E-Book, Spanisch, 144 Seiten
Reihe: Otras Latitudes
Grimm El sastre que llegó al cielo y otros cuentos
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-10200-56-2
Verlag: Nórdica Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 144 Seiten
Reihe: Otras Latitudes
ISBN: 978-84-10200-56-2
Verlag: Nórdica Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Jacob y Wilhelm Grimm (Hanau, Alemania, 1785-1863 / 1786-1859). Filólogos de formación y estudiosos del folclore. Fueron profesores universitarios en Kassel, en Gotinga y en la Universidad Humboldt de Berlín. Recorrieron su país hablando con los campesinos, con las vendedoras de los mercados, con los leñadores y recogiendo historias de los lugareños, además de estudiar la lengua y el antiguo folclore de la región. Fruto de este trabajo son sus cuentos, entre los que destacan Hansel y Gretel, Blancanieves, etc., que recopilaron con el título de Cuentos de hadas de los hermanos Grimm.
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HERMANITO Y HERMANITA
El hermanito cogió a su hermanita de la mano y dijo:
—Desde que madre murió no hemos tenido una sola hora de dicha; la madrastra nos pega todos los días y siempre que vamos a verla nos echa a patadas. Los cuscurros de pan que sobran son nuestra comida y hasta al perrillo de debajo de la mesa le va mejor: a él le echa de vez en cuando un buen bocado. ¡Que Dios se apiade de nosotros! ¡Si nuestra madre lo supiera! Ven, vamos a marcharnos juntos al ancho mundo.
Anduvieron todo el día por praderas, campos y pedregales y, cuando llovía, la hermanita decía:
—¡Dios y nuestros corazones lloran juntos!
Por la noche llegaron a un gran bosque y estaban tan cansados de la pena, el hambre y la larga caminata, que se sentaron en un tronco hueco y se durmieron.
A la mañana siguiente, cuando despertaron, el sol ya estaba en lo alto del cielo y brillaba abrasador en el interior del árbol. Entonces dijo el hermanito:
—Hermanita, tengo sed, si supiera dónde hay una fuentecilla iría y bebería, me parece que oigo manar una.
El hermanito se puso en pie, cogió a la hermanita de la mano y se fueron a buscar la fuentecilla. Pero la malvada madrastra era una bruja y había visto perfectamente que los niños se habían marchado y los había seguido en secreto, tal como hacen las brujas, y había encantado todas las fuentes. Cuando por fin encontraron una fuente que manaba refulgente sobre las piedras, el hermanito se dispuso a beber de ella, pero la hermanita escuchó cómo decía entre murmullos:
—¡El que beba de mí se convertirá en tigre! ¡El que beba de mí se convertirá en tigre!
Entonces exclamó la hermanita:
—Ay, hermanito, te lo ruego, no bebas, de lo contrario te convertirás en un animal salvaje y me devorarás.
El hermanito no bebió y, aunque tenía una sed enorme, dijo:
—Esperaré hasta la próxima fuente.
Al llegar a la segunda fuente, la hermanita oyó que también esta decía:
—¡El que beba de mí se convertirá en lobo! ¡El que beba de mí se convertirá en lobo!
Entonces la hermanita exclamó:
—Ay, hermanito, te lo ruego, no bebas, de lo contrario te convertirás en un lobo y me devorarás.
El hermanito no bebió y dijo:
—Esperaré hasta la próxima fuente, pero entonces beberé, suceda lo que suceda, tengo demasiada sed.
Y cuando llegaron a la tercera fuentecilla, la hermanita oyó como decían entre susurros:
—¡El que beba de mí se convertirá en un ciervo! ¡El que beba de mí se convertirá en un ciervo!
La hermanita intentó rogarle a su hermanito que no bebiera, pero el hermanito ya se había arrodillado junto a la fuente y bebido del agua, y en cuanto las primeras gotas llegaron a sus labios, quedó allí tendido transformado en un cervatillo.
Entonces la hermanita empezó a llorar por el pobre hermano encantado y el cervatillo también lloraba muy triste a su lado. Finalmente dijo la niña:
—Tranquilízate, querido cervatillo, nunca te abandonaré.
Entonces se quitó la liga dorada y se la ató al cervatillo al cuello, arrancó unos juncos y trenzó con ellos una cuerda blanda. Ató a ella al animalito y lo guio, adentrándose cada vez más en el bosque. Y cuando habían andado ya mucho, llegaron a una casita y la niña miró al interior y, como estaba vacía, pensó que podían quedarse a vivir allí. Entonces buscó hojas y musgo para hacerle al cervatillo un lecho blando y todas las mañanas salía a recoger raíces, bayas y nueces y al cervatillo le llevaba hierba fresca, que este comía de su mano, y él se sentía muy satisfecho y jugaba a su alrededor. Por la noche, cuando la hermanita estaba cansada y había rezado sus oraciones, apoyaba la cabeza sobre el lomo del cervatillo, que era su almohada, y se dormía plácidamente. Y si el hermanito hubiera tenido su forma humana, habría sido una vida deliciosa.
Esto duró el tiempo que estuvieron solos en la espesura; pero un día aconteció que el rey del país organizó una gran cacería en el bosque. Entonces resonaron los cuernos de caza, los ladridos de los perros y la feliz algarabía y el cervatillo lo oyó y le hubiera gustado estar allí.
—Ay —le dijo a la hermanita—, déjame que vaya a la cacería, no puedo aguantarlo más. —Y no paró de rogárselo hasta que consintió en ello.
