E-Book, Spanisch, Band 142, 326 Seiten
Reihe: 100xUNO
Giussani Una revolución de nosotros mismos
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-1339-545-6
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
La vida como comunión (1968-1970)
E-Book, Spanisch, Band 142, 326 Seiten
Reihe: 100xUNO
ISBN: 978-84-1339-545-6
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Los textos reunidos en este volumen pertenecen a un momento delicado y crucial de la historia de Comunión y Liberación (CL). Se remontan a los años 1968-1970, período en el que la experiencia nacida de don Giussani en 1954 sufrió una profunda sacudida a causa del estallido del 68 italiano: muchos de sus miembros se marcharon para unirse al Movimiento Estudiantil.
En esos mismos años don Giussani frecuentó asiduamente el Centro Cultural Charles Péguy. Fundado en 1964 en Milán por un grupo de estudiantes, licenciados y asistentes universitarios, representaría de hecho la continuación de la experiencia iniciada en las aulas del Liceo Berchet y, al mismo tiempo, el comienzo de la realidad que pronto tomaría el nombre definitivo de «Comunión y Liberación».
Este libro contiene las lecciones dictadas por don Giussani entre 1968 y 1970 con ocasión de las dos citas principales que marcan desde el comienzo el camino común: la Jornada de apertura de curso y los Ejercicios espirituales. Al leer estas páginas, nos vemos arrojados dentro de la riqueza asombrosa de un «discurso» (utilizando una expresión querida por el autor), es decir, de una «propuesta» cuya radicalidad y claridad no solo resultaron decisivas para relanzar la experiencia en aquellos años, sino que también constituyen un reclamo poderoso e iluminador para nuestro presente.v
Luigi Giussani (1922-2005), sacerdote milanés, es el fundador del movimiento eclesial Comunión y Liberación. Cursó sus estudios en la Facultad de Teología de Venegono, donde fue profesor durante algunos años. En los años cincuenta abandonó la enseñanza en el seminario para dar clases en un instituto de enseñanza media de Milán, el Liceo Berchet, donde permaneció hasta 1967. Desde 1964 hasta 1990 enseñó Introducción a la Teología en la Universidad Católica del Sacro Cuore de Milán.
Educador infatigable, Giussani publicó en el transcurso de su vida numerosos ensayos, pues como él mismo dijo, «sólo a través de la educación se construye un pueblo como conciencia unitaria y como civilización». En particular quiso mostrar «la razonabilidad y utilidad para el hombre moderno de esa respuesta al drama de la existencia que lleva por nombre 'acontecimiento cristiano'», ofreciendo dicha respuesta «como sincera contribución para una verdadera liberación de los jóvenes y de los adultos».
Como reconocimiento a su labor, en 1995 recibió el Premio Nacional para la Cultura Católica y, en diciembre de 1997, su libro El sentido religioso fue presentado en la ONU. Falleció en Milán el 22 de febrero de 2005. Siete años después, el 22 de febrero de 2012, se presentó la petición de apertura de su causa de beatificación y canonización, que fue aceptada por el Arzobispo de Milán. Encuentro ha publicado casi todas sus obras en español.
