Gómez Carrillo | La vida parisiense | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, Band 155, 111 Seiten

Reihe: Historia

Gómez Carrillo La vida parisiense


1. Auflage 2010
ISBN: 978-84-9007-237-0
Verlag: Linkgua
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, Band 155, 111 Seiten

Reihe: Historia

ISBN: 978-84-9007-237-0
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La vida parisiense es la construcción literaria de una ciudad. Trazos que dibujan el perfil de un París vital que alimenta la creación literaria del autor. La voz guatemalteca de Enrique Gómez Carrillo es la voz de los modernistas latinoamericanos que convierten la ciudad francesa en su paradigma. La visión de la ciudad, a través de la moda, la literatura, el teatro y la vida bohemia, construye una crónica de viaje al modernismo, donde París es el centro y el punto de partida. En La vida parisiense el autor nos invita a pasear por la capital francesa. Nos muestra la ciudad desde diversas perspectivas, para que descubramos, junto a él, todos sus matices. El viaje del escritor a la capital cultural del mundo se convierte en una estancia permanente pues París será su lugar de residencia. La bohemia de la ciudad será el espacio que le permitirá gestar una serie de crónicas, de novelas y de artículos que publicará más tarde. «Pero sin ir tan lejos como el soñador helvético, sin esperar la vejez y la miseria, todo aquel que conoce a París a fondo, dirá siempre; - Pobre o rico, fuerte o débil, triste o alegre, si me preguntáis dónde quiero acabar mi vida, os contestaré que en París... Y es que París es un mundo, es que en París hay cien ciudades y cien aldeas, es que París tiene todos los cielos, todos los climas, todas las bellezas, todos los contrastes...» La vida parisiense es una recopilación de algunos de sus textos aparecidos entre 1895 y 1908 en una de las secciones permanentes del mismo título que tenía en la revista venezolana El Cojo Ilustrado.

Enrique Gómez Tible, llamado Enrique Gómez Carrillo (Ciudad de Guatemala, 27 de febrero de 1873-París, 29 de noviembre de 1927). Guatemala. En 1890 trabajó en el diario El Correo de la Tarde, dirigido por Rubén Darío, quien vivía en Guatemala. Y en 1891 recibió una beca para estudiar en España, recomendado por Darío. Al año siguiente publicó su primer libro en Madrid, Esquisses, una antología de semblanzas de escritores de la época, y escribió en Madrid cómico, La vida literaria, Blanco y negro, La ilustración española y americana y Revista crítica. En 1898 fue nombrado cónsul de Guatemala en París; años después, el presidente argentino Hipólito Yrigoyen lo nombró a su vez representante de Argentina en dicha ciudad. Desde 1895 fue miembro de la Real Academia Española. En 1917 conoció a la artista española Raquel Meller, con quien se casó en 1919 y se separó en 1922. Enrique Gómez Carrillo murió en París, el 27 de noviembre de 1927, y fue enterrado en el Cementerio de Père Lachaise. Junto a su esposa Consuelo, condesa de Saint-Exupéry tras su matrimonio con el piloto y escritor francés Antoine de Saint-Exupéry.
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LA BOHEMIA ACTUAL


Un lector que se acuerda aún de mi artículo sobre el «café literario» del bulevar, me pregunta si las reuniones de poetas existen todavía en el Barrio Latino. Y luego agrega: «Se habla tanto de la desaparición de la bohemia, que en realidad los jóvenes ya no creemos en ella».

No importa. La bohemia existe aún, como en los tiempos de Murger. Lo que no existe ya son los trajes aquellos de las estampas de hace treinta años. Ya no hay anchos sombreros de fieltro, ni amplias corbatas flotantes, ni levitas ajustadas, ni pantalones de terciopelo, ni chalecos abiertos hasta la cintura. Ya no hay tampoco melenas, ni la pipa es ya de rigor. Pero fuera de estos detalles de indumentaria, los bohemios existen hoy, como existieron ayer, como existirán mañana. Porque la bohemia no es ni una fórmula de vida, ni una disciplina literaria, ni un alarde momentáneo de desorden. La bohemia es sencillamente la juventud pobre que se consagra a las artes y que lleva su miseria con orgullo. El nombre, pues, podrá cambiar. La cosa no.

En todo caso, en nuestros días el nombre existe todavía y los muchachos que tienen más ilusiones que dinero permanecen siempre fieles al método que sirvió de pauta a los actores de la tragicomedia romántica.

