E-Book, Spanisch, 584 Seiten
Reihe: ENSAYO
Goldman Viviendo mi vida Vol. II
1. Auflage 2020
ISBN: 978-84-122264-2-3
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 584 Seiten
Reihe: ENSAYO
ISBN: 978-84-122264-2-3
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Emma Goldman (Kovno, 1869 - Toronto, 1940). Anarquista estadounidense y activista del movimiento sindicalista de EE.UU., padeció la cárcel en varias ocasiones por sus encendidas críticas a la política gubernamental, juzgando la Primera Guerra mundial como otra manifestación del imperialismo y llamando a la deserción. Entre 1920 y 1922 residió en la URSS con el escritor anarquista lituano Alexander Berkman, con el que estaba unida sentimentalmente, y participó en la sublevación anarquista de Kronshtadt. Disconforme con el autoritarismo soviético, fue expulsada y, tras colaborar con la República en la Guerra Civil Española, se instaló definitivamente en Canadá.
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Al regresar al este, me enteré de la muerte de Voltairine de Cleyre. Su fin me afectó profundamente. Toda su vida había sido una cadena ininterrumpida de sufrimientos. La muerte le llegó tras haberse sometido a una operación para la eliminación de un absceso en el cerebro que había dañado su memoria. Una segunda operación, de la que me habían informado sus amigos, le habría privado del habla. Voltairine, siempre estoica ante el dolor, prefirió la muerte. Su fallecimiento, el 19 de junio, fue una enorme pérdida para el movimiento y para aquellos que apreciábamos su dinámica personalidad y sus inusuales talentos.
Según su última voluntad, Voltairine fue enterrada en el cementerio de Waldheim, junto a las tumbas de nuestros camaradas de Chicago. Su martirio había despertado el espíritu de Voltairine, como lo había hecho con muchas otras almas bellas. Pero pocos se habían consagrado a su causa como lo había hecho ella, y menos aún habían igualado su genio a la hora de servir a su ideal con total determinación.
Cuando llegué a Chicago, fui a Waldheim junto con Annie Livshis, una amiga común y muy querida. Voltairine había encontrado un hogar junto a Annie y Jake Livshis, y nuestros devotos camaradas la habían cuidado con ternura hasta el último minuto. Me dirigí al cementerio con claveles rojos en mis brazos. Annie llevaba unos geranios rojos que añadió a los que ya había plantado sobre la tumba aún reciente. Eran los únicos monumentos que había querido Voltairine.
Voltairine de Cleyre era de madre cuáquera y padre francés quien, en su juventud, fue admirador de Voltaire, por lo que le había puesto a su hija el nombre del gran filósofo. Más tarde, su padre se hizo conservador y la matriculó en un colegio de monjas, del que posteriormente Voltairine se escapó, rebelándose contra la autoridad de ambos. Poeta, escritora y conferenciante de inmenso talento, podría haber adquirido una elevada posición y renombre si hubiera sido de esa clase de personas que vende sus dotes, pero ni siquiera aceptaba las compensaciones más sencillas por sus actividades en los diversos movimientos sociales. Compartía el destino de los humildes a los que buscaba enseñar e inspirar. Vestal revolucionaria, vivió como la más pobre entre los pobres, en ambientes tristes y miserables, exigiendo ilimitadamente a su cuerpo, alimentado únicamente por su ideal.
Voltairine comenzó su carrera pública como pacifista y durante muchos años plantó cara con dureza a los métodos revolucionarios. Pero, posteriormente, su paulatina familiaridad con los acontecimientos europeos, la Revolución rusa de 1905, el crecimiento acelerado del capitalismo en su propio país, con toda su violencia e injusticia y, especialmente, la Revolución mexicana, le hicieron cambiar de actitud. Tras un conflicto interno, su integridad intelectual le obligó a admitir con franqueza su error y a defender con valentía la nueva visión. Así lo describió en una serie de ensayos, en especial, cuando se volcó a trabajar por la Revolución mexicana que ella consideraba de vital importancia. Se entregó por completo a ella, escribiendo, dando charlas y recogiendo fondos.
El movimiento por la libertad y el humanismo, en especial la causa anarquista, pierde con ella a una de sus activistas con más talento y entrega.
Junto a la tumba de Voltairine, a la sombra del monumento consagrado a la memoria de nuestros camaradas, sentí que otra mártir se les había unido. Ella era el prototipo de la figura de la escultura de Waldheim, hermosa en su desafío espiritual y colmada por un ideal ardiente y tumultuoso.
El año 1912, rico en diversas experiencias, se cerró con tres acontecimientos importantes: la publicación del libro de Sasha, el vigésimo quinto aniversario del 11 de noviembre y el septuagésimo cumpleaños de Piotr Kropotkin.
