Hurtado | Biografía de la verdad | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 242 Seiten

Reihe: Filosofía

Hurtado Biografía de la verdad

¿Cuándo dejó de importarnos la verdad y por qué deberíamos recuperarla?
1. Auflage 2024
ISBN: 978-607-03-1419-3
Verlag: Siglo XXI Editores México
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

¿Cuándo dejó de importarnos la verdad y por qué deberíamos recuperarla?

E-Book, Spanisch, 242 Seiten

Reihe: Filosofía

ISBN: 978-607-03-1419-3
Verlag: Siglo XXI Editores México
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



En un momento en el que la humanidad enfrenta una crisis de la verdad producida por la globalización y el empleo indiscriminado de la tecnología, Guillermo Hurtado nos enfrenta a la elemental búsqueda sobre qué es la verdad, interrogante esencial que ha ocupado antes a muchos filósofos y pensadores, pero que puede ser respondida desde una perspectiva distinta, especialmente si la reformulamos e intentamos dilucidar por qué nos debe importar. Sin realizar una extenuante revisión histórica, el objetivo de este libro es demostrar que los intentos por definir y hacer una teoría de la verdad -desde posicionamientos coherentistas, pragmatistas, deflacionistas, nihilistas, etc.- han resultado hasta ahora fallidos o insuficientes. Entonces, para responder a la pregunta sobre la verdad, el autor plantea no una definición sino una narración genealógica, no una teoría sino el desarrollo de una pedagogía moral de la verdad. La puesta en práctica de una pedagogía moral de la verdad ofrece alternativas variadas para vivir con ella de la mejor manera posible, alternativas ilustradas en la literatura hispánica -Don Quijote de la Mancha, La vida es sueño y El Criticón- con las que el autor explora temas como el miedo y el rechazo a la verdad y la confusión entre lo verdadero y lo falso. Hoy, que somos incapaces de distinguir entre lo artificial y lo natural o lo justo y lo injusto, Hurtado propone acortar la distancia entre la filosofía y la vida para, de ese modo, señalar los caminos que lleven desde las modalidades de la no-verdad hacia la verdad y reencontrarnos, así, con los impulsos originarios de la humanidad.

Guillermo Hurtado es Doctor en Filosofía por la Universidad de Oxford e investigador del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM. Algunos de sus libros son Proposiciones russellianas (UNAM, 1998), México sin sentido (Siglo XXI, 2011) y Dialéctica del naufragio (FCE, 2016).
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Autoren/Hrsg.


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I. La intuición aristotélica:
la verdad y el mundo

Dos preguntas sobre la verdad

Aunque todo hablante competente del idioma español sabe usar la palabra “verdad”, hay ocasiones en que por curiosidad, ingenuidad o incluso por malicia alguien plantea la desconcertante pregunta: ¿Qué es la verdad? Esta interrogante nos invita a emprender una reflexión filosófica sobre la verdad, asunto legendario del cual se han escrito bibliotecas enteras y seguramente se seguirán escribiendo muchas más.

Es impresionante constatar la fidelidad milenaria que la filosofía le guarda a sus preguntas. No obstante, ha habido veces en que la filosofía se torna impaciente con ellas. En el siglo anterior –siglo impaciente, si lo hubo–, Wittgenstein sostuvo que la filosofía se apropia de palabras de uso común para plantear preguntas sin sentido que, por una suerte de embrujo lingüístico, capturan fatalmente nuestra imaginación. Una pregunta legítima debe tener respuesta en el horizonte. Hay preguntas específicas sobre la verdad de algo que tienen sentido –por ejemplo, la de si para una persona es verdad lo que le contó ayer la vecina–, pero de ahí a preguntarse qué es la verdad hay un largo trecho repleto de confusiones. Esta pregunta nos introduce en un laberinto de enredos conceptuales en vez de ayudarnos a resolver los problemas genuinos sobre la verdad que enfrentamos en el día a día.

En este ensayo no seguiré al crítico wittgensteniano e intentaré ofrecer una respuesta filosófica sobre qué es la verdad. Sin embargo, lo haré de manera atípica. Para trazar la diferencia entre mi aproximación y la más tradicional distinguiré la pregunta ¿Qué es la verdad? de ¿En virtud de qué es verdadero lo verdadero? En este capítulo examinaré algunas de las respuestas que se han ofrecido a la segunda interrogante, que aquí llamaré la pregunta metafísica de la verdad, y concluiré que éstas nos llevan a callejones sin salida. Sin embargo, más adelante sostendré que la pregunta original ¿Qué es la verdad?, tiene una respuesta filosófica legítima, siempre y cuando no pretenda también contestar, de manera tradicional, la pregunta metafísica posterior. Para llegar a esta conclusión haré un apretado recorrido por algunos momentos de la historia de la filosofía, comenzando con Aristóteles.

Intuiciones y definiciones

En su Metafísica, Aristóteles formuló una respuesta a la pregunta de qué es la verdad que se ha convertido en el núcleo del concepto tal como se preserva en Occidente. La cita es la siguiente: “la verdad es decir de lo que es que es y de lo que no es que no es” (Metafísica, IV 7, 1011b25-29). Llamaré a esta idea la intuición aristotélica. Aristóteles aclaró que esa idea no fue una estipulación o un descubrimiento suyo, sino una concepción sobre la verdad suscrita por otros autores. No obstante, hay que señalar que en aquellos tiempos esa intuición sobre la verdad todavía no era un lugar común, ya que la palabra alétheia tenía una diversidad de significados. Este asunto histórico-filológico es interesante pero no me ocuparé aquí de él. Lo único que me importa subrayar es que la intuición aristotélica ha sido considerada por muchos filósofos como la base para cualquier definición adecuada de la verdad. Obsérvese que no afirmo que la intuición aristotélica sea una definición de la verdad. Y es que, como veremos, por sólida que sea dicha intuición, entre ella y las definiciones de la verdad que se han ofrecido hay una considerable distancia.

