E-Book, Spanisch, Band 8, 430 Seiten
Reihe: CAJA ALTA
Hugo-Bader En el valle del paraíso
1. Auflage 2021
ISBN: 978-84-17496-45-6
Verlag: La Caja Books
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Viaje a las ruinas de la URSS
E-Book, Spanisch, Band 8, 430 Seiten
Reihe: CAJA ALTA
ISBN: 978-84-17496-45-6
Verlag: La Caja Books
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Jacek Hugo-Bader (1957) es reportero del principal diario polaco, Gazeta Wyborcza. Ha trabajado como profesor, cargando camiones, pesando cerdos y como consejero matrimonial. Es experto en la antigua URSS y ha realizado numerosos reportajes recorriendo en bicicleta China, Mongolia y el Tíbet. Por su trabajo periodístico, comparado innumerables veces con el del maestro de periodistas Ryszard Kapu?ci?ski, Jacek Hugo-Bader ha recibido en dos ocasiones el premio Grand Presse, y en otras dos ha sido distinguido con el máximo galardón de la Asociación de Periodistas de Polonia. En España ha publicado El delirio blanco y Diarios de Kolimá, el cual ha sido traducido a cuatro idiomas y premiado con el prestigioso English Pen Award. Los dos libros, junto con En el valle del paraíso, conforman la trilogía rusa de Jacek Hugo-Bader.
Weitere Infos & Material
El libro del retorno
del cautiverio soviético
crimea
El día en que Catalina la Grande culminó la conquista del Kanato, en Crimea había mil quinientas treinta y una mezquitas. Hoy solo queda una. La penúltima ardió en abril de 1993.
–Los rusos dicen que Gengis Kan era un salvaje –se quejan los tártaros–, pero bárbaros como ellos no los conoce el mundo.
Al principio estaban los cimerios y los tauros. Luego Crimea fue ocupada por los escitas y después por los griegos. A los griegos los conquistaron los romanos; a los romanos, los godos y los hunos, y a estos últimos los venció en el siglo xiii la Horda de Oro.
Es extraordinario que en el siglo xx sigan sucediendo historias que parecen sacadas del Antiguo Testamento, donde se relatan hechos ocurridos hace más de tres mil años.
El libro de los números
Yo multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y le daré a vuestra descendencia toda esta tierra de que os he hablado, y ellos la poseerán como heredad para siempre.
(Éx 32, 13)
El día en que Rusia se anexionó el Kanato, el 21 de abril de 1783, Crimea estaba habitada casi exclusivamente por tártaros. Eran trescientos mil. En 1917 apenas constituyen una cuarta parte de la población. Durante tres años recuperan la independencia. Construyen los cimientos de una república libre y democrática donde puedan convivir en armonía todas las naciones, pues Crimea es una auténtica torre de Babel. La habitan rusos, tártaros, ucranianos, judíos, alemanes, armenios, búlgaros, griegos, polacos y bielorrusos.
El horror comienza a finales de 1920, cuando los bolcheviques ocupan la península. En medio año, la Cheká acaba con la vida de setenta mil personas, en los siguientes dos años mueren de hambre cien mil tártaros. A finales de la década de 1920, con motivo de la persecución de los kulaks, los soviéticos destierran o matan a cuarenta mil tártaros.
De esta manera, acabaron con dos terceras partes de la nación. Asesinaron a casi todos los sacerdotes, clausuraron las mezquitas, sustituyeron el alfabeto árabe por el latino, y luego por el cirílico.
195 000 tártaros sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial. El 30 de junio de 1945 se promulga la sentencia del Sóviet Supremo: la deportación de todo el pueblo por «traición a la patria y espionaje a favor del enemigo durante la Segunda Guerra Mundial». Al destierro solo sobrevivió la mitad.
Hace seis años ha comenzado el retorno. Y, de nuevo, al igual que en el siglo xviii, en Crimea vuelven a vivir entre 250 y 300 mil tártaros, solo que ahora comparten territorio con más de dos millones y medio de personas de otras nacionalidades. Principalmente rusos.
Los tártaros tienen un Parlamento propio, al que llaman Kurultái. El presídium del Kurultái, el Medzhlís, desempeña el papel de Consejo de Ministros. Las autoridades de Crimea no reconocen la representación de los tártaros, se oponen a Kíev y sueñan con incorporarse a Rusia. El Medzhlís ha declarado en nombre del pueblo que los tártaros son ciudadanos de Ucrania y que reivindicarán su autonomía dentro del marco jurídico ucraniano.
El libro del genocidio
Será un día de ira, de angustia y aflicción, de ruina y desolación, de oscuridad y tinieblas.
(Sof 1, 15)
Grigori Burlutski era coronel del NKVD. Cuenta que iniciaron el operativo a las dos de la madrugada del 18 de mayo de 1944. Les dieron un cuarto de hora para abandonar sus casas, los subieron a vagones de ganado y se los llevaron. Decenas de miles de personas no sobrevivieron al viaje de varias semanas.
A la mayoría la llevaron a Uzbekistán. Los lugareños, avisados de la llegada de unos vendidos que luchaban contra el poder soviético, recibieron con piedras a los trenes de los desterrados. Su actitud cambió al ver que no eran más que unos desgraciados: mujeres, niños y ancianos. Casi todos los hombres estaban en el frente.
Junto con los tártaros, desterraron de Crimea a armenios, griegos y búlgaros. Los alemanes habían sido deportados tres años antes.