Alguien dirá:

¿Cómo puede ser eso, puesto que el bulevar San Miguel mismo ha cambiado por completo y en sus cafés no se ven sino chicos bien vestidos y chicas elegantes?

Pues esos chicos y esas chicas son los bohemios de hoy. En la miseria misma, existen, según las épocas, grados y matices. El enriquecimiento general, ha dado a los que ayer no tenían sino un panecillo, un panecillo y medio. Los Rodolfos actuales cobran un poquito más que los de hace un cuarto de siglo. También tienen mayores necesidades y pagan más caro el ajenjo y gastan más en tabaco.

Lo único que permanece invariable es el alma.

Yo quisiera que los que niegan la bohemia actual, y la niegan con tristeza, leyeran de nuevo los libros de antaño en los cuales Gautier, Nerval, Banville y Murger, hablaron de la bohemia romántica. En todos ellos los ideales de los héroes y de las heroínas son los mismos; a saber: gloria, amor, dinero.

Y quisiera también que, después de leer esos libros pasados de moda, vinieran conmigo a interrogar a los jóvenes pobres que en el Barrio Latino hacen versos o cuadros, música o filosofía. En una sola noche se convencerían de que en este siglo que nace, cual en todos los siglos que fueron, para las almas de veinte años, las ilusiones son siempre las mismas.

Justamente en esta semana los periódicos han hablado de Pierre de Guerin, poeta adolescente que murió poco menos que de hambre en una buhardilla de la rue Monsieur le Prince. «Era —dicen— un escritor de gran talento.» Y es cierto que lo era. En poemas muy ligeros que hacían pensar en las Fiestas galantes de Verlaine, expresó sus inquietudes voluptuosas y sus tempranas melancolías. Cantó a Manón infiel, tratando de ocultar sus lágrimas, entre sonrisas. Cantó a Femi apasionada, sin querer confesar todo su ingenuo ardor de amante satisfecho. Cantó los grandes sentimientos en pequeños versos, en fin fue un artista serio que supo reír. Yo lo conocí una tarde en el café en que Moréas, siempre olímpico, ocupa el sitio que dejó vacío Verlaine al morir. Tenía los ojos azules y el pelo rubio.

En su extremada juventud había una gravedad extraordinaria. Su frente era pura y tersa. Cuando sus padres, que le habían mandado a París para que estudiase medicina, supieron que en vez de oír las lecciones del doctor Debove escuchaba los poemas de Henri de Regnier, lo amenazaron con «cortarle los alimentos». ¡Qué le importaban a él los alimentos! A la carta paternal llena de reproches, contestó con un himno suave en honor de las musas. Luego, cuando las amenazas se trocaron en realidades, no se emocionó un solo instante. En su fe de poeta, creía que los labios no han sido hechos para los biftecs, sino para los besos y para las canciones. Una chiquilla de dieciocho años, rubia como él y como él zarca, compartía su miseria llena de ilusiones.

Me acuerdo de que el mismo Moréas, que no es aficionado a conmoverse, murmuró retorciéndose los bigotes, al verlos alejarse por el bulevar San Miguel:

—¡Pobrecitos!...

Pero yo, que conozco a los chicos de esa raza por haber vivido fraternalmente con ellos en los tiempos ya lejanos de mi bohemia; yo, que vi morir a Leclercq en una apoteosis de ilusiones; yo, que acompañé a Augusto de Armas hasta el borde del sepulcro, sin haber sorprendido jamás en él una desesperanza; yo, que la víspera de su muerte, oí aun a Signoret hablar de sus triunfos y de sus goces; yo, en fin, no compadecía aquella tarde al joven amigo de Moréas, sino que, por el contrario, le vi marcharse con envidia. ¡Con envidia, sí! Porque yo sabía que su buhardilla, en la que no había ni fuego, ni muebles, ni pan, era para él un palacio encantado, y que, al asomarse a los ojos de su musa, veía paraísos infinitos. ¿Pobre él? Al contrario. Su misma suavidad poética obedecía a un deseo discreto de ocultar sus tesoros. En los poemitas tiernamente irónicos en que decía sus Fiestas galantes, escondía, por pudor de millonario, sus riquezas sentimentales. Aquí tengo una estrofa suya en la que habla de las pedrerías que ofrece a su amada. ¿Creéis que son diamantes y rubíes? No. Eso se queda para los seres vulgares. El poeta joven no le brindaba sino piedras de Luna, «color de sus ojos», y esto consistía en que, teniendo a su disposición todas las gemas de Oriente, parecíale de mal gusto escoger lo más caro. Pobre no, sino infinitamente rico, infinitamente feliz, infinitamente glorioso, era el poeta que acaba de morir. Y yo estoy seguro de que en el momento mismo de expirar, cuando su musa rubia lloraba a su cabecera, él, suave siempre y magnánimo, consolábala con palabras de entusiasmo y amor.

