Glasman | Breve Historia del Che Guevara | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 344 Seiten

Reihe: Breve Historia

Glasman Breve Historia del Che Guevara


1. Auflage 2010
ISBN: 978-84-9763-554-7
Verlag: Nowtilus
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, 344 Seiten

Reihe: Breve Historia

ISBN: 978-84-9763-554-7
Verlag: Nowtilus
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



'Se aborda una serie de aspectos que fueron calando en él, su asma, su tesón, su rebeldía, su formación socialista, su amistad con Fidel, los grandes momentos de la Revolución Cubana, su guerrilla en el Congo, y el sueño de revolucionar el mundo para cambiarlo. Asimismo, se apuntan otros aspectos tan misteriosos y desconocidos como la incertidumbre de su nacimiento, las cartas que escribía a sus padres, parientes y amigos, las traiciones que sufrió de la gente en quien más confiaba y que le significaron la muerte.'(Web Over drive) La apasionante y turbulenta historia de Ernesto Che Guevara contada esta vez de un modo conciso y accesible: un mito del siglo XX entregado a la revolución y la lucha. La vida y la personalidad del Che han sido tratadas en innumerables ocasiones en el S. XX, desde todas las perspectivas y hasta el último detalle, pudiera parecer, por ello, que ya nada puede contribuir al conocimiento de la vida del revolucionario argentino, que ya lo sabemos todo. Nos demuestra Gabriel Glasman que no es así, que aún quedan datos por descubrir y enfoques novedosos para tratar la vida y la personalidad de este luchador incansable, de este idealista universal que luchó por la emancipación de los oprimidos en Cuba, en el Congo y finalmente en Bolivia donde fue traicionado y asesinado.Es por esto que Breve Historia del Che Guevara es un libro que no viene a subrayar de un modo redundante lo ya escrito sobre el Comandante sino que viene a completar lo que sabemos de él a través del análisis de su correspondencia más íntima. Comienza con los oscuros orígenes de Guevara cuya partida de nacimiento fue falseada por sus propios padres, pero conoceremos también su juventud, su formación como médico y sus ya míticos viajes en motocicleta por América.

Escritor argentino especializado en la investigación de temas históricos, que son abordados con un ritmo más cercano a la crónica que a la frialdad del texto académico. De reconocida trayectoria en el estudio de movimientos políticos, sus intereses van desde las temáticas sociales hasta los aspectos poco conocidos de hechos que conmovieron al mundo. Es autor de Objetivo: Cazar al Lobo, La Caída de Berlín (El III Reich se desploma); Gettysburg (Un giro en la Guerra de Secesión) y Puebla (México y el ejército de Maximiliano) entre otros.
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1


Los primeros años


Corría el año 1927 cuando Ernesto Guevara Lynch y Celia de la Serna sella ron, boda mediante, un apasionado ro mance que se había desencadenado poco tiempo atrás. Des bordantes de juventud y pertenecientes a un mun do social y económicamente aco mo dado, ni a Ernesto ni a Celia les acompañaban por entonces las tribulaciones mun danas de la subsistencia diaria. Por el contrario, dueños de esa seguridad que la herencia familiar les garantizaba, podían transcurrir por la vida con la certeza de un fu tu ro venturoso. No podían sospechar, por su pues to, que estaban a punto de ingresar a una di men sión impensada, donde buena parte de sus mundos imaginados colisionaran con otros nuevos, hasta modificar por completo sus existencias.

Pero por el momento, la vida de los dos ena morados discurría con cierta displicencia.

Ernesto Guevara Lynch había nacido un año después que el siglo, en 1901, en el seno de una familia que, junto a cierta fortuna, gustaba exhibir entre sus más preciadas pertenencias una galería de prohombres de notables y aventureras existencias. Paco Ignacio Taibo II consigna que entre los antepasados de los Guevara había un virrey de Nueva España –Pedro de Castro y Figueroa– quien hacia mediados del siglo XVIII accedió a tan caro cargo, aunque manteniéndose en él apenas un año.

El virrey de referencia tuvo un hijo de nombre Joaquín que, no se sabe si no tuvo mejor idea o mejor opción, lo cierto es que secuestró en terri torio de Louisiana a una muchacha que terminará siendo su esposa. Como fuere, serán sus descendientes quienes, tras vivir la fiebre de oro que sacudió en San Francisco a gentes de toda laya, terminaron un siglo más tarde asentando sus reales en tierras argentinas.

También Jorge Castañeda, por su parte, reconstruye la genealogía de los Guevara Lynch, en los que la sangre española e irlandesa se confundirán a partir de las correrías de un tal Patrick Lynch, capitán él, quien abandona Inglaterra para recalar en España, primero, y luego en la Gobernación del Río de la Plata.

Según el catedrático francés Kalfon, don Patrick llegó a aquellas playas cargando un cofre de monedas de oro; más tarde, su hijo Justo llegará a tener cierta carrera en la administración local, alcanzando a ser administrador de la Aduana Real.

Uno de sus hijos, a su vez, gozará de mayor fortuna y se convertirá con el tiempo en uno de los hombres más ricos del continente, acumulando una gran cantidad de campos que legará a sus nueve hijos.

Para mediados del siglo XVIII, todos los indicios señalan que los Lynch ya estaban establecidos con cierto posicionamiento entre la oligarquía local, al grado de que entre los fundadores de la Sociedad Rural Argentina –centro político, social y económico de los terratenientes criollos– figura el ya lustroso apellido portado por un tal Gaspar. También por entonces un Enrique Lynch tuvo activa participación en la misma entidad.

