E-Book, Spanisch, 138 Seiten
Gómez Cerdá Soles negros
1. Auflage 2017
ISBN: 978-84-16873-99-9
Verlag: Metaforic Club de Lectura
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 138 Seiten
ISBN: 978-84-16873-99-9
Verlag: Metaforic Club de Lectura
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Novela crossover de Alfredo Gómez Cerdá, uno de los autores españoles más conocidos en el ámbito de la literatura infantil que, en varias ocasiones, ha cruzado el límite de 'lo juvenil' para dirigirse a público lector de toda edad. Un límite (auto)impuesto por el mercado que los lectores inteligentes saben saltar para acercarse a novelas como esta, en la que se mezclan una historia de amor y un caso de investigación criminal. Para lectores/as de 15 años en adelante.
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2 El día en que mis padres se iban a Londres, haciendo una reflexión llena de sentido común, me atreví a hacer una propuesta. —Podemos ir en el coche hasta el aeropuerto —dije, mirando por supuesto a mi padre—. Tú lo llevas y después lo trae Rafa hasta casa. —¡El coche ni tocarlo! —exclamó mi padre—. Iremos los cuatro en un taxi y vosotros regresaréis en el metro. Sus palabras, desde luego, no ofrecían ninguna duda. Pero milagrosamente medió mi madre, que aportó su impagable sentido práctico: —Pues iríamos mucho mejor en el coche —dijo—. Rafa conduce bien y del aeropuerto a casa no hay pérdida. Además, un taxi nos costará un ojo de la cara. Mi padre miró a mi madre, luego a Rafa, luego volvió a mirar a mi madre, luego... —Pero ya puedes tener muchísimo cuidado —le advirtió a Rafa. Y así lo hicimos. En el vestíbulo del aeropuerto estaban los amigos de mis padres. Su hija, que se llama Susana, había ido también a despedirlos. Hacía tiempo que no la veía, la recordaba más pequeña, más infantil, más... ¡Cómo había cambiado! Para mí era un poco mayor, pero para mi hermano... ¡perfecta! Nos recibió con un par de besos y no hizo falta más que hablar un par de minutos para comprender que Susana era todo lo contrario de Estefanía. Y eso, claro está, significaba que me caía mucho mejor que ella. Le di algunos codazos a Rafa para llamar su atención y para que participase más en la conversación, pero no había forma de hacerle reaccionar. Llegué a pensar entonces que se trataba de un caso perdido, sin solución. Al regresar, fui yo quien le propuso a Susana que volviera con nosotros, que la llevaríamos hasta su casa, pues nuestro padre nos había dejado el coche, o mejor dicho, se lo había dejado a mi hermano. Cuando en el aparcamiento le señalé el coche, no pudo evitar un gesto de asombro. —¡Qué bonito! —exclamó. A pesar de que le cedí gentilmente el asiento delantero, para que estuviera más cerca de Rafa, nos pasamos todo el trayecto charlando entre los dos, ante la mirada ausente —o quizá concentrada en la carretera— de mi hermano. Ella se volvió y permaneció todo el tiempo con el cuerpo girado para poder verme mejor. Cuanto más hablaba con ella, más me convencía de que sería la novia perfecta para mi hermano. Al llegar a la puerta de su casa, Rafa detuvo el coche en doble fila y se limitó a decir: —Baja pronto, que aquí estoy entorpeciendo el tráfico. Eso fue todo lo que dijo. A mí, claro, me entraron ganas de llamarle un montón de cosas, y ninguna de ellas agradable. Susana dio dos besos a Rafa como despedida. —Hasta otra, Rafa —le dijo—. Y gracias por traerme. —Adiós, Susana —se limitó a responder él, como un autómata, sin entusiasmo ni nada. Luego, me dio dos besos a mí. —Qué cambiado estás, Guille —me dijo—. A ver si nos vemos otro día. —Seguro que sí —respondí. Nos dedicó una amplia sonrisa, miró por el espejo retrovisor y, aprovechando que no venía ningún coche, se bajó apresuradamente. Observé cómo bordeaba el coche por la parte delantera y cómo cruzaba la acera en dirección al portal. ¡Ah! Yo soy Guille, claro. Prefiero que me llamen Guillermo, me gusta más; pero casi todo el mundo me llama Guille. Ya me he resignado. Y aquella misma noche comenzaron los líos. Estaba tumbado en el sofá del salón viendo la tele y Rafa se encontraba encerrado en la habitación. Me imaginaba que estaría mirando la foto de Estefanía y suspirando como un lelo. De pronto, entró en el salón y se colocó entre el televisor y yo. —¿Qué pasa? —le pregunté. —Me voy el fin de semana —me respondió—. ¿Te importa quedarte solo? A mí no me importaba lo más mínimo quedarme solo. Es más, hasta me encantaba la idea. ¡Toda la casa para mí! Pero, como me extrañaron sus palabras, quise saber algo más. —¿A dónde irás? —A ver a Estefanía. Nada más responderme me llamé tonto por haber hecho