E-Book, Spanisch, Band 97, 256 Seiten
Reihe: Fragmentos
Gregori De Orfeo a Monteverdi
1. Auflage 2024
ISBN: 979-13-8754800-1
Verlag: Fragmenta Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, Band 97, 256 Seiten
Reihe: Fragmentos
ISBN: 979-13-8754800-1
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Josep M. Gregori Cifré (Igualada, 1954) es catedrático de musicología de la Universidad Autónoma de Barcelona, académico correspondiente de la Reial Acadèmia Catalana de Belles Arts Sant Jordi y miembro de l'Institut d'Estudis Catalans. Es profesor del máster Knowledge, Art and Interiority de Sinclètica Escola Monàstica que dirige Teresa Forcades. Tiene publicados numerosos trabajos de investigación musicológica sobre la música catalana de los siglos XV al XVIII, la catalogación dels fondos musicales de Cataluña, que lleva a teérmino a través del Proyecto IFMuC de la UAB https://pagines.uab.cat/ifmuc/ca, y las relaciones entre la música y lo sagrado, i mitología, mística y número, que ha reunido en el libro Musica Cælestis. Reflexions sobre Música i Símbol (2012). Es traductor al catalán de El fil de Penèlope (1999), El fil blau. Històries de la tradició hebraica (2002) y El fil d'Ariadna. Hermetisme i tradició cristiana (2008) de Emmanuel d'Hooghvorst; de L'amor de la Saviesa eterna (2005) y El secret de Maria (2018) de San Luis Maria Grignion de Montfort; y de L'arc i la fletxa. Meravelles de l'Eros (2016) y Per una mutació interior (2019) de Annick de Souzenelle. En la vertiente artística ha cantado con La Capella Reial de Catalunya de Jordi Savall (1987-2011), Exaudi nos (2007-2010), La capella de música de Santa Maria del Pi (2014-2016) y De canendi elegantia (2016 en adelante). En Fragmenta ha publicado De Orfeo a Monteverdi. Ensayos sobre música, inspiración, mito y sacralidad (2024). Y firma una introducción del libro Música e inspiración. Conversaciones con Brahms, Strauss, Puccini, Humperdinck, Bruch y Grieg, de Arthur M. Abell (2021).
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i música y «poiesis»
El bagaje humanístico de nuestro tiempo nos permite acercarnos al legado compositivo de nuestros antepasados con un sólido sentido crítico, tanto en relación con los conocimientos históricos de tipo contextual sobre el artista y su obra como en lo referente a las interpretaciones musicológicas de esta, fundamentadas en análisis rigurosos de los elementos lingüísticos, tímbricos, formales y semánticos que configuran el lenguaje compositivo de un autor. Sin embargo, una creación musical no solo es reducible al análisis que se haga de ella por muy riguroso que sea. Las herramientas analíticas permiten identificar con extrema minuciosidad los elementos sintácticos que configuran el discurso sonoro de la obra, establecer comparaciones, cuantificaciones, lecturas…, pero difícilmente tienen en cuenta el fenómeno de la inspiración.1
También es cierto que la participación de un elemento desconocido, perteneciente a una naturaleza suprasensible, en la génesis de la creación musical se nos escurre entre los dedos ante cualquier intento de análisis o de disección sonora; por ello, el alcance epistemológico con el que solemos acercarnos al conocimiento de la historia y de la estética de la música suele ignorar, e incluso cuestionar, la inmanencia de la inspiración en la génesis del discurso musical. No obstante, a pesar de las notorias dificultades para hablar de ella, y aún más para definirla, que muestran tanto los intérpretes como los mismos compositores, su presencia suele darse por sobreentendida en los procesos que acompañan a la creación e interpretación musicales.
Una primera cuestión que hay que tratar al acercarse a la presencia de este fenómeno en el proceso creativo sería la de los factores que ayudan a explicar por qué hay creaciones musicales que llegan a alcanzar unos niveles de perdurabilidad que van más allá de los parámetros estéticos de la época en que fueron escritas, atravesando modas, siglos y convenciones socioculturales. En cuanto a este aspecto, el célebre director de orquesta Wilhelm Furtwängler (1886-1954) consideraba que lo que acaba otorgando visado de supervivencia a la música «no es el grado de la audacia, de la novedad de lo que se dice desde el punto de vista de la evolución histórica, sino el grado de la necesidad interior, de la personalidad humana, de la fuerza expresiva».2 Las palabras de Furtwängler conducen a suscitar la cuestión sobre el origen de esa «fuerza expresiva» y qué clase de relación intrínseca se podría establecer entre su presencia y la naturaleza de la inspiración.
El compositor Jonathan Harvey (1939-2012) señalaba que, aunque la inspiración se podría definir «como lo que causa, induce y obliga al artista a crear», una descripción como esta excluye, por sí misma, «un elemento que muchos considerarían esencial en cualquier definición de la inspiración digna de este nombre: el elemento misterioso».3 Él mismo consideraba que la inspiración es la «causa oculta […], la influencia más misteriosa de la obra, y la fundamental, porque sin ella la identidad esencial de la obra se perdería».4
Las premisas de Furtwängler y Harvey que hemos apuntado parecen iluminar esa relación entre fuerza expresiva y razón causal; mientras la primera proyecta en el discurso musical una energía que reviste la obra de un valor de perennidad, la naturaleza oculta y misteriosa de la segunda impele al artista a la génesis creadora.
