E-Book, Spanisch, 128 Seiten
Reihe: Con vivencias
Latouche / Harpagès La hora del decrecimiento
1. Auflage 2012
ISBN: 978-84-9921-342-2
Verlag: Ediciones Octaedro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, 128 Seiten
Reihe: Con vivencias
ISBN: 978-84-9921-342-2
Verlag: Ediciones Octaedro
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Serge Latouche, célebre economista y filósofo francés, es profesor emérito en la Facultad de Derecho, Economía y Gestión de la Universidad París-XI (Orsay), especialista y militante del decrecimiento. Es presidente de la asociación de los Amigos de Entropia (Revista de estudio teórico y político del decrecimiento) y autor de numerosas obras: Pequeño tratado del decrecimiento sereno, Decrecimiento, posdesarrollo, La apuesta por el decrecimiento y Sobrevivir al desarrollo, La apuesta por el decrecimiento, La sociedad de la abundancia frugal (publicados en Icaria) o La hora del decrecimiento y Salir de la sociedad de consumo (publicados en Octaedro).
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Ha llegado la hora
En los años sesenta, el humorista Pierre Drac advertía: «Es aún demasiado pronto para decir si es ya demasiado tarde». Desgraciadamente, hoy en día este ya no es el caso. Tras el cuarto informe del IPCC (Grupo intergubernamental de expertos sobre el cambio climático) del año 2007, y más aún tras su actualización por los climatólogos en la reunión de Copenhague de marzo de 2009, sabemos que en lo sucesivo es demasiado tarde. Incluso si detuviéramos de un día para otro todo lo que engendra un rebasamiento de la capacidad de regeneración de la biosfera (emisiones de gas de efecto invernadero, contaminaciones y depredaciones de toda naturaleza), dicho de otro modo, aunque reduzcamos nuestra huella ecológica hasta el nivel sostenible, tendremos dos grados más antes de finales de siglo. Esto significa zonas costeras bajo el agua, decenas si no cientos de millones de refugiados del entorno,1 importantes problemas alimenticios, escasez de agua potable para muchas poblaciones,2 etc. Dicho de una forma más prosaica: «Es de temer que la expresión “respirar aire puro” sea para nuestros hijos un uso de las lenguas muertas».3
En diciembre de 2009 tuvo lugar en Copenhague la cumbre de la ONU sobre el clima al final de la cual los diferentes Estados debían llegar a un acuerdo con el fin de frenar el alza global de las temperaturas. Fue, una vez más, la cumbre de la incoherencia. Los gobiernos actúan sobre la marcha, privilegian el corto plazo y mantienen su ideología del crecimiento. La demagogia verbal, los anuncios al inicio de la conferencia y las gesticulaciones mediáticas parieron finalmente unos compromisos insuficientes o poco apremiantes que no impedirán la realización de proyectos controvertidos como, por ejemplo, el desarrollo de la red de autopistas francesas, acompañado de una reactivación de la industria del automóvil sustentada de manera espectacular por nuestros dirigentes políticos. ¡No habremos pues evitado lo peor!
En 1974, René Dumont, agrónomo y candidato ecologista a las elecciones presidenciales, nos había advertido: «Si mantenemos la actual tasa de expansión de la población y la producción industrial hasta el próximo siglo, este no terminará sin el hundimiento total de nuestra civilización.4 Por su parte, el filósofo André Gorz insistía de nuevo en 1977: «Sabemos que nuestro mundo se extingue; que si continuamos como hasta ahora, los mares y los ríos serán estériles, las tierras carecerán de fertilidad natural y el aire resultará irrespirable en las ciudades y la vida constituirá un privilegio al que solo tendrán derecho los especímenes seleccionados de una nueva raza humana […].»5
Hoy la catástrofe ya se ha producido. Vivimos la sexta extinción masiva de las especies.6 La quinta, que se produjo en el Cretácico hace sesenta y cinco millones de años, había visto el fin de los dinosaurios y de otros grandes animales, probablemente a consecuencia del choque de un asteroide. Sin embargo, esta sexta extinción presenta tres diferencias no desdeñables en relación con la precedente. De entrada, las especies (vegetales y animales) desaparecen a una velocidad de cincuenta a doscientas al día;7 un ritmo de 1.000 a 30.000 veces superior al de las hecatombes de los pasados tiempos geológicos.8 Para el reino animal, se ha pasado de un ritmo de extinción de las especies de una cada cuatro años antes de la era industrial a aproximadamente 1.000 al año (!)9 Además, el hombre es directamente responsable de la actual «depleción» de lo vivo. Por último, el hombre bien podría ser su principal víctima… Si hemos de creer a algunos, el fin de la humanidad debería llegar incluso más rápidamente de lo previsto, hacia el año 2060, por esterilización generalizada del esperma masculino bajo el efecto de los pesticidas y otros contaminantes orgánicos persistentes cancerígenos, mutagénicos o tóxicos para la reproducción.10
«El ritmo de extinción de las especies se ha acelerado.»