Hay una frondosa rama de la filosofía que sostiene que para responder a la pregunta sobre la verdad se requiere una definición. Estamos acostumbrados a pensar en términos de definiciones. En la Atenas del siglo IV a. C., Sócrates planteaba las preguntas qué es la virtud y qué es la justicia y esperaba que a partir de las respuestas obtenidas pudiera encontrarse una definición de aquellos conceptos. Aquí nos topamos con la pregunta acerca de qué debe entenderse por una definición. Dentro de una definición se distingue al definiendum (lo que se quiere definir) del definiens (lo que lo define). La relación entre ambos se puede formular como un tipo de identidad, por ejemplo, si A es el definiendum y B el definiens, expresaríamos lo anterior como: A = Def. B. Lo que se pretende al presentar de esta forma la definición es mostrar que, en última instancia, A y B hablan de lo mismo, aunque de diversas maneras.

¿Qué se espera de una definición de la verdad? Lo primero es que debe ofrecer una respuesta exacta a la pregunta de qué es la verdad, es decir, el definiens sólo debe utilizar los conceptos precisos para su cometido y no debe decir ni más ni menos de lo indispensable. Lo segundo es que no basta con que el definiens sea exacto en su formulación, sino que, además, debe ser esclarecedor, es decir, nos debe revelar qué es la verdad por medio de conceptos básicos, sencillos y claros. Cuando adoptamos ambos criterios la intuición aristotélica ya no parece aceptable como una definición de la verdad. Hay que decir más y decirlo mejor, y esta exigencia de mayor exactitud y comprensión también parece empujarnos hacia la pregunta metafísica.

Algunos filósofos distinguen la definición nominal de la definición real; la primera nos da el significado del nombre de una cosa, mientras que la segunda nos dice lo que la cosa es en realidad. La definición nominal casi siempre es la coloquial, mientras que la definición real casi siempre es la teórica. En el caso de la verdad, la primera definición responde a la pregunta de qué significa normalmente decir que algo sea verdadero. La exigencia de contar con una definición teórica de la verdad, en cambio, supone la pregunta metafísica de qué es lo que hace que algo sea verdadero. Para entender mejor las distinciones que he trazado, tomemos el caso de la definición de “agua”. La palabra “agua” se define nominalmente, es decir, coloquialmente, como un líquido sin olor, color ni sabor presente en los mares, ríos y lagos o se define realmente, es decir, teóricamente, como el compuesto de dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno, a saber, H2O. Ningún hablante del español acude al diccionario para aprender la definición nominal de agua: ya la sabe, puesto que la bebe y se moja en ella. Por ello, casi todos los diccionarios monolingües nos ofrecen, además, la definición real de “agua”, que es la que no siempre conocen o recuerdan algunos hispanoparlantes. De manera análoga, se diría que nadie aprende el significado de la palabra “verdad” al leer un diccionario. La palabra se aprende antes de saber leer. Por ello, un diccionario que sea de utilidad no sólo debería ofrecernos la definición coloquial del término, sino su definición teórica, igual que como hace con la palabra “agua”. No basta con saber qué es la verdad –objetivo de la definición coloquial–, sino que hay que saber –misión de la definición teórica– algo más: qué hace que lo verdadero sea verdadero. Diríase que esta segunda pregunta es más ambiciosa, ya que su respuesta requiere de una teoría filosófica, así como la definición teórica de “agua” precisa de una teoría química.

Podemos ahora comenzar a entender por qué dentro de la filosofía se hace una transición de una intuición a una definición y de ésta a una teoría. Un ejemplo clásico de una teoría filosófica de la verdad basada en la intuición aristotélica es la de santo Tomás de Aquino. Esta teoría sostiene que un juicio es verdadero en virtud de una relación de adecuación entre el pensamiento y el mundo. Un teórico de la adecuación sostiene que para esclarecer la intuición aristotélica hay que explicar la frase “decir de” presente en su formulación más común. Y es que lo que la intuición aristotélica, en su forma de “decir de lo que es que es y de lo que no es que no es”, da a entender que lo que es verdadero o falso es lo que se dice. Lo verdadero no lo que es y lo falso tampoco lo que no es; lo verdadero consiste en decir de lo que es que es y de lo que no es que no es. Si nadie dijera nada, entonces no habría verdad ni falsedad. El mundo sería el mismo, el césped sería verde y la nieve blanca, pero no habría lo verdadero ni lo falso. En resumen, lo verdadero y lo falso no están en el mundo por sí mismo ni en los humanos por sí mismos, sino en lo que los humanos dicen sobre el mundo. Mas no sólo atribuimos verdad a lo que se dice –ya sea que se exprese de manera verbal o escrita–, sino a lo que se piensa, aunque no se diga en voz alta ni se escriba. Es más, podría afirmarse que si los sonidos que salen de nuestra boca y los símbolos que escribimos sobre un papel son verdaderos o falsos es porque los pensamientos expresados por dichos sonidos y garabatos son verdaderos o falsos. Por ello, santo Tomás sostiene que la verdad está en lo que él llama el “intelecto humano activo”, es decir, la verdad es una propiedad de los juicios asertóricos, o sea de los actos mentales que componen o dividen conceptos. De esa manera, alrededor de la intuición aristotélica de la verdad se construyó la teoría de que un juicio es verdadero en virtud de su adecuación con el mundo. Esta teoría –resumida en la fórmula latina de que la verdad es adaequatio rei et intellectus– pone el acento en la relación de adecuación que hay entre el juicio y aquello en el mundo...



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