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E-Book, Spanisch, 200 Seiten

Reihe: Salto de fondo

Jenkins Amor triste

Las relaciones amorosas y la búsqueda de sentido
1. Auflage 2023
ISBN: 978-84-254-4915-4
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection

Las relaciones amorosas y la búsqueda de sentido

E-Book, Spanisch, 200 Seiten

Reihe: Salto de fondo

ISBN: 978-84-254-4915-4
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection



Cuanto más ansiamos la felicidad, menos felices somos. Esto es lo que se conoce en filosofía como «paradoja de la felicidad». Lo mismo ocurre con el amor, cuya visión «romántica», defiende que el objetivo último es alcanzar una felicidad perpetua, que se impone como modelo de vida y nos hace paradójicamente infelices. Ha llegado el momento de liberar al amor. Nos hace falta una nueva filosofía que reconozca que el dolor y el sufrimiento que causa el amor son una parte natural e incluso buena que hace que valga la pena vivirlo. Lo que Jenkins llama «amor triste» no ofrece ningún falso «felices para siempre». Más bien trata de encontrar un modo de integrar adecuadamente el desamor y la decepción en la experiencia del amor que vivimos. Al rigor filosófico de esta obra, la autora suma su propia experiencia como mujer poliamorosa, enriqueciendo la reflexión sobre el amor concebido más allá de la monogamia y la heterosexualidad que la sociedad y la tradición imponen.

Carrie Jenkins es filósofa y profesora de Filosofía en la Universidad de British Colombia, en Canadá. De origen inglés, se doctoró en Filosofía por el Trinity College de Cambridge, especializada en teoría del conocimiento y filosofía de la ciencia. Ha obtenido reconocimiento internacional, además, por defender el poliamor y los modelos de relación no monógama y heterosexual como asuntos también feministas. Entre sus libros destaca What love is and what it could be.
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PREFACIO


Cuando en 2017 me puse a escribir un libro sobre el amor, yo no era feliz. Estaba bastante triste. Pero todavía estaba enamorada o, al menos, eso pensaba. Todos los mensajes procedentes de la cultura en la que vivo me decían lo que siempre me habían dicho: que estar enamorada consistía en estar feliz. Ser feliz para siempre. Feliz con alguien. Felices juntos.

Yo tenía algunas preguntas. ¿Qué pasa si no soy feliz? ¿Qué pasa si estoy triste? O, peor aún, deprimida. ¿Significa eso que ya no estoy enamorada? ¿Que ahora ya no soy nada cariñosa? ¿Que soy antipática?

Esperaba desesperadamente que la respuesta a las dos últimas preguntas fuera «no». Y sospechaba bastante que esa era la respuesta. Aun cuando no fuera feliz y no supiera cuándo ni cómo iba a serlo, o siquiera si volvería a sentirme feliz en el futuro, dudaba seriamente de que estuviera enamorada de mis parejas. Así que en lugar de pensar eso, como una buena lógica que se precie de serlo, puse en cuestión el otro supuesto: ese que dice que estar enamorada significa ser feliz.

Al ser propensa a filosofar, además de por mi formación académica, quería pensar detenidamente en este supuesto, de tal modo que pudiera mostrarme respondona ante él con cierta confianza y convicción (en primer lugar, en mi propia cabeza). ¿Por qué había estado asociando el amor romántico con la felicidad? ¿Qué sentido tiene esa asociación? ¿De dónde procede? ¿Cuáles son sus efectos?

Por supuesto, todos sabemos que lo de «felices para siempre» proviene de los cuentos infantiles y ya sabemos lo que son los cuentos infantiles: ficciones y fantasías.1 El amor real no siempre es feliz. Lo sabía. Pero una fantasía es poderosa, incluso cuando sabemos que lo es. Nuestras fantasías —nuestros ideales— desempeñan un papel fundamental a la hora de moldear nuestras vidas. Un ideal es algo por lo que luchar, algo con lo que podemos compararnos y descubrirnos deficientes. Quizá todavía estaba enamorada, pero me inclinaba a sentir como si mi tristeza fuera una especie de situación de fracaso para mis relaciones. El amor bueno, el amor ideal, debería ser feliz para siempre, ¿no? Decir que el «felices para siempre» romántico es poco realista no merma en modo alguno su condición de ideal y, por tanto, su capacidad para convencernos de que no estamos cumpliendo con él.

Mi forma de pensar las cosas detenidamente es escribiendo, así que en 2017 empecé a escribir este libro. Pero, mientras lo escribía, el mundo dio un vuelco y ahora es un lugar muy diferente comparado con cómo era cuando lo empecé. Este libro entra en imprenta en 2022, con los ecos de desafíos autoritarios a la democracia en la nación más poderosa del mundo y después de unos años de haber visto cómo la pandemia de la COVID-19 lo arrasaba todo, desde la economía global hasta nuestras relaciones íntimas. Me costó mucho más escribir este libro de lo que había previsto en un principio. Y creció rápidamente hasta convertirse en algo mayor de lo que supuestamente iba a ser.

Amor triste resultó ser más que una teoría de las relaciones amorosas. Se ha convertido en una receta para vivir en el mundo tal como es ahora. Estar triste, incluso desconsoladamente triste, no significa que no se pueda amar: a nuestra pareja, a nuestro país o, incluso, a la humanidad. Pero para entender lo que es el amor bajo estas circunstancias me hacía falta una interpretación muy diferente de la que me habían enseñado. Una interpretación que se aparta radicalmente de los relatos al uso y los estereotipos. La del amor que aparece sin ninguna promesa de un «felices para siempre» y, quizá, incluso sin ninguna esperanza de él, pero que no se ve disminuido o degradado por ello. La del amor cuyo objetivo, y cuya naturaleza, es algo diferente de la felicidad.

