Lessenich | La sociedad de la externalización | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 232 Seiten

Lessenich La sociedad de la externalización


1. Auflage 2019
ISBN: 978-84-254-4220-9
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection

E-Book, Spanisch, 232 Seiten

ISBN: 978-84-254-4220-9
Verlag: Herder Editorial
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Tenerlo todo y querer aún más, preservar el propio bienestar a costa de denegárselo a otros: esta es la máxima de las sociedades desarrolladas, aunque se intente disimular en el ámbito público. Esta obra presenta un riguroso y mordaz análisis de las relaciones de dependencia y explotación en el mundo globalizado. Occidente externaliza sistemáticamente los efectos negativos generados en pos de nuestro modo de vida sobre los países más pobres de otras regiones del mundo. A diferencia del ideal que querríamos creer, si nos va bien es porque desplazamos sistemáticamente muchos de los problemas que genera nuestro estilo de vida sobre los más desfavorecidos. Frente a las poderosas fuerzas que quieren obviar u ocultar los trasfondos y los efectos secundarios del capitalismo, hace falta asumir y aumentar la responsabilidad individual y colectiva con los demás para acabar con la pobreza y la explotación, la violencia y la devastación natural. Este libro contribuye a ello.

Stephan Lessenich (Stuttgart, 1965), es catedrático de Sociología en la Universidad Ludwig Maximilians de Múnich. Entre 2013 y 2017 fue presidente de la Sociedad Alemana de Sociología. Su campo de investigación abarca la sociología política, la desigualdad social, la teoría del estado del bienestar, la macro sociología comparativa y la sociología de las edades.

