Hernández Fernádez | Nadie debería morir solo | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, Band 36, 104 Seiten

Reihe: Cátedra de Bioética

Hernández Fernádez Nadie debería morir solo

Una mirada bioética a la muerte durante la pandemia de la COVID-19
1. Auflage 2023
ISBN: 978-84-8468-975-1
Verlag: Universidad Pontificia Comillas
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

Una mirada bioética a la muerte durante la pandemia de la COVID-19

E-Book, Spanisch, Band 36, 104 Seiten

Reihe: Cátedra de Bioética

ISBN: 978-84-8468-975-1
Verlag: Universidad Pontificia Comillas
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



'Nadie Debería Morir Solo' ofrece un análisis detallado y reflexivo sobre la percepción del ser humano ante la muerte propia y ajena, y cómo esta percepción pudo cambiar durante los meses más duros de la pandemia de COVID-19. El libro combina reflexiones teóricas con testimonios personales y presenta los resultados de una investigación llevada a cabo entre 2020 y 2021, incluyendo hallazgos previamente publicados en artículos académicos. Con un enfoque bioético y divulgativo, este libro busca provocar la reflexión, aportar conocimiento y sugerir acciones de prevención para mejorar la ética de los cuidados, el bienestar del ser humano y su salud mental en los aspectos relacionados con la muerte y el morir, y con la dignidad humana. Al abordar la dimensión ética del morir, el contenido y enfoque del libro también están estrechamente relacionados con la forma de vivir y se alinean con el tercer Objetivo de Desarrollo Sostenible y la Agenda 2030, que pretende garantizar una vida sana y promover el bienestar para todos en todas las edades.

Carlos Hernández es Doctor por la Universidad Pontificia Comillas, Master en Recursos Humanos, Master en intervención en Duelo, Licenciado en Sociología y en Periodismo y Diplomado en Trabajo Social. Toda su carrera profesional ha girado en torno al mundo de la formación en habilidades. Además de impartir clases e investigar en la universidad, Carlos tiene su propia marca, DOSABRAZOS, desde donde imparte cursos y conferencias sobre habilidades sociales, motivación, acompañamiento y gestión emocional, entre otros temas, en todo tipo de organizaciones. En el ambito de la investigación y la divulgación su trabajo se centra en el ambito del duelo, la muerte y los ritos funerarios.
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CAPÍTULO 1

LA MUERTE Y LOS RITOS ANTE LA LLEGADA DE LA COVID-19

1.LA MUERTE

Si hay un hecho que nos afecta a todos, y además de forma irreversible, es el fenómeno de la muerte, todos vamos a morir y todos vamos a sufrir pérdidas cercanas, sin embargo, no todos nos relacionamos igual con ella, no todos moriremos de la misma manera y no todos experimentaremos de la misma forma la muerte de los nuestros. La forma personal de entender la muerte, la propia y la de otros, y de relacionarnos con ella, varía en cada civilización, en cada cultura y en cada uno de nosotros. Una de las características más distintivas del ser humano, algo que nos diferencia del resto de animales, es, sin duda, la capacidad de entender el concepto de muerte, de comprender su irreversibilidad y de reaccionar emocionalmente ante ella (Feifel, 1990).

Además cada cultura, cada sociedad y cada individuo tienen su forma particular de relacionarse con la muerte, y a pesar de su universalidad, no hay un único modelo que lo abarque todo (Barley, 1997/2012), lo que sí es seguro es que la muerte está siempre presente a lo largo de la vida de los grupos humanos, en sus pensamientos, en su cultura, en sus tradiciones,… El reflejo y la influencia de la muerte están presentes prácticamente en todas las disciplinas del conocimiento: el arte, la literatura, la medicina, la filosofía, la biología, la ética, la antropología, etc. y algunos autores, incluso, han visto en la relación del ser humano con la muerte, en el miedo y en el rechazo que esta produce, el origen de toda cultura (Baumann, 1992).

