E-Book, Spanisch, 290 Seiten
Hunter Mi insoportable vecino
1. Auflage 2022
ISBN: 978-84-18491-97-9
Verlag: Ediciones Pàmies
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 290 Seiten
ISBN: 978-84-18491-97-9
Verlag: Ediciones Pàmies
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Crecí en Misuri, pero en la actualidad vivo en Carolina del Norte con mi marido, que es marine. Llevo mucho tiempo pidiéndole que tengamos un gato y sobrevivo a base de café, pizza y sarcasmo. Cuando no estoy escribiendo me podéis encontrar haciendo maratones de series, especialmente de Supernatural y de One Tree Hill. Me gusta el agua fría, compro más libros de los que puedo leer y nunca digo que no a un brownie.
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1
River
—Soy la leche.
Me reclino en el asiento con una sonrisa de satisfacción, orgullosa de mis logros.
Los m&m’s verdes son los mejores, y por eso me he pasado los cinco últimos minutos separándolos del resto.
El subidón solo me dura dos segundos, hasta que me doy cuenta de que no tengo nada más que hacer mientras espero a que llegue mi mejor amiga, que vuelve a presentarse tarde a desayunar un domingo por la mañana.
Resoplo, irritada, mientras miro el reloj que cuelga en la pared de nuestro restaurante favorito. Está en nuestro barrio, y solo sirven desayunos y postres, por los que es famoso.
Es mi lugar favorito de la ciudad.
The Gravy Train, un antiguo depósito de trenes reconvertido en restaurante, está situado en el centro de Harristown, Colorado. Es un local pequeño, pero a pesar de que no es nada lujoso ni extravagante por dentro, en él se puede disfrutar no solo del mejor desayuno del mundo, sino también de las mejores tartas. Y me encantan las tartas.
Cada día las tienen de unos sabores determinados, y mi favorita, la de cereza, está disponible tres veces a la semana.
Y los domingos es uno de esos días.
Me llega un sonido desde el otro extremo del largo tramo de mesas, que ocupan una parte considerable del fondo del restaurante.
Lucy, una clienta habitual que también es la administradora del edificio donde vivo, está apoyada en la pared, al otro lado de la larga mesa comunitaria donde me gusta sentarme. Lleva puesto un poncho con un estampado muy raro —un look característico en ella— y tiene la nariz metida en un libro de crucigramas. La conozco desde hace mucho tiempo y sé que cuando está concentrada en ese mundo va a tardar en salir de ahí.
—¿En serio, River? ¿Otra vez? —Maya West, mi mejor amiga, me mira con intensidad desde el extremo de la mesa con el ceño fruncido en señal de decepción, un gesto que ha ido perfeccionado con los años.
¿Qué quería que hiciera mientras la esperaba? ¿Quedarme aquí sentada mientras hacía girar los pulgares? Tenía que mantenerme ocupada de alguna manera. Me conoce bien, y sabe que no soy de las que se sumergen en un periódico o en un libro para entretenerse. Tener las manos ocupadas es lo que me ayuda a conservar la cordura.
—¿Qué pasa? —Me meto un m&m verde en la boca cuando se sienta. Lo trago con un gran sorbo de café ya frío, al que he echado azúcar suficiente como para provocarme un coma diabético. Su hijo (y mi ahijado), Sam, ocupa la silla de al lado. Le saco la lengua a mi bribón favorito y él me responde con el mismo gesto. Centro mi atención en Maya—. Estas preciosidades no deben convivir con… —gruño y hago un mohín ante los caramelos de chocolate de los demás colores, que me resultan ofensivos— esa basura.
—Pero si todos saben igual… —argumenta Maya, como siempre.
—¡Eso es mentira! —Algunos clientes fruncen el ceño ante aquella estridente respuesta, pero Sam se ríe, que es lo que pretendo en realidad. Ya tiene doce años, y es más difícil hacerlo reír a medida que se adentra en una malhumorada adolescencia. Echo de menos esos tiempos en los que lo único que tenía que hacer era cruzar la mirada con él y se riera durante cinco minutos seguidos.
—Eres muy rara. —Maya acerca la silla a la mesa y se echa el pelo, largo y de color chocolate, por detrás de los hombros—. No es de extrañar que no encuentres a alguien que quiera salir contigo.
Maya no tiene ni pizca de maldad en su cuerpo, así que sus palabras no pretenden hacer daño, pero lo hacen.
En especial, después de que la noche anterior haya pasado por otra cita fallida.
Mi soltería ha sido un tema un poco desalentador y recurrente entre nosotras desde que puse fin oficialmente a la relación con mi ex.
