E-Book, Spanisch, 260 Seiten
Reihe: Literatura universal
Goethe Goetz de Berlichingen
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-7254-295-2
Verlag: Century Carroggio
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
El caballero de la mano de hierro
E-Book, Spanisch, 260 Seiten
Reihe: Literatura universal
ISBN: 978-84-7254-295-2
Verlag: Century Carroggio
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Goetz de Berlichingen, el caballero de la mano de hierro, fue en la realidad histórica un caballero imperial, militar, escritor y aventurero del Sacro imperio germánico de la Alemania del XVI, que convierte Goethe en figura poética y caballeresca, influenciado por los éxitos de Shakespeare.
Goetz vive en su castillo, siempre dispuesto a la aventura. Weislingen, hombre influyente en la corte del obispo de Bamberg, es hecho prisionero por Goetz, que le trata generosamente, y está incluso dispuesto a casarle con su hermana María, de la cual el sensible Weislingen se ha enamorado. Este pide permiso para regresar a la Corte con el fin de despedirse y solucionar varios asuntos pero, una vez allí, Weislingen se siente seducido por los atractivos del ambiente y de una cortesana, la seductora Adelaida; Weislingen traiciona a María y a Goetz y llega a solicitar al emperador que acabe de una vez con los caballeros insurrectos. Goetz es desterrado y, al ser vencido, presta juramento de no turbar más la paz del Imperio; pero los campesinos se rebelan contra sus amos y, en busca de un jefe, obligan a Goetz a ponerse a la cabeza de su movimiento. Goetz acepta con la esperanza de ayudar a la causa del campo con justas reivindicaciones. Ante las bárbaras crueldades de los insurrectos, Goetz quiere retirarse, pero no lo consigue y, al ser derrotado, muere en la cárcel, rodeado de su mujer y de los últimos fieles que le quedan, invocando la justicia de la historia.
Johann Wolfgang von Goethe ; Fráncfort 1749-Weimar 1832) fue un dramaturgo, novelista, poeta y naturalista alemán, principal representante del Clasicismo de Weimar. Ejerció una gran influencia sobre el Romanticismo, especialmente sobre el Círculo de Jena. Fue el principal miembro del movimiento Sturm und Drang (tormenta e ímpetu). Además de abogado y consejero del príncipe heredero Carlos Augusto, ejerció de Mánager de teatro, botánico, político, pintor, filósofo, teólogo, jurista, crítico de arte, crítico musical, bibliotecario, poeta, escritor de viajes, físico, literato, novelista, dramaturgo, autobiógrafo, diplomático, estadista, polímata, aforista, diarista, mineralogista, zoólogo, teórico del arte, abogado, compositor, libretista, escritor, artista visual e historiador del arte.
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ESTUDIO PRELIMINAR GOETHE EL TRIUNFO DEL ESFUERZO Y DE LA ASPIRACION por Alfonso Arús «Goethe no es un acontecimiento alemán, sino un acontecimiento europeo: un intento grandioso de superar el siglo XVIII mediante una vuelta a la naturaleza, mediante un ascenso hasta la naturalidad del Renacimiento, una especie de autosuperación por parte de aquel siglo. Goethe llevaba dentro de sí los instintos más fuertes del mismo: la sensibilidad, la idolatría de la naturaleza, el carácter antihistórico, idealista, irreal y revolucionario (este último es solo una forma del irreal). Recurrió a la historia, a la ciencia natural, a la Antigüedad, asimismo a Spinoza, y sobre todo a la actividad práctica; se rodeó nada más que de horizontes cerrados; no se desligó de la vida, se introdujo en ella; no fue apocado, y tomó sobre sí, a su cargo, dentro de sí, todo lo posible. Lo que él quería era totalidad; combatió la desunión entre razón, sensibilidad, sentimiento, voluntad -desunión predicada, con una escolástica espantosa, por Kant, el antípoda de Goethe-, se impuso una disciplina de totalidad, se creó a sí mismo... En medio de una época de sentimientos irreales, Goethe fue un realista convencido: dijo sí a todo lo que en ella le era afín..., no