E-Book, Spanisch, 120 Seiten
Reihe: El Barco de Vapor Naranja
Gómez Cerdá Apareció en mi ventana
1. Auflage 2012
ISBN: 978-84-675-5148-8
Verlag: Ediciones SM España
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, 120 Seiten
Reihe: El Barco de Vapor Naranja
ISBN: 978-84-675-5148-8
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Alfredo Gómez Cerdá nació en Madrid, en el verano de 1951. Atraído por la lectura desde la adolescencia, estudió Filología Española, especializándose en Literatura. Comenzó escribiendo teatro, género en el que publicó y representó varias de sus obras en los años 70. Sin embargo, en los 80 descubrió la literatura infantil y juvenil y pronto conoció el éxito. Desde entonces ha publicado más de setenta títulos, varios de ellos traducidos a otros idiomas.Gómez Cerdá ha colaborado en prensa y en revistas especializadas, además de participar en numerosas actividades en torno a la literatura infantil y juvenil, como charlas, libro-fórum, programas radiofónicos, mesas redondas, conferencias, etc. Asimismo, ha formado parte de proyectos educativos realizados en Estados Unidos (Aprenda II, en San Antonio, Texas). Sus libros se venden en varios países de Europa, América y Asia. Ha escrito además varios guiones para cómic.Su labor literaria le ha reportado más de veinticinco galardones, entre los que se encuentran el segundo premio El Barco de Vapor 1982, el segundo premio Gran Angular de literatura juvenil en 1983, Premio Altea 1984, accésit del Premio Lazarillo 1985 y segundo premio de El Barco de Vapor del mismo año. En 1987 dos de sus libros (La casa de verano y Timo Rompebombillas) fueron incluidos en la Lista de Honor de la CCEI, y desde entonces ha repetido en numerosas ocasiones, casi cada año. En 1994 logró el Premio Il Paese dei Bambini de Italia, y en 1996 fue accésit del Premio de novela corta Gabriel Sijé. Se hizo con otro Premio Gran Angular en 2005 por su libro Noche de alacranes. Ese año también logró el White Raven de Munich. En 2006 fue Premio Fray Luis de León, mientras que en 2008 se hizo con el Premio Ala Delta, el Premio Lector 2008 y el prestigioso Cervantes Chico por el conjunto de su obra. 2009 le trajo de nuevo el White Raven, así como el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil.
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1
CURRIÓ, poco más o menos, hace dos meses. Se me olvidó entonces hacer una señal en el calendario, por eso hoy no puedo recordar el día exacto.
Yo estaba asomado a la ventana de mi habitación porque me había cansado de estudiar. Debía aprenderme tres temas enteros de lenguaje para un examen que tenía al día siguiente. El séptimo, el octavo y el noveno. Eran tres temas aburridísimos. Se lo dije a mi madre cuando me trajo la merienda.
—¡Son un rollo!
—Siempre dices lo mismo —me replicó ella.
—Pero esta vez es verdad. Tú misma puedes verlo si quieres.
Y le tendí el libro para que pudiese comprobar que era cierto lo que decía.
—Tengo mucho que hacer —me contestó mi madre—. Además, el que se va a examinar mañana eres tú .
—¡Eso ya lo sé! Pero me consolaría un poco saber que, al menos, reconoces que son un rollo.
Mi madre se echó a reír, como si mis palabras le hubiesen hecho gracia; luego movió la cabeza y añadió:
—Para ti todo lo relacionado con el colegio es un rollo.
—Todo no. Hay algunas cosas que...
Pero mi madre no me dejó terminar.
—Cómete el bocadillo y a estudiar.
Cogí el bocadillo y lo miré desolado. Cuando iba a volver a protestar, mi madre ya había salido de la habitación. No obstante, grité:
—¡No me gusta el jamón serrano!
RECONOZCO QUE FUE un fallo tremendo por mi parte. Esas cosas no pasan todos los días. Debería haber hecho una señal en el calendario, haberlo anotado en mi agenda escolar, o en un cuaderno, o en un simple papel...
