Íñigo Fernández | Breve Historia de Alquimia | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 304 Seiten

Reihe: Breve Historia

Íñigo Fernández Breve Historia de Alquimia


1. Auflage 2010
ISBN: 978-84-9763-934-7
Verlag: Nowtilus
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, 304 Seiten

Reihe: Breve Historia

ISBN: 978-84-9763-934-7
Verlag: Nowtilus
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



'Cuando se termina el libro se tiene una visión más clara sobre un tema a priori escabroso, estigmatizado por su continuo uso en la literatura barata, la pseudo historia y las novelas de misterio. Por lo tanto, una lectura recomendable si se quiere saber más sobre el tema.' (Web Hislibris) Con el objetivo de la vida eterna y la trasmutación de los metales, los alquimistas sentaron las bases de la ciencia moderna. Aunque ahora nos pueda parecer que el rigor científico y le espiritualidad son términos contrapuestos, la ciencia y el enriquecimiento espiritual han ido de la mano hasta hace apenas unos siglos. Breve Historia de la Alquimia nos ayuda a comprender la fuerte vinculación de la ciencia con la naturaleza espiritual del universo. Lejos de ser unos charlatanes, los alquimistas han sido los filósofos más relevantes de su tiempo, auténticos estudiosos de la realidad con una conciencia metafísica que les llevó a buscar la Piedra Filosofal que convertiría el plomo en oro y daría al hombre la inmortalidad. Luis Íñigo nos ofrece una versión total de la alquimia, desde sus antecedentes en los doctrinas filosóficas del hermetismo, del gnosticismo, del pitagorismo y de la Escuela de Jonia hasta la actualidad en la que, si bien no se practica, si que se han aprovechado sus hallazgos en medicina o en química. Nos muestra en el inicio del libro las teorías de la alquimia, el trabajo de laboratorio de los alquimistas y los avances a los que llegaron con principios que aún pertenecen a la ciencia como el de causa y efecto; tras esto recorre en un estilo ágil la historia de la alquimia desde sus inciertos orígenes en el Antiguo Egipto, hasta el S. XVIII en el que la revolución científica y el racionalismo crítico cambian los procedimientos de la alquimia por otros más seculares. Razones para comprar la obra: - Es un libro que da una perspectiva total del fenómeno de la alquimia, no es un mero catálogo de autores y teorías.

Luis E. Íñigo Fernández (Guadalajara, 1966),licenciado en Geografía e Historia por la Universidad Complutense de Madrid, Doctor en Historia por la UNED, ha recibido el Premio al Colegiado de Mejor Expediente Universitario del Ilustre Colegio de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras y en Ciencias de Madrid. En la actualidad trabaja como Inspector de Educación tras casi dos décadas de experiencia en la Enseñanza Secundaria en diferentes puestos. Como autor ha publicado libros de historia como Melquíades Álvarez: un liberal en la Segunda República, La derecha liberal en la Segunda República española, España. Historia de una Nación inacabada, La Historia de Occidente contada con sencillez, así como títulos de ficción: La Conspiración Púrpura, y El Plan Malthus. Con Ediciones Nowtilus ha publicado Breve Historia de España I. Las raíces y Breve Historia de España II. El camino hacia la modernidad.
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1
¿Qué es la alquimia?


REFUTANDO ERRORES


Si les parece, queridos lectores, daremos comienzo a este pequeño libro realizando, siquiera de forma figurada, un pequeño experimento. Salgamos un día a la calle, bien de mañana, como alquimistas en busca del rocío impregnado del influjo celeste, y escojamos al azar, sin tomar en consideración su edad, su sexo o su aspecto, a unas cuantas personas. Nuestro objetivo no será otro que el de hacerles una sencilla pregunta, un simple interrogante que podríamos formular en los siguientes términos: «¿Sabría usted decirme qué es, o qué fue, la alquimia?».

