Jaffe | Trabajar: un amor no correspondido | E-Book | www2.sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 512 Seiten

Reihe: Ensayo

Jaffe Trabajar: un amor no correspondido


1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-128757-9-9
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, 512 Seiten

Reihe: Ensayo

ISBN: 978-84-128757-9-9
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



Un examen exhaustivo de por qué «hacer lo que te gusta» es una receta para la explotación, que crea una nueva tiranía del trabajo en la que aceptamos alegremente realizar tareas que se apoderan de nuestras vidas. Te dicen que «si haces lo que te gusta, no trabajarás ni un día de tu vida». Ya sea trabajando por «exposición» y «experiencia», o soportando malos tratos en nombre de «formar parte de la familia», todos los empleados nos vemos empujados a hacer sacrificios por el privilegio de poder hacer lo que amamos. Jaffe, una voz preeminente en materia de trabajo, desigualdad y movimientos sociales, examina este mito del «trabajo por amor»: la idea de que ciertos trabajos no son realmente trabajo y, por tanto, deben realizarse por pasión en lugar de por remuneración. A través de las experiencias de empleados de diversos sectores -desde el becario no remunerado hasta el profesor agobiado, pasando por el trabajador sin ánimo de lucro e incluso el atleta profesional- Jaffe revela cómo nos han engañado a todos para que nos creamos una nueva tiranía del trabajo. Comprender la trampa del trabajo por amor nos capacitará para trabajar menos y exigir lo que vale nuestro desempeño.

Denton (EE.UU), 1986. Escritora y reportera estadounidense que vive en Nueva Orleans cuando no viaja. Es autora de los libros Trabajar: un amor no correspondido y Necessary Trouble: Americans in Revolt, que Robin D. G. Kelley calificó como «el retrato social y político más convincente de nuestra era». Jaffe también ha escrito From the Ashes: Grief and Revolution in a World on Fire. Su trabajo periodístico abarca la política del poder desde el lugar de trabajo hasta las calles, y sus escritos se han publicado en The New York Times, The Nation, The Washington Post, The Guardian, The New Republic, New York Review of Books y muchos otros medios. Es columnista de The Progressive y anteriormente fue redactora en In These Times y editora de temas laborales en AlterNet. Jaffe es becaria del Type Media Center, y también es copresentadora, con Michelle Chen, del pódcast Belabored de la revista Dissent, que cubre el movimiento obrero actual, y de Heart Reacts, con Craig Gent, un popular pódcast de consejos para el colapso del capitalismo tardío. Por otra parte, Jaffe ha sido camarera, mecánica de bicicletas y consultora de redes sociales, ha limpiado basura, ha servido helados y ha explicado el comunismo soviético a alumnos de secundaria. Sin embargo, piensa que el periodismo es más rentable que algunas de estas cosas.
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«Ya nadie quiere

trabajar»

Es difícil señalar cuándo apareció el primer indicio, pero en la primavera de 2021 estaban por todas partes. Las redes sociales se llenaron de fotografías en las que aparecían anuncios hechos a mano, es de suponer que por los propios gerentes, pegados a los menús de los autoservicios y en las puertas de los restaurantes. A menudo con faltas de ortografía, pero no era esto lo que los hacía repulsivos, si bien la mala redacción favorecía ese aire de vulgar esnobismo de clase que desprendían. Todos parecían repetir lo mismo de distintas maneras: las prestaciones por desempleo eran tan elevadas que los desagradecidos trabajadores del sector servicios no estaban dispuestos a regresar a sus puestos de trabajo.

