Jiménez Lozano | La piel de los tomates | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 256 Seiten

Reihe: Literatura

Jiménez Lozano La piel de los tomates


1. Auflage 2010
ISBN: 978-84-9920-511-3
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, 256 Seiten

Reihe: Literatura

ISBN: 978-84-9920-511-3
Verlag: Ediciones Encuentro
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Estudio preliminar de Guadalupe Arbona. 31 cuentos inéditos del Premio Cervantes de Literatura 2002. En cada uno de ellos 'lo eterno se esconde en cualquier pliegue de la narración, por lo que permiten renovar la mirada y sorprender, donde menos lo esperemos y con la forma más desconcertante, el susurro o el estallido de la vida en su misteriosa belleza'.

José Jiménez Lozano nació en Langa (Ávila) en 1930. Se licenció en Derecho en Valladolid, en Filosofía y Letras en Salamanca y en Periodismo en Madrid. Ha colaborado con el periódico decano de la prensa española El Norte de Castilla desde 1958 hasta su jubilación en 1995, tres años después de ser nombrado director. Es autor de más de cuarenta títulos entre novelas, cuentos, ensayos y poesías. Ha obtenido numerosos galardones por su obra literaria y periodística, entre ellos el Premio Cervantes de las Letras en 2002. Entre sus últimas obras destacan La piel de los tomates (2007), Libro de visitantes (2007), El azul sobrante (2009) o Un pintor de Alejandría (2010), todos ellos publicados por esta misma editorial.