Sasha estaba leyendo las últimas pruebas de sus Memorias de la cárcel. Volvía a vivir, con renovada agonía, cada detalle de esos catorce años y experimentaba angustiosas dudas sobre si había logrado darles vida en su obra. Seguía revisando y revisando hasta que nuestra factura por las correcciones de autor alcanzó los cuatrocientos cincuenta dólares. Estaba desesperado y exhausto pero, aun así, no cejaba en ello, repasando una y otra vez las pruebas. Los últimos capítulos casi que hubo que arrebatárselos por la fuerza para rescatarlo de la maldición de su angustia atormentada.
Por fin el libro estaba listo. En realidad, no era un libro, sino una vida sufrida en la soledad de los interminables días y noches en la cárcel, con todo su dolor y su llanto, con su desilusión, desesperación y esperanza. Mientras sostenía en mis manos el preciado volumen, asomaban a mis ojos lágrimas de alegría. Lo sentía un triunfo, tanto mío como de Sasha, nuestra culminación de veinte años de dolor, que traía la promesa de la verdadera resurrección de Sasha de su pesadilla carcelaria y de mi liberación del remordimiento por no haber compartido su destino.
Memorias de la cárcel fue muy reseñada y aclamada universalmente como una obra de arte y como un documento humano profundamente conmovedor. «La historia de una vida en la cárcel por un autor que ha pasado catorce años tras los barrotes recopilando su material ya debería tener valor como documento humano», comentaba el Tribune de Nueva York. «Cuando el escritor, además, forja su pluma en la estela de los realistas eslavos y los críticos lo comparan con hombres como Dostoyevski y Andreiev, su obra ejerce una tremenda fascinación tanto como su valor social».
El crítico literario del Globe de Nueva York afirmaba que «nada podría superar el hechizo misterioso que esta historia desempeña. Berkman ha logrado hacer que vivamos junto a él sus experiencias en la cárcel, y su libro es lo más cercano humanamente posible a una autorrevelación».
Tales elogios por parte de la prensa capitalista contribuyeron a aumentar mi decepción por la actitud de Jack London ante el libro de Sasha. Cuando le pedimos que le escribiera un prólogo, Jack pidió ver el manuscrito. Después de leerlo nos escribió, en su estilo impetuoso, diciéndonos cuánto le había impresionado. Pero su prólogo resultó ser una cobarde apología del hecho de que él, un socialista, escribiera una introducción a la obra de un anarquista. Al mismo tiempo era una condena de las ideas de Sasha. Jack London había conseguido ver las cualidades humanas y literarias del libro. Lo que nos había escrito era incluso más elogioso que la mayoría de las reseñas. Pero London insistía en emplear su prólogo para plantear una extensa discusión de sus propias teorías sociales frente al anarquismo. La actitud de Jack resultaba absurda, ya que el libro de Sasha no trataba de teorías, sino de la vida. Su argumento se resumía en la máxima: «El hombre que no acierta disparando, no puede acertar pensando». Evidentemente Jack suponía que los mejores pensadores mundiales eran también los mejores tiradores.
Sasha, que había ido a ver a Jack, le señaló que el gran crítico danés Georg Brandes, sin ser anarquista, había escrito un prólogo lleno de empatía a las Memorias de un revolucionario de Piotr Kropotkin, sin tratar de airear allí sus propias teorías. Como artista y humanista, Brandes había apreciado la enorme personalidad de Kropotkin.
«Brandes no ha escrito en América», replicó London. «De haber sido así, seguramente habría mostrado una actitud diferente».
Sasha comprendió. Jack London temía ofender a sus editores e incurrir en la censura de su partido. El artista que había en Jack anhelaba volar como un águila, pero el hombre que era le hacía clavar sus pies en el suelo. Sus mejores creaciones literarias, en su propia opinión, estaban enterradas en un baúl, porque sus editores querían solo obras que les garantizaran beneficios. Y tenía a Glen Ellen y otras responsabilidades que atender. Jack despejó todas nuestras dudas cuando apuntó: «Tengo que mantener a una familia». Tal vez no se daba cuenta de lo autoincriminatoria que era su justificación.
Sasha rechazó el prólogo de Jack. En su lugar pedimos a nuestro amigo Hutchins Hapgood que escribiera una introducción a Memorias de la cárcel. Hapgood nunca se había proclamado seguidor de ningún ismo, y tampoco firmaba sus cartas con un «vuestro por la revolución», como solía hacer Jack. Pero su rebeldía literaria e iconoclastia social le bastaban para apreciar el espíritu del libro de Sasha.
Jack London no era el único que condenaba a la vez que elogiaba. Hubo otros, incluso entre nuestras propias filas, como S. Yanofski, el editor del Freier Arbeiter Stimme. Entre los quinientos asistentes en el banquete que dimos para celebrar la publicación del libro de Sasha, fue el único de los oradores que intercaló una nota discordante en una velada, por otro lado, bella y armoniosa. Yanofski celebró las Memorias de Sasha como «el producto maduro de una mente madura», pero lamentó «el acto inútil y fútil de un muchacho estúpido». Me sentí ofendida por la denuncia del Attentat en medio de la celebración del nacimiento del...