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E-Book, Spanisch, 460 Seiten

Guild El herrero de Galilea


1. Auflage 2016
ISBN: 978-84-16331-96-3
Verlag: Ediciones Pàmies
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, 460 Seiten

ISBN: 978-84-16331-96-3
Verlag: Ediciones Pàmies
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



Yoshua, un carpintero de la aldea de Nazaret, siente la llamada de Dios y predica la inminente llegada del Juicio Final. Esta la historia de su vida y de su terrible final a través de los ojos de su primo, y amigo más cercano, Noah el herrero: hombre recto y prudente que conoce bien un mundo en el que la traición y el asesinato son habituales en la lucha por el poder. No obstante, el herrero está dispuesto a poner en peligro su vida para salvar la de Yoshua. El herrero de Galilea es el producto de veinte años de investigación y de un profundo conocimiento del mundo antiguo; una fascinante novela que especula sobre lo que pudo ser el complot político para acabar con la vida de Jesús y los esfuerzos de un hombre por salvarle. El Yoshua de esta novela, el Jesús de la fe cristiana, es un hombre como cualquier otro, un héroe muy humano cuya derrota a manos de sus enemigos le confiere una trágica dimensión de grandeza.

Nicholas Guild nació en San Francisco y se graduó en Lengua Inglesa y Filosofía en la Universidad de Berkeley. Ha sido profesor universitario así como crítico literario en periódicos y revistas especializadas. Ha publicado una decena de novelas entre las que destacan El aviso de Berlín, El tatuaje de Linz y los ya clásicos de la novela histórica El asirio, La estrella de sangre y El macedonio.El herrero de Galilea supone el esperado regreso del autor después de 25 años de silencio literario.
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1


Noah, herrero y habitante de Séforis, la antigua capital de Galilea, estaba en la fragua cuando Hiram, su aprendiz de mayor edad, fue a decirle que tenía visita.

—Dice que es tu primo. Está esperando fuera.

El herrero dejó su martillo y se secó la cara con la mano derecha. No vestía más que un taparrabos y sandalias, ya que en la fragua la ropa tenía la mala costumbre de prenderse. Los músculos de los brazos y el poderoso torso le brillaban por el sudor. La noticia no pareció agradarle.

Aparte de su hermana, que vivía con él, Noah no tenía parientes en la ciudad. Sí tenía un primo lejano en Jerusalén, pero, por lo demás, todos los que podían decir que compartían sangre con él vivían en un poblado a una hora de camino hacia el sur. Así que la visita de un familiar siempre suponía alguna mala noticia.

Se quedó mirando a la barra de metal que sostenía con unas pinzas y la hundió en el carbón incandescente. Tendría que esperar. Se inclinó y hundió las manos en un caldero de agua que tenía al efecto, recogió el suficiente líquido como para enjuagarse la cara y frotarse un poco el pecho.

—Vayamos a ver —dijo.

Hiram le siguió hasta la puerta del taller, que permanecía abierta. Fuera había un hombre en cuclillas. Estaba cubierto de polvo y parecía totalmente agotado. Con aparente esfuerzo alzó la mirada y le sonrió a Noah débilmente. Noah le reconoció al instante.

—Ve a cubrir el fuego —le dijo Noah al aprendiz sin apartar la mirada de su visita—. Cuando acabes, estaremos en la sala de aseo.

Esperó a que Hiram se hubiera marchado y luego alargó la mano para ayudar a su primo a ponerse en pie. A Noah le dolió verle en ese estado.

—Han arrestado al Bautista —dijo Yoshua en cuanto se incorporó—. Vinieron los soldados y se entregó. Ni siquiera intentó huir.

Noah tan solo pudo negar con la cabeza. Juan no era más que un distante personaje, alguien del que había oído hablar, eso era todo. Fue el hecho de saber que Yoshua había escapado por poco lo que le produjo temor.