Si el caso de este poeta que, como un personaje de cuento árabe, muere de hambre entre tesoros, fuera un caso raro, ni siquiera lo evocaría.

Pero la verdad es que, mal que pese a los profetas de amargura, el mundo es siempre el mismo y ni el «mercantilismo», ni el «egoísmo», ni el «positivismo», ni nada de eso que hablamos a cada paso con objeto de infamar a nuestro siglo, ha hecho mella ninguna en las almas de los hombres. En el Barrio Latino, como fuera del Barrio Latino, y en literatura como en lo demás, lo único que ha cambiado es el traje. Sin sombreros a la Daumier y sin vestidos de percal rameado, las costureras siguen echándose al Sena cuando sus amantes las abandonan. (Leed las noticias de los diarios.) Sin espada al cinto y sin calzas de terciopelo, los caballeros siguen acudiendo al juicio de Dios cuando creen que el punto de honor está en juego. (Leed las noticias de los diarios.) Sin trabuco y sin sombrero calabrés, los bandidos siguen ejerciendo, en pleno París, su romántico oficio. (Leed, leed las noticias de los diarios.)

¿Y por qué solo la bohemia había de desaparecer? ¿Por qué solo el alma de los que se sienten irresistiblemente atraídos por una de las musas artistas, había de metamorfosearse? ¿Por qué en el eterno durar de todas las cosas, y en el infinito recomenzar de todas las existencias únicamente la vida del que se consagra a dar formas al ensueño había de transformarse? Mi ilustre amigo Ferrero, que vive con el espíritu en la Roma antigua, tiene la costumbre de sonreír con su sonrisa mefistofélica, cada vez que alguien le habla de novedades políticas. «No hay nada nuevo desde hace dos mil años» —dice con la más suave convicción. Y esto, que demuestra la vanidad de los esfuerzos por inventar algo fuera del orden material, prueba también lo invariable de las almas. Las razones de Bécquer para hacer ver al mundo que la poesía no puede desaparecer, y que son razones mucho más serias que todas las invocadas en el mismo sentido por los filósofos, pueden servir para convencer al mundo que siempre habrá bohemia y bohemios.

«¡Mientras exista una mujer hermosa!»...

Los escritores que con más saña han hablado de la bohemia, dicen:

—Es una escuela de melenas mal peinadas y de envidias mal comprimidas. El bohemio es el «raté» que, en su círculo estrecho, se consuela de sus fiascos maldiciendo de los que han conquistado fama y fortuna. Cuando un poeta de talento cae en la vida de bohemia, se anula, se envilece. Salir de entre los bohemios con el cerebro limpio y el cuello blanco es casi imposible. ¡Maldita sea la bohemia!

Esa bohemia, en efecto, maldita sea. Pero ¿quién os dice que los grupos de envidiosos sórdidos que existen en todos los medios sociales son los cenáculos de los bohemios? El nombre mismo, en su exotismo romántico, indica lo contrario. Ser bohemio, en el mundo de las razas errantes, como en el de los artistas apasionados, es no tener un hogar fijo, y correr por los grandes caminos buscando la dicha intangible. Ser bohemio es no quererse plegar a los yugos de la vida burguesa, para poder consagrarse a cultivar las quimeras adoradas. Ser bohemio es poner el ensueño por encima de la realidad, las flores por encima de los frutos, los pájaros por encima de las aves. Ser bohemio es tener la fuerte convicción de que, fuera del arte, el artista se agota.

¡Bohemio! No hay necesidad de fumar pipa para serlo. En el Barrio Latino actual, rodeando a Moréas o acompañando a Paul Fort, asistiendo a los mates del Mercure de France o tomando café al lado de Faguet; en el Barrio Latino que ya no tiene cervecerías sucias, ni tabernas oscuras, ni cafés subterráneos; en el Barrio Latino brillante,...



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