—Pero —le dijo— regresa a casa por la noche, cerraré la puerta a los cazadores salvajes, así que, para que te reconozca, llama a la puerta y di: «¡Hermanita mía, déjame entrar!», y si no dices eso, no abriré mi puertecita.
Entonces el cervatillo salió brincando y se sentía muy bien y muy contento al aire libre. El rey y sus cazadores vieron al hermoso animalito y se pusieron a perseguirlo, pero no pudieron alcanzarlo, y en un momento en que pensaron que ya lo tenían, saltó por encima de los matorrales y desapareció. Al hacerse de noche, corrió hacia la casita, llamó y dijo:
—¡Hermanita mía, déjame entrar!
Entonces la pequeña puerta se abrió para él, entró de un salto y descansó durante toda la noche en su blando lecho. A la mañana siguiente se reinició la cacería y al volver a oír el cuerno de llamada y el «¡oh!, ¡oh!» de los cazadores, sintió un gran desasosiego y dijo:
—Hermanita, ábreme, tengo que salir.
La hermanita le abrió la puerta y dijo:
—Pero por la noche has de regresar y decir tu contraseña.
Cuando el rey y sus cazadores volvieron a ver al cervatillo del collar dorado, todos se pusieron a perseguirlo, pero era demasiado rápido y ágil. Así estuvieron todo el día; pero finalmente, por la noche, los cazadores lo habían rodeado y uno de ellos lo hirió levemente en una pata, de forma que cojeaba y andaba despacio. Entonces este lo siguió hasta la casita, escuchó como llamaba «¡Hermanita mía, déjame entrar!», y vio que al instante le abrían la puerta que, de inmediato, volvía a cerrarse otra vez. El cazador retuvo bien todo esto en su memoria, fue a ver al rey y le contó lo que había visto y oído. Entonces dijo el rey:
—Mañana continuaremos la cacería.
Pero la hermanita se asustó mucho cuando el cervatillo entró herido; le lavó la herida, le puso unas hierbas y dijo:
—Vete a tu lecho, querido cervatillo, hasta que sanes.
Pero la herida era tan leve que el cervatillo ya no la sentía a la mañana siguiente y cuando volvió a escuchar el jolgorio de la cacería, dijo:
—No puedo soportarlo, tengo que ir, no volverán a cogerme tan pronto.
La hermanita lloró y dijo:
—Esta vez te matarán, no te dejaré salir.
—Entonces, si me retienes, me moriré aquí de tristeza —respondió—. ¡Cuando oigo el cuerno de llamada es como si tuviera que salir corriendo!
Así pues, la hermanita no pudo hacer otra cosa y, con el corazón entristecido, le abrió la puerta y el cervatillo se adentró en el bosque brincando, completamente sano y dichoso. Cuando el rey lo divisó, dijo a sus cazadores:
—Id y acosadlo durante todo el día, hasta entrada la noche, pero que nadie le haga daño.
La cacería duró hasta la noche, entonces el rey dijo al cazador:
—Ven y enséñame la casita del bosque.
Y cuando estuvo ante la puertecita, llamó y exclamó:
—¡Hermanita querida, déjame entrar!
Entonces la puerta se abrió y el rey entró y vio ante sí a una joven tan hermosa que se quedó absolutamente perplejo. Pero la muchacha estaba asustada de que no hubiera entrado su cervatillo, sino un rey con corona de oro. Pero el rey la miró amablemente, le tendió la mano y dijo:
—¿Quieres venir conmigo a mi palacio y ser mi amada esposa?
—Ay, sí —respondió la niña—, pero el cervatillo tiene que venir también conmigo, no lo abandonaré.
El rey dijo:
—Se quedará contigo mientras vivas y no le faltará de nada.
Entretanto llegó el cervatillo y la hermanita volvió a atarlo a la cuerda de junco, ella misma la cogió de la mano y salió con él de la casita del bosque.
El rey condujo a la hermosa muchacha a su palacio, donde se celebró la boda con gran pompa y se convirtió así en la reina y señora, y juntos vivieron felices durante mucho tiempo; el cervatillo estaba mimado y cuidado y brincaba por el jardín de palacio. Pero la malvada madrastra, por culpa de la cual los niños se habían marchado de casa, pensaba que a la hermanita la habrían devorado en el bosque los animales salvajes y que al hermanito, convertido en cervatillo, los cazadores le habrían dado muerte. Cuando entonces oyó decir que eran tan dichosos y que les iba tan bien, se avivaron en su corazón la envidia y el odio, que la pellizcaban y la pinchaban, y no pensaba en otra cosa más que en cómo hacer que los dos fueran desgraciados. Su verdadera hija, que era fea como la noche y estaba tuerta, le hacía reproches y decía:
—¡Ser reina, esa dicha debía haberme correspondido a mí!
—Estate tranquila —dijo la anciana, y para contentarla añadió—: Cuando llegue el momento estaré preparada.
Cuando hubo pasado el tiempo y la reina dio a luz a un hermoso niño, la vieja bruja tomó la apariencia de una doncella, entró en el aposento en el que estaba la reina y dijo a la enferma:
—Venid, el baño está preparado, esto os hará bien y os fortalecerá, rápido, antes de que se enfríe.
Su hija estaba allí también y ambas llevaron a la débil reina al baño, la metieron en la bañera, salieron de allí a toda...