Jergovic | Freelander | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, Band 216, 172 Seiten

Reihe: Nuevos Tiempos

Jergovic Freelander


1. Auflage 2012
ISBN: 978-84-9841-913-9
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, Band 216, 172 Seiten

Reihe: Nuevos Tiempos

ISBN: 978-84-9841-913-9
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



«Jergovic es un escritor épico.»                 Claudio Magris «Un libro sorprendente, emocionante, y al mismo tiempo cariñoso y tajante, sobre su país.» Süddeutsche Zeitung Un telegrama comunicándole la muerte de un anciano tío con el que no tenía contacto hace que Karlo Adum, un profesor de historia jubilado y viudo que trata de hacer frente a su patética soledad mediante la ironía y el cinismo, emprenda un viaje de Zagreb a Sarajevo. En su viejo Volvo del 75, su más preciada posesión, recorre un país ahora dividido en territorios croatas, bosnios y serbios. El viaje será a la vez un regreso metafórico a su propio pasado, medio siglo después de haber tenido que huir precipitadamente de Sarajevo, donde su madre frecuentaba la compañía de oficiales alemanes, italianos y croatas fascistas durante la Segunda Guerra Mundial. Pueblos abandonados a causa de la guerra, restaurantes de carretera, intensos encuentros deportivos, accidentes de tráfico, personajes pintorescos... todo invita a Adum a adentrarse en los recodos más sombríos de la historia y de su propia memoria. Pero ¿qué teme encontrar en Sarajevo el pacífico Karlo Adum y que le impulsa a hacerse con un revólver?Retrato de un territorio condenado a renacer siempre de sus propias cenizas, Freelander es también una radiografía implacable de eso que el autor llama «el terror a las pequeñas diferencias».

Miljenko Jergovic nació en Sarajevo en 1966 y desde 1993 reside en Zagreb (Croacia). Es periodista y escribe en las revistas y diarios más importantes de su país, así como en Allgemeine Zeitung, Die Zeit o La Repubblica. Sus obras le han hecho merecedor de varios premios, entre los internacionales el Erich-Maria-Remarque, el Grinzane Cavour por Mamá Leone y el Premio Napoli 2005 por su libro Hauzmajstor Sulc; en Croacia el August Senoe 2002 por Buick Rivera así como el premio de la Asociación de Escritores de Bosnia y Hercegovina.

Jergovic Freelander jetzt bestellen!