Por otro lado, si elegimos una única comunidad cultural y la analizamos a lo largo de la historia, podemos observar que el constructo sobre la muerte elaborado por dicha comunidad no se mantiene estable a lo largo de los años. La forma que tiene cada sociedad de experimentar la muerte, de tratarla y de relacionarse con ella evoluciona y se mueve a lo largo de la historia, a veces de forma más lenta y otras de forma más veloz, y se encuentra siempre en continuo movimiento (Ariès, 1974/2010). Nosotros no morimos, ni tampoco enterramos igual a nuestros seres queridos, como lo hacían nuestros padres o abuelos, y nuestros hijos lo harán, seguramente, de forma diferente. Tampoco las mismas leyes rigen en relación con la forma de morir ahora que hace décadas, y, posiblemente, aspectos como el de la muerte digna seguirán siendo objeto de debate y legislación durante años, puesto que el propio concepto de dignidad de la muerte cambia y evoluciona a lo largo de la historia. Porque, aunque la muerte propia y la pérdida del ser querido sean una constante histórica y una experiencia inevitable que todo individuo tiene que afrontar, cada uno lo hará de diferente forma en función del momento histórico, del lugar y de la cultura a la que pertenezca (Bustos, 2007).

Sin embargo, las diferencias en la relación de los individuos con la muerte no son solamente sociales, históricas o culturales sino también individuales y psicológicas, no todas las personas afrontan la idea de la muerte de la misma manera y, aunque la ansiedad y el miedo son las respuestas más comunes y las más estudiadas (Gala et al., 2002; Neimeyer y Hogan, 2004), estas reacciones también varían en función de cada individuo y de sus circunstancias, y se pueden manifestar de múltiples y diferentes maneras (Bluck et al., 2008).

Además, los individuos afrontamos de forma diferente la idea de la muerte como fenómeno abstracto, por un lado, y, por otro, la idea de morir, es decir, la idea de nuestra propia muerte (Spitzenstätter y Schnell, 2020). No es lo mismo pensar en la muerte que en la muerte de un ser querido que, sobre todo, en nuestro propio fin.

La reflexión sobre la muerte propia cuestiona al ser humano sobre la forma que tiene de afrontarla, los miedos e incluso los deseos de evitarla y de huir de ella, unos miedos y un rechazo que se acentúan especialmente en nuestra cultura occidental y en nuestra época contemporánea. Y cuestiona también al individuo sobre sus deseos respecto al tipo de muerte que desea y respecto a su percepción particular sobre la dignidad en el morir. Si bien se da por hecho que todos deseamos una muerte digna, sorprende saber que no existe un consenso sobre lo que esto significa y sobre lo que es morir con dignidad para cada uno de nosotros.

Algunos autores afirman que el verdadero miedo del individuo no es tanto a la propia muerte como a la agonía y al sufrimiento que esta puede provocar (Gala et al., 2002). El individuo contemporáneo, cuando consigue enfrentarse a la idea de su mortalidad, se preocupa por morir bien, por morir de forma adecuada, o al menos, por no morir mal. La concepción de una buena muerte o de una muerte correcta es una percepción individual y subjetiva, si bien tiene algunos elementos comunes, tales como la preocupación por controlar el dolor y los síntomas, el ser capaces de tomar decisiones de forma clara, tener la sensación de cierre y despedida, ser visto y percibido como una persona autónoma hasta el final, tener capacidad para poder prepararse para la muerte y el poder dejar un legado a los que nos sobreviven (Krikorian et al., 2020).

Esta preocupación por una muerte sin dolor y sin sufrimiento ha puesto a la eutanasia en la agenda social y política de muchos países, entre ellos España (Bernal-Carcelén, 2020) en los últimos años, así como ha evidenciado la necesidad de unos cuidados paliativos de calidad. Es decir, el debate sobre la muerte digna, sobre la buena muerte está en la agenda social y política como fruto de la preocupación colectiva por conseguir llegar de la mejor manera posible al final de la vida.

