijudíos y sexistas. Como escribe la eminente biblista Amy-Jill Levine en esta obra: 'Jesús exigía a sus discípulos no solo que escucharan, sino que también pensaran. Lo que convierte a las parábolas en un misterio, o una dificultad, es que nos desafían a indagar en los aspectos ocultos de nuestros valores, de nuestra vida. Sacan a la superficie preguntas no hechas y revelan las respuestas que siempre hemos conocido pero que nos oponemos a reconocer. La religión ha sido definida como una realidad concebida para consolar a los afligidos y afligir a los que viven cómodamente. Actuamos bien al pensar que las parábolas de Jesús están destinadas a afligir. Por consiguiente, si al oír una parábola pensamos «me gusta sinceramente» o, peor aún, no percibimos ningún desafío, entonces es evidente que no estamos oyendo suficientemente bien'. En este riguroso, entretenido e instructor libro, Levine analiza las parábolas más conocidas de Jesús, poniendo al descubierto sus profundidades ocultas, sacando a relucir sus interpretaciones erróneas y mostrando cómo pueden seguir desafiándonos y provocándonos dos mil años después.
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Introducción
¿Cómo se domestican los relatos provocadores de Jesús?
Las parábolas, los relatos, algunos formados solo por una frase o por dos, se consideran a menudo el sello distintivo de la enseñanza de Jesús. En este sentido dice Mc 4,33-34: «Con estas y otras muchas parábolas les anunciaba Jesús el mensaje, en la medida en que podían comprenderlo. Y sin parábolas no les decía nada. Luego, a solas, se lo explicaba todo a sus discípulos». Se han conservado pocas de estas explicaciones en privado, por lo que la muchedumbre tenía que encontrar su propia forma de entenderlas, al igual que nosotros tenemos que hallar la nuestra. Es muy positivo que las interpretaciones, en el caso de que Jesús las diera, no hayan llegado hasta nosotros. Con sabiduría, los evangelistas dejaron las parábolas como relatos abiertos para que nos involucráramos en ellos. Cada lector oirá un mensaje distinto y se percatará de que la misma parábola ha suscitado múltiples impresiones a lo largo del tiempo. Inevitablemente, unos destinatarios diferentes oyen mensajes diferentes, al igual que en la actualidad quien es pobre o está enfermo hará una interpretación diferente del relato del rico y de Lázaro que quien trabaja en la bolsa de valores o consigue crédito en un lujoso centro comercial. La parábola del hijo perdido transmitirá a los padres unos matices distintos que a los hijos, y al irresponsable y al mimado –si es que este presta atención– también distintos que al fiel y no tenido en cuenta. Reducir las parábolas a un solo significado destruye su potencial estético y ético. Este exceso de significado es idéntico al de la poesía y al de la narración, y resulta altamente positivo. En efecto, puede ser positivo que no tengamos las explicaciones que oyeron y recordaron los discípulos de Marcos. Los Doce, pese al mandato que les dio Jesús, no llegan a entenderlo habitualmente. No comprenden la parábola del sembrador, y Jesús se desespera por su falta de comprensión de otras parábolas: «Y Jesús les dijo: “¿No entendéis esta parábola? ¿Cómo entenderéis entonces todas las parábolas?”» (Mc 4,13). Su falta de entendimiento se muestra cuando Jesús les pide que den de comer a la muchedumbre y ellos le responden con sarcasmo: «¿Tenemos que ir a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?» (6,37). Tras los milagros de alimentación, Jesús les advierte: «Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la levadura de Herodes» (8,15). Y los discípulos se dicen entre sí: «Será porque no tenemos pan». No solo se olvidan de que Jesús puede proporcionar comida, sino que también han pasado por alto las implicaciones del mensaje metafórico de Jesús. Sin duda, lo que les inquietó al oír la parábola de la levadura era saber si la masa no tenía gluten. Aunque Pedro, Andrés, Santiago y Juan eran pescadores expertos, se asustaron ante la posibilidad de naufragar por una tormenta, y Jesús –que se había quedado dormido en la embarcación– tiene que reprenderles por su falta de fe (Mc 4,40). Dudan de que sea consciente de sus poderes de sanación (5,31); no comprenden su argumento de que «no hay nada exterior a una persona que entrando en ella pueda contaminarla, sino que lo que contamina es lo que sale de ella» (7,15); Pedro critica su misión, y Jesús le responde llamándole «Satanás», que no es precisamente un cumplido (8,33); tratan de impedir que los padres y los cuidadores lleven a sus hijos a Jesús (10,13-16) a pesar de que él les exhorta a acoger a los niños (9,37); Judas lo traiciona (14,45); Pedro, Santiago y Juan se quedan dormidos mientras él sufre agónicamente en Getsemaní (14,37); luego Pedro lo niega (14,68) y todos huyen de la cruz. Desafortunadamente, tampoco las mujeres seguidoras, cuyos nombres se nos dan, llegan a entenderle mejor. María Magdalena, María la madre de Santiago y Salomé van a la tumba a primeras horas del domingo para «ungir» el cuerpo (Mc 16,1). No solo preguntan, demasiado tarde como para sugerir un plan preconcebido: «¿Quién nos rodará la piedra para entrar al sepulcro?» (16,3), sino que también llegan demasiado tarde con sus ungüentos: durante la primera cena de la última