La sexta extinción de las especies sería debida a la sobreexplotación de los medios naturales, a la contaminación, al fraccionamiento de los ecosistemas, a la invasión de nuevas especies depredadoras y al cambio climático. Nuestro modo de producción provoca una aceleración de este fenómeno. La agricultura productivista, orgullo de nuestros políticos, viene guiada de entrada por el deseo de la productividad. El monocultivo, las manipulaciones genéticas y la patentabilidad de lo vivo al servicio de los intereses de los grandes grupos del negocio agrario son sus ilustraciones más destacadas. Resultado: según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) en el transcurso del último siglo se han perdido aproximadamente las tres cuartas partes de la diversidad genética de los cultivos agrícolas.
De una manera más general, ¿quién es responsable de todo esto? Expertos en economía nos demostraron que el desarrollo había permitido alimentar a millones de hombres, pero se abstuvieron de decir que esta máquina, siguiendo su curso, se volvía infernal hasta engendrar hoy un crecimiento excesivo, o en otras palabras, un desarrollo parasitario. Podemos incluso hablar de una verdadera excrecencia comparable a la metástasis de un cáncer. La excrecencia es el crecimiento que sobrepasa la huella ecológica sostenible y que, en el caso de Europa, correspondería al consumo excesivo, es decir, a un nivel de producción que en general sobrepasa el nivel capaz de satisfacer las necesidades «razonables» de todos. Más allá de un determinado umbral, el coste marginal del crecimiento supera en mucho sus beneficios. Paradójicamente, todo sucede como si la perspectiva de un suicidio colectivo nos pareciera menos insoportable que el replanteamiento de nuestras prácticas y el cambio de nuestros modos de vida.
«Podemos hablar de una verdadera excrecencia comparable a la metástasis de un cáncer.»
«Los niños que vamos a traer al mundo, cuando alcancen la edad madura, ya no utilizarán ni el aluminio ni el petróleo; […] en caso de realización de los actuales programas nucleares, los yacimientos de uranio ya estarán agotados»,11 precisa asimismo André Gorz.
Al emprender, hacia 1850, la vía «termoindustrial», Occidente pudo dar consistencia a su deseo de adherirse a la razón geométrica, es decir, al crecimiento infinito, sueño que se desarrolla desde al menos 1750 con el nacimiento del capitalismo y de la economía política. No obstante, será solo hacia 1950, con la invención del marketing y el consiguiente nacimiento de la sociedad de consumo, que la utopía llegará a su plenitud y el sistema podrá liberar todo su potencial creador y destructor. Actuando así, construye las estructuras de la catástrofe. El año 2050 podría marcar el fin de la sociedad de crecimiento. El sueño se habrá convertido en una pesadilla. El gran astrónomo Martin Rees da a la humanidad una posibilidad sobre dos de sobrevivir al siglo veintiuno.12
«Alto al crecimiento» fue el título francés del primer informe del Club de Roma publicado en 1972. Su conclusión precisaba que el crecimiento ilimitado bajo todas sus formas era imposible ya que el planeta era un mundo finito. Treinta años más tarde, un nuevo informe, realizado por los mismos investigadores, lanza una advertencia rigurosamente idéntica.
Podemos ser escépticos, claro está, acerca de los trabajos de futurología, aunque tienen el mérito de ser infinitamente más serios y sólidos que las habituales proyecciones (que no hacen más que prolongar las torpes tendencias existentes) sobre las que se apoyan nuestros gobernantes y las instancias internacionales. A partir de un modelo simplificado que representa el funcionamiento del sistema, los autores del informe de 2004 exploran nueve escenarios partiendo de otras tantas hipótesis sobre la evolución de las variables. Salvo el que se apoya sobre una fe propiamente «cornucopiana» (fundada sobre el mito del cuerno de la abundancia y de la ausencia de límites), los demás escenarios, sin poner en duda los fundamentos de la sociedad de crecimiento, desembocan en su hundimiento (colapso) con tres variantes principales. La primera lo sitúa hacia el año 2030 debido a la crisis de los recursos no renovables, la segunda hacia 2040 debido a la crisis de la contaminación y la tercera hacia 2070 debido a la crisis de la alimentación.
Un solo escenario es a la vez creíble y sostenible, el de la sobriedad, que constituye la base de la vía del decrecimiento.
¡El decrecimiento! La palabra aparece por primera vez en 1979 en la traducción francesa de la obra principal del ecologista rumano Nicholas Georgescu-Roegen.13 Sin embargo, la llamada a la construcción de un proyecto político bajo esta etiqueta no se lanzó realmente hasta 2002. En lo sucesivo el decrecimiento es reivindicado sin complejos. El movimiento de objeción al crecimiento, nacido en los años setenta con el informe del Club de Roma y la conferencia de Estocolmo sobre el medio ambiente, encontró su provocador eslogan. El decrecimiento intriga, inquieta, pero inspira también a un número aún más importante de personas que hoy se atreven a hacerse llamar objetores del crecimiento o incluso dimisionarios del crecimiento.
¡La hora del decrecimiento ha llegado! Y la sociedad de la sobriedad...