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1. A nuestro lado el diluvio* La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder.1
Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina (1971) Crónica de una catástrofe anunciada2 o el Río Doce está en todas partes Mariana, 5 de noviembre de 2015:3 en la ciudad minera situada en el estado federal brasileño de Minas Gerais se rompen los diques de dos presas de contención donde se recogen las aguas residuales de una mina de hierro. Sesenta millones de metros cúbicos de lodo con alto contenido de metal pesado —un volumen que llenaría veinticinco mil piscinas olímpicas— se vierten sobre la comunidad colindante de Bento Rodrigues y en el curso fluvial del Río Doce. Según Samarco Mineração S. A., la empresa que gestiona la mina, los lodos residuales, tras verterse de la presa a causa de un pequeño terremoto, sepultan los pueblos de montaña adyacentes y parte de sus habitantes, convirtiendo el antiguo «Río Dulce», en las tres cuartas partes de sus 853 kilómetros de longitud, en una corriente tóxica de residuos de hierro, plomo, mercurio, zinc, arsénico y níquel. Como consecuencia de ello, unas doscientas cincuenta mil personas se quedan súbitamente sin suministro de agua potable. Al cabo de catorce días, la marea roja alcanza la costa atlántica y se vierte en el mar, dejando tras de sí un ecosistema devastado. Pocas semanas después, la presidenta brasileña Dilma Rousseff habla en la cumbre climática de París de la peor catástrofe medioambiental en la historia de su país. Por muy impresionantes que sean las imágenes de paisajes inundados de lodo y de animales muertos, del río muerto y su desembocadura que se va tiñendo de una suciedad roja, lo más acongojante de cuanto sucedió en el Río Doce no es su singularidad, sino justamente su perversa normalidad, pues el Río Doce está en todas partes. Tanto en sus causas como en su gestión, en la previsibilidad tanto de esta «catástrofe» como de las reacciones ante ella, este caso es representativo de la situación global dominante. No solo simboliza un orden mundial económico y ecológico en el que las oportunidades y los riesgos de «desarrollo» social están sistemáticamente repartidos de modo desigual, sino que además remite, de forma directamente paradigmática, al business as usual en política local, regional y mundial en la gestión de los costes del modelo de sociedad industrial y capitalista. Lo que sucedió en el Río Doce fue una catástrofe completamente normal, y una catástrofe anunciada. Una catástrofe como las que se vienen produciendo reiteradamente desde hace muchos años, de modo igual o similar, en Brasil o en otros lugares de los países de este mundo ricos en materias primas. Como estrategia económica en la división global del trabajo, a estos países no les queda otro remedio que apostar por la explotación de sus recursos naturales, y eso lo hacen de una manera intensiva, y si hace falta sin contemplaciones. Sin embargo, este «lo hacen» enseguida queda autorizado, pues no pocas veces este negocio más o menos lucrativo —en función de los precios del mercado internacional— es adjudicado a consorcios transnacionales. Con casi cuatrocientos millones de toneladas extraídas (dato de 2011), Brasil es el tercer productor mundial de mena de hierro, después de China y Australia.4 Vale S. A., anteriormente llamada Companhia Vale do Rio Doce, que inicialmente fue estatal y en 1997 se privatizó, es junto con el consorcio británico-australiano Rio Tinto Group y el consorcio BHP Billiton una de las tres mayores empresas mineras del mundo; con un porcentaje de mercado del 35 por ciento, es el mayor exportador mundial de mena de hierro. Junto con BHP Billiton, Vale es, a través de su filial Samarco, la propietaria de la mina en Mariana. En un primer momento Samarco notificó que el lodo vertido a causa de la ruptura de los diques no era tóxico y que constaba principalmente de agua y sílice. Esta declaración enseguida resultó ser tan falsa como la explicación de que la causa de la catástrofe habían sido unos seísmos. Uno sospecha que las causas hay que buscarlas más bien en los típicos atributos de la gestión administrativa en los llamados «países del tercer mundo», es decir, en la corrupción, el clientelismo y la falta de controles, pues esto es exactamente lo que cabe observar a primera vista en el suceso: las presas de lodos residuales que reventaron mostraban fallos de seguridad conocidos desde hacía tiempo, que la fiscalía competente había criticado ya en 2013. Al mismo tiempo las autoridades señalaron también el agudo riesgo que eso suponía para el pueblo de Bento Rodrigues, y que no había ningún tipo de medidas de seguridad para sus habitantes. Según se dijo, los informes de las inspecciones de seguridad que había exigido el estado federal de Minas Gerais —la mayor área de extracción minera de Brasil— en el caso de Samarco no habían sido elaborados por peritos independientes, sino por empleados de la propia empresa. Casi al mismo tiempo que se producía la ruptura de la presa, una comisión del Senado, que es la Cámara Alta en el Congreso Nacional de Brasil, en el que el lobby de la minería siempre puede contar con el apoyo político, votaba a favor de una «mayor flexibilidad» en las inspecciones estatales de las empresas que gestionaban las minas. Por tanto, ¿es todo una cuestión de estatalidad subdesarrollada, de instituciones que fallan, de una cultura política «no occidental»? Según se mire. La otra cara de la crónica de una «catástrofe» anunciada es que el volumen de agua que contenían las presas ahora reventadas había aumentado enormemente hacía solo poco tiempo. A pesar de (o precisamente a causa de) la caída de los precios del mercado internacional que se había producido recientemente, los dos grandes consorcios habían incrementado la cantidad extraída de la mina de Samarco hasta treinta millones y medio de toneladas, casi un 40 por ciento más que el año anterior: una estrategia de inundar el mercado que en Mariana provocó un fuerte incremento de los escombros mineros y, como consecuencia de ello, la inundación de los alrededores. La tercera presa de contención de la mina de hierro en Mariana, que es la más grande y que de momento sigue intacta, muestra unas peligrosas grietas en su dique. Y estas son solo tres de un total de cuatrocientas cincuenta presas que solo en Minas Gerais retienen las aguas residuales de la minería y la industria. Aproximadamente una docena de estos embalses tóxicos amenazan el río Paraíba do Sul y por tanto, de forma mediata, el suministro de agua potable de la región metropolitana de Río de Janeiro, con sus diez millones de habitantes. Mientras que los sucesos en el Río Doce son, por tanto, una catástrofe para la naturaleza (y para las personas que viven en ella y de ella), no fue una catástrofe por motivos naturales. Sus motivos de fondo son cualquier cosa menos «naturales»: radican en cómo está establecido el sistema económico mundial, en los modelos de desarrollo de los países ricos en materias primas que quedan definidos por aquel sistema, en las estrategias de mercado mundial de los consorcios transnacionales, en el hambre de recursos de los Estados industriales ricos y en las prácticas de consumo y los estilos de vida de sus habitantes. Lo que sucedió en Mariana, Minas Gerais, Brasil, y lo que sucede ahí todos los días más allá de las desgracias y catástrofes de las que se hacen eco los medios, no es una cuestión de las circunstancias locales, o en todo caso no únicamente o solo marginalmente —en el sentido más literal del término—. Lo que desde nuestro punto de vista sucede en la «periferia» del mundo, en las regiones externas del capitalismo global, remite de vuelta al epicentro del suceso o, dicho más exactamente, a las situaciones sociales en aquellas regiones que se consideran a sí mismas el ombligo del mundo, y que aprovechan su posición de poder en el sistema económico y político mundial para establecer las reglas de juego a las que se tienen que atener otros y cuyas consecuencias se padecen en otras partes. Una de estas reglas de juego, quizá incluso la primera de todas, es que después de «incidentes» como los de Mariana se retome lo más rápidamente posible la rutina diaria. No solo en esos países, donde por motivos obvios resulta difícil organizar la resistencia contra la industria minera: la gente de Minas Gerais quiera que no depende de ella. Cuatro de cada cinco hogares en Mariana dependen materialmente de la mina. Si la cerraran, podrían cerrar ya directamente todo el lugar, como dijo el alcalde Duarte Júnior. Tras la «catástrofe», la gente de ahí salió reiteradamente a la calle a protestar… desde luego no contra la empresa gestora de la mina, sino para que volvieran a abrir la mina lo antes posible. Al mismo tiempo, por supuesto, aparecieron enseguida «expertos» que avisaron del cese de alarma o que previnieron de una inoportuna histeria medioambiental. Paulo Rosman, profesor de ingeniería de costas en la Universidad de Río de Janeiro y autor de una valoración del impacto elaborada a toda prisa por encargo del ministerio brasileño del medio ambiente, aunque declaró el Río Doce como «momentáneamente muerto», calculó sin embargo que el «período de restablecimiento» de la naturaleza en el lugar de la ruptura del dique sería solo de un año, y declaró los efectos en la zona de la...



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