Desde la perspectiva de ámbito social, observamos cómo en nuestro mundo contemporáneo, lejos de integrar la idea del morir en el imaginario colectivo, se genera un rechazo generalizado al pensamiento sobre la muerte (Thomas, 1991) y a lo que la rodea, debido, en parte, a la racionalidad, la secularización, la medicalización, la individualización y la pérdida del sentido de comunidad (Vaczi, 2019; Walter, 2005). Algunos autores afirman que el diálogo entre la vida y la muerte, habitual y propio de otras épocas, tiende a desaparecer en nuestros días (Sherman, 2014) y que la muerte, en cierto modo, acaba por deshumanizarse (Ritzer, 1993) y se la aparta de la vida cotidiana. La cultura del éxito, de la felicidad y de la belleza, tan propia de la época actual, hace que el individuo se centre en alcanzar una vida feliz y llena de placer, en la que pensar acerca de la muerte y el dolor que esta provoca, no tiene cabida alguna (Zambrano, 2016). Todos queremos tener una vida feliz, pero no pensamos habitualmente en cómo ha de ser el final de esa vida. Llegamos así, como sociedad, a lo que Ariés (2011) llama la muerte invertida, una muerte individualizada, y casi escondida, a la que la comunidad acaba dando la espalda, como si no formase parte de la vida.

Esta evolución de la forma de percibir y experimentar la muerte en nuestra cultura, fruto de la secularización y deshumanización antes mencionadas, se puede ver reflejada en la evolución, o involución, de una de sus manifestaciones más características y simbólicas: los rituales.

2.EL RITO COMO ELEMENTO DE CONTINUIDAD DE LA DIGNIDAD HUMANA

La muerte de un ser humano va casi siempre seguida de un ritual (Mitima-Verloop et al., 2021; O’Rourke et al., 2011) que varía en función del espacio y el tiempo en el que esta se produce. El rito fúnebre, y el propósito de este, difiere en función de la cultura y de la religión en la que se desarrolla (Walter, 2005). Mientras que en la mayor parte de Europa asistimos a funerales y entierros sobrios y silenciosos, en cementerios monumentales en los que el cadáver ocupa nichos o sepulturas, en muchos lugares de Latinoamérica es común ver a la gente beber alcohol durante el entierro, mientras se entona música tradicional, o, incluso, presenciar en algún cementerio ritos de origen ancestral fruto del sincretismo religioso que a los ojos de los occidentales puede parecer una fiesta folclórica. Si viajamos a Asia, en Nepal o en la India, se celebran ceremonias coloristas de cremación junto a los ríos sagrados en las que se incinera el cuerpo a la vista de toda la comunidad, y también en Indonesia el color naranja caracteriza unas cremaciones comunitarias en las que se ofrecen comidas y bebidas a los asistentes. En China los velatorios duran varios días y en la cultura árabe se entierra el cadáver en contacto con la tierra, siempre mirando a la Meca. Cada cultura, cada sociedad y cada comunidad despide de forma diferente a los difuntos y celebra distintos rituales que evolucionan también a través de la historia, y estos rituales en torno a la muerte constituyen en sí mismos una realidad cultural propia de cada comunidad.

Estos rituales de carácter fúnebre han supuesto, y suponen, un aspecto importante en la historia de los pueblos, ya que expresan la forma de vivir de estos y su relación con la muerte, una muerte que está en la propia naturaleza y, también, en la cultura de cada sociedad (Veigaza, 2001). Todas las religiones y culturas tienen sus propios rituales, sus propias oraciones y creencias relacionadas con el proceso de morir (Roberson et al., 2018).

El rito mortuorio no es solo algo simbólico, estas celebraciones tienen también su función y su utilidad para la comunidad en la que se celebran. Los actos funerales tienen, sobre todo, tres tipos de funciones: por un lado, y desde una dimensión individual, a) representan y simbolizan el paso del difunto a un nuevo estadio (Gennep, 1969/2008) y b) ayudan a los deudos a...



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