E-Book, Spanisch, 320 Seiten
Reihe: Breve Historia
Herrera Guillén Breve historia de la utopía
1. Auflage 2013
ISBN: 978-84-9967-523-7
Verlag: Nowtilus
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 320 Seiten
Reihe: Breve Historia
ISBN: 978-84-9967-523-7
Verlag: Nowtilus
Format: EPUB
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'Desde la República de Platón o la Nueva Atlántida de Bacon, hasta el mayo del 68, la globalización y los indignados. Todas las claves filosóficas y culturales de las principales ideas utópicas que han dado identidad a cada época histórica. La apasionante crónica de la constante búsqueda de un mundo mejor.'(Agapea) 'Por tanto, a lo largo de las páginas de este libro, cada época histórica puede conocerse por lo que no fue, es decir, por lo que anheló llegar a ser. De este modo, podemos ver cómo en cada uno de los siglos las utopías se orientaban a solucionar los problemas que acaecían a la mayoría de la población o a las mayores debilidades de cada momento.'(Todo literatura) Un ensayo que nos descubre un anhelo humano y, por ello, presente en toda la historia de la humanidad: el deseo de un mundo mejor y más justo. El objetivo de Breve Historia de la Utopía es demostrar que el pensamiento utópico y el diseño de utopías no han sido una mera divagación o una cuestión marginal a lo largo de la historia del pensamiento occidental. Son numerosas las teorías utópicas y también los intentos de aplicación práctica de las mismas, desde la República de Platón hasta las corrientes altermundistas actuales, pasando por el buen salvaje de Rousseau o Mayo del 68 y sin dejar de lado propuestas radicales que, en sus orígenes también fueron utopías como el stalinismo o el nazismo. Un recorrido imprescindible por la historia de las ideas. Rafael Herrera considera que es tan importante, a la hora de estudiar las sociedades humanas, lo que estas fueron como lo que estas quisieron ser, un estudio de las distintas propuestas de sociedades utópicas es fundamental, habida cuenta que estas nacen de una noción ontológica y netamente humana: la certeza de que la sociedad en la que vivimos es mejorable.
Rafael Herrera Guillén es Doctor Europeo Cum Laude en Filosofía por la Universidad de Murcia y autor de varios ensayos de carácter político. Ha publicado una treintena de artículos académicos en revistas de prestigio nacional e internacional. Ha sido Profesor invitado en la Universidad de Leeds en Inglaterra y en la de Standford en USA. Su trayectoria como investigador le ha llevado a trabajar en la universidad de Murcia y en las de Ferrara y Padua. Ha coordinado la Biblioteca Digital de Pensamiento Político Saavedra Fajardo. En la actualidad trabaja como profesor de Filosofía en la UNED.
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1 Sueños míticos
EN EL PRINCIPIO ERA…
En el libro del Génesis bíblico encontramos dos narraciones fundamentales para comprender la evolución de la idea de utopía a lo largo de la historia: la fábula del huerto del Edén y la historia del diluvio universal. Su importancia radica en el hecho de que, con las modificaciones propias de cada época, estos dos mitos bíblicos se han repetido como anhelos permanentes a lo largo de la historia del ser humano. El deseo que late subterráneamente en la historia de Adán y Eva evoca la idea de la pérdida de un mundo perfecto en el pasado, donde habitaron una vez los seres humanos. En cuanto al anhelo que surca la historia de Noé y el arca, este consiste en la ilusión utópica según la cual, algún día, unos cuantos elegidos se salvarán de la destrucción de un mundo corrupto sobre cuyas cenizas brotará de nuevo el paraíso perdido. Estas dos ideas forman parte de todo el esquema mental de la utopía. Son como prototipos que se van reinterpretando. Ante un mundo corrupto, el pensamiento utópico surge sobre la idea de que los seres humanos pertenecen y merecen un mundo mejor que se perdió en el pasado remoto (el Edén paradisíaco). Esta ensoñación, entonces, hace que el utopista se rebele contra el mundo presente corrupto y anhele destruirlo (diluvio) pero salvando solamente a unos elegidos virtuosos (Noé, sus hijos y la naturaleza). Estos serán quienes sobrevivan a la destrucción para refundar un mundo nuevo, justo y sin pecado. Así pues, como vamos a ver a lo largo de las páginas que ahora comienzan, estas dos ideas bíblicas laten de uno u otro modo en el fondo de toda la historia de la utopía, y en el fondo de los deseos de cada ser humano. El Edén, la pérdida del mundo perfecto El mundo más perfecto con el que puede soñar un hombre sería aquel creado por el mismo Dios para el disfrute del ser humano. En la fábula del paraíso, la Biblia cuenta que Jehová «plantó un huerto en Edén» (Gn 2, 8) y colocó allí al hombre. Según esta narración, el ser humano fue creado para disfrutar del huerto que Dios había plantado especialmente para él. Dios trabajó la tierra para que los hombres no tuvieran más que entrar en ella para disfrutarla. Ese huerto divino era feraz y agradable, y proporcionaba de modo espontáneo todo cuanto un ser humano podía precisar, sin necesidad de trabajar ni de ningún esfuerzo, sin sufrir enfermedades ni sufrimientos, pues la vida humana era eterna en el huerto que Dios cultivó para el hombre. Allí la felicidad humana no sólo era completa, sino eterna: «Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista, y bueno para comer; también el árbol de vida en medio del huerto, y el árbol de la ciencia del bien y del mal» (Gn 2, 9). La única condición para disfrutar de esta felicidad absoluta y de la eternidad, no obstante, era que el ser humano conservara su ingenuidad natural, manteniéndose alejado del árbol de la ciencia. Para esto, tenía que renunciar a conocer las nociones de