Así, hoy, sabría exactamente qué día comenzó todo.
Por mi mala cabeza, sólo puedo hacer conjeturas. Casi estoy seguro de que fue hace dos meses justos, pero tal vez fue un poco antes o un poco después... ¡Qué rabia me da no haberlo apuntado!
Yo estaba asomado a la ventana de mi habitación con un bocadillo de jamón serrano. Como a mí no me gusta el jamón serrano, se me ocurrió una idea.
Caminé despacio hasta la puerta, saqué la cabeza al pasillo y, tras comprobar que mi madre no andaba por allí, salí sigilosamente y entré en la habitación de las mellizas.
Las mellizas son mis hermanas mayores. Una se llama Blanca y la otra Alba. Mi padre me explicó una vez que sus nombres significan lo mismo. Me dijo que había sido un capricho de mi madre y que, a pesar de que toda la familia se opuso, ella se empeñó y se salió con la suya.
Yo nunca sé quién es Blanca y quién es Alba. No sé distinguirlas. Encima, me gastan bromas y me confunden todavía más. Por eso he decidido llamarlas, simplemente, mellizas.
Las mellizas son idénticas. Tienen la cara redonda y colorada y están muy gordas. A ellas les encanta comer, incluso hasta el jamón serrano.
—Mellizas —les dije—, os regalo un bocata de jamón serrano.
—Ya nos hemos comido el nuestro —respondió una de ellas, mirando de reojo el bocadillo.
—Pero no me negaréis que os apetece un poco más. Podéis partirlo por la mitad y...
—No, no... —respondió la otra—. Si mamá se da cuenta, nos castigará. Tendrás que comértelo tú solo, sin nuestra ayuda.
—Pero si es que a mí el jamón serrano se me hace una bola entre los dientes y no lo puedo tragar...
—Además —añadió la que había hablado primero—, si no comes, te quedarás canijo.
—Está bien —dije resignado—. Me lo comeré. Pero al menos dadle un mordisco cada una.
Se miraron un instante y aceptaron mi proposición.
—Bueno —dijeron simplemente.
Cuando abrieron la boca, yo empujé el bocadillo hacia adentro para que así los mordiscos fueran más grandes.
HE INTENTADO MUCHAS veces hacer memoria. Trato de recordar todo lo que hice: en el colegio, en casa, con los amigos... Y aunque logro recordar muchas cosas, no consigo localizar el día exacto en que ocurrió.
A veces me he concentrado muchísimo. He cerrado los ojos y me he puesto a pensar. Pero lo único que aparece dentro de mi cabeza soy yo mismo, en la ventana de mi habitación, con un bocadillo mordido de jamón serrano.
Trataba una y otra vez de comerlo, pero la visión de la loncha rojiza me daba mucho asco. Por un momento pensé abrir la ventana y tirarlo, pero inmediatamente recapacité y se me ocurrió otra idea.
Volví a salir de mi habitación y volví a cruzar el pasillo, pero en vez de entrar en la habitación de las mellizas, lo hice en la de mis padres.
Jesús Jerónimo, que es mi hermano pequeño, duerme en la habitación de mis padres. También su nombre fue un capricho de mi madre, que se empeñó en ponerle un nombre largo. Dijo a todo el mundo que para nombre corto ya estaba el mío, y que deseaba uno largo y sonoro.
Hasta que le compren una cama, Jesús Jerónimo duerme en la habitación de mis padres, en la cuna. Luego, tendré que hacerle un sitio en mi habitación. Es muy pequeño. No sabe ni andar ni hablar. Se pasa el día babeando y haciendo pis. Parece un surtidor.
Me acerqué hasta él y pude comprobar que estaba despierto.
Al verme, comenzó a reírse y a hacer pedorretas con la boca. Mi madre dice que está echando los dientes y que por eso babea tanto. De vez en cuando le da una corteza de pan y Jesús Jerónimo empieza a chupetearla hasta que la deshace y se la traga. Es muy comilón. De seguir así, se pondrá tan gordo como las mellizas.