El libro de los soldados
Os armasteis cada uno con vuestras armas de guerra y os preparasteis para subir al monte.
(Dt 1, 41)
Nada podía salvar de la deportación. Se llevaron incluso a los comunistas.
Osmán Osmánovich sigue paseándose con sus medallas «por la lucha contra los fascistas». Sirvió como teniente. A lo largo de tres años de guerra, la batería que comandaba derribó veintitrés aviones enemigos. Tenía veinte años y dos medallas cuando el comandante en jefe le ordenó ingresar en el Partido. No sirvió de nada el «no puedo, camarada coronel, mi padre es mulá».–Conforme las tropas liberadoras volvíamos de Occidente, nos fueron clasificando en Kishiniov –dice–. Si eras tártaro no ibas a Crimea, sino a Asia Central.
Una vez allí le requisaron la documentación. No podía alejarse más de cinco kilómetros del lugar de residencia. Durante la Gran Guerra Patria, veintidós tártaros fueron condecorados con títulos y estrellas de Héroe de la Unión Soviética. Los que seguían con vida fueron desterrados.
Un nieto de Mishka el Tártaro es miembro del Medzhlís. Mishka el Tártaro, o sea, el capitán Adamóvich, fue un héroe de las lecturas escolares polacas, un ejemplo de camaradería entre los partisanos soviéticos y los soldados del Ejército Popular, la personificación del internacionalismo. Estuvo al frente de un destacamento de partisanos soviéticos en Polonia. Cayó en la región de Zamosc en 1943 mientras su destacamento liberaba a unos campesinos que los nazis llevaban a fusilar. La Cruz Grunwald, concedida póstumamente por Polonia, fue enviada a su familia a Uzbekistán.
Cuando pregunto a los tártaros si realmente cooperaron con los alemanes, me preguntan si he oído hablar de Vlásov. Según los archivos alemanes, en las filas de la Wehrmacht combatieron veinte mil tártaros. El historiador ruso Písarev, en el libro de The Chronicle of Current Events, editado en Londres, afirma que en el Ejército Rojo lucharon cincuenta y tres mil tártaros, y que otros doce mil fueron partisanos y miembros de la resistencia.
El libro del Éxodo
Por eso he bajado, para salvarlos del poder de los egipcios; voy a sacarlos de ese país y voy a llevarlos a una tierra grande y buena, donde la leche y la miel corren como el agua.
(Ex 3,8)
Un decreto del Sóviet Supremo de 1964 rehabilitó a los tártaros y les permitió el retorno a su patria. Sin embargo, negarles el empadronamiento en Crimea demostró ser un método muy eficaz para impedírselo. La legislación no permitía empadronar a una persona que no tuviese una vivienda, y, a su vez, sin cédula de empadronamiento era imposible comprar un piso, acceder a un empleo, a una pensión, escolarizarse o recibir asistencia médica.
Osmán Osmánovich dijo en una oficina gubernamental que, una de dos, o lo empadronaban o lo fusilaban, así que lo encerraron: siete días de pie con el agua hasta las rodillas, nueve meses en una celda de aislamiento sin ventana ni patio, y cinco años en una prisión de máxima seguridad de Volgogrado. Lo empadronaron al salir gracias a la intercesión de sus compañeros de armas. Es filólogo. No podía conseguir trabajo. Tiene cinco hijos, así que se emplea en un koljós limpiando de piedras los campos de cultivo.
Osmán Osmánovich es una de las catorce mil personas que regresaron antes de 1987. Las grandes migraciones empezaron en la época de la perestroika. Regresó más de un cuarto de millón de personas. Vendieron casas, huertos y pisos y partieron rumbo a la tierra prometida. Antes que ellos, habían recibido el permiso de retorno alemanes, búlgaros, armenios y griegos.
Lo peor es la falta de empleo. Hay científicos trabajando en los koljoses. El joven pintor Ismet Sheij-Zadé, licenciado en la Academia de Bellas Artes de Moscú, lleva dos años lavando carneros. Su profesor, el catedrático Serguéi Jaibuláyev, trabaja en el huerto del mismo koljós.
Lo primero que reivindican los tártaros al regresar es la devolución de sus casas. Pero ni soñarlo. Están ocupadas por rusos. En Uzbekistán, el éxodo masivo de población ha provocado la caída de los precios de la vivienda. Un gran chalé uzbeko no da ni para un cuchitril en Crimea, e intentar conseguir un piso en un bloque prefabricado o una parcela para construir una casa es un auténtico viacrucis.
Lo peor es la orilla sur.
–Quieren montarnos aquí un segundo Karabaj –exclaman los activistas tártaros locales–. Están dispuestos a entregar lo que sea: Simferópol, otras ciudades, toda la tierra de cultivo, cualquier cosa con tal de que no esté en la orilla sur. Aquí tienen su reino, sus magníficas casas, sus pensiones y hoteles. Es su lugar de descanso. ¡Pero esta tierra es nuestra! ¡Es la tierra de nuestros antepasados!
¿Qué hace un tártaro sin casa? Planta una tienda de campaña. Las plantan en los céspedes públicos, en los patios de sus propias casas ocupadas por rusos, ante los edificios municipales y gubernamentales de Crimea.
De la concesión de tierra dicen lo siguiente:
–El ruso es como un perro tumbado en el heno. Ni come ni deja comer. ¿Sabes cómo se siente un hombre viejo al cabo de diez meses de vivir en una tienda de...