E-Book, Spanisch, Band 146, 240 Seiten
Reihe: Impedimenta
Hines Kes
1. Auflage 2017
ISBN: 978-84-17115-24-1
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, Band 146, 240 Seiten
Reihe: Impedimenta
ISBN: 978-84-17115-24-1
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Billy Casper lleva una existencia llena de privaciones. Vive en una casa obrera en una ciudad minera del sur de Yorkshire con su medio hermano, Jud, un borracho brutal y violento, y con su madre, que cambia constantemente de novio y que carece del más mínimo instinto maternal. En cuanto a su padre, se largó hace tiempo. Peleado con la pandilla con la que solía pasar el rato, Billy incluso carece de amigos. No se le da bien la escuela y casi todos sus maestros le han dejado por imposible. Carne de reformatorio, todo indica que terminará trabajando en la mina, junto a su hermano. Sin embargo, tiene algo que le hace diferente: un halcón. Billy se identifica con la fuerza silenciosa de la rapaz, la entrena desde hace tiempo y extrae de ella la confianza, el amor y la pasión que a él le faltan.
Barry Hines nació en 1939 en el sur de Yorkshire, en la localidad minera de Hoyland Commond. De familia obrera, dejó la escuela a temprana edad y trabajó como aprendiz de topógrafo minero. Posteriormente, estudió Magisterio y trabajó como profesor de Educación Física. La fama le llegaría con su novela Kes (A Kestrel for a Knave, 1968), que cosechó un enorme éxito y que sería adaptada a la pantalla y dirigida por Ken Loach en 1969. Hines colaboró con Loach en dos ocasiones más, adaptando sus novelas The Gamekeeper (1975) y Looks and Smiles (1981), que fue galardonada en Cannes. Murió en marzo de 2016.
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Kes Créditos Título original: A Kestrel for a Knave Primera edición en Impedimenta: septiembre de 2017 © Barry Hines, 1968, 1999 Copyright de la traducción © Diego Uribe-Holguín, 2017 Copyright de la presente edición © Editorial Impedimenta, 2017 Juan Álvarez Mendizábal, 34. 28008 Madrid www.impedimenta.es Diseño de colección y coordinación editorial: Enrique Redel Corrección: Susana Rodríguez
Maquetación: Nerea Aguilera ISBN: 9788417115241 IBIC: FA Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Para Richard cita Un águila para un emperador,
un gerifalte para un rey;
un peregrino para un príncipe,
un sacre para un caballero,
un esmerejón para una dama;
un azor para un hacendado,
un gavilán para un sacerdote,
un mosquete para un clérigo,
un cernícalo para un rapaz. De El libro de san Albano, 1486, y de un manuscrito de Harley I No había cortinas. La ventana era un bloque afilado del color del cielo nocturno. Dentro de la habitación la oscuridad era de una textura arenosa. El armario y la cama eran formas borrosas en la penumbra. Silencio. Billy se movió hacia la orilla de la cama. Jud se movió hacia él, dejando media cama vacía. Resopló y se frotó la nariz. Billy gimió. Se acomodaron. El viento azotaba la ventana y barría la pared exterior. Billy se dio la vuelta. Jud lo siguió y tosió sobre su cuello. Billy tiró de las sábanas hasta taparse las orejas y se limpió con ellas. La mayor parte de la cama estaba ahora vacía y el espacio sin ocupar se enfrió rápido. Silencio. Luego sonó la alarma. El sonido hizo que Billy se incorporara, tanteando en la oscuridad con los ojos cerrados. Jud gruñó y se estiró bajo las sábanas frías. Extendió una mano hacia el borde de la cama, volcó el reloj, lo cogió y lo dejó caer fuera de su alcance. —Ven aquí, desgraciado. Se estiró hasta que logró alcanzarlo con ambas manos. El cristal de la esfera se curvaba sobre su palma mientras los dedos de su otra mano palpaban las perillas y las palancas de la parte trasera. Finalmente, dio con la palanca acertada y el sonido se detuvo. Luego se arrebujó entre las mantas y dejó el reloj recostado sobre la mesa. —Maldita cosa… Se mantuvo en su lado de la cama, gruñendo y sin dejar de moverse durante algunos minutos. Billy le daba la espalda, escuchando. Después levantó la mejilla levemente de la almohada. —¿Jud? —¿Qué? —Tienes que levantarte. No hubo respuesta. —Ha sonado la alarma. —¿Crees que no me he dado cuenta? Se arrebujó aún más entre las mantas y enterró la cabeza en la almohada. Ambos permanecieron quietos. —¿Jud? —¿Qué? —Llegarás tarde. —Calla. —El reloj no iba adelantado. —¡Que te calles! Lanzó un puñetazo bajo las mantas y golpeó a Billy en los riñones. —¡Basta! ¡Eso duele! —Cierra el pico entonces. —Se lo contaré a mamá. Le asestó otro puñetazo. Billy se arrastró hacia el frío extremo de la cama, sollozando. Jud se incorporó, permaneció sentado durante un momento, se puso de pie y se dirigió a tientas hasta el interruptor de la luz. Billy regresó al centro y desapareció bajo las mantas. —Pon la alarma para mí, Jud. A las siete. —Ponla tú. —Vamos… Si ya estás levantado… Jud extrajo una camisa embutida dentro de un suéter de Billy y se puso el suéter, a modo de