Weitere Infos & Material


Madre e hijo tuvieron que moverse para que él pasara. Sus acompañantes no se fueron, sino que permanecieron mirando de manera abierta y desvergonzada a mamá Cica y sus pechos todavía jóvenes y turgentes que se le marcaban bajo la seda lisa y brillante, con los pezones mostrando la loable disposición croata mientras el general Drinjanin pasaba a su lado, rozando probablemente sus intimidades con el cinturón. Mamá Cica se quedó rezando fervorosamente bajo la mirada de aquellos dos, y ellos, más excitados aún porque su hijo los observaba, se cebaron con la mujer, le hicieron todo lo que se les pasó por la mente, mancillaron su cuerpo y su alma, mientras ella, triste y descontenta, navegaba por espacios metafísicos. Aquélla fue la última vez que vieron al general Drinjanin, y fue la última vez que Karlo estuvo en una iglesia. Apenas quince días más tarde llegó la libertad, partisanos en abarcas y zapatos polvorientos, sucios y sudorosos, trajeron el hedor de la cebolla y del desinfectante Lysol, del polvo contra pulgas y chinches, y de mierda reseca. Los primeros días a mamá Cica le daban asco, echaba pestes de ellos y pegaba a Karlo porque no lograba aprenderse la fórmula sin Mona Grazia y modista, pero luego se acostumbró también a ellos, y mientras paseaba por la calle Aleksandrova, que ahora se llamaba Titova, y sólo unos días atrás Paveliceva, buscaba la proximidad de sus cuerpos y sus metralletas, habituándose a toda prisa a los olores del comunismo. Y el padre, el invisible padre, iba a esfumarse de todos sus recuerdos en un abrir y cerrar de ojos, ocupando en la memoria del profesor Karlo Adum menos espacio que Winston Churchill o Aldo Moro. También con los comunistas siguió sentado sin hacer nada, maldiciendo a su hermano y raspando la pared de la cocina con sus cuatro dedos hasta desmayarse de dolor. Al lado de la iglesia había que pasar como al lado de un espejismo, un sueño del pasado, el fantasma de unas paperas remotas. Cuando de la misa del domingo salía gente que ella conocía, parientes de papá Ilija, los vecinos más cercanos, hombres con los que había flirteado antes de la guerra y aquellos que durante la contienda la habían visto flirtear con oficiales alemanes e italianos, ella fingía no verlos. La saludaban, pero mamá Cica miraba a través de ellos, guapa, joven y sonriente, a través de sus cuerpos y cabezas veía un futuro mejor con todo su contenido. Veía el comunismo y se había convencido de que no se trataba de una simple ilusión, sino de algo a lo que había que aspirar, de lo que había que alegrarse y para lo que una debía ofrecer su cuerpo femenino aún joven y atractivo. Así Karlo comprendió que, de vez en cuando, uno empieza a vivir de nuevo, y que la vida se compone de varias vidas pequeñas, en cada una de las cuales el hombre cambia de cara. Hasta llegar a la última, con la que uno se presenta ante Dios. ¿Realmente ante Dios? Como a tantos otros ancianos, al profesor Karlo Adum lo asustaba la respuesta. El año anterior había cumplido los sesenta y cinco, pronto cumpliría uno más, había enterrado a todos los suyos, sentía claramente la gravitación de la tumba y sabía con certeza que ante él no había más que el vacío, el vacío y nada más. Sólo podría aplazar el miedo a ese vacío si vencía su vergüenza y un domingo cruzaba el umbral de la iglesia de Siget. Ahora, lejos de Zagreb, como siempre en semejantes ocasiones, le parecía que todas las iglesias de este mundo estaban abiertas para él, y por lo tanto también la de Siget, y que, al volver a casa, entraría en ella para agradecer a Dios que lo hubiera protegido durante el viaje. Cuando en el verano de 2001, en el hospital de la estación termal de Varaždinske Toplice, agonizaba mamá Cica, hacía ya un año que Karlo iba a visitarla cada fin de semana. En ocasiones lo acompañaba Ivanka, pero por lo general solía ir solo. Le dijeron que mamá Cica sufría de alzhéimer, que su partida podía prolongarse y que a él podía resultarle dolorosa, mientras que a ella la dejaría más o menos indiferente. Todo su sufrimiento se reduciría a una breve agitación a última hora de la tarde, provocada por un cambio del tiempo, y les correspondía a los médicos ayudarla y evitársela. Mamá Cica se iba al paraíso, olvidando todo aquello que hacía diferente este mundo de dicho paraíso. Preguntó a la doctora Jambrešic cómo lo afectaría a él la enfermedad de su madre. Ella lo miró sorprendida, y le dijo: –Quizá de ningún modo, si usted se mantiene frío. Fue una ofensa, una más en la serie que había empezado el camarada Šušnjar cuando le explicó la etimología de su apellido. La señora Jambrešic se acordaba de él de esa época, pues era entonces la secretaria del partido en el hospital de Rebro, hasta que en 1990 la expulsaron. –¡Yo no tengo la culpa! –gritó tras ella por el pasillo del hospital. –Señor, le ruego que se controle, aquí hay enfermos –le contestó. Creyó que Štefa Jambrešic