E-Book, Spanisch, 248 Seiten
Reihe: Con vivencias
Isabel La Moneda Yo soy tú
1. Auflage 2013
ISBN: 978-84-9921-480-1
Verlag: Ediciones Octaedro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Propuesta para una nueva sociedad
E-Book, Spanisch, 248 Seiten
Reihe: Con vivencias
ISBN: 978-84-9921-480-1
Verlag: Ediciones Octaedro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Todas las personas tenemos algo en común: ¡queremos ser felices! 'Yo soy Tú' desarrolla una propuesta concreta y viable para construir una Nueva Sociedad en la que tanto los gobiernos como el resto de organizaciones humanas (empresas, ONG, etc.) tengan como principal objetivo la felicidad y el bien común. El reconocimiento de la doble identidad de nosotros los seres humanos -que somos tanto individuos singulares como seres sociales conectados- resuelve la dolorosa e innecesaria 'contradicción' entre libertad y comunidad o, en términos de sistemas económicos, entre 'capitalismo' y 'comunismo'. La perspectiva que aporta Diego Isabel La Moneda en 'Yo soy Tú' ayuda a resolver esta contradicción y a unir libertad y comunidad en todos los aspectos de la existencia humana. (Christian Felber, autor de Economía del bien común)
Diego Isabel La Moneda Como emprendedor y empresario, Diego ha trabajado más de quince años en proyectos de desarrollo sostenible, responsabilidad social y nuevos modelos de gestión. Es experto en cooperación internacional, preside la Fundación EMOTIVA, dedicada al fomento de las empresas sociales y es miembro activo de la 'economía del bien común'.
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PRÓLOGO DEL AUTOR Primer día escribiendo Estoy en el jardín de la casa que temporalmente será mi hogar en la costa malagueña, son las siete de la tarde, solo llevo mi pantalón naranja de yoga, ese del que mis amigos se ríen cuando me lo ven puesto. El frescor de la tarde envuelve el ambiente. En el pequeño jardín de este nuevo hogar, mis ojos solo abarcan a ver verdes mezclados con los violetas de las flores que cuelgan desde el techo de madera del pequeño cenador en el que estoy cómodamente sentado. Oigo el canto de una chicharra. En breve callará para dar paso a los últimos sonidos del atardecer. Hoy ha sido un domingo perfecto. Día de playa con Rebeca, vagueando como a nosotros nos gusta. Hemos comprado el periódico y un suplemento dominical que, sorprendentemente, traía varios artículos interesantes. Me ha llamado la atención uno sobre cómo ser feliz con las cosas sencillas y me ha encantado otro en el que cuentan cómo es un día del grupo español Amaral antes de un concierto y cómo fueron sus inicios. Me ha sorprenddo la descripción de la sencillez que caracteriza a los dos integrantes del grupo. Dos simples personas que son capaces de lograr que miles de seres vibren, canten, griten y salten al unísono y que también pueden hacer que en la intimidad esas mismas personas escuchen sus canciones y se emocionen, rían, lloren y amen. ¿Será la magia de la música o será la magia de la sencillez…? En la playa hemos tomado el sol durante un par de horas, lo suficiente para que la piel de Rebeca empezara a sonrojarse dando la voz de alarma y señalando la hora de volver a casa. Comida en el jardín y siesta en la cama —siesta VIP, como la llamamos nosotros. Por la tarde hemos cumplido el primer paso de uno de los sueños de Rebeca, hemos ido a un vivero y hemos comprado diversas semillas para construir nuestro primer huerto, o mejor dicho, minihuerto. Ella ha escogido guisantes, calabacín, brócoli y cogollos de Tudela —todo aquello que la dependienta nos ha indicado que podemos cultivar en el mes de septiembre—. Yo he escogido espinacas, orégano y perejil para utilizar en mis pinitos como aprendiz de chef. Veremos cómo acaba la aventura. Quizá el nuevo huerto se convierta en uno de esos «juguetes» con los que uno se entretiene unos días y luego abandona, o quizá se convierta en un nuevo hobby, así como en unos suculentos platos de sana dieta mediterránea. Desde que aprendimos lo que es la permacultura —cultivar plantas en casa para producir tus propios alimentos— nos pareció la idea más maravillosa del mundo. ¿Cuánto dinero se desperdicia en cultivar y cuidar jardines y plantas ornamentales en nuestras ciudades y nuestras casas? Esta es una de esas preguntas que podemos hacernos en una España y en un mundo sumidos en plena crisis económica en la que nadie aporta soluciones sencillas y prácticas. Hace tres años, ni nos lo hubiéramos planteado… Son los esbozos de una crisis que, a pesar de todo el sufrimiento generado, algún día traerá consecuencias positivas. En fin, nos ha parecido una idea sencilla y hemos dado el primer paso —ese que tanto cuesta dar—. Ahora solo queda esperar a que la naturaleza, con un poco de nuestra ayuda —no olvidemos que somos parte de ella—, dé sus frutos en forma de ricas ensaladas y verduras a la plancha. Hace tiempo que los dos hemos hablado del sentimiento interior que nos empuja a recuperar el contacto directo con la naturaleza, a «ensuciarnos las manos» con la tierra e incluso a pincharnos con alguna espina. Yo echo de menos los años en los que todos los meses tenía alguna acampada con el grupo de scouts, aquellas marchas por el bosque en las que pensábamos que moriríamos antes de llegar al final y que luego, incluso hoy en día, siguen siendo recordadas, en nuestras «quedadas» del grupo de amigos de la infancia, con la emoción de las grandes aventuras vividas y las risas de las anécdotas más pintorescas. Ella