camiseta. Billy se acurrucó en el lado de Jud, haciendo chirriar los muelles. Jud miró las mantas abultadas, caminó a través del cuarto y tiró de ellas, dejando la cama al descubierto. —¡A levantarse, soldado! Billy permaneció enroscado por un instante, con las manos apretadas entre los muslos. Luego se incorporó y se arrastró hasta el borde inferior de la cama para recuperar las mantas. —¡Maldito infeliz! Solo porque tú tienes que levantarte… —Unas semanas más y te estarás levantando conmigo. Dicho esto, salió al descansillo. Billy se reclinó sobre un codo. —¡Apaga la luz, al menos! Jud bajó las escaleras. Billy se sentó en el borde de la cama, puso la alarma y corrió a través del suelo de linóleo para apagar la luz. Cuando regresó a la cama, la mayor parte del calor se había perdido, así que se acurrucó entre las sábanas tiritando, en busca de una posición cálida. Todavía seguía oscuro cuando se levantó y bajó. Las cortinas de la sala estaban corridas, y a pesar de que encendió la luz, la sala estaba helada y en penumbra sin ayuda del fuego. Colocó el reloj sobre la repisa de la chimenea, cogió el suéter de su madre del sofá y se lo puso encima de la camisa. La alarma sonó mientras estaba vaciando las cenizas en la basura. El polvo se alzó contra su rostro cuando dejó caer la tapa sobre el cubo y corrió hacia el interior de la casa, pero el sonido se detuvo antes de que alcanzara el reloj. Luego se arrodilló delante de la rejilla vacía y estrujó algunas hojas de papel de periódico formando bolas holgadas, que dispuso sobre la rejilla como un ramo de hortensias. Agarró el hacha, colocó un leño de pie ante la chimenea y arremetió contra su centro. La hoja se hincó en la madera y se quedó allí clavada. Levantó entonces el hacha con el leño adherido a ella y lo estrelló contra el suelo, partiendo el leño en dos y astillando la baldosa con el filo de la cuchilla. A continuación, dividió las mitades en cuartos, luego en octavos y dieciseisavos, y colocó los palos que quedaron sobre el papel como el armazón de un tipi. Completó la estructura con pedazos de carbón, formando un caparazón ligeramente ajustado, de tal manera que los palos y el papel se entreveían a través de los resquicios. El papel se encendió con la primera cerilla y las llamas se esparcieron por debajo rápidamente, haciendo que el humo se escapara por los resquicios y los palos crepitaran. Él esperó a que la primera llamarada se alzara, se puso de pie, caminó hasta la cocina y abrió la despensa. Encontró una bolsa de algarrobas secas y media botella de vinagre sobre las repisas. La panera estaba vacía. Tras la puerta, el disco del contador de electricidad giraba lentamente dentro de su caja de cristal. La flecha roja aparecía y desaparecía. Billy cerró la despensa y abrió la puerta exterior. Sobre el escalón había dos botellas de leche vacías. Golpeó el marco con el costado del puño. —¡Siempre lo mismo! Tendré que comenzar a esconder un poco por las noches. Pero, cuando ya iba a darse la vuelta, se detuvo y se volvió a mirar hacia fuera de nuevo. La puerta del garaje estaba abierta. Corrió entonces a través de la franja de cemento y, gracias a la luz de la cocina, alcanzó a ver el interior del garaje. —¡Vaya! ¡Qué mala jugada! Pateó una lata de aceite a lo largo del garaje y corrió de regreso a la casa. La brasa se había asentado y las llamas amarillas emitían ya una ligera calidez. Billy se calzó las zapatillas sin desatarse los cordones y agarró su cortavientos. La cremallera estaba estropeada y la chaqueta se infló a su espalda cuando saltó el muro delantero y arrancó a correr por la avenida. El cielo era una aguada gris; gris pálido sobre los prados detrás de los suburbios y oscureciéndose progresivamente en las zonas más altas, hasta alcanzar el color del carbón sobre la ciudad. Las farolas continuaban encendidas y algunas ventanas iluminadas brillaban con los colores de sus cortinas. Billy pasó junto a dos mineros que regresaban en silencio del turno de noche. Un hombre con mono de trabajo se aproximaba en bicicleta, pedaleando lentamente. Los cuatro convergieron y se separaron, persiguiendo diferentes direcciones a diferentes velocidades. Billy alcanzó la zona recreativa. El portón estaba cerrado, así que dio un paso atrás y saltó sobre la alambrada; trepó, afianzó un pie en ella y se preparó para descender. La sección entre los postes de cemento se sacudió bajo su peso. Cabalgó sobre ella, con una mano y un pie encima y luchando por mantener el equilibrio con el otro brazo, pero cuanto más luchaba más se movía la alambrada, hasta que finalmente esta consiguió quitárselo de encima, arrojándolo hacia el otro lado, sobre el pastizal. Se puso de pie. Sus zapatillas y sus vaqueros estaban empapados, y su mano, untada de mierda de perro. Se la limpió frotándola contra la hierba y, tras olerse los dedos, corrió a través del campo de fútbol. Detrás de la portería, todos los columpios habían sido enrollados...