bien y de mal, es decir, las ideas morales que regulan la existencia cuando esta no es perfecta. Pues una vida perfecta ejerce el bien de manera espontánea, como por instinto, sin tener la más mínima noción del mal. Y esto fue justamente lo que perdieron Adán y Eva al comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. El hombre natural, el hombre instintivamente en consonancia con la naturaleza y con Dios, al comer del fruto prohibido del conocimiento, se transformó en el hombre moral, es decir, en el ser humano que «conoce» en sentido profundo, que tiene noción del bien pero también del mal. Para acceder a esta noción del bien y del mal, a esta sabiduría, Adán y Eva tuvieron que desobedecer a Dios, es decir, tuvieron que activar algo que ya estaba en su interior: la sed de conocimiento. Esta sed de conocimiento está ya en el interior del ser humano: en Eva, como pulsión pecaminosa hacia el saber. Esta voz interior está representada por la serpiente, que azuza la conciencia de Eva. El hambre de conocimiento es una cualidad divina que está inscrita en el ser humano, pues este está hecho a imagen y semejanza de Dios. Por tanto, si Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, prohibirle el conocimiento era tanto como obligarlo a renunciar a su peculiaridad más propia. En este sentido, la caída en el pecado y en la desobediencia era intrínsecamente inevitable. El límite que Dios imponía a Adán y Eva era incumplible. Así, la sierpe le dice a Eva: […] sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal. Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella. Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos, y entonces cosieron hojas de higuera y se hicieron delantales. Gn 3, 5-7 Con la adquisición de la ciencia del bien y del mal, Adán y Eva pierden su ingenua naturalidad. Al abrir los ojos, se les aparece el mundo, y ellos mismos en él; comienzan a tener conciencia de sí, se miran a sí mismos y al otro; entienden que no pueden vivir desnudos, cual animales, es decir, sin autoconciencia. Pero, justo cuando comprenden esto es cuando la máquina del castigo se va a poner en marcha. Cuando el ser humano toma conciencia de su desnudez ante la naturaleza, en ese mismo instante ya comienza a comprender que está condenado a construir, crear, tejer los días de su vida desnuda. El precio por comer el fruto prohibido del conocimiento fue la expulsión del paraíso. El mito de Adán y Eva simboliza ese doloroso tránsito desde una vida feliz pero sin conocimiento, en el paraíso, a una vida desgraciada pero consciente sobre la tierra. Adán y Eva expulsados del Paraíso, de Massaccio. El ser humano ganó la inteligencia y la libertad pero a costa de perder la felicidad eterna sobre la tierra: «A la mujer dijo: “Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces…”. Y al hombre dijo: “[…] Con el sudor de tu rostro comerás el pan…”» (Gn 3, 16-17.19). Con esta condena, el ser humano perdió la dulzura de una vida ingenua, feliz y natural. Fue expulsado del paraíso con el fin de que no comiera del otro árbol prohibido, el de la eternidad. Así pues, al perder el paraíso, también perdió su derecho a la eternidad sobre la tierra, a cambio de disfrutar, expulsado del Edén, de una inteligencia esforzada y de su libertad para construir la vida. Y dijo Jehová: «He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre». Y lo sacó Jehová del huerto del Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado. Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida. Gn 3, 22-24 No obstante, a Adán y Eva, al menos, todavía les fue permitido vivir en tierra de Dios, si bien fuera del paraíso. Es decir, en cierto modo, Adán y Eva, y sus hijos Caín y Abel, llevaban una vida dentro del reino terrenal de Dios que, aunque exigía el esfuerzo del trabajo, no era una vida en la que el mal tuviera lugar. Es decir, el mundo fuera del paraíso todavía no era el mundo del mal que, según el Génesis, se extendió sobre la tierra con el asesinato de Abel a manos de Caín, su hermano. El mal entró en el mundo cuando Dios expulsó a Caín de su lado, por haber derramado la sangre del fratricidio. Fue entonces cuando sobre la tierra se fundó la primera ciudad. Caín, el padre de la culpa, fundó la primera ciudad: «Salió, pues, Caín de delante de Jehová […], y edificó una ciudad» (Gn 4, 16-17). Sobre este pasaje, hacia el siglo V, el pensador cristiano san Agustín escribió en la Ciudad de Dios este elocuente pasaje: «La primera ciudad, el primer Estado están fundados por un fratricida. Un fratricidio ha manchado también los orígenes de Roma, tan manchado que puede decirse que es una ley que ha de correr antes sangre, allí donde ha de alzarse un Estado». Antes de los pecados de Adán, Eva y Caín, la inocencia y el Edén eran el entorno del hábitat humano. Después, el precio de la libertad y del conocimiento fue la pérdida de la inocencia, de la felicidad y de la eternidad, y la condena al trabajo y al sufrimiento y a un mundo regido por la lucha y la voluntad de poder. Noé, la regeneración destructora del mundo La raza de Caín, así pues, se extendió sobre la tierra. El mal se hizo dueño del mundo. El conocimiento de la ciencia del bien y del mal llevó a Caín a cometer el primer asesinato de la historia, derramando la sangre del hermano. Entonces Dios expulsó lejos de su seno a Caín. Este fundó la primera ciudad, lejos, muy lejos del paraíso. Aquella ciudad fue la primera de las ciudades en las que habitarían los seres humanos imperfectos. Sus leyes estarían regidas por la guerra, el mal, la avaricia, el poder, y todo cuanto era vivo sobre la tierra quedó subsumido bajo la culpa: «Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal. Y se corrompió la tierra delante de Dios, y estaba la tierra llena de...