quería fastidiarlo y no volvió a pensar en cómo podría afectarlo la enfermedad de su madre. Ese verano los calores empezaron muy pronto. Ivanka compraba tres veces por semana el periódico de anuncios Plavi Oglasnik y anotaba el número de teléfono de las casas que se vendían en la isla de Hvar, en la de Korcula y en la de Brac. Insistía en que era la última oportunidad para comprar una casa, porque pronto los precios subirían tanto que sólo podrían comprar propiedades en las islas los ingleses y los rusos. Los croatas son unos canallas, la apoyaba él, son unos mierdas los croatas: suben los precios, venden como locos y albergan la esperanza de que todo esto será suyo de nuevo, como la última vez, cuando se lo vendieron a los serbios, para luego recuperar las casas en los años noventa por un precio irrisorio o incluso gratis. Pero los ingleses no son serbios, y tampoco los rusos lo son, lo que se venda ahora se habrá vendido para siempre. Pronto los croatas no serán en Dalmacia más que policías, camareras de hotel y putas para los ingleses viejos y gordos. Tanto los hombres como las mujeres. Por un buen puñado de billetes, al dálmata no le disgustará tumbarse en la cama del viejo George, y George se lo cepillará gustosamente hasta que los ojos se le salgan de las órbitas y el orgullo croata por la nariz. Pero incluso entonces le quedará una ligera esperanza de que habrá otro 1991 y recuperará las villas serbias. Así se lo decía a Ivanka, ella se horrorizaba, lo conminaba a callarse, porque alguien podría oírlo, le rogaba que no dijera vulgaridades, mientras él seguía añadiendo más barbaridades. Quería de alguna manera quitarle a ella la ilusión por esa villa, lo aterraba la idea de comprar una casa con un crédito de consumo, pero no podía decírselo a las claras, y por eso describía cada vez con más detalle y precisión anatómica a las camareras dálmatas satisfaciendo oralmente a jóvenes y nerviosos mafiosos rusos, mientras éstos telefoneaban y encargaban asesinatos en Moscú, y a los gigolós dálmatas tumbados bajo zapateros londinenses jubilados, melancólicos y con impulsos poéticos. Y por fin, un sábado, por primera vez mamá Cica no lo reconoció. –Por lo demás, ¿quién es usted, camarada, que viene a molestarme mientras me preparo para recibir al camarada Rato Dugonjic? ¿Acaso no sabe usted quién es Rato Dugonjic? Márchese, porque como lo vea aquí, terminará en la trena. –Madre, no digas tonterías, soy yo, tu hijo Karlo. En respuesta, mamá Cica empezó a reírse como una loca. Casi se ahoga con su propia risa, la enfermera tuvo que sacudirla con la palma de la mano en la espalda y en el cuello para que expulsara el aire, porque mamá Cica consideró que era increíblemente cómico que ese viejo afirmase ser su hijo. ¡Qué barbaridad!, ¿dónde se ha visto que un hijo tenga tres veces más años que su madre? Porque ella era una joven costurera de Sarajevo, presidenta de la Junta Popular del municipio de Stari Grad y alta funcionaria de la Cruz Roja, y no le sobraba tiempo para tonterías. Los fines de semana iba con su brigada de trabajo a construir el estadio de Koševo, que un día sería el lugar en el que las juventudes esperarían al camarada Tito. Y al camarada Rato Dugonjic tenía que darle el parte sobre los avances de las obras, y este viejecito no la dejaba en paz. Decía ser su hijo, y era mayor que aquel criminal ustacha, Ademaga Mešic. El profesor Adum estaba conmocionado por el hecho de que mamá Cica hubiera perdido en tan poco tiempo el contacto con la realidad. Sólo una semana antes había conversado con él de forma bastante normal. Por eso el domingo, por la mañana muy temprano, fue de nuevo a Varaždinske Toplice, esta vez en compañía de Ivanka. La llevaba consigo para que le resultara más fácil soportar que mamá Cica no lo reconociera. Dejó que ella entrara primero en la habitación. –Eh, eh, eh, aquí viene mi nuera –se alegró mamá Cica–, hacía mucho que no venías, querida, casi un mes, ya sé, ya sé, no es fácil para ti hacer semejante viaje. Si alguien me lo hubiera dicho, no me lo habría creído: que a una persona ya entrada en años, como tú, le den mareos al montar en coche, hay que ver; y ni siquiera los médicos de aquí tienen idea de esa enfermedad, les he preguntado. Pero lo importante es que has venido, cariño… –no dejaba de hablarle a...



Ihre Fragen, Wünsche oder Anmerkungen
Vorname*
Nachname*
Ihre E-Mail-Adresse*
Kundennr.
Ihre Nachricht*
Lediglich mit * gekennzeichnete Felder sind Pflichtfelder.
Wenn Sie die im Kontaktformular eingegebenen Daten durch Klick auf den nachfolgenden Button übersenden, erklären Sie sich damit einverstanden, dass wir Ihr Angaben für die Beantwortung Ihrer Anfrage verwenden. Selbstverständlich werden Ihre Daten vertraulich behandelt und nicht an Dritte weitergegeben. Sie können der Verwendung Ihrer Daten jederzeit widersprechen. Das Datenhandling bei Sack Fachmedien erklären wir Ihnen in unserer Datenschutzerklärung.