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Preliminar
La piel de los tomates, mucho más que un título La piel de los tomates es un título desconcertante. ¿Es que algo tan insignificante como la piel de los tomates merece nuestra atención? Ésta es la perplejidad que provoca el primer acercamiento al nuevo texto de José Jiménez Lozano porque, aun sabiendo que la piel es parte del tomate, no deja de desazonar que el autor se fije en esa forma de vida inapreciable. José Jiménez Lozano logra turbar con este título porque, señalando esa finísima capa que recubre los tomates, a la que es difícil prestar atención, invita a un cambio en la mirada del lector desde el principio, o al menos sugiere una pregunta. En el cuento que da título al conjunto, el narrador describe los tomates que cultiva la señora Julia: la piel de éstos es tan suave como la chaquetilla que pone una madre a su hijo cuando hace fresco y que nadie, excepto ella, sabe que el niño necesita; o es piel tan fina y tan lisa como la de una mujer sana, alegre y sonrosada. En la transparencia y sencillez de la piel de unos tomates, eso sí, cultivados en los márgenes de un enigmático, estático y extraño lugar, hace descansar todo el significado de su libro. Y es que este título, además de hacer referencia al cuento que lo lleva, es muestra de la apasionada estima de José Jiménez Lozano por la vida. Este palpitar que acontece en la sencillez de sus historias no se reduce a un sentimiento; que esto es casi siempre fácil: se elige una emoción a flor de piel y se le da un argumento; tampoco busca el narrador una definición conceptual de la vida, si no no estaríamos hablando de literatura sino de reflexión ensayística, de propaganda en el peor de los casos; ni siquiera, aunque en ocasiones se haya explicado así, su obra es una estampa del pasado y un lamento por la existencia que se fue con sus dolores y alegrías. No. Jiménez Lozano nos ofrece perfiles, instantes, retazos, vibraciones de la vida. Quien busque en sus cuentos escenas sentimentales no las encontrará, ni doctrinas aleccionadoras, ni consuelos para nostálgicos y, sin embargo, encontrará la intensidad de la vida presente en lo más humilde y en lo más sencillo. Sus historias inacabadas, rotas, o entrevistas tan fugazmente que casi, casi podrían parecer prescindibles, ofrecen en su pequeñez la vibración del ser; de este modo, el lector se siente comprometido en un mundo imaginario tan vital que parece llamado a implicarse en su entorno y puede, si quiere, verse envuelto en la vertiginosa experiencia de la vida que sugieren. Las vidas de La piel de los tomates, desde su aparente insignificancia, retan o vencen el olvido y el desinterés. Jiménez Lozano dedica su libro a «lo eterno en los campos de enebros», como reza la cita inicial. Es decir, en cada historia vibra el ser y lo eterno se esconde en cualquier pliegue de la narración, por lo que estos cuentos permiten renovar la mirada y sorprender, donde menos lo esperemos y con la forma más desconcertante, el susurro o el estallido de la vida en su misteriosa belleza. La estima por la vida es la única razón por la que el autor escribe. Lo ha señalado en muchas ocasiones: «La literatura es levantar vida con palabras»1. Esta claridad se refleja en la antirretórica y transparencia de sus cuentos porque para él la escritura es «poner una pared de cristal o, mejor, de puro aire, entre la realidad y el lector; y escribir, por lo tanto, con palabras verdaderas y carnales, que nombren esa realidad. Sin la mínima voluntad de estilo»2. De este modo, con esta sencillez, semejante a la que refleja su título, se opone a los que consideran que este motivo, el de crear vida, es demasiado evidente u obvio: para Jiménez Lozano es la preocupación fundamental. Las historias de los cuentos de La piel de los tomates ofrecen esta vida discreta custodiada en los personajes, siempre sencillos, o preservada silenciosamente en objetos. El narrador elige una categoría del texto —puede ser un personaje, una cosa, un espacio o un tiempo— en la que se oculta y desvela la vida, y la hace centro de gravedad del conjunto. La centralidad del elemento elegido se presenta, paradójicamente, con la forma de lo leve, de lo sencillo, y la debilidad con la que se ofrece está siempre expuesta a ser negada o afirmada. La sutileza no exenta de rotundidad de la vida aparece en el texto en el difícil equilibrio que ofrece el poder ser aupada o pisoteada. Esta concepción del cuento como ofrecimiento de vida escondida permite hablar de una estructura ordenada armónicamente en torno a este vértice escogido por el narrador que, casi siempre, ocupa una posición discreta. El punto de máxima intensidad de la narración descansa en un aconteci-miento3 que desvela la precariedad de la vida presentada: puede ser admirada o aplastada y, al mismo tiempo, ofrece su grandeza porque refleja la eternidad4. Precisamente en esta tensión interior —discreta pero real— está la clave de la belleza de sus cuentos. Esta alternativa entre el respeto admirado por cualquier forma de vida y el desprecio por ella aparece ordenada en torno a dos motivos en paralelo: la vida es la de unas ancianas que se reúnen a merendar y sirve de contrapunto a otras ancianas «inservibles» que han sido asesinadas por «compasión», en «La compasión»; la vida hecha cultura puede ser subvertida y utilizada como instrumento totalitario de poder, en «Revivir los clásicos»; puede ocultarse en un abono de extrañas propiedades en «Los útiles del jardín». En este sentido, los cuentos ofrecen una estructura en la que se entrecruzan los dos motivos, se separan o prevalece uno sobre otro, es decir, de una manera más o menos explícita, la vida como tema general de los cuentos es o bien reconocida o bien negada. Y en todos ellos, uno u otro motivo transcurre hasta converger en un acontecimiento central en el que se desvela el significado del cuento, ya sea éste un descubrimiento miserable y desastroso o un acontecimiento discreto y feliz. En coherencia con este desarrollo de las historias, la muerte, máxima negación de la vida, está presente. La muerte ofrece, como se verá, muchas máscaras. Por un lado, es la muerte como final de la existencia humana —de la peripecia del personaje—, y, por tanto, como destino inevitable. Ese destino aparece terriblemente estático, triste y oscuro en «La piel de los tomates»; el destino se pinta como la esperanza de un juicio personal en «El día del Juicio» y, por lo tanto, como el dolor de un nuevo nacimiento; como tentación ante la experiencia del mal en «La traición»; en «El viajero», la muerte revela el anhelo de que no muera la persona amada; también la enigmática dama se nos muestra como el resultado de la injusticia de la guerra que manda caprichosa y absurdamente a la muerte a personas: es el caso de «La guerra de los grillos»; o como resultado del odio en «Pago por adelantado»; o la muerte justificada por una sociedad que no tolera la vida débil, la vida precaria, tal y como se insinúa en «Confidencia» y «La compasión»; la muerte como la consecuencia del odio en «La despreciada» y «La farsa». Además de la muerte física existen otras formas terribles de muerte o de humillación en vida; humillación por la arbitrariedad de los poderosos es el argumento de «Una taza de té»; la humillación en el seno de la vida familiar que puede imponer las más terribles injusticias en «Un fin de semana largo»; y la humillación que procede de la satisfacción en la vejación y la violencia en «La educación sentimental». La vida, estos retazos entrevistos por el narrador, está siempre amenazada por la muerte que, en su carácter de umbral misterioso, interroga la existencia concreta. No es de extrañar entonces cómo la inquietud, la pregunta y el drama se desatan cuando se masacra la vida; por eso sus escritos manifiestan la perplejidad ante la muerte5. En el cuento «La piel de los tomates», que da título al conjunto, esa transparente, lisa y brillante piel desafía la muerte estática, inmóvil, desconocida, oscura, e incluso temible que rodea la casa en la que la señora Julia cultiva sus prodigiosos tomates. «No sabe uno dónde poner su alma» En este sentido, una muerte tan injusta e hiriente como el atentado terrorista de Atocha el 11 de marzo de 2004 —del que, mientras escribo estas páginas, se cumple el tercer aniversario— será objeto de las reflexiones del autor en su reciente libro de apuntes. En Advenimientos, dice Jiménez Lozano a propósito de este terrible atentado terrorista: «... el constante recuerdo del atentado de Madrid del 11 de marzo, en el que fueron asesinadas casi doscientas personas, es como un sombrío nubarrón en nuestra existencia colectiva. Pero todo se resumirá en un episodio político más, y seguirá el mundo rodando. No sabe uno dónde poner su alma»6. Un mal como la muerte de tantas personas no puede agotarse en explicaciones políticas. La reflexión de Jiménez Lozano es expresión de este inconformismo con una explicación insuficiente sobre lo que ocurrió y por eso es fácil consentir con ella. Sus palabras traen a la memoria el peso doloroso y brutal de esa no lejana mañana de marzo, nos recuerdan el hecho que nos hizo temblar de dolor y de rabia. Es casi inmediato coincidir con la experiencia que describe el autor —«un sombrío nubarrón en nuestra existencia colectiva»—; es así, el dolor y la muerte de los inocentes todo lo confunde y oscurece. Y si la...



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