semana de Jesús, una mujer anónima ya lo había ungido (14,8). Los discípulos, en Marcos, no son los mejores candidatos para conservar con precisión las explicaciones de las parábolas. Tanto si no tenían ni idea, como Marcos los presenta, como si el evangelista los ha retratado deliberadamente de este modo porque necesitaba presentar una instrucción correctiva, el efecto literario de sus descripciones es el mismo. Marcos les dice a sus lectores: «Id más allá de los discípulos, abríos al misterio y al desafío, y haced vuestra interpretación». Y los lectores deberíamos estar tranquilos, porque si Pedro, Santiago y Juan, incluso después de haber fracasado, pudieron recuperarse y seguir con el programa, entonces también hay esperanza para nosotros. Evidentemente, no tendríamos que ser demasiado duros con los discípulos. Ellos buscaban algo que se ajustara a lo que necesitaban y, como muchos, se opusieron a lo que podían comunicar las parábolas. Además, Jesús les exigía no solo que escucharan, sino que también pensaran. En este sentido, les dice a los Doce: «A vosotros se os ha dado el misterio del Reino de Dios, pero a los de fuera todo les llega por medio de parábolas, para que “aunque miren, no vean, y aunque escuchen, no entiendan”» (Mc 4,11-12; véase también Mt 13,11-13). «Misterio» no se refiere aquí a algo arcano o que requiera una clave especial para encontrar un significado especial. Lo que convierte a las parábolas en un misterio, o en una dificultad, es que nos desafían a indagar en los aspectos ocultos de nuestros valores, de nuestra vida. Sacan a la superficie preguntas no hechas y revelan las respuestas que siempre hemos conocido pero que nos oponemos a reconocer. Reaccionamos ante ellas oponiéndonos, no aceptándolas. Por comodidad propia, preferimos fijarles el significado en lugar de permitirles que se abran a múltiples interpretaciones. Probablemente, nos sentimos más tranquilos recitando un credo que provocando una conversación o siguiendo una llamada. La religión ha sido definida como una realidad concebida para consolar a los afligidos y afligir a los que viven cómodamente. Actuamos bien al pensar que las parábolas de Jesús están destinadas a afligir. Por tanto, si al oír una parábola pensamos: «Me gusta, sinceramente», o, peor aún, no percibimos ningún desafío, entonces es evidente que no estamos oyendo suficientemente bien. Esta escucha no es solo un desafío, sino que es también un arte, y este arte ha llegado a perderse. A lo largo de los siglos, comenzando ya con los mismos evangelistas, las parábolas han sido alegorizadas, moralizadas, cristologizadas, y, de otro modo, domesticadas en tópicos tales como «Dios nos ama» o «Sé bueno», o, peor aún, en garantías de que todo irá bien en el mundo si creemos en Jesús. Con demasiada frecuencia nos conformamos con interpretaciones fáciles: deberíamos ser buenos, como el buen samaritano; seremos perdonados, como lo fue el hijo pródigo; deberíamos orar y no perder el entusiasmo, como la viuda que importuna. Cuando buscamos orientaciones morales universales en un género que está concebido para sorprender, desafiar, estremecer o criticar, y buscamos un solo significado en una forma que está abierta a múltiples interpretaciones, inexorablemente limitamos las parábolas y, de este modo, a nosotros mismos. Si no dejamos de sacar lecciones fáciles, por buenas que puedan ser, perdemos el modo en el que los primeros seguidores de Jesús habrían oído las parábolas y también la propia genialidad de su enseñanza. Aquellos seguidores, al igual que Jesús, eran judíos, y los judíos sabían que las parábolas eran más que historias para niños o repeticiones de lo ya sabido. Sabían que el objetivo de las parábolas y de los contadores de parábolas era provocarles para que vieran el mundo de otra manera, para desafiarles y, a veces, para criticarles con dureza. Haríamos mejor en pensar menos en qué «significan» y más en qué «hacen»: recordar, provocar, afinar, confrontar, perturbar... Las parábolas en las Escrituras de Israel Los orígenes de este género provocador, con su mordacidad personal, social y moral, se encuentran en las Escrituras de Israel, los libros que comprenden lo que la Iglesia denomina tradicionalmente el Antiguo Testamento y la Sinagoga llama Tanak (acrónimo formado por las letras iniciales de Torá, o Pentateuco, Nebi’im, o Profetas, y Ketubim, o Escritos). El libro de los Jueces nos cuenta cómo Abimélec asesina a todos sus hermanos menos a uno para asegurarse reinar sobre la ciudad de Siquén. El hermano menor, Jotán, se esconde y sobrevive. Tras la investidura real de Abimélec, el hermano superviviente sube al monte Garizín (el lugar donde se construirá el templo samaritano, aquel en el que da culto la mujer del pozo en Jn 4) y cuenta la siguiente parábola a los dirigentes de la ciudad: Una vez los árboles se fueron para ungir [hebreo limšoach, griego chrisai, la misma raíz de la que derivan «Mesías» y «Cristo»] a uno como su rey. Y dijeron al olivo: «Sé tú nuestro rey». Les respondió el olivo: «¿Voy a renunciar a mi aceite, honra de dioses y humanos, para ir a mecerme por encima de los árboles?». Los árboles dijeron a la higuera: «Ven tú y reina sobre nosotros». Les respondió la higuera: «¿Voy a renunciar a mi dulzura y a mi sabroso fruto para ir a mecerme por encima de los...