tuvo vivencia más grande que la de aquel ens realissimum llamado Napoleón. El hombre concebido por Goethe era un hombre fuerte, de cultura elevada, hábil en todas las actividades corporales, que se tiene a sí mismo a raya, que siente respeto por sí mismo, al que le es lícita la osadía de permitirse el ámbito entero y la entera riqueza de la naturalidad, que es lo bastante fuerte para esa libertad; el hombre de la tolerancia, no por debilidad, sino por fortaleza, porque sabe emplear en provecho propio incluso aquello que haría perecer a una naturaleza media: el hombre para el cual no hay nada prohibido, a no ser la debilidad, llámese esta vicio a virtud... Con un fatalismo alegre y confiado ese espíritu que ha llegado a ser libre está inmerso en el todo, y abriga la creencia de que solo lo individual es reprobable, de que en el conjunto todo se redime y se afirma... Ese espíritu no niega ya... Pero tal creencia es la más alta de todas las creencias posibles: yo la he bautizado con el nombre de Dionisos. Podría decirse que en cierto sentido el siglo XIX también se ha esforzado en lograr todo aquello que Goethe se esforzó en lograr como persona: una universalidad en el comprender, en el dar por bueno, un dejar-que-se-nos-acerquen las cosas, cualesquiera que sean, un realismo temerario, un respeto por todos los hechos. ¿Cómo es que el resultado global no es un Goethe, sino un caos, un sollozo nihilista, un no-saber-a-dónde-ir, un instinto de cansancio, que en la práctica invita constantemente a regresar al siglo XVIII (en forma, por ejemplo, de romanticismo del sentimiento, de altruismo, de híper sentimentalidad, de feminismo en el gusto, de socialismo en la política)? ¿No es el siglo XIX, sobre todo en su final, simplemente un siglo XVIII reforzado, vuelto grosero, es decir, un siglo de décadence? ¿De tal modo que Goethe habría sido, no solo para Alemania, sino para Europa entera, nada más que un episodio, una bella inutilidad? Pero se malentiende a los grandes hombres cuando se los mira desde la mísera perspectiva de un provecho público. Acaso el que no se sepa extraer de ellos ningún provecho forme parte incluso de la grandeza... Goethe es el último alemán por el que yo siento respeto.» Friedrich Nietzsche La larga cita de Friedrich Nietzsche que encabeza estas páginas, entresacada de su obra El ocaso de los ídolos, es algo más que la opinión singularmente valiosa del filósofo sobre un hombre excepcional con quien le une ya de entrada la compartida categoría de genio: constituye en muchos sentidos un resumen altamente sintetizador no solo de la significación humana y literaria de Johann Wolfgang Goethe, sino también de su propia vida y de su afanoso decurso personal. De ahí que la hayamos tomado como pórtico y guía de este Estudio Preliminar acerca del inmortal autor del Fausto, sirviéndonos de ella para organizar nuestro propio trabajo, cuyos capítulos serán como un eco de las características y rasgos apuntados por Nietzsche, más como evocación que como comentario propiamente dicho. Y como afirmación primera en esta línea, hemos de destacar la idea clave que se desprende de la visión nietzscheana sobre Goethe: la de que «El genio de Weimar», como ha sido comúnmente apellidado, no fue el fruto de una línea epocal fielmente seguida o de una evolución más a menos sublime de contenidos anteriores, sino más bien todo lo contrario: representó la contradicción con respecto a su tiempo y el empeño sorprendente por llevar a cabo una síntesis de valores humanos que significaba una ruptura con las corrientes contemporáneas. Erich Heller, autor de un importante estudio sobre Goethe, ha observado con acierto que aquel carácter genial por naturaleza tenía que chocar forzosamente con el ambiente desespiritualizado en que su vida y su obra habían de desarrollarse. Su espíritu universalista y perfectamente organizado debía aparecer inevitablemente ante los demás como algo caótico, extrahumano y casi monstruoso. Por esto, siendo a