Por supuesto, eran los mismos trabajadores que habían sido despedidos al principio de la pandemia de covid-19, a los que se había enviado a casa a cobrar el paro para que los jefes pudieran reducir costes. Precious Cole, una empleada de McDonalds en la ciudad de Durham (Carolina del Norte), se desentendía de la idea de que la ampliación de las prestaciones por desempleo constituyera un problema: «¿Quién querría regresar a un trabajo donde no recibe un trato justo, donde cobra un salario mísero y donde no están dispuestos a oír lo que esa persona tiene que decir?». Ella, como muchos otros trabajadores a los que se consideró «esenciales» mientras sus gerentes se replegaban tras las puertas de sus despachos, no había faltado ni un solo día al trabajo, no había dejado de servir comida. Porque fueron ellos los que sacaron el negocio adelante y cuya valentía fue brevemente ensalzada durante los primeros días terroríficos de la pandemia. Eran ellos los que habían estado expuestos al riesgo (Cole tuvo que guardar cuarentena después de que uno de sus compañeros diese positivo; aun así, no le ofrecieron ningún subsidio por enfermedad; además, vivía con su madre, a quien mantenía porque su estado de salud precario le impedía trabajar). Cole y sus compañeros abandonaron sus puestos de trabajo en señal de protesta, obligando al restaurante a cerrar sus puertas ese día en concreto. Hicieron falta dos huelgas, pero finalmente consiguieron diez días de baja remunerada por enfermedad.

Para Cole era evidente que las personas como ella habían ofrecido mucho más a su trabajo de lo que sus trabajos les reportaban a ellos. «Somos los que estamos en primera línea tomando las decisiones para tu empresa, los que preparamos la comida, los que tratamos con tus clientes maleducados y groseros sin perder la sonrisa. Somos los que cada día volvemos agotados a casa porque nos hemos deslomado a cambio del salario mínimo, o puede que algo más. No deja de ser insuficiente para vivir, para alimentar a nuestros hijos, apenas nos permite llenar el depósito de gasolina para ir y volver del trabajo».

Personas como Precious Cole, que preparaba comida para que la disfrutaran desconocidos, eran quienes más probabilidades tenían de morir de covid-19. Aunque la pandemia cambió las condiciones laborales de casi todo el mundo, algunos podían trabajar con seguridad desde casa. Cole y sus compañeros, mientras tanto, no tenían esta opción, y era precisamente su trabajo lo que permitía que otros se atrincherasen en sus casas. Trabajadores afroamericanos como Cole, junto con otras personas racializadas, tenían más probabilidades de enfermar que los empleados blancos que desempeñasen el mismo puesto.[1]

Cuando la primera edición de este libro fue a imprenta, nos encontrábamos en lo que aún no sabíamos que era el inicio de una pandemia que año y medio después continuaría en activo (que es cuando esta segunda edición fue a imprenta). En todas partes, los Gobiernos actuaron con una rapidez sin precedentes ampliando las prestaciones por desempleo, subvencionando a las empresas e incluso enviando cheques de ayuda a todos los ciudadanos. Los empresarios pagaban dos dólares adicionales a la hora en concepto de «peligrosidad» o, expresado de una manera más rimbombante, para compensar la «heroicidad» de aquellos que, como Cole, seguían acudiendo al trabajo. Sin embargo, a medida que pasaban los meses y la pandemia se iba alargando, esta paga extra empezó a desaparecer, y los trabajadores que antes habían sido alabados como héroes fueron exhortados a volver al lugar de trabajo. Los gobernadores a lo largo y ancho de Estados Unidos comenzaron a recortar los subsidios de desempleo, hasta el extremo de negarse a aprovechar la financiación federal ampliada impulsada por la administración Biden. Y el material de protección contra el covid empezó a escasear mucho antes de que se hubiera alcanzado un nivel de vacunación cercano a la tan discutida «inmunidad de rebaño», incluso en los países más ricos del mundo.[2]

