E-Book, Spanisch, Band 168, 212 Seiten
Reihe: Historia
Guerra Historia de Cuba II
1. Auflage 2019
ISBN: 978-84-9897-350-1
Verlag: Linkgua
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, Band 168, 212 Seiten
Reihe: Historia
ISBN: 978-84-9897-350-1
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A inicios de la década de 1920 Ramiro Guerra escribió esta Historia de Cuba, que desde las culturas aborígenes sigue la formación y evolución de la nación hasta los albores de la república. Esta obra representó un avance trascendental para la historiografía cubana. El proyecto quedó inconcluso, pero fueron publicados un primer tomo y este Tomo II, que llega hasta 1607. Ramiro buscaba indicios de la gestación nacional en aquella temprana etapa colonial. No solo consultó nuevas fuentes, sino que condujo su análisis más allá del tradicional acontecer político, para considerar fenómenos sociales y económicos usualmente descuidados, hurgando así en la «historia profunda». Nuestro autor estimó esencial este enfoque para hallar los embriones de la comunidad cubana. Asimismo sus libros: - Azúcar y población en las Antillas, - Manual de Historia de Cuba - y Guerra de los diez años son textos clásicos de los estudios históricos cubanos. En el prólogo a este último libro, Ramiro Guerra expresó: «Un país no podrá tener jamás una historia, sino muchas historias.»
Ramiro Guerra
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INTRODUCCIÓN
Divisiones de la Historia de Cuba. Carácter del período de 1555 a 1605
La Historia de Cuba, a partir de la conquista española, comprende poco más de cuatrocientos años, correspondientes a las épocas moderna y contemporánea de la historia general del mundo. Dichas épocas no pueden tomarse como base, sin embargo, para establecer divisiones en la historia cubana, porque éstas resultarían, además de muy vagas, generales y arbitrarias, carentes de valor práctico y científico. No marcar ninguna separación en períodos, tampoco es recomendable, ya que de la división histórica no se puede, en rigor, prescindir. Cuando se estudian hechos sucesivos, desarrollados durante siglos, resulta indispensable establecer separaciones cronológicas, límites de principio y de fin, con la mira de hacer un alto cada vez que la ordenada exposición del asunto lo requiere, resumir los caracteres dominantes de la época, apreciar los acontecimientos de la misma en sus relaciones generales y su unidad, y llegar mediante esas operaciones de generalización, al elaborar una síntesis clara y comprensiva de la evolución histórica, período a período. Estas divisiones o puntos de parada, como pudiera llamárselas, no deben fijarse ad-libitum, arbitraria y caprichosamente: han de separar ciclos claramente distintos de la evolución histórica, bien porque dicha evolución aparezca orientada al fin de cada uno de ellos en una dirección nueva, bien porque, sin cambiar de rumbo, acuse modificaciones profundas bajo la presión de diferentes factores de variabilidad. Establecidas con un sano criterio metodológico, las divisiones de la historia marcarán fases bien definidas y diversas de la vida colectiva, de la misma manera que la niñez, la adolescencia y la juventud, señalan períodos, cada uno con su unidad y su carácter, de la vida individual. La fijación de esas divisiones introduce en la historia un elemento de claridad, de orden, de inteligibilidad, como la división en tipos y clases simplifica la botánica y la zoología, permite el estudio sistemático, grupo a grupo, de las plantas y los animales, y facilita las inducciones de la filosofía biológica. Proponiéndose la historia la explanación de procesos vitales complejos de la sociedad, que se desarrollan paulatinamente, sin saltos bruscos ni soluciones de continuidad, los límites de los períodos se confunden, pasándose de uno a otro de manera insensible y gradual casi siempre, sin que sea posible fijarlos tan verdaderos y rigurosos, que resulte eliminado todo elemento de apreciación discrecional y arbitraria. Así como en la clasificación científica más objetiva y cuidadosa puede discernirse un índice de convencionalismo, porque el botánico o el zoólogo fijan límites precisos a especies que no lo tienen en verdad, en la división histórica se descubre un residuo de criterio meramente individual, más o menos acentuado en cada historiador; sobre todo tratándose de países nuevos, respecto de cuya historia no se ha pronunciado todavía. De manera definitiva la opinión de los especialistas ni de las clases cultas, sancionando, por el consensus general o por la tradición, divisiones unánimemente aceptadas. El defecto de que adolecen las divisiones históricas no es exclusivo, sino inherente, como queda apuntado, a todos los sistemas de clasificación. Los fines prácticos que persiguen la botánica y la zoología, exigen la división en especies de seres no separados de manera absoluta en la realidad de la naturaleza; asimismo, los fines prácticos de la exposición histórica demandan la división en períodos de hechos no aislados realmente en el correr del tiempo. Respondiendo, en el fondo, a las mismas necesidades intelectuales, el procedimiento para establecer la división debe ser idéntico El naturalista, una vez que ha estudiado y ordenado en forma de serie completa todos los organismos que ocupan su atención desde los más sencillos a los más complejos, cuando llega el momento de dividir la serie en segmentos o grupos, cada uno representativo de una familia o una especie, escoge esta o