E-Book, Spanisch, Band 322, 272 Seiten
Reihe: Nuevos Tiempos
Jergovic Volga, Volga
1. Auflage 2015
ISBN: 978-84-16465-68-2
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, Band 322, 272 Seiten
Reihe: Nuevos Tiempos
ISBN: 978-84-16465-68-2
Verlag: Siruela
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En la quinta novela de Miljenko Jergovic, el poeta, dramaturgo y periodista de Sarajevo muestra el dolor insuperable de las heridas de la guerra y el exilio. Durante quince años, todos los viernes Delal Pljevljak se pone al volante de su coche, un mítico Volga M24, para recorrer los ciento dieciséis kilómetros que separan su casa en Split, en la costa dálmata, de Livno, Bosnia, para participar en la oración semanal de la mezquita. Un día, a principios de otoño, una repentina nevada le obliga a detenerse en Fatumi, un pequeño pueblo cuya existencia desconocía hasta la fecha, y allí será donde su vida cambiará para siempre. Varios años más tarde, cuando Bosnia está viviendo una de las fases más dramáticas de su guerra civil, un director de documentales intenta aclarar las incógnitas del fatídico día de Año Nuevo en el que Delal Pljevljak se convirtió, a su pesar, en el protagonista de uno de los más controvertidos episodios en los albores del conflicto. En Volga,?Volga, que junto con Buick Rivera y Freelander cierra la trilogía que Jergovic dedica al destino, a menudo burlón, que une a los hombres con sus coches, la conmovedora historia de Delal toma forma lentamente, página a página, como un delicado y conmovedor mosaico, en el que su destino queda inserto en medio de otras muchas existencias con las que comparte la experiencia de la guerra, del dolor, de la culpa, de la muerte... y la esperanza de una redención.
Miljenko Jergovic nació en Sarajevo en 1966 y desde 1993 reside en Zagreb (Croacia). Es periodista y escribe en las revistas y diarios más importantes de su país, así como en Allgemeine Zeitung, Die Zeit o La Repubblica. Sus obras le han hecho merecedor de varios premios, entre los internacionales el Erich-Maria-Remarque, el Grinzane Cavour por Mamá Leone y el Premio Napoli 2005 por su libro Hauzmajstor Sulc; en Croacia el August Senoe 2002 por Buick Rivera así como el premio de la Asociación de Escritores de Bosnia y Hercegovina.
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Durante años, hasta que empezó la guerra en Croacia y Eslovenia, hubo en los medios yugoslavos largos y pesados debates, a veces aligerados mediante artículos de pitonisas o —como en la revista Ilustrovana Politika, de marzo hasta noviembre de 1989— mediante una serie de análisis de motivación astrológica en los que se interpretaba cada uno de los pasos del protagonista de nuestra historia, como la que realizó el vidente Vidoje en treinta y dos entregas; unos decían que toda la culpa era de la religión, y citaban ejemplos que deberían confirmar que en el islam el hombre no es más que un esclavo encadenado, y quitarle las cadenas es como abrir la caja de los truenos; otros decían que lo sucedido era consecuencia del trauma, nunca curado, de un padre que ha perdido a su única hija, cuyo cuerpo nunca fue hallado a pesar de que durante años siguieron apareciendo rastros; los terceros, sin embargo, se contentaban con la explicación de que a menudo no es el hombre el que mata, sino el alcohol que uno lleva dentro; y así defendía y argumentaba su tesis cada uno en los folletines de los periódicos y en las mesas redondas de la televisión, pero, cuando se terminaba una ronda de debate y parecía no haber conclusiones, porque en nuestras tierras nunca sucede que alguien desista de su propia tesis y acepte una ajena, la polémica comenzaba de nuevo, a menudo con los mismos interlocutores, pero en otro plató de televisión o en las páginas de otras revistas y magacines, solo que cada nueva ronda empezaba a un nivel más bajo y partía de suposiciones más viles, como si los contertulios descendieran a una fosa que