En aquellos primeros días fui consciente de que la pandemia había dejado al descubierto la naturaleza coercitiva del trabajo. Ni siquiera cuando el mundo se sumergía en una pesadilla se dejó de esperar que la gente continuara trabajando con normalidad. El horror absoluto de esta visión del mundo en ocasiones salía expelido por boca de algún político excesivamente entusiasta. El vicegobernador de Texas, Dan Patrick, llegó a sugerir que «muchos abuelos y abuelas» estaban dispuestos a arriesgar su vida para mantener la economía a flote. Más tarde, redobló la apuesta con la siguiente afirmación: «Hay cosas más importantes que vivir». El mantenimiento de la fantástica acumulación de riqueza para unos pocos —entre enero del 2000 y abril de 2021, los multimillonarios de Estados Unidos se embolsaron cerca de 1,2 billones de dólares, y durante la pandemia Gran Bretaña sumó 24 nuevos nombres a su lista de multimillonarios— era, al parecer, más importante que respirar. Por supuesto, el vicegobernador no se hallaba en el frente de batalla realizando una peligrosa labor de servicio junto a Precious Cole y, por tanto, no tuvo que enfrentarse personalmente a esa elección: ¿habría arriesgado su vida un abuelo con cinco nietos como él para mantener en marcha la economía?

La responsabilidad de la pandemia no recaería en los cargos electos, en los magnates de la comida rápida ni en los ejecutivos de Amazon, sino en gente como Ann Marie Reinhart, cuya historia tuve la suerte de escuchar en 2020. La conoceréis en estas páginas, y he tratado de captar el brillo en sus ojos cuando contaba un chiste y el nudo que se le hacía en la garganta al recordar el maltrato ocasional de algunos clientes de Toys “R” Us hacia sus compañeros y hacia ella misma. Reinhart me invitó a su casa y me contó la historia de su lucha junto a otros trabajadores a los que Toys “R” Us había dejado en la estacada cuando la empresa se vio abocada a la quiebra. Compartió conmigo historias de décadas pasadas al otro lado del mostrador, donde aún trabajaba cuando la economía empezó a reactivarse. Murió el 17 de febrero de 2021 de covid-19. Tenía sesenta y un años.

Me uní por Zoom a un acto en su recuerdo celebrado por el sindicato United for Respect. Las numerosas videollamadas que ha generado la pandemia nunca resultaban tan huecas e insoportables como cuando empleábamos la tecnología para celebrar funerales a los que no podíamos asistir en persona. Pero aquel día la familia de Reinhart —su marido e hijos— y sus amigos de toda la vida pudieron conocer a la gente que había formado parte de su activismo sindical, y compartir anécdotas sobre su sentido del humor, su calidez y su coraje. Ella fue una de las más de seiscientas mil personas que fallecieron de covid en Estados Unidos, y, como todas ellas, merecía algo mucho mejor. Cuando leáis su historia en las páginas siguientes, recordad que hay muchos otros como ella, gente que fue tachada de prescindible, al servicio de la reapertura de la economía, y que tenían vidas plenas y valiosas que no deberían haber sido sacrificadas para el enriquecimiento de otros.

No resulta sorprendente que, en esta situación terrorífica en la que nos encontramos, cada vez sean más los que se replantean su relación con el lugar de trabajo. Ahora que, en multitud de casos, nuestros jefes nos han demostrado que no hay catástrofe capaz de mitigar la demanda de la productividad, ¿quién puede asombrarse de que «ya nadie quiera ir a trabajar»?

Un autor lo llamó la «gran dimisión». Señalaba que en marzo de 2021 la tasa de abandono laboral había sido la más elevada en veinte años. Un informe de la página web de búsqueda de empleo Monster.com indicaba que el 95 por ciento de los trabajadores se planteaban cambiar de trabajo, y el 92 por ciento se planteaban incluso cambiar de sector. Otro estudio halló que el 63 por ciento de los encuestados situaban trabajar en remoto dos o tres días por semana al mismo nivel que un aumento de sueldo. Era indudable que los que no habían dimitido inmediatamente preferían trabajar desde casa. Una encuesta realizada en Estados Unidos desveló que solo el 21 por ciento de los trabajadores blancos querían regresar a tiempo completo a la oficina, y en el caso de los trabajadores negros la cifra se reducía al 3 por ciento. Pese a todo, trabajar en remoto puede constituir su propio lastre, porque son los trabajadores los que asumen el coste de realizar su trabajo y permanecen aislados de los compañeros de trabajo, con los que podrían plantar cara a sus superiores de manera colectiva. Los empresarios británicos se quejaban de «la peor falta de personal desde finales de la...



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