todas luces el hombre más representativo de su tiempo, Goethe se manifestó paradójicamente en perfecta oposición con las ideas y creencias más en boga de su época. Por la misma razón, resulta tan difícil encasillarlo bajo un denominador común, aunque aparentemente participara de algunas corrientes contemporáneas. Ni siquiera el movimiento alemán «Sturm und Drang» (Asalto y empuje», título de una obra de Klinger que dio nombre a este grupo prerromántico) lo encuadraba adecuadamente. La buscada «totalidad» a la que aludía Nietzsche lo situaba fuera de la pura línea romántica, a pesar de que sus creaciones contuvieran muchos elementos del romanticismo. Intentemos, sin embargo, seguir en la realidad de su vida y de su producción literaria esta unicidad excepcional que escapa a los módulos más complejos. El fuerte instinto de la sensibilidad Johann Wolfgang Goethe nació en Frankfurt del Main el 28 de agosto de 1749. La mañana había sido luminosa y agradable, pero el alumbramiento había tenido lugar en condiciones difíciles y sombrías, hasta el punto de que se había temido por la vida de aquel niño. Casi asfixiado y con el rostro peligrosamente ennegrecido, su penosa venida al mundo se debió ante todo a los precarios medios de que se disponía por entonces y a la dudosa capacidad de los que atendieron al parto. Felizmente, sin embargo, el primer hijo de los Goethe podría sobrevivir a las primeras horas de angustia, para convertirse enseguida en el blanco de los mejores cuidados y atenciones de unos padres que pondrían en él toda su estima. Johann Caspar Goethe pertenecía a una familia de burgueses acomodados que se propondría dotar a su hijo de todo aquello que en su época se consideraba como básico y necesario para una excelente educación. Era un hombre serio y metódico que apreciaba por encima de todo el orden y la disciplina, aunque poseía una gran afición a las artes y a las letras. Procediendo de las clases populares, había cursado la carrera de Derecho y se había hecho acreedor de un título imperial: consejero áulico, con lo cual se había formado en él cierto orgullo de sí mismo, así como cierta pedantería. Con todo, su cultura y su erudición eran suficientemente aptas como para lanzarse con fundamento a la empresa de educar a su primer hijo varón. En contrapartida, la madre de Johann Wolfgang, Elizabeth Textor, era una joven de dieciocho años, alegre y simpática, que no se amoldaba en modo alguno a la rigidez y severidad de aquel marido que la sobrepasaba nada menos que en veintiún años. Su instrucción había sido muy incompleta, pero gozaba de varias cualidades que marcarían sin duda alguna el espíritu del futuro escritor. Junto a una inteligencia muy despierta y vivaz, había en la joven madre de Goethe una fantasía notabilísima que se desarrollaba, además, gracias a una enorme facilidad de improvisación por lo que respecta al difícil arte de contar historias a los niños. Desde luego, no podía competir con su esposo en el campo cultural y erudito. No obstante, su sagacidad, su imaginación y su talento práctico habían de contribuir decisivamente en la formación de aquel primer hijo en quien se concentraban todas las miradas y todos los intereses familiares. En medio, pues, de un ambiente harto contradictorio por lo que atañe a los caracteres tan diversos de sus progenitores, el pequeño Johann se vio muy pronto inmerso en un alud de conocimientos, lenguas, materias pedagógicas y extraordinarios saltos de la fantasía, sin que todo ello lo perturbara lo más mínimo, ya que enseguida dio muestras de un ávido afán por captar y asimilar las disciplinas más variadas. Dirigido por los mejores profesores que su padre se apresuró a procurarle, aprendió ya desde edad muy temprana francés y latín, para dedicarse sucesivamente al griego, hebreo, inglés e italiano. Exceptuando las matemáticas, a las que nunca pudo amoldarse, demostró una gran capacidad en los estudios de filosofía, teología, ciencias naturales, sociales y jurídicas....