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PRÓLOGO «Adherirse a Cristo, construir la Iglesia» Es con cierta emoción y renovada gratitud como me dispongo a presentar los textos reunidos en este volumen. Pertenecen a un momento delicado y crucial de la historia de Comunión y Liberación (CL). Se remontan a los años 1968-1970, período en el que la experiencia nacida de don Giussani en 1954 sufrió una profunda sacudida a causa del estallido del 68 italiano: un millar de bachilleres —alrededor de la mitad de los chavales de Gioventù Studentesca (GS) de entonces— y unos centenares de universitarios que venían de sus filas se marcharon para unirse al Movimiento Estudiantil. Fue un momento de prueba que, con el tiempo, se reveló inesperadamente como un paso importante para el renacer de la experiencia originaria. A partir del otoño de 1965, tras dejar la guía de Gioventù Studentesca, Giussani participó en los encuentros del Centro Cultural Charles Péguy, fundado en 1964 y promovido por quienes habían culminado sus estudios universitarios y deseaban seguir creciendo en la experiencia iniciada en los años anteriores. Al cabo de su primer año, centrado sobre todo en actividades culturales, el Centro Péguy se convirtió paulatinamente en un lugar donde profundizar juntos en la fe según el acento propuesto en GS y representando, de hecho, la prosecución del «movimiento» surgido en 1954 en el Liceo Berchet de Milán, así como el comienzo de esa realidad que pronto tomaría el nombre definitivo de «Comunión y Liberación». En efecto, al igual que el tiempo de la crisálida marca el paso entre la energía potencial de la oruga —que encierra ya todo en sí misma aunque de forma todavía embrionaria— y la expresividad cumplida de la mariposa, la experiencia giussaniana del Centro Péguy representa el tránsito desde la aventura nacida al comienzo, entre los pupitres de la escuela, con GS, a una conciencia renovada del horizonte universal de la experiencia cristiana, que tiende a plasmar todos los aspectos de la existencia humana hasta su nivel adulto, cosa que encontrará plena realización con CL. En cierto sentido, los años que van desde 1965 a 1968, son años de experimentación, en circunstancias objetivamente difíciles, en busca de una configuración madura, pero en absoluto carentes de frutos. En septiembre de 1968, con motivo de la Jornada de apertura de curso (cuyo contenido figura en el primero de los textos aquí publicados), valorando los pasos que se habían dado, Giussani hizo un balance de la situación y relanzó la apuesta, definiendo la naturaleza del Centro Péguy y trazando sus líneas maestras. Este libro contiene las transcripciones de las lecciones dictadas por don Giussani entre 1968 y 1970 con ocasión de las dos citas principales que marcan desde el comienzo el camino común: la Jornada de apertura de curso y los Ejercicios espirituales, temporalmente a corta distancia entre sí, en un arco que iba desde septiembre a diciembre. Al leer estas páginas, nos vemos arrojados dentro de la riqueza asombrosa de un ‘discurso’ (utilizando una expresión querida por el autor), es decir, de una ‘propuesta’ cuya radicalidad y claridad no solo resultaron decisivas para relanzar la experiencia en aquellos años, sino que también constituyen una llamda poderosa e iluminadora para nuestro presente (una válida contribución para descubrir el potencial del carisma, según nos instó el papa Francisco en la audiencia del 15 de octubre de 2022)1. La vida cristiana como comunión Ya en el primer texto, el de la Jornada de apertura de curso citada anteriormente, la intervención de Giussani se centra en «volver a clarificar, lanzar y consensuar» (véase aquí, p. 37) los objetivos, los principios y las directrices comunes a los que «dar crédito» (p. 40); en definitiva, los contenidos que deben marcar la fisonomía del Centro Péguy y motivar la adhesión al mismo. Giussani indica tres y define los dos primeros como los «pilares» (p. 44) o los «puntos esenciales, enteramente tales» (p. 46) de la concepción que «nos califica» (p. 44) y en los que se «especifica nuestra vocación en la casa de Dios» (p. 44). Solo correspondiendo a esa vocación, añade, «podemos llegar a ser útiles a la santa madre Iglesia» (p. 47). El primer punto —sobre el que volveré en seguida— es «la vida cristiana como comunión». El segundo es la insistencia en el hecho de que «la colaboración con el mundo pasa a través de la comunión vivida» (p. 46), y el tercero es una ‘aplicación’ de los dos primeros: «debemos concebir y, por ende, organizar la amistad del Centro Péguy [...] según esos dos principios», cualquier otra consideración de dicha amistad adolecería de un «planteamiento parcial» (p. 49). Por tanto, subraya