Lem | El invencible | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, Band 227, 264 Seiten

Reihe: Impedimenta

Lem El invencible


1. Auflage 2021
ISBN: 978-84-18668-03-6
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, Band 227, 264 Seiten

Reihe: Impedimenta

ISBN: 978-84-18668-03-6
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



El Invencible es el nombre de la enorme nave interestelar que parte hacia el rescate de su gemela, la impresionante y guerrera El Cóndor, que se haya varada en Regis III. Este planeta, aislado y desértico, está gobernado por una legión de nanobots que provoca efectos insospechados en el cerebro humano. La misión desencadenará en la tripulación de la nave oleadas de una angustia vital devastadora. La búsqueda de la verdad y la importancia de diferenciarnos de los demás seres del universo son el centro de El Invencible, que ahora se enfrenta al gran desafío misterioso y cruel que supone la incapacidad del hombre de no poder conquistarlo todo. Nanobots, viajes por el espacio, inteligencia colectiva y evolución tecnológica desatada se citan en este relato despiadado de supervivencia humana.

Lem El invencible jetzt bestellen!

Weitere Infos & Material


Entre ruinas
El Invencible se posó en un lugar cuidadosamente elegido, a unos seis kilómetros al norte del límite exterior de la llamada «ciudad», que desde el puente de mando se veía francamente bien. Parecían construcciones artificiales, y era algo que ahora se podía apreciar con mayor claridad que en las fotografías hechas por el satélite de observación. Angulosas, negruzcas y de formas desiguales, con brillos metálicos aquí y allá, por regla general más anchas en su base, se extendían a lo largo de muchos kilómetros. Pero ni el más potente telescopio permitía distinguir los detalles, sin embargo parecía que la mayoría de esas construcciones tenía más agujeros que un colador. No había cesado aún el retumbar metálico que producían las toberas al enfriarse cuando la nave extrajo de su interior la rampa y el andamio de la grúa y se rodeó de un círculo de energobots. Esta vez, sin embargo, se implementaron mayores medidas: frente a la ciudad (imposible de ver desde el nivel del suelo porque quedaba oculta tras unas pequeñas colinas) se agruparon dentro de un escudo energético cinco vehículos todoterreno, a los que se uniría un lanzador móvil de antimateria, que los doblaba con creces en tamaño, parecido a un escarabajo apocalíptico de azulado caparazón. El comandante del grupo opertivo era Rohan. Estaba de pie, erguido en la torreta abierta del primero de los todoterrenos, esperando a que se abriese un paso en el campo de fuerza en respuesta a la orden que llegaría desde El Invencible. Dos inforrobots situados en las colinas más próximas lanzaron una serie de bengalas verdes incombustibles para señalar el camino, y la pequeña caravana en formación doble, con el vehículo de Rohan al frente, se puso en marcha. Los motores de los vehículos entonaban notas graves, penachos de arena salían despedidos de por debajo de los neumáticos de balón de aquellos gigantes, un robot de reconocimiento volaba a ras del suelo doscientos metros por delante del primer todoterreno. Se parecía a un plato llano con antenas que vibraban con gran rapidez, cuyos chorros de aire inferiores revolvían las cimas de las dunas, como si avivase un invisible fuego a su paso. La polvareda levantada por el convoy en aquella tranquila atmósfera tardaba bastante en posarse, y marcaba el paso de la columna con una estela rojiza y alborotada. Las sombras proyectadas por las máquinas eran cada vez más largas, se acercaba el ocaso. La columna sorteó un cráter prácticamente cubierto de tierra situado en su camino, y al cabo de veinte minutos llegó al límite de las ruinas, donde cambiaron la formación. Tres vehículos no tripulados salieron para encender unas luces de un azul intenso que señalizaban la creación de un campo de fuerza local. Otros dos, estos con tripulación, se movían por el interior de aquel escudo móvil. Por detrás de ellos, a cincuenta metros, avanzaba sobre unas patas dobladas el enorme lanzador de antimateria, con varios pisos de altura. En cierto momento, tras atravesar una maraña sepultada y destrozada de lo que parecían unos cables o alambres metálicos, hubo que parar, porque una de las extremidades del lanzador se hundió en una grieta invisible cubierta por la arena. Dos arctanes saltaron del vehículo del comandante y liberaron al coloso aprisionado. Acto seguido el convoy reanudó la marcha. Lo que habían denominado ciudad en realidad no se parecía en lo más mínimo a los asentamientos de la Tierra. Oscuras moles de superficies erizadas como las púas de un cepillo, no semejantes a nada que hubieran visto ojos humanos, se erguían hundidas a una profundidad desconocida en las dunas móviles. Sus formas, que resultaban imposibles nombrar, alcanzaban varias plantas de altura. No tenían ni ventanas ni puertas, ni siquiera paredes; unas parecían entretejidas redes onduladas en un sinfín de direcciones, muy tupidas, con nudosidades gruesas en el lugar de las junturas; otras se asemejaban a los complicados arabescos tridimensionales que habrían formado panales o cedazos de orificios triangulares o pentagonales mutuamente superpuestos. En todas y cada una de las estructuras de mayor tamaño y de las superficies visibles se podía detectar algún tipo de regularidad, no tan homogénea como en un cristal, pero indudable, repetida con una cadencia determinada, a pesar de estar bastamente interrumpida por un rastro de destrucción. Algunas construcciones, que sobresalían verticalmente de la arena, estaban formadas —aunque no como las de los árboles o los arbustos: libres— por una