una pregunta tan obvia. Entonces caí en la cuenta de que era viernes. —¿Y cuándo piensas irte? —Mañana por la mañana. Volveré el domingo, no te preocupes. —Por mí puedes quedarte más tiempo, el lunes, el martes... Entonces mi hermano se quedó mirándome de una manera muy extraña, con un gesto reflejado en su rostro que no sabía muy bien cómo interpretar. Carraspeó forzadamente un par de veces y por fin se arrancó: —Voy a llevarme el coche de papá. Creo que salté del sofá como uno de esos monos que saltan de un árbol a otro. Me planté ante él. —¿Estás loco? —Lo he pensado y ya lo he decidido —intentó explicarme—. Solo espero de ti que me guardes el secreto. —Yo te guardaré el secreto, pero papá se dará cuenta. Yo creo que sabe hasta los kilómetros exactos que tiene el coche. —Bueno... —Rafa se encogió de hombros—. Si se da cuenta, no me importa. Asumiré las consecuencias. —¿Pero no puedes ir en tren? —intenté disuadirle. —He consultado por Internet y no hay billetes. —O en autobús... —No insistas, ya lo he decidido. Además, prefiero ir en el coche. ¿Te imaginas cómo reaccionará Estefanía cuando me vea llegar con el coche...? —De modo que lo único que pretendes es impresionarla. Lo intenté de todas las maneras posibles, pero no conseguí nada. Rafa estaba empecinado y he de decir cuanto antes que mi hermano es la persona más necia1 que conozco. —Te acompañaré —le dije de pronto. —Ni lo sueñes —me respondió él. —Oye, que no pienso comportarme como el típico hermano pequeño metomentodo y plasta. Recuerda que tengo dieciséis años. A mí me dejas en cualquier parte y te lo montas con Estefanía. —Que no. Tú te quedas aquí Me amargó la noche, pues apenas pude dormir. No hacía más que pensar en mi hermano, o para ser exacto, no hacía más que pensar en el coche de mi padre en manos de mi hermano. Es verdad que conduce bastante bien, pero nunca había hecho un viaje tan largo. La carretera era buena, pues todo el recorrido era por autovía, pero... Analizaba una y otra vez la situación y siempre llegaba al mismo resultado: la culpable de todo era Estefanía. Sé que es injusto lo que estoy diciendo, pero en esos momentos nadie me hubiese convencido de lo contrario. Desde mi cama, vi cómo Rafa sacaba del armario una bolsa de lona y cómo introducía en ella algunas cosas: ropa, una toalla de playa, el bañador... Luego, se metió en la cama y a los cinco minutos estaba dormido como un tronco. Por un lado, me sorprendía que la situación no le quitase el sueño. Por otro lado, me alegraba de que así fuera, pues al menos al día siguiente estaría más descansado para conducir. Se levantó muy temprano y, mientras se duchaba, me vestí a toda prisa y me fui a la cocina para prepararle el desayuno, pues no era cuestión de que se marchase con el estómago vacío. Café con leche bien cargado para que le despejase bien, zumo, tostadas, un trozo de tortilla de patata que había sobrado de la cena, embutido, fruta, cruasanes... —Te has pasado —dijo al ver la mesa llena de comida. —Hay que desayunar en condiciones para conducir mejor. Negó con la cabeza, se sentó y empezó a desayunar. La verdad es que mi hermano siempre tiene apetito. —Te voy a hacer un bocadillo para el camino —le dije. —No. —No te he preguntado —le repliqué—. Solo he dicho que te voy a hacer un bocadillo para el camino. —¿Ahora vas a adoptar el papel de padre y madre conmigo? —No, solo adoptaré el papel de hermano pequeño. Eso si, hermano pequeño más juicioso que tú. Para que luego digan que los hermanos mayores son los que cuidan de los pequeños. Me dedicó un gesto despectivo con sus manos y continuó comiendo. Le hice el bocadillo y se lo envolví cuidadosamente en papel de aluminio. Luego, me senté a su lado. —No hagas el viaje de un tirón. —No pensaba hacerlo. Pararé a mitad de camino. —Yo que tú, paraba dos o tres veces. Aunque no estés cansado, paras en un área de servicio, estiras las piernas, te comes el bocata que te he preparado, te despejas un poco, vas al servicio... Rafa se volvió a mí y se me quedó mirando con una cara muy extraña. Tenía las cejas ligeramente fruncidas y la boca parecía querer sonreír sin lograrlo. Su gesto revelaba una mezcla de sorpresa e incomodo. —¿Vas a decirme hasta cuando debo mear? —me preguntó. —Pues... ¿por qué no? —yo no me achanté—. Cuando uno coge el volante se olvida de todo. Y eso no es bueno. Hay que programarse. ¿Es que no has visto las recomendaciones de Tráfico? Negó con la cabeza y resopló antes de apurar el café con leche que le quedaba en la taza. Luego se levantó y dijo: —Me voy ya. Bajamos juntos en el ascensor hasta el garaje. Yo no cesaba de hablar. No podía evitarlo. ...