Llevábamos tres años juntos de forma intermitente. Nuestra relación no era demasiado seria, y se estancó durante algún tiempo, hasta que un día me di cuenta de que estaba lista para algo más, algo estable, y él no. Él cambiaba constantemente de trabajo… y también iba probando los sofás de diferentes personas, mientras que yo ya había superado esa etapa de mi vida. Supe que tenía que cortar por lo sano y seguir adelante.
Al principio, me metí de lleno en el mundo de las citas, y tuve una a la semana como mínimo. No tardé en darme cuenta de lo que quería: estabilidad.
No digo que esté preparada para pasar por el altar, pero sí sería agradable encontrar algo, o a alguien, que tenga futuro.
Después de muchas citas fallidas, bajé el ritmo. Así que, durante el último año, solo he salido con un puñado de chicos, y todos han resultado un fiasco.
Maya piensa que soy demasiado exigente, pero no creo que haya nada malo en saber a qué estás (o no) dispuesta a comprometerte. ¿Es demasiado pedir que conozca a un chico divertido, amable, con un trabajo estable y que esté bueno?
Tampoco necesito encontrar al Elegido, pero disfrutar de unos orgasmos regulares que no sean provocados por un vibrador y tener a alguien con quien acurrucarse en el sofá que no sea mi gato, Morris, suena bien, por no hablar de hacer algo que no sea trabajar y pasar el rato con Maya y Sam, aunque los quiera mucho.
—No soy rara —me defiendo—. Soy… especial.
—Y que lo digas. —Arquea una ceja y clava los ojos en el montón de m&m’s verdes que tengo delante—. Hablando de citas, ¿cómo te fue ayer?
Miro a Sam sin saber si quiero soltar los detalles de mi última desventura amorosa delante de mi ahijado. Estoy segura de que no está prestando mucha atención, pero aun así me resulta extraño porque sigo viéndolo como un niño pequeño y no como casi un adolescente.
Maya se da cuenta de mi indecisión.
—Oye, cielo, ve a pedir unas raciones de tarta, ¿vale? De cereza para la tía River, por supuesto. —Rebusca en el bolso durante más tiempo del razonable y, por fin, le pone la tarjeta en la mano—. Y trae también un poco de café. Ya sabes cómo me gusta.
Sam coge la tarjeta.
—Deberías comprarte una cartera, mamá. No creo que sea seguro que lleves la tarjeta suelta en el bolso.
—Sí, claro, es mucho mejor llevarla en una cartera, donde un ladrón sabría dónde encontrarla.
Él pone los ojos en blanco como respuesta, y ella sonríe de forma triunfal.
—Para que conste —comento mientras Sam se aleja—, en eso estoy de acuerdo con él.
—Lo dice la chica que separa los m&m’s por colores.
—¡Los verdes son los mejores!
—Recuérdame por qué somos amigas, porque no tenemos nada en común.
—Y eso es lo que hace que todo sea más interesante. Además, fui la única persona que estuvo a tu lado durante el escándalo que supuso que te quedaras embarazada a los dieciséis años.
Suelta una carcajada.
—Exacto.
Cuando tenía ocho años, la familia de Maya se mudó a la casa de al lado y nos convertimos en amigas íntimas al instante. No había importado que fuéramos totalmente opuestas y que nos peleáramos de manera continua por temas tan frívolos como qué boy band era la mejor: éramos inseparables.
Somos amigas desde hace veinte años y hemos pasado por todo: el drama de la secundaria, un embarazo adolescente, el matrimonio, ser socias, el divorcio…, todo. No importa lo que la vida nos depare; seguimos siendo tan amigas como siempre.
Es la hermana que nunca he tenido y que siempre quise tener.
—Concéntrate, ¿qué pasó anoche? —Maya frunce esos labios perfectos y voluptuosos, y clava en mí sus sorprendentes ojos grises.
—Ya voy, ya voy… —Me doy un golpecito en la barbilla—. Anoche fue… interesante.
—¿En plan bien o en plan mal?
—Bueno…
—Me lo estás dejando todo muy claro —ironiza Maya.
—Bueno, todo empezó cuando mi cita…
—¡Cheddar! —Da palmas, sonriendo como una tonta—. Dilo. Di ese estúpido apodo que le pusieron en la fraternidad de la universidad, aunque ya sea demasiado mayor para que sigan llamándolo así.
Es un nombre ridículo. De hecho, Cheddar ostenta el honor de haber sido el primer hombre con el que Maya no ha tratado de emparejarme. Salí con él para demostrar que no era tan exigente como ella decía.
Craso error.
—Todo empezó cuando Cheddar derramó la bebida sobre la mesa…
—¿Qué estaba bebiendo?
—¿Y eso qué más da?
—Lo que alguien pide para beber dice mucho de él. —Maya agita la mano con impaciencia—. Venga,...