La energía de este «elemento misterioso», o «causa oculta», actuaría de una forma análoga a la de un principio homeopático que, diluido hasta su máxima invisibilidad, impregnaría de una fuerza desconocida la globalidad del discurso musical. Tal nivel de aproximación permitiría considerar que la fuerza intrínseca que genera, nutre e informa5 el discurso musical hasta el fin de su gestación emanaría de la presencia en su seno de una energía genésica que se proyectaría a través de la naturaleza expresiva de cada uno de los componentes lingüísticos y formales de la obra.
Una percepción sutil de la presencia de una influencia extraordinaria en el discurso sonoro de una obra musical facilitaría el sucesivo reconocimiento de su carácter «intemporal» en el ánimo del inconsciente colectivo, más allá de la historicidad de los gustos estéticos de cada época, precisamente, como decía Furtwängler, por su grado de expresión «de la necesidad interior» o, como dirá el pintor Antoni Tàpies (1923-2012), por su capacidad de aproximarnos a la «realidad profunda» y subyacente de nuestra propia naturaleza.6
La identificación de la inspiración con el fundamento secreto e invisible de la obra, con su principio generador o razón oculta, facilita la comprensión de la participación de su influencia misteriosa y extraordinaria en la morfogénesis de la globalidad de los factores que proporcionan al discurso musical una estructura sonora, convirtiéndola en inextricable desde el punto de vista tímbrico, formal y expresivo, precisamente porque la radicalidad de su «presencia real»7 irradia a la totalidad de los parámetros discursivos, como un quantum energético o como una savia creadora y vivificante.
El artista, el poeta, el músico, el científico, el creador en todos los ámbitos del saber puede vivir, en mayor o menor medida, el entusiasmo de contar en su proceso de creación con el chorro generoso de esa fuerza inspiradora, lo que lleva a pensar que la intensidad de la presencia de esa «influencia extraordinaria» en el proceso de gestación de la obra creadora debe guardar una relación directa de proporcionalidad con el deseo y la conciencia de recibirla por parte del mismo artista o creador.
1 el peso etimológico del concepto «inspiración»
A pesar del halo de misterio que acompaña a la naturaleza de la inspiración —su dimensión fenomenológica suele ser incomprensible para la racionalidad de nuestro hemisferio izquierdo— cuando nos acercamos al peso etimológico que el mismo término contiene, no deja de ser curioso constatar que la misma definición léxica incluye la brecha que abre la puerta a la presencia de este elemento misterioso que la acompaña.
El término inspiración, del latín inspiratio —derivado del prefijo in- y del verbo spiro—, encierra en su etimología verbal los sentidos de ‘soplar en’, ‘respirar’, ‘insuflar’, ‘infundir’, es decir, introducir aire en el interior de algo. En las definiciones del vocablo inspiración, los diccionarios suelen incluir una serie de acepciones, algunas de las cuales son muy próximas entre sí. Veámoslas.
El diccionario de la Real Academia Española alude a ellas en este orden:
- Acción y efecto de inspirar o inspirarse.
- Ilustración o movimiento sobrenatural que Dios comunica a la criatura.
- Efecto de sentir el escritor, el orador o el artista el singular y eficaz estímulo que le hace producir espontáneamente y como sin esfuerzo.8
El diccionario francés Le Petit Robert sitúa en primer lugar las acepciones metafísicas, y en último término, la fisiológica:
- Aliento que emana de un ser sobrenatural que da a los hombres consejos, revelaciones; estado místico del alma bajo este impulso sobrenatural.
- Aliento creador que anima a escritores, artistas, científicos…
- Acción por la cual el aire entra en los pulmones.9
Por su parte, el Concise Oxford English Dictionary las cita de acuerdo con este orden:
- Acción de introducir aire en los pulmones.
- Cosa que inspira; influencia divina, especialmente aquella que supuestamente mueve a los poetas, etc., y bajo la cual se considera que han sido escritas las Escrituras.
- Pensamiento inspirado o sugestivo; idea repentina brillante u oportuna.10
Mientras que la primera acepción suele hacer referencia al proceso biológico de «hacer entrar (el aire) en los pulmones», en segunda posición se sitúan las que aluden a un grado más sutil de infusión, como «hacer nacer en el ánimo, infundir en él como por una influencia sobrenatural»,11 y en tercer término está la acepción que relaciona de forma directa la recepción de la inspiración con una emanación de la energía divina.12
Si nos detenemos brevemente en esas acepciones, podemos observar, pues, que la primera de ellas alude al proceso fisiológico que nos mantiene vivos, biológicamente hablando, es decir, sujetos al aire del mundo, dado que sin el binomio inspiración-expiración la vida no sería posible en términos orgánicos.
El acto de inspirar permite la entrada del aire en los pulmones, cuya calidad pasa a través de ellos a la sangre, una sustancia que, para las culturas antiguas de la humanidad, también era considerada vehículo del espíritu y transportadora en el cuerpo de su energía. Los términos ruah, ruh o pneuma —en hebreo, árabe y griego, respectivamente— son portadores de esa doble acepción de aire y espíritu; es por ello por lo que Annick de Souzenelle afirma que «¡el Hombre, ‘imagen de Dios’, a pesar del exilio, no podría respirar sin la presencia pneumófora del Espíritu Santo en su sangre!».13
Hoy en día, gracias a las prácticas meditativas de las tradiciones orientales que han llegado a Occidente, sabemos que el aire también transporta en él...