aquella cualidad o conjunto de cualidades singulares y las utiliza como elemento de distinción para fijar donde un segmento de la serie termina y otro comienza. El historiador, frente a la misma necesidad de fijar un límite preciso a cada ciclo de la, evolución, escoge un acontecimiento o una fecha memorable para marcar la división entre dos períodos. La clasificación del naturalista será tanto más recomendable y útil cuanto mejor estén agrupados dentro de cada familia o especie los ejemplares más afines; la división del historiador responderá más cabalmente a las necesidades lógicas y psicológicas que la determinan, según el mayor acierto con que estén reunidos en cada período hechos de un mismo carácter, producidos por causas o influencias de mayor semejanza. El largo proceso de la historia de Cuba presenta, dentro de su unidad, períodos en los cuales los factores dominantes de la evolución han sido diferentes y han impreso a ésta modalidades distintas. Cada uno de esos períodos ha estado caracterizado no por un solo hecho culminante, sino por varios, los cuales, en su conjunto, le han marcado con un sello peculiar, creando condiciones de vida y de evolución distintas en multitud de aspectos. Unos han sido de carácter militar, otros políticos, económicos, sociales, etc., pero todos representan verdaderos fenómenos de la vida total de la comunidad, no de una fase aislada de dicha vida solamente. En lo que tienen de característico, nos hemos basado para establecer la división que ofrecemos de la historia de Cuba. Al tomarlos como fundamento de nuestro cuadro, no proponemos una división arbitraria hasta donde esto es posible, ni una mera división política, sino una clasificación de los acontecimientos propiamente histórica, lo cual, dada nuestra concepción de la Historia, equivale a decir regidas por principios biológicos. El hecho escogido para fijar exactamente la terminación de un período y el comienzo de otro, es casi siempre un hecho político; pero téngase en cuenta que se ha adoptado en cada caso por tratarse de un acontecimiento notable y conocido del momento de transición entre los dos ciclos que divide, no porque el hecho sea en sí mismo el que ha motivado la división. Nuestra división de la historia de Cuba aspira a delimitar épocas distintas de la vida de la sociedad cubana; es una división más profunda que la que se fundamenta en episodios más o menos notables de las guerras o de la política. Inspirándonos en los principios que acaban de exponerse, hemos distinguido en la historia de Cuba siete períodos, cada uno con su carácter, su significación y su unidad. En su conjunto, constituyen las grandes líneas de su cuadro coherente, inteligible; el bosquejo más general de la historia de una comunidad que, a través de numerosas vicisitudes, surge a la vida, crece, gana en fuerza e independencia y robustece y vigoriza su personalidad, dentro de las naturales y crecientes limitaciones impuestas a todos los países, por el trato cada día más íntimo y frecuente de los pueblos y la creciente solidaridad de los intereses humanos. Dispuestos en orden cronológico, los siete períodos que hemos distinguido en la historia de Cuba son los que se explican a continuación. Primero, desde el descubrimiento hasta 1555, fecha de la destrucción de La Habana por el calvinista francés Jacques de Sores, de la extinción total de las encomiendas y la esclavitud de los indígenas y de la sustitución de los gobernadores de carácter civil por militares. Segundo, de 1555 a 1607 (el que comprende este volumen). Durante estos cincuenta y dos años los reyes españoles Felipe II y Felipe III, enfrascados en porfiadas y sangrientas guerras con Francia, los Países Bajos rebeldes contra España, los turcos, e Isabel de Inglaterra, no prestan la menor atención a los asuntos de Cuba, excepto a la fortificación de La Habana, ordenada en las últimas décadas del siglo XVI, después que las correrías de los primeros marinos ingleses en los mares del Nuevo Mundo ocasionaron graves daños en los principales puertos de las Indias y constituyeron una seria amenaza para las posesiones españolas. Al terminar el período esa desatención cesa: se establece la división de la Isla en dos gobiernos, se expulsa a los pocos extranjeros residentes en el territorio y se arrecian las medidas de rigor contra el contrabando. Tercero, de 1607 a 1697. En este período se abre en las Antillas un siglo de largas y sangrientas guerras de España con Holanda, Inglaterra y Francia, naciones que emprenden conquistas territoriales en el Caribe, así como con una nube de filibusteros y piratas establecidos en islas y regiones abandonadas por España en estos mares. El período termina con la paz de Ryswick, celebrada, en Europa, en 1697. España reconoció las conquistas de sus rivales en las Antillas: Jamaica y las Lucayas, entre otras, por los ingleses; Haití y la Martinica por los franceses; varias Antillas Menores por los holandeses. El aniquilamiento de los filibusteros en 1697 por los ingleses, a quienes interesaba entonces establecer cierta policía y seguridad en el Caribe, ya dominado por ellos, permitió a Cuba algún respiro, disfrutando de un corto período de paz, muy favorable a su desarrollo económico, estimulado por el contrabando con las cercanas posesiones de Inglaterra y Francia. Cuarto, de 1697 a 1790, período de las guerras coloniales de España con Inglaterra, seis en total. Durante casi un siglo, Inglaterra manifestó reiteradamente el propósito de conquistar a Cuba,...