Muchas respuestas —siempre sucede así— habría que ubicarlas, sin más remedio, en el apartado «no sabe, no contesta». Olvidémoslas, si me lo permiten, pues nada van a aportar al éxito de nuestro humilde ensayo. Centrémonos, pues, en el resto, en las que nos han dado las personas que sí saben, o creen saber, lo que es, o era, la alquimia.

Hagamos entonces una simple apuesta. De todas estas personas, la inmensa mayoría, si no todas, nos habrá respondido, con alguna que otra ligera variación, algo así como: «Sí, por supuesto, era eso que hacían en la Edad Media los magos o hechiceros que buscaban una sustancia capaz de transformar en oro cualquier metal». En el mejor de los casos, nos encontraremos también alguna alusión a la piedra filosofal; quizá, incluso, al elixir de la vida. Y si, por una notable casualidad, se encontrara entre nuestros entrevistados algún químico o farmacéutico, hasta es posible que atribuyeran a la alquimia el honor de haber servido como antecedente, eso sí, sin ningún carácter científico, a sus respectivas disciplinas.

Por supuesto, algo de verdad se esconde tras esta concepción popular de la alquimia. Pero se trata, siendo benévolos, de una verdad truncada, parcial, tan incompleta que se aproxima peligrosamente a la mentira. En realidad, considerar que los alquimistas no eran sino una suerte de locos paranoicos que dedicaban toda su vida, y en ocasiones incluso la perdían por ello, a perseguir como único objetivo la transformación de los metales en oro es hacerle a la alquimia tanta justicia como se la haríamos a un plátano despreciando su fruto para comernos la piel.

Quizá convenga precisar esta afirmación. Es cierto, no cabe negarlo, que los adeptos a la alquimia dejaban transcurrir la mayor parte de su tiempo en sus laboratorios buscando con tesón la sustancia capaz de transmutar en oro el plomo y los demás metales tenidos por innobles. Es necesario, sin embargo, introducir en ello algún matiz. Primero, porque no era eso lo único que perseguían, sino que les interesaban también otros objetivos, como el elixir de la vida o , capaz de servir como medicina universal; la creación artificial de seres humanos, los llamados , e incluso la obtención de sustancias provistas de utilidad práctica en el terreno de la cosmética, la minería y hasta la guerra. Y segundo, y más importante, porque al hacerlo no buscaban, en modo alguno, enriquecerse, a sí mismos o a otros, fabricando por quintales el dorado metal. Bien al contrario, el hallazgo de la sustancia milagrosa, que podía transformar el plomo en oro, no tenía para ellos un significado distinto del de probar que habían logrado algo mucho más sustancial, que era lo que de verdad perseguían con sus experimentos: cruzar las puertas de un mundo de conocimiento superior vedado a los simples mortales; comprender así las verdaderas leyes que rigen la naturaleza, y acceder ellos mismos a un estadio superior de conciencia, donde dejarían de ser hombres para transformarse en auténticos demiurgos, excelsos ayudantes del Creador en la tarea de conservar y perfeccionar el universo. La alquimia, la auténtica al menos, no era asunto de magos o hechiceros, y menos aún de oportunistas o de falsarios, sino de verdaderos filósofos.

Hemos dicho la auténtica, porque entre los que pasaban por alquimistas no faltaron en todas las épocas auténticos embaucadores, presuntos adeptos al llamado arte sagrado que no buscaban en realidad otra cosa que enriquecerse fácil y rápidamente, haciendo creer a otros, casi siempre ricos y poderosos, que se hallaban en posesión del secreto del polvo de proyección o piedra filosofal, y obteniendo así, de ellos, la ocasión y los medios de vivir a cuerpo de rey sin más trabajo que alimentar, de vez en cuando, las vanas esperanzas de sus crédulos mecenas. Pero estos , como se les llamaba en la Europa medieval en alusión al ahínco con que soplaban los fuelles que alimentaban el fuego de sus hornos, no eran auténticos alquimistas. Y tampoco lo eran los conocidos como , quienes, más honrados que los sopladores, abrazaban de la alquimia tan solo su dimensión práctica, experimental, entregando su vida y sus esfuerzos a la obtención de oro o de otras sustancias, sin caminar a un tiempo por la difícil senda del perfeccionamiento espiritual, ineludible para el verdadero adepto.