añora los veranos en su pequeño pueblo castellano, Villalaco. Los baños en el río, los juegos en los campos de cereal y las puertas de las casas siempre abiertas. Cuando sale el tema, suele aprovechar para recrearse y darme envidia, sabe que siempre me quejo de no haber tenido ni pueblo ni barrio y exagero lo triste de ser un chico «del centro» sin anécdotas del verano ni gamberradas compartidas con los vecinos. Puede que las sensaciones que nos aporte nuestro nuevo huerto estén lejos de las aventuras gloriosas de mis años tanto de niño como de monitor en los scouts y más lejos aún de los olores a pueblo y las rodillas ensangrentadas de la niñez, pero seguro que comparten su sencillez, su realidad, su contacto con lo natural, con la Pachamama —como dirían en Latinoamérica—. Lo que realmente tienen en común es algo que, de una u otra manera, con unos u otros detalles, todos lo humanos hemos vivido y entendemos, esa sensación de felicidad que aportan los momentos con los amigos y el contacto con la naturaleza. Lo que acabas de leer ¿no te ha recordado momentos, lugares y anécdotas vividas por ti? Cambian las personas, los lugares y las anécdotas, pero las emociones, las risas y la sensación interna de paz al recordarlos hacen de esos momentos algo común para todos los humanos. La chicharra ya se ha callado, algunos pájaros siguen cantando y la luz del sol ha dado paso a las primeras sombras y al frescor del atardecer. Mientras yo empezaba a escribir, Rebeca ya ha plantado las primeras semillas en un semillero, etiquetándolas y ordenándolas perfectamente. Voy a entrar en casa a preparar la cena. Hoy nos iremos pronto a dormir, mañana es lunes y la vida como consultores empresariales hace de las semanas algo duro, largo y monótono. Sobre mí Siempre me he considerado una persona de lo más normal. En numerosas ocasiones, me siento extraño por ser tan normal. No pertenezco a ninguna de las que podríamos denominar «tribu» urbana. Ni en la forma de ser ni en la forma de vestir, que tan a menudo sirve para identificarlas. De niño nunca he destacado por nada en especial, sacaba buenas notas sin esforzarme demasiado, no destacaba en ningún deporte, ni guapo ni feo, ni divertido ni aburrido. De joven, más de lo mismo. Como adulto tampoco he destacado por nada en especial, salvo por algo que en mi país, España, es bastante inusual: crear tu propia empresa. Con 26 años y tan solo dos años de experiencia laboral decidí establecerme por mi cuenta y crear mi propia firma consultora dedicada al desarrollo sostenible y a la responsabilidad social corporativa. Han sido años de éxitos y fracasos, he conocido y trabajado con personas maravillosas y he sufrido el egoísmo y la envidia humana, algo que nunca comprenderé. Pero, sobre todo, ha sido una experiencia que me ha ayudado a aprender día a día y a crecer como profesional y como persona. Mi principal fortuna ha sido la de tener y mantener un estupendo grupo de amigos desde los cuatro años hasta hoy en día. A este grupo de cinco amigos de infancia y juventud en mi ciudad natal, se unieron aquellos que conocí en el Colegio Mayor Elías Ahuja, en Madrid, durante mis años de universidad. Con unos y otros he compartido mi vida. Con los primeros, la diversión y risas inagotables de la juventud, la vida y campamentos en el grupo scout, los primeros amores, las borracheras juveniles y también lágrimas y momentos difíciles. Con unos y otros comparto mi vida de adulto, el lento abandono de las salidas nocturnas —todos hemos padecido un preocupante complejo de Peter Pan—, la vida laboral, la estabilidad con nuestras parejas y la profunda crisis existencial de la que ninguno parece escapar entre los 30 y los 40 años. Y los viajes por Latinoamérica. Desde que empezamos a trabajar y a disponer de algún dinero para las vacaciones, cada año hemos hecho un viaje a algún país de Sudamérica al que se apuntaban aquellos que podían. Unas veces hemos sido solo tres, otras hasta quince —también han venido nuestras parejas y algún que otro amigo de amigo—. Los únicos requisitos del viaje eran tener un billete barato de ida y vuelta y recorrer el país huyendo de las rutas turísticas tradicionales. Siempre me ha gustado decir que hacemos turismo «de personas». No buscamos monumentos culturales o naturales, buscamos el contacto y la convivencia con las diferentes personas que se van cruzando en nuestro camino, viviendo cada momento con intensidad, con todos los sentidos despiertos y alerta, ávidos de momentos diferentes a lo que vivimos durante el resto del año. Disfrutando de amaneceres y atardeceres, de la conversación con un anciano, de la fiesta inesperada en la casa de un desconocido, de la convivencia con indígenas, de conducir todo el día por exóticas carreteras, de reír toda la noche. Así hemos recorrido la práctica totalidad de Latinoamérica, el Amazonas, los Andes, las playas e incluso el desierto. Y en una de esas noches ocurrió que, de forma mágica e inesperada, surgió la motivación que hoy me ha llevado a encontrarme a mí mismo escribiendo un libro, algo que nunca entró en mis planes. Fue en el viaje a Venezuela, en el año 2005. Comenzamos el viaje adentrándonos en el corazón del Amazonas. Nos dirigimos hasta Ciudad Bolívar, en la entrada de la selva, y desde allí viajamos durante un día en todoterreno hasta agotar la posibilidad de avanzar por carretera. La siguiente parte del viaje la hicimos en dos botes descendiendo el río Caura en plena selva amazónica. En su parte trasera, cada bote tenía...