parecía no tener fondo y la historia de Dželal Pljevljak fuera a durar mientras existiera el mundo y hubiera testigos vivos; o hasta que sus participantes, debatiendo sobre la vida y la suerte de un hombre al que nunca habían conocido en persona, descendieran hasta el séptimo círculo del abismo, donde, bajo la adelfa venenosa que da como frutos maldades de los hombres, entablarían un último debate, que no tendría fin mientras durara la raza humana. Pero, después de que empezase la guerra, dejó de mencionarse a Dželal Pljevljak, así que hoy parece que ya nadie lo recuerda y que las fogosas discusiones que tuvieron lugar durante años no se debían al inextricable enigma de su caso, sino que la discusión interminable más bien sirvió para que la gente en toda Yugoslavia, intelectuales y periodistas, psicólogos, sociólogos, teólogos, antropólogos y escritores, reprimiese sus propios miedos ante lo que se avecinaba. O, tal vez inconscientemente, metaforizaban a través de su persona el destino del país en el que todavía vivían y del que a toda prisa intentaban desacostumbrarse para que la vorágine de su hundimiento no los arrastrara a la ruina. Nunca sabremos la verdad, de manera que podemos interpretar también estos debates que se prolongaron durante años como el último síntoma de la neurosis de una sociedad que se encontraba ante su descomposición. Dželal Pljevljak nació el treinta de mayo de 1933 o de 1929, ni siquiera eso está acreditado a ciencia cierta. La primera fecha aparece en todos los documentos militares, empezando por su cartilla militar, que se expidió en 1951 en la sección militar de Zenica, hasta la resolución de jubilación, que firmó el treinta y uno de diciembre de 1987 en Split el teniente coronel Radoš Nenezic, y que nunca se entregó a Pljevljak. Los documentos que lo hacen cuatro años mayor provienen de Pljevlja, donde en el Registro Civil aparece el nombre de un solo Dželal, Dželaludin Pljevljak, nacido en Krnjaca, madre Devla, padre Abdulrahman, gendarme del reino, destinado en ese momento en Berane. 1929 figura también como el año de nacimiento de Dželal Pljevljak en su inscripción en 1937 en la escuela primaria en Berane, así como en la nota de 1941 del mecánico de automóviles Božina Pajkovic, en la cual informa al comandante Moretti, de la división italiana, donde estaba destinado, de que ha cogido de aprendiz al aplicado e inteligente muchacho Dželaludin, de religión mahometana, y ruega que se le facilite un rancho diario en la cocina militar. Como el propio Pljevljak en todos los documentos escribe que el nombre de su padre es Abdulrahman, e indica que ha ido a la escuela primaria en Berane, y que la guerra le impidió llevar a cabo el aprendizaje del oficio de mecánico de automóviles en Podgorica, y dado que ningún otro Dželal Pljevljak figura en los documentos de esta época, el año 1929 parece como el más probable de su nacimiento. Las razones por las que él mismo indica haber nacido cuatro años más tarde, de manera que esta fecha aparece en sus documentos de identidad, y también al principio del juicio en Sarajevo, así como en el registro de datos personales cuando se le interna en la prisión de Foca, no las sabremos. El misterio de los años perdidos u ocultados acompañará hasta el final la biografía de Pljevljak. A veces, cuando nos parece que estamos a punto de resolverlo, se vuelve a enmarañar enseguida, y el tiempo de Dželal se comprime o se extiende de un modo extraño y casi inhumano. Ninguna fecha importante de su biografía es del todo fiable, porque siempre aparece una opción alternativa, movida hacia atrás o hacia delante unos meses o unos años, y a veces solo simbólicamente, como en los contratos de compraventa del Volga, que se hallaron entre sus papeles y los de Karamujic y que coinciden en todo, salvo que las fechas de la firma del documento por ambas partes difieren en tres días. Por ese motivo, para transitar con más facilidad por la historia y poder