Cogí un trozo de pan de mi bocadillo y se lo acerqué. Lo cogió enseguida con ambas manos y empezó a chuparlo. ¡Y de qué manera! Con un poco de paciencia, sería capaz de comerse todo mi bocadillo.
Sin embargo, a los pocos minutos empezó a jugar con el pan. Ya no se lo llevaba a la boca y lo deshacía entre sus dedos tan pequeños. No podía consentirlo de ninguna manera, ya que mi madre, al ver las migas, lo descubriría todo. Con mucho cuidado, recogí todos los pedazos de pan humedecido y luego le arranqué el que sujetaba con sus manos.
¡La que organizó Jesús Jerónimo! Comenzó a berrear con todas sus fuerzas y, aunque lo intenté varias veces, no conseguí calmarle. Sus gritos se oían en toda la casa, por eso no tuve más remedio que salir corriendo y regresar a mi habitación.
Y ALLÍ ME vuelvo a ver otra vez, junto a la ventana, mirando la calle, con un bocadillo de jamón serrano mordido y chupeteado entre mis manos. A veces se lo pregunto a las mellizas: —¿Vosotras recordáis qué día os dejé morder mi bocadillo de jamón serrano?
—Fue un jueves —responde una.
—No, yo creo que fue un lunes —responde la otra.
—Me refiero al día del mes —insisto.
—Pues... debió de ser el once o el doce —dice la una.
—No estoy de acuerdo. Debió de ser el tres o el cuatro.
Ni ellas mismas se ponen de acuerdo.
DESDE LA VENTANA de mi habitación oí una conversación que tenía lugar en el pasillo. Hablaban mi madre y Sabina.
Sabina es la empleada de hogar. Mi madre la llama «asistenta» y mi padre «chacha», pero ella me ha dicho a mí que no es ni asistenta ni chacha, que es empleada de hogar.
—Sabina, ¿le has dado a Jesús Jerónimo un trozo de pan? —le preguntaba mi madre.
—Sí... sí, señora —titubeó Sabina—. Pensé que le dolían las encías y que así se le pasaría.
—Pues no vuelvas a hacerlo. ¿No ves que se podía haber ahogado con una miga?
—Descuide, señora. No volveré a hacerlo.
Al cabo de un rato, Sabina entró en mi habitación. Se acercó hasta mí y se quedó mirándome seriamente con los brazos en jarras.
—¿Te parece bien darle pan a Jesús Jerónimo? —me preguntó.
—Es que... no tengo hambre. Además... no me gusta el jamón serrano.
—La próxima vez no volveré a encubrirte —añadió—. Me he ganado una buena regañina por tu culpa.
—Perdóname, Sabina, no lo volveré a hacer.
Me pasó la mano por la cabeza, revolviéndome todo el pelo, y luego me dio un beso. La vi sonreír con dulzura y aproveché la ocasión.
—Anda, Sabina, da un mordisco a mi bocadillo. Sólo uno. Te aseguro que el resto me lo como yo.
—¡Ay, qué chiquillo!
Y cuando Sabina abrió la boca, yo volví a empujar el bocadillo hacia adentro.
—¡Qué me vas a ahogar! —gritó ella con la boca llena.
A VECES HE INTENTADO convencerme de que no tiene importancia. Al fin y al cabo, qué más da un día u otro. Pero a pesar de convencerme a mí mismo, me fastidia mucho no acordarme. No lo puedo evitar.
Hay pocas cosas importantes, quiero decir realmente importantes, que te sucedan a lo largo de la vida. Yo he tenido la suerte de que, a pesar de que todavía soy pequeño, me haya sucedido una de esas cosas importantes. Y, claro, me irrita y me desespera haberme olvidado del día en que empezó todo. Creo que jamás me lo perdonaré.
Tal vez la emoción que sentí entonces y los nervios, porque todo el cuerpo me temblaba de nervios, me impidieron fijarme en un detalle tan simple como el día en que estábamos. Y es que parece como si algo misterioso hubiese ocurrido en mi casa, porque aunque todos recuerdan cosas de ese día, nadie sabe decirme de qué día en concreto...