—¿Te buscan?

—No lo sé. —Yoshua levantó las manos en ademán de indefensión.

—Ven conmigo.

Noah rodeó con el brazo la cintura de su primo, en parte con afecto, pues habían sido amigos íntimos desde la niñez, en parte para asegurarse de que Yoshua no se derrumbara. El contraste entre ambos no podía ser más acusado: Yoshua era alto y delgado, y Noah un bloque sólido de músculo que apenas le llegaba a su primo al hombro.

Noah le llevó a una pequeña estancia que tenía bancos adosados a tres de sus cuatro paredes de piedra y que disponía de una tina de agua fría en el centro del suelo. Era el lugar donde él y sus aprendices se aseaban después de una jornada de humo y calor.

Cuando llegó Hiram, Noah ya había desnudado a Yoshua y le estaba lavando. Parecía demasiado débil como para hacerlo él solo. Envió a Hiram al otro lado del callejón, a su casa, a que trajera comida y algo de vino.

—¿Cuánto tiempo llevas por ahí? —preguntó.

—Dos semanas. O más. He perdido la cuenta de los días.

—¿Cómo has vivido?

La pregunta era razonable, ya que, como discípulo del Bautista, Yoshua no habría dispuesto de dinero.

—Las gentes, por el camino, me han alojado y alimentado… a veces.

—¿Cuándo has comido por última vez?

—Hace tres días. No, dos. Anteayer, una anciana me dio un higo. —Yoshua sonrió. El recuerdo pareció divertirle. Entonces, de repente, la sonrisa desapareció—. Si puedo pasar aquí la noche, mañana volveré a los caminos.

—¿A dónde vas?

—A un lugar llamado Cafarnaún. Es una aldea de pescadores en el mar de Kinneret. Allí tengo un amigo.

—¿Qué harás?

—Divulgar el mensaje de Juan. ¿Qué otra cosa voy a hacer?

Yoshua se encogió de hombros, aunque había cierto desafío en aquel gesto. Noah comprendió, y alargó la mano para darle una palmada en la rodilla.

—Bueno, no te vas a ir a Cafarnaún mañana —dijo—. Necesitarás al menos tres o cuatro días para recuperar fuerzas. Dentro de cuatro días será el sabbat y puedes volver a Nazaret conmigo para ver a tu familia.

—No. Prefiero pasar el sabbat aquí, si no es molestia. —Yoshua hizo un débil gesto con la mano derecha, como si estuviera desviando un golpe—. Ya sabes cómo es mi padre. Al menos aquí nadie me dice que soy un necio ni que debería volver a dedicarme a la carpintería.

—Eres un necio, y deberías volver a dedicarte a la carpintería.

Ambos rieron.

Cuando llegó la comida, Yoshua estaba demasiado cansado como para comer, así que Noah le llevó a su casa y preparó una cama para él. En cuanto Yoshua se quedó dormido, lo que sucedió casi al instante, Noah fue a la planta de abajo, a la cocina, y se sirvió un cuenco de vino.

Atardecía, y su hermana, Sarah, no tardaría en volver de sus recados. Necesitaba pensar lo que iba a decirle, y, lo más importante, necesitaba pensar qué iba a hacer.

Con el Bautista arrestado, la cuestión era si sus discípulos atraerían la atención del tetrarca. Lo más seguro era suponer que el nombre de Yoshua figuraba en la lista.

A Noah no le pasó desapercibido que la presencia de Yoshua en Séforis suponía un riesgo también para él. Si Yoshua era un fugitivo y le encontraban en su casa…

Tal pensamiento le hizo sentir vergüenza. Yoshua necesitaba tiempo para descansar y recuperarse. Debía asumir ese riesgo.