Por esta razón, volviendo a la concepción popular de la alquimia, tampoco puede ser considerada, sin más, la antepasada irracional y precientífica de la química. No cabe negar, por supuesto, que ambas comparten algunos rasgos. Una y otra se valen de herramientas y técnicas similares y desarrollan sus trabajos en un laboratorio dispuesto de un modo parecido. Pero mientras la química es una , hija de un mundo en la que razón y fe marchan de espaldas por caminos diferentes, la alquimia es inconcebible sin las creencias filosóficas que la acompañan y le proporcionan todo su sentido. Además, la química, en tanto que ciencia, no se conforma con comprender la naturaleza; busca dominarla, someterla a la voluntad del hombre. La alquimia, por el contrario, trata también de entenderla, pero con el único fin de colaborar con ella.

Para terminar, tampoco fue la alquimia un fenómeno exclusivamente medieval. Si así hubiera sido, esta historia sería demasiado breve incluso para la colección de la que forma parte. En realidad, los primeros pasos de la disciplina son tan antiguos como la humanidad misma, y se remontan, como demostrara varias décadas atrás el prestigioso antropólogo rumano Mircea Eliade, a la Prehistoria, cuyas diversas mitologías engendraron buena parte del universo mental en el que se movieron durante milenios los alquimistas de toda procedencia geográfica y cultural. Y es que el mito se halla íntimamente ligado a las raíces de unas prácticas cuyos orígenes ciertos desconocemos, ya que sus adeptos mostraron siempre muy poco interés en hablar de sí mismos y de su arte con claridad, bien porque de ese modo se protegían del posible acoso de los poderosos, siempre ávidos de apoderarse de sus secretos, reales o figurados, que de los dos hubo, bien porque así se aseguraban de que accedían a ellos solo las personas dignas de perseguir y alcanzar sus elevados fines. Sea cual fuere la verdadera razón de esta oscuridad de los textos alquímicos, las prácticas habituales en ellos, como cambiar el nombre de las operaciones, alterar su orden, valerse con generosidad de símbolos o criptogramas, o incluso renunciar por completo a la palabra escrita, han servido muy bien a su objetivo, pues solo con grandes conocimientos de la disciplina es posible adentrarse en sus documentos con unas ciertas garantías de comprender mínimamente su contenido.

En cualquier caso, como más adelante iremos viendo, si bien es cierto que la alquimia vivió su era dorada en la Europa de los siglos XV al XVII, mucho menos en la Edad Media que en la Moderna, no lo es menos que alquimistas hubo ya en Mesopotamia y en Egipto, en la India y en China, entre los griegos y los romanos, y que no faltaron tampoco después del siglo XVIII, cuando, al calor de la Ilustración, la eclosión de las ciencias experimentales condenó a la marginación a la alquimia, expulsándola de las universidades y motejándola de conocimiento esotérico propio en exclusiva de falsarios o iluminados. Incluso en nuestros días, cuando los omnipotentes adalides de la ciencia y la tecnología parecen tener respuesta para cualquier interrogante que brote de la inquieta mente del hombre, la alquimia continúa existiendo, y no dejan de buscar sus seguidores, siempre insatisfechos con los dictámenes del conocimiento establecido, su propio camino hacia la verdad.

Por último, para concluir esta breve reflexión inicial sobre el concepto de alquimia, es necesario resaltar también su carácter de disciplina compleja, poliédrica, capaz, por tanto, de albergar en su seno interpretaciones diversas y corrientes distintas. Adeptos tuvo el arte sagrado —Paracelso, el famoso médico y alquimista suizo del siglo XVI,...



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