alcanzar el objetivo de nuestra investigación, a menudo ignoraremos las fechas que nos parecen más inciertas e indicaremos solo las más probables, y el lector debe tener en cuenta que siempre, o casi siempre, existe otra fecha en la que algo podría haber sucedido, desplazada tal vez solo uno o dos días hacia el pasado o hacia el futuro. Abdulrahman Pljevljak y Devla, de soltera Handžic, se casaron en 1921 en Belgrado, ante el cadí hayyi Kasim Hadžiavdic. Seis meses más tarde, para vergüenza de la familia de Pljevljak, les nació un hijo, Ragib. Devla decía que había nacido prematuro y estaba recubierto de pelo y tenía un rabo, por lo que en un primer momento pensó haber dado a luz a un diablo, pero, afortunadamente, allí estaba una partera, de nombre Natalija, que asistía en los alumbramientos y era comadrona en la corte. Ella le dijo a Devla que esto ocurría a veces, sobre todo con los niños prematuros, y que el pelo seguramente se le acabaría cayendo, y también desaparecería el rabo si la madre se lo pedía a Dios con mucho fervor. Ella le preguntó a qué Dios y si daba igual que su Dios fuera turco, musulmán. Natalija contestó que el en caso de los adultos sí importaba, pero cuando se trataba de niños, Dios respondía sin importarle el nombre que se le diera, fuera ortodoxo, turco o, ¡qué disparate!, romano y latino. Ragib, así de peludo y pequeño, parecía una rata recién salida del agujero de una letrina militar. Es lo que dijo Abdulrahman cuando lo vio por primera vez, y así sería recordado y anotado más adelante. Solo Dios sabe cómo llegaron a Krnjaca las noticias de que Devla había dado a luz antes de tiempo, porque Abdulrahman seguramente no había propalado su vergüenza; sin embargo, primero corrió la voz de que su mujer había parido el hijo de otro, para enseguida extenderse un rumor aún peor, que había parido a un demonio. Le hicieron saber que no querían verlo por Krnjaca y, si iba, que no fuera con ella ni con lo que ella había traído al mundo. Además dijeron que los hombres aún guardaban los fusiles de la guerra y estaban dispuestos a utilizarlos, y que de ninguna manera permitirían que el demonio plantara sus pezuñas en Krnjaca. Lo mejor para Abdulrahman sería que se quedase en Belgrado, protegiera al antiguo y al nuevo rey y echara una mano a la reina griega en el parto de los príncipes, y que ellos se apañarían muy bien sin él. Y por cierto: tampoco a los vecinos serbios, cuya palabra se escuchaba y contaba más en el reino, les gustaría que el diablo apareciera por Krnjaca. Estas eran las voces que llegaban a Pljevljak, y al principio él intentaba refutarlas, les decía, parad, recapacitad, buena gente, no es un demonio, al contrario, es un milagro de Dios, mi hijo ha nacido tres meses antes y Dios le ha salvado la vida, lo ha dotado de pelo, para que tenga calor, ahí lo tenéis, apenas ha cumplido siete días y el pelo se le ha caído, es igual que otros bebés, solo que más pequeño, ¡no cometáis un pecado, un día podría volverse contra vosotros! Y los mensajeros asentían tal vez con la cabeza porque ¡no vas a negar algo que dice la autoridad uniformada y con sable!, o simplemente callaban y esperaban la primera ocasión para esfumarse, y así conservar el pellejo. Al regresar a Krnjaca, seguramente les preguntaban si habían visto al demonio, por lo que tenían que soltar alguna mentira, aunque cuidaban de que no fuera demasiado exagerada, y así contaban que Abdulrahman no los había llevado a casa para mostrarles el niño, pero su rostro había cambiado un poco desde la última vez que habían estado con él, más alargado, la barba más puntiaguda y canosa, balaba un poco al hablar y se parecía a un macho cabrío. Un tal Savo Nesvanulica, cristiano temeroso de Dios, que en Pljevlja vendía espejos, y con su tenderete había llegado también a Krnjaca, dijo a los Pljevljak y a los Handžic que, según las apariencias, el que quería hacerse pasar por Abdulrahman Pljevljak era en realidad el diablo,...