Aunque también era cierto que el peligro era tanto mayor en una ciudad donde el tetrarca concentraba su poder, así que el plan de Yoshua de buscar refugio en algún poblado perdido de pescadores tenía su lógica. Si tenía amigos allí, era probable que estuviera seguro. En el campo los recaudadores y los soldados de Herodes eran considerados una fuerza invasora, y, como tal, eran odiados.

No habrían arrestado al Bautista si no hubieran pretendido ejecutarle, y, una vez muerto, quizá en unos meses el tetrarca acabara por olvidar el asunto.

El problema, por tanto, era llevar a Yoshua sano y salvo a su escondrijo.

Noah no veía razón para ocultarle aquello a Sarah. La muchacha tendría que saber que la presencia de Yoshua en su casa debía mantenerse en secreto y, por eso mismo, debía saber el porqué. No era ninguna tonta, tampoco una histérica, y podía ser útil.

En cuanto a Hiram, ni siquiera sabía el nombre del extraño, y era un buen chaval. Una palabra bastaría para que no dijera nada.

Mientras Noah permanecía sentado a solas en la cocina, mientras sus dedos recorrían el borde del cuenco de vino que aún no había probado, los recuerdos se adueñaron de sus pensamientos. Había pasado su niñez en Nazaret, pero había nacido en Séforis, en esa casa, la misma en la que su madre había muerto al dar a luz a Sarah a una edad tan temprana que él no la recordaba siquiera. Su padre se había vuelto a casar al año siguiente. Luego murió su padre, y, dado que su madrastra no quería cargar con criaturas que no eran suyas, hermano y hermana fueron entregados al cuidado de sus abuelos en Nazaret.

Así que había conocido a Yoshua toda su vida. Cuando eran niños habían aprendido juntos las letras, habían jugado, en ocasiones se habían peleado y luego se habían echado amargamente en falta durante las breves separaciones que seguían a cada disputa. Tanto el uno como el otro habían acompañado a su amigo cuando ambos se casaron, y, después, con tan solo unos meses de diferencia, ambos habían presenciado impotentes el sufrimiento y la muerte de sus esposas. Habían llorado juntos. ¿Acaso había algo que no hubieran compartido?

Y ahora Yoshua llegaba con un nuevo problema. ¿Y bien? ¿A quién, si no, debía acudir?

Noah no estaba de acuerdo con la vida que su primo había elegido. Aunque pensara que el Bautista era un buen hombre y un verdadero siervo de Dios, incluso puede que un profeta, nunca se le hubiera ocurrido a Noah abandonarlo todo y convertirse en su discípulo, alimentándose de lo que tuvieran a bien dar los árboles junto al Jordán. Su piedad no era de esa clase. Y, aun así, entendía por qué Yoshua había tomado ese camino. Incluso durante la niñez sus personalidades habían sido muy dispares, aunque siempre se habían entendido.

Y ahora Yoshua quería retirarse a una aldea de pescadores del norte para predicar el mensaje de arrepentimiento del Bautista, y a Noah no le costaba entender por qué: para Yoshua, aquella elección resultaba inevitable. Por tanto, también era inevitable para Noah ayudarle en su propósito.

La única cuestión era cómo.

El primer paso sería hacer que Yoshua recuperara sus fuerzas.

Le había impactado verle en aquel estado. No se habían visto desde la Pascua, hacía dos meses, y ya entonces lucía un aspecto bastante descuidado, con su túnica raída y descolorida y la barba enmarañada, colgándole hasta el esternón; pero ahora parecía exangüe, como si la vida que había llevado hubiera acabado por consumirle.

Necesitaba descanso, sosiego y tranquilidad, y eso, al menos, Noah podía dárselo.

Cuando Sarah llegó a casa, Noah le contó que Yoshua estaba durmiendo arriba. Luego le dijo que habían arrestado al Bautista. Ella pareció adivinar el resto.

Sarah era alta y delgada, lo que hacía que sus brazos parecieran más largos de lo que en realidad eran. Cuando se ponía nerviosa o se emocionaba, daba la...



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