Con los años, los Guevara Lynch alcanzaron un poderío económico importante que se materializó en grandes extensiones de campos y varios establecimientos ganaderos.

Sin embargo, sea ya por los avatares de la economía en el periodo inmediatamente anterior a la gran crisis de 1929, o porque las rentas que daban los campos debían repartirse entre un numeroso elenco familiar, lo cierto es que los Guevara Lynch comenzaron a perder paulatinamente aquella fortaleza económica que los había distinguido. No había penurias en su presente ni en su futuro inmediato, pero no sería equivocado caracterizar a la familia como en cierta decadencia financiera.

La Sociedad Rural en Argentina representa a los sectores más poderosos económicamente. Paradójico resulta encontrar entre los fundadores de dicha asociación a un ancestro de Guevara.

Celia, por su parte, había nacido en el seno de una familia que bien podía competir parejamente con los blasones sociales y económicos heredados por su novio. De hecho, el último virrey del Perú, don José de la Serna e Hinojosa, era quien estaba al frente de una ilustre progenie que, representante de la corona española, terminó mezclada e incorporada al criollismo rioplatense.

Claro que el insigne e ilustre virrey fue vencido justamente por Sucre en la batalla de Ayacucho, la misma batalla que consagró la derrota definitiva de los españoles en territorio sudamericano. Es decir, el famoso pariente era un “enemigo”, pero famoso y de alta alcurnia al fin de cuentas.

El origen de los De la Serna no debió haber acomplejado demasiado a ninguno de los integrantes de la familia. En verdad, las raíces “nacionales” nunca fueron para la clase terrateniente local un elemento fundante de identidad política y cul tural. Hacendados y grandes propietarios, la oligarquía nativa –de la que los De la Serna formaban parte– tenía a los imperiales de cualquier nación en la mayor estima, y volcaron sus influencias políticas y favores económicos para que los gobiernos locales labraran con aquellos los más variados acuerdos comerciales. Por supuesto, la oligarquía terrateniente se benefició como ningún otro sector social.

Entre los descendientes de Celia se hallaba Juan Martín de la Serna, un poderoso terrateniente propietario de grandes extensiones de tierra y varias estancias, y que fundó, como señala Kalfon: “…a pocas leguas de la capital, la ciudad de Avellaneda.”

Poseedores de campos y estancias como los Guevara Lynch, aunque más prósperos que estos, los De la Serna también conocieron desde antaño la vida sin apremios, garantizada sobradamente por las generosas rentas familiares.

En estos contextos acomodados, Ernesto y Celia se conocieron, enamoraron y proyectaron juntos continuar con sus vidas.

Por entonces, Ernesto era un muchacho de veintiséis años muy apuesto y con cierto aire de seductora despreocupación. Detrás de sus anteojos amanecía un hombre locuaz, gran conversador y de apasionado verbo, condiciones que acompaña ba con indumentaria elegante y cui dada. Educado, culto y de refinados modales, había incursionado en los estudios universitarios aunque ciertamente de manera poco exitosa, y acu mu laba sendas decepciones en las carreras de arquitectura e ingeniería.

En cambio, había sorprendido a más de uno con su tenaz inclinación hacia la administración de los bienes familiares y una particular vocación por los emprendimientos empresariales, una ca racterística que parece haber heredado de algunos de sus lejanos parientes, cuyas historias de arriesgadas aventuras había escuchado en boca de sus padres y tíos.

Por entonces, Ernesto había invertido buena parte de la fortuna que había heredado en el Astillero San Isidro, una constructora de yates que just amente pertenecía también a otro de sus familiares. El negocio parecía bastante próspero, aunque no tan fascinante como para comprometer su vida en él.

Ciertamente, Ernesto se dejaba conquistar más fácilmente por desafíos de otro tipo, como el que bien pudo representar en su imaginario un cultivo de yerba mate en las selvas de Misiones. Por lo menos, las posibilidades de hacer fortuna con el llamado “oro verde” se asemejaban bastante a la empresa que alguno de sus antepasados ensayó durante la fiebre del oro californiano, por lo que no le costó demasiado trabajo involucrarse en una aventura selvática.

Así, cambiando talleres industriales prolijamente instalados por montes vírgenes, Ernesto Guevara Lynch se dedicó a estructurar su nuevo negocio.

Celia, su novia, vivía ciertamente una situación bastante más compleja, pero que no será en absoluto reactiva a la de su galán. Cinco años menor que Ernesto y la más pequeña de siete hermanos, la muchacha había perdido tempranamente a sus padres, por lo que creció prácticamente criada por su hermana Carmen.

No obstante, la educación inicial y su línea a seguir habían sido trazadas por el legado familiar, por lo que Celia terminará atesorando una férrea educación católica que cosechará trabajosamente en el colegio del Sagrado Corazón, en Buenos Aires. Pierre Kalfon la define por entonces como una joven “…muy piadosa, hasta el punto de martirizarse colocando cuentas de vidrio en sus zapatos…” Incluso, sostiene Kal fon, es probable que Celia se inclinara por to mar como propio el destino de los hábitos, algo que no sucedió justamente por habérsele cruzado en su camino quien sería su futuro esposo.

En verdad, esta visión tan devota de la muchacha no parece sostenerse demasiado, y la influencia de Carmen parece haber sido decisiva en ello. En efecto, Carmen era una mujer que se había relacionado intensamente con el mundo de...



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