especie de ramas que parecían haber sido cortadas a toscos hachazos, unidas estrechamente entre sí en forma de medio arco o de dos espirales girando en direcciones opuestas, otras de las que encontraron estaban, en cambio, inclinadas como la plataforma de un puente levadizo. Los vientos, que por regla general soplaban del norte, acumularon en todas las superficies horizontales o ligeramente ladeadas una arena ligera y volátil, de manera que desde lejos, los vértices superiores de las ruinas parecían pirámides achaparradas y truncadas. Pero cuando te acercabas, su lisa superficie revelaba un sistema de varillas y listones breñosos y afilados, enredados aquí y allá de tal manera que incluso la arena quedaba presa en la espesura. A Rohan le pareció que eran restos cúbicos y piramidales de rocas cubiertas por una vegetación apergaminada y reseca. Pero esa sensación volvía a cambiar a pocos pasos de distancia, porque la regularidad ajena a las formas vivas revelaba su presencia a través del caos de la destrucción. En realidad, las ruinas no eran compactas, se podía echar un vistazo a su interior entre las rendijas de la maraña metálica, tampoco estaban huecas, ya que dicha maraña las rellenaba por completo. Reinaba por todas partes el marasmo del abandono. Rohan pensó en el lanzador de antimateria, pero era absurdo el uso de la fuerza si se tenía en cuenta la inexistencia de interiores a los que entrar. El vendaval acorralaba a los torbellinos de polvo corrosivo entre los altos bastiones. La arena, que no cesaba de caer a chorros por aquel mosaico regular de orificios negruzcos, formaba en su base unos conos puntiagudos a modo de aludes en miniatura. Un susurro constante y desatado los acompañó durante todo el recorrido. Las antenas giratorias, los cañones pendulares de los Geiger en funcionamiento, los micrófonos ultrasónicos y los detectores de radiación estaban en silencio. Solo se oía el crepitar de la arena bajo las ruedas y el rugir entrecortado de los motores al acelerar, cuando la columna cambiaba de formación y cuando giraba, y de repente el sonido desaparecía en la sombra profunda y fría que arrojaban los colosos dejados atrás y que emergían de nuevo en la arena iluminada por una luz escarlata. Al final llegaron a una fisura tectónica. Era una grieta de cien metros de ancho que formaba un abismo sin fondo en apariencia; en todo caso, seguro que era muy profundo porque no lo pudieron llenar las cascadas de arena que los golpes de viento barrían sin cesar de sus bordes. Pararon y Rohan envió al otro lado un robot aéreo de reconocimiento. Observó en la pantalla lo que el robot veía con los objetivos de su cámara de televisión, pero la imagen era la misma que ya conocían. Al cabo de una hora, el explorador recibió la orden de volver y al reunirse con el grupo Rohan, tras consultarlo con Ballmin y el físico Gralev, que lo acompañaban en el vehículo, decidió inspeccionar algunas ruinas con mayor detalle. Primero intentó averiguar con sondas ultrasónicas el grosor de la capa de arena que cubría las «calles» de la ciudad muerta. Se trataba de una labor bastante ardua. Los resultados de los sucesivos sondeos no coincidían, probablemente porque la roca base había sufrido una descristalización interna durante el seísmo que provocó su gran fisura. Aquella enorme depresión del terreno parecía estar cubierta por una capa de arena de entre siete y doce metros de espesor. Se dirigieron al este, hacia el océano, y tras haber recorrido once kilómetros de un camino tortuoso, entre ruinas negruzcas que se hacían cada vez más bajas y que emergían cada vez menos de las arenas hasta desaparecer por completo, llegaron a unas rocas desnudas. Se detuvieron al borde de un acantilado, tan alto que el ruido de las olas que rompían en su base les llegaba como un susurro apenas audible. La línea quebrada estaba marcada por una franja de roca desnuda, desprovista de arena, extrañamente lisa, se elevaba hacia el norte como una hilera de cumbres montañosas precipitándose hacia el espejo del océano en saltos petrificados. Dejaron atrás la ciudad, convertida ya en una línea negra de contornos regulares, inmersa en una niebla rojiza. Rohan se comunicó con El Invencible y le transmitió al astronavegador los datos obtenidos, prácticamente nulos; la columna entera, que en ningún momento había dejado de guardar todo tipo de medidas de seguridad, se adentró de nuevo en las ruinas. Por el camino hubo un pequeño accidente. El energobot del extremo izquierdo amplió demasiado su campo de fuerza, probablemente a causa de un pequeño error de trayectoria, y rozó el borde de una de aquellas construcciones puntiagudas con forma de panal inclinadas hacia ellos. Alguien había programado el lanzador de antimateria, conectado con los indicadores de consumo de energía, en modo automático en caso de ataque y el repentino salto en el consumo de potencia fue interpretado como una clara señal de un intento de traspasar el campo de fuerza, y el lanzador le disparó a la ruina inofensiva. Toda la parte superior de aquella retorcida construcción del tamaño de un rascacielos...



Ihre Fragen, Wünsche oder Anmerkungen
Vorname*
Nachname*
Ihre E-Mail-Adresse*
Kundennr.
Ihre Nachricht*
Lediglich mit * gekennzeichnete Felder sind Pflichtfelder.
Wenn Sie die im Kontaktformular eingegebenen Daten durch Klick auf den nachfolgenden Button übersenden, erklären Sie sich damit einverstanden, dass wir Ihr Angaben für die Beantwortung Ihrer Anfrage verwenden. Selbstverständlich werden Ihre Daten vertraulich behandelt und nicht an Dritte weitergegeben. Sie können der Verwendung Ihrer Daten jederzeit widersprechen. Das Datenhandling bei Sack Fachmedien erklären wir Ihnen in unserer Datenschutzerklärung.