Eso lo cambia todo.

Pero antes de llegar a esa cuestión tengo que retroceder un poco. ¿Por qué tenía yo que estar tan triste en 2017? Aquel momento fue cuando apareció mi primer libro sobre la filosofía del amor.2 Concedí muchas entrevistas. Quiero decir un montón de entrevistas.3 A la gente le gusta hablar del amor, supongo. Ciertamente, no hay suficientes oportunidades para hablar del amor; al menos, no en público. No me refiero a las oportunidades para intercambiar tópicos; de esas hay muchas. Quiero decir hablar realmente del amor. En mi libro estaba tratando de abrir cierto espacio para todas las preguntas «raras» que todo el mundo se hace, las que se supone que no vamos a formular en actos y encuentros más formales. Así que tal vez esa es parte de la razón por la que, de repente, yo estaba tan solicitada.

De todas formas, eso no era todo. De lo que los entrevistadores querían hablar en realidad no era tanto de mis teorías como de mi vida personal. En el libro, yo mencionaba que tenía un marido y un novio al mismo tiempo (con el conocimiento y consentimiento de ambos). Describía algunas de las dificultades que esto plantea: el estigma, la vergüenza, la presión social... lo que hacía promoción tanto de la investigación como de mis propias experiencias. Hablé un poco de cómo era la vida siendo una mujer abiertamente no monógama, con dos parejas (la versión resumida: una puta incansable y vergonzosa).

Aun así, hay muchos libros sobre la experiencia de no ser monógama. ¿Qué hacía que mi poliamor sea digno de una entrevista? Veamos una suposición: tenía algo que ver con quién soy yo. Se da la circunstancia de que soy una mujer, claro, lo que podría convertirme en una portavoz de la no monogamia más interesante de lo que podría serlo un hombre: al fin y al cabo, estamos poderosamente condicionados para pensar en la monogamia como algo que las mujeres desean y los hombres se sienten presionados a aceptar. Pero también hay muchos libros sobre la no monogamia escritos por mujeres (porque hay un montón de mujeres no monógamas). Se da la circunstancia de que soy profesora en una universidad y tal vez la gente entendía que eso significaba que había pensado en estas cosas, o que me había documentado.

Pero, más que eso, creo que lo que sucedía era solo que soy una mujer blanca, profesional, de clase media y de mediana edad. Tengo un aspecto «normal» y... bueno, respetable. No tengo apariencia de ser una rebelde, alguien que va por ahí saltándose las reglas, alguien que desafiaba las normas sociales. Tengo un aspecto «normal y corriente». Un poco aburrido. Paradójicamente, yo creo que esa es la razón por la que yo resultaba interesante.

El poliamor es una forma de no monogamia consensuada. No monogamia porque comporta estar abierto a más de una pareja amorosa/relación y consensuada porque así lo escogen de forma intencionada todas las partes implicadas (en contraposición a engañar, que es no monogamia no consensuada).

Recuerdo un artículo descriptivo en The Chronicle of Higher Education. Lo escribió Moira Weigel, una periodista y escritora a la que admiro. Vino a verme a Vancouver mientras investigaba para su artículo. Charlamos en el porche de mi casa, fuimos a comer sushi y, después, seguimos charlando. Escribió una semblanza poderosa, una pequeña instantánea de mí en apenas un instante. Cuando la leí, vi en su mente mi propio reflejo, una imagen al mismo tiempo familiar y extraña. Una mujer que fumaba en el porche y que no hablaba de ningún tema en particular. Su perro todavía olía a zumo de tomate después de un encuentro estrecho con una mofeta.

Cuando se decidió que ese sería el artículo de portada de The Chronicle of Higher Education, la revista envió un fotógrafo a mi casa para hacerme una sesión de fotos con quienes entonces eran mis dos parejas. Bueno, no me siento natural delante de una cámara. El hecho de que me miren me hace sentir incómoda y cohibida. No es solo que me ponga nerviosa con mi aspecto (aunque sí me pasa); también hay un componente moral. Incluso una mirada superficial de un desconocido me hace sentir juzgada.

La casa en la que vivía en aquel momento tampoco era un lugar en el que un fotógrafo pudiera trabajar con facilidad. Era pequeña y oscura. Ese tipo de casas construidas en la época eduardiana son una rareza en Vancouver, pero pueden hacer sentirse hogareña y nostálgica a una británica de exportación como yo. Finalmente, el fotógrafo de la revista se decidió por la mejor opción (o la menos mala): arriba, en la habitación que utilizaba para escribir, donde entra un poco de luz natural por una ventana. El fotógrafo me colocó junto a ella, en mi silla de escritorio, con mis parejas de pie, detrás de mí. Después, para captar el mejor ángulo, se agachó dentro de un armario lleno de mi ropa.

Yo sentía intensamente la presencia de los cuerpos de mis parejas, visibles para mí solo de reojo mientras estaba allí, sentada en la silla. Mis dos parejas, cada uno a su manera, parecían sentirse absolutamente cómodos con que los fotografiaran, con ser vistos. Uno de los numerosos talentos de Jonathan es la interpretación teatral. Es cantante de ópera aficionado y tiene una voz de barítono preciosa, profunda y cálida que me encanta escuchar en nuestra casa. Ray tiene muchos años de experiencia delante de una cámara y, de todas formas, todo el ser de los dos irradia continuamente una elegancia extrema, como de modelos, aun cuando simplemente estén deambulando por los pasillos de alguno de los supermercados de Save On Foods.

En...



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