Kennard | La extorsión | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 434 Seiten

Reihe: ENSAYO

Kennard La extorsión


1. Auflage 2019
ISBN: 978-84-120426-4-1
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

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Reihe: ENSAYO

ISBN: 978-84-120426-4-1
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
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La historia que los estadounidenses asumen como propia es convincente: Estados Unidos es una fuerza positiva en el mundo, refugio para prosperar y defensor incondicional de la democracia y los derechos humanos. Pero el veterano periodista de investigación Matt Kennard revela una verdad mucho más oscura. Tras cuatro años en el Financial Times descubrió una estafa gigante. Su acceso a la élite global lo llevó a una sola conclusión: el mundo está dirigido por un escuadrón de hombres que fuman puros con armas grandes y gran efectivo. A partir de más de 2.000 entrevistas con funcionarios, intelectuales y artistas de todo el mundo, Kennard revela cómo se nos vende un sueño y cómo ese sueño oscurece la realidad del estado corporativo, la encarcelación en masa y la extirpación de derechos humanos.

Es un escritor y periodista británico que ha trabajado como periodista asalariado para The Financial Times en Londres, Nueva York y Washington D.C. Ha publicado también en The New York Times, New Statesman, The Guardian y The Chicago Tribune. Se graduó como investigador Stabile en la Escuela de Periodismo de Columbia en Nueva York. Es el autor del aclamado libro 'Irregular Army: How the US Military Recruited Neo-Nazis, Gang Members, and Criminals to Fight the War on Terror'. Ha sido Director Adjunto del Centro de Periodismo de Investigación en Londres y actualmente trabaja como freelance
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Introducción


Empecé a trabajar de periodista en The Financial Times poco después de que se desatara la crisis financiera y en el momento culminante de la llamada «Guerra contra el Terror». Yo era un joven y ambicioso reportero que trabajaba en uno de los periódicos serios más respetados del mundo y estaba listo para contar la verdad. Aprendí muy pronto que aquel no era un lugar donde hacerlo. Quizá debería haberlo imaginado. Poco después de los ataques terroristas del 11 de septiembre en Nueva York y Washington, se me abrieron los ojos parcialmente. Cuando en el año 2003 sonaron los tambores de guerra, me enteré de que, a pesar de que Estados Unidos y el Reino Unido promovían el ataque a Sadam Husein, en la década de los ochenta le habían apoyado. El hombre a quien presentaban como la encarnación del diablo había sido nuestro colega unos cuantos años antes. Poco después vi cómo a mi gobierno no le importaba en absoluto reescribir informes de los servicios de inteligencia para engañar a sus propios ciudadanos y meterlos en una guerra de todo punto ilegal. Pensé, quizá con ingenuidad, que trabajar en The Financial Times me permitiría seguir aprendiendo cosas, y en algunos aspectos estaba en lo cierto, aunque lo que aprendí no fueron las lecciones que ellos pretendían darme. Allí viví expuesto a la otra cara de esta moneda de la industria de la guerra: el mundo de las altas finanzas. Esas guerras no eran el vanidoso proyecto de unos dirigentes crédulos, eran tan solo la fase más reciente de la prolongada guerra de las élites mundiales contra los pueblos de nuestro mundo, librada con el fin exclusivo de engordar sus cuentas de resultados. Vi muy de cerca a los verdaderos gobernantes del mundo: no eran los políticos, sino los multimillonarios que se esconden detrás de ellos, los marionetistas que lo movían todo. Me habían destinado a su órgano de comunicación, de modo que levantar alarmas no era, dicho con cortesía, lo más adecuado.

Durante los años siguientes fui testigo de primera mano de lo poderoso que es el sistema propagandístico que da cobertura a estos extorsionistas. Es casi imposible enfrentarse a ellos a título individual desde dentro (lo intenté). Trabajaba en The Financial Times en Washington DC y en Nueva York, pero durante toda esa época también viajé mucho e informé desde cuatro continentes, más de una docena de países y similar número de ciudades de Estados Unidos. Todo lo que veía contradecía lo que me habían contado acerca de cómo funciona el mundo. Pero, mientras lidiaba con mi trabajo, en lo más profundo de mi mente sabía que, como periodista, expresar esta contradicción no era buena idea: hacerlo afecta negativamente, de inmediato, a tu carrera, y supongo que esa es la razón por la que muy pocos dan ese paso. Si hablas mal de los extorsionistas, bueno…, enseguida eres antiestadounidense, odias la libertad, amas a los terroristas, etcétera. Este tipo de «entrenamiento» ideológico alcanza su máxima potencia en los medios de comunicación que apoyan la extorsión del mundo occidental, que es donde antes trabajaba yo —también ayudan a diluir el pensamiento independiente—. En realidad, me enseñaron esta filosofía de mantener los ojos cerrados cuando fui a cursar un máster en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia, en Nueva York; al parecer se trata de la mejor del mundo en su disciplina, pero es esclava de la extorsión y sus mentiras, como el resto de las élites estadounidenses. Y los intentos por sacarme de la cabeza estas ideas críticas prosiguieron a medida que iba ascendiendo en la jerarquía del aparato ideológico. El día que me marché de The Financial Times, por ejemplo, mi jefe me dijo claramente: «Lárgate y dedícate a esas cosas tuyas para “salvar el mundo”; tal vez puedas regresar cuando crezcas un poco». Seguí su consejo, pero no volveré. En cambio, presento aquí, con los ojos bien abiertos, el reportaje que ellos jamás mandarían a la imprenta.

Los extorsionistas

Estados Unidos salió de la Segunda Guerra Mundial ocupando una posición de poder mundial sin parangón. Europa occidental y la Unión Soviética estaban destruidas tras seis años de una guerra devastadora y las estructuras imperiales que antes gobernaban la mayor parte del mundo se estaban desmoronando. En ese periodo, los estadounidenses experimentaron una milagrosa recuperación de la depresión económica que había azotado al país desde el crac de Wall Street de 1929, labrándose conscientemente su posición de número uno durante la guerra. Cuando en 1945 esto se hizo realidad, el centro de atención pasó a ser la ampliación de la cartera de clientes de las élites estadounidenses, instaurando de ese modo la extorsión una vez concluida la Segunda Guerra Mundial.

Steven Pinker, psicólogo evolucionista de Harvard, me contó en una ocasión que el poder pervierte las nociones humanas de moral y justicia: «Dominación, imparcialidad y asociación son tres modalidades de pensamiento muy distintas para abordar las relaciones. Quien ocupa el poder tiende a no pensar en sus relaciones con sus peones o los de otros en términos de imparcialidad», decía. A las élites estadounidenses, sus poderosos agentes empresariales y los gobiernos aliados (con independencia del partido político) los mueve la dominación, no la imparcialidad. Quien ocupa el poder lo sabe, es a la población a la que se miente. Como es natural, la necesidad de pinchar la burbuja propagandística no es nueva. Desde tiempos inmemoriales, todos los emperadores, caciques y superpoderosos han alimentado a propósito la mitología sobre sus actos para utilizar la buena voluntad de sus pueblos y llevar a cabo sus empresas delictivas. El historiador Cornelio Tácito lo expresó mejor en el momento culminante del dominio romano: «Los romanos crean un desierto —escribió— y lo llaman paz». Los mitos que se dispensan a los estadounidenses desde su más tierna infancia —una formación ideológica que además trasciende sus fronteras— siguen presentando a Estados Unidos como una imponente singularidad en el mundo del ejercicio del poder. A diferencia de todas las superpotencias anteriores, Estados Unidos es una potencia «moral», impulsada por principios y valores, en lugar de por la dominación y la codicia. Estados Unidos, se nos dice, es «excepcional»; no excepcionalmente violenta, que es la verdad, sino excepcional en la medida en que tiene una «vocación superior»; es una «resplandeciente ciudad en la cima de un monte».[1] Una breve incursión en el mundo con los ojos bien abiertos nos muestra enseguida que esto es lo contrario de la verdad. Pero mantener bien abiertos los ojos siempre será más difícil que buscar consuelo en la superioridad moral propia y en la infamia de los enemigos. Y así arraiga el mito. Repita conmigo: cuando Estados Unidos es el responsable, el terrorismo se llama «pacificación»; la dominación se llama «colaboración»; el miedo es «estabilidad». Es fácil.

Los creyentes

Un par de años después de mi iniciación en The Financial Times, algunas cosas empezaron a aclararse. Me di cuenta de que había una diferencia entre el resto del personal de la extorsión y yo: ellos eran los trabajadores de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, United States Agency for International Development), los economistas del Fondo Monetario Internacional (FMI), etcétera. A medida que iba comprendiendo cómo funcionaba realmente la extorsión, empecé a considerarlos embaucadores voluntariosos. No había duda de que parecían creer en las virtudes de la misión; se imbuían de todas las teorías con las que se pretendía maquillar la explotación mundial con el lenguaje del «desarrollo» y el «progreso». Lo percibí con los embajadores estadounidenses en Bolivia y Haití, así como con otros muchos funcionarios a los que entrevisté. Ellos creían de verdad en los mitos y, por supuesto, se les pagaba con generosidad para que los crean. Para ayudar a levantarse cada mañana a estos agentes de la extorsión, también hay por todo Occidente un ejército bien provisto de intelectuales cuyo exclusivo propósito es volver aceptables para la población en general el robo y la brutalidad de Estados Unidos y sus aliados extorsionistas. Y este sistema de adoctrinamiento está tan bien engranado con los medios de comunicación y el sistema universitario que es casi imposible siquiera adivinarlo. Recuerdo haber escrito un artículo para The Financial Times sobre el exdictador egipcio Hosni Mubarak, a quien respaldaban más de mil millones de dólares de ayuda estadounidense; los editores eliminaron sin pensárselo dos veces la calificación que acompañaba al nombre de Mubarak: «respaldado por Estados Unidos». Remití otro artículo con el mismo calificativo: «respaldada por los iraníes», pero en este caso referido a la milicia libanesa Hezbolá, y fue aprobado sin ninguna dificultad. Así es como actúa el control de pensamiento y como la extorsión sobrevive con su lustre moral intacto.

El poder ha corrompido por completo la mentalidad de todas esas personas. Cuando Rafael Correa, presidente de Ecuador, cerró Manta, la base militar estadounidense en su país, dijo a los norteamericanos que podían dejarla allí siempre que permitieran que Ecuador instalara una base militar en Miami. Para Washington y sus lacayos de los medios de comunicación era...



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