Lechner | Obras III. Democracia y utopía | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 412 Seiten

Lechner Obras III. Democracia y utopía

La tensión permanente
1. Auflage 2014
ISBN: 978-607-16-2509-0
Verlag: Fondo de Cultura Económica
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

La tensión permanente

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El centro de la subjetividad social se encuentra, para Norbert Lechner, no en la mirada del discurso, ni en las reglas, ni en las perspectivas; se encuentra en la 'ciudad invisible' hecha de deseos y miedos. Los textos que reúne el tercer volumen de sus Obras , escritos entre 1985 y 1997, se plantean no un tema sino un problema o, mejor dicho, un desafío: exponer la dimensión subjetiva de la política. Un desafío que es teórico y heurístico a la vez, y que lo acompañó hasta su prematura muerte.

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INTRODUCCIÓN ILÁN SEMO, FRANCISCO VALDÉS UGALDE
y PAULINA GUTIÉRREZ La proximidad entre la sociología política de Norbert Lechner y la literatura de Italo Calvino no es fortuita. Entre todas las ciudades imaginables, ambos nos previenen de las que están desprovistas de un sentido que conecte sus partes, sin historias ni hábitos conmensurables; las que no albergan la posibilidad de la diferencia, ni tienen algo que decir. Y sin embargo, incluso ahí la vida prosigue, porque “las ciudades, como los sueños, están construidas de deseos y de miedos, aunque el hilo de su discurso sea secreto, sus reglas absurdas, sus perspectivas engañosas y toda cosa esconda otra”.1 El centro de la subjetividad social se encuentra, para Lechner, no en la mirada del discurso, ni en las reglas, ni en las perspectivas; se encuentra en la “ciudad invisible” hecha de deseos y miedos. Los textos que reúne el tercer tomo de sus Obras, escritos entre 1984 y 1996, plantean no un tema sino un problema o, mejor dicho, un desafío: exponer la dimensión subjetiva de la política. Un desafío que es teórico y heurístico a la vez, y que lo acompañó hasta el final de sus días. “¿Por qué optar por un enfoque tan esquivo, sabiendo cuán opaca es la subjetividad, cada máscara remitiendo a otra en una secuencia interminable de muñecas rusas?”, se pregunta en la “Presentación” de Los patios interiores de la democracia, acaso el trabajo axial de este volumen, y la obra que lo dio a conocer. ¿Qué es la política sino, como escribió alguna vez Guattari, el emplazamiento que nos plantea y requiere el otro? El otro que figura en su sombra al orden y a sus disyunciones, al nombre de la ley y a la ley-por-venir, a la empatía y al peligro, a la repetición y la diferencia. La subjetividad es siempre la subjetividad del otro. Ese otro es una máscara / las máscaras. El material de la política es, por definición, su indeterminación: la distancia que separa los discursos y las prácticas, el significado y el sentido, la retórica y la verdad, el cuerpo y las instituciones, los fines y las intenciones, la máscara y el rostro. El problema reside en develar los grados de esa indeterminación, en descifrar no la máscara en sí sino la “secuencia interminable” de máscaras que deriva en una forma, en advertir el espesor de los presentes que propicia y las condiciones de posibilidad que se entreabren. Habría que comenzar, sugiere Lechner, por aquello que fija, sin definir, la acción política; lo dado propiamente, que es la relación que se abre entre la política y lo político, el fenómeno mismo de lo que se pone en potencia y se multiplica en el vago objeto de los sujetos que delimitan los “patios interiores” del poder y sus lugares. Los modos de ser de la acción están integrados por tres planos: a) la relación entre la política y el tiempo; b) la escena del espacio y sus determinaciones; c) las constelaciones cognitivas, ideológicas y conceptuales del significado. Para explorar la lógica en la que se entrecruzan estos tres planos, que nunca aparecen aislados, es preciso distinguir, en primera instancia —es decir, prescindiendo de toda mediación objetual—, la diferencia entre el sentido del devenir y el devenir del sentido. No existe en el imaginario moderno dimensión más opaca que la que se deriva de la pregunta por el sentido de la acción política. Poco ha quedado aquí de la precisión que Max Weber hace sobre las “formas del sentido”. Una acción produce un espacio de potencia cuando su contenido se despliega, por un lado, bajo el signo de un fin último (la humanidad, el Estado de derecho, la democracia, etc.), un fin que escapa a toda factibilidad y es propiamente inconmensurable, es decir, como una signatura simbólica. Por otro, debe responder a las exigencias de la situación, las alianzas, las medidas de fuerza, los desplazamientos súbitos: debe desplegarse como una referencia contingente. Lo singular de la relación entre lo simbólico y lo contingente en la esfera de la política es la fragilidad de su equilibrio: una paradoja en movimiento permanente, cuya eficacia sólo es consignable si produce una promesa de inmanencia. En política la significación reside en aquello que aparece como “lo necesario”. El sentido del devenir, que está representado en lo contingente —léase el principio de realidad de lo político—, sólo cobra una intensidad cuando hace del mismo devenir una caja de resonancia del sentido. La signatura simbólica inscrita en este sentido se define por el orden de lo dispar, de las antípodas, mientras que el plano de lo contingente se despliega estrictamente a partir de una escala de intensidades. De ahí la necesidad de distinguir entre los tres niveles que integran la acción política: lo simbólico, lo contingente y lo que más tarde Lechner llamaría los “mapas mentales” de la interpretación y la significación. Aunque nunca están presentes por sí solos, cada uno de estos niveles mantiene una lógica que es posible delimitar. Lechner explora la dimensión temporal de la experiencia política en tres momentos de este tomo: las teorías sobre el realismo, el principio de incertidumbre inscrito en todo orden social y el proceso de la segunda secularización (o la secularización de la política) en la modernidad tardía. La redacción de los textos que conforman Los patios interiores transcurrió entre 1984 y 1987. Casi todos fueron elaborados en Santiago de Chile, una década después del golpe militar y en plena dictadura, bajo el enorme esfuerzo de renombrar la palabra “sentido”. Escribe Lechner: “El golpe militar de 1973 es un cruel despertar. De un momento al otro los sueños (utopías y pesadillas) se disipan y se abre a la vista una realidad desconocida y aterradora. Un temporal barre los esquemas de interpretación como hojas muertas y deja al desnudo a los intelectuales. De vanguardias de la lucha ideológica pasan a ser elementos subversivos o, en el mejor de los casos, marginales. Se viene abajo el mundo —nuestro mundo— y, sin embargo, la vida sigue. Seguimos con vida en un mundo innombrable y, a la vez, banal. No sabemos dar cuenta de la realidad del país, ni siquiera de nuestra vida cotidiana. Quedamos sin discurso y enmudecidos buscamos recuperar la palabra. La recuperación de la palabra pasa por nombrar lo perdido”. Hacia la mitad de la década de los ochenta predominaba un clima de incertidumbre en el que la Junta Militar había empezado a perder gradualmente legitimidad, y todavía no aparecía en el horizonte la forma como habría de ser separada del Poder Ejecutivo. La posibilidad de un cambio vía las urnas, la “ruptura pactada”, era todavía vaga. Entre la perseverancia del statu quo y la posible radicalización de la violencia, el dilema (para una franja del mundo intelectual) consistía en crear los lenguajes, los códigos y las nomenclaturas que propiciaran un viraje que, desde su origen, llevase el signo de un mandato democrático. En 1986, Lechner describía la situación con la misma interrogante que se hacía la sociedad política: “¿Cómo construir un (nuevo) orden político cuando unos exigen la perpetuación de lo existente, otros reivindican la revolución ahora y otros postulan la ruptura pactada?” El tema del “realismo” como una apropiación vital (y una valoración crítica) del pasado se volvía relevante. Pero los dos textos que lo desarrollan van más allá. Reúnen, sin proponérselo, un breve tratado sobre una ciencia que aún está por configurarse, la ciencia del kairos, la kairología según una resuelta sugerencia de Giorgio Agamben. En la tradición griega el término se usa de maneras disímbolas. Hesíodo lo describe como “todo lo que es mejor que algo”, es decir, un ahora que se mide por una concentración de intensidades. Eurípides, en cambio, habla del “momento adecuado para capitalizar la espera”: una diferencia en la diferencia. Aristóteles secunda la idea de Eurípides y la postula como un punto de encuentro entre el pathos y el ethos. Escribe en La retórica: “la oportunidad y el contexto adecuados en el que la prueba debe entregarse”. Al principio de la liturgia ortodoxa, el ayuda le dice al presbítero: “Ha llegado el momento de que el Señor actúe” (Kairostoupoiesai a Kyrio), lo que equivale al retorno de la posibilidad de encontrar el destino. En la tradición cristiana, kairos significa “la época decisiva”. Entre los pensadores modernos críticos de la tradición teológica, la visión de Lechner se acerca más a la que adelanta Deleuze en Lógica del sentido: “El devenir ilimitado se vuelve el acontecimiento mismo […] El futuro y el pasado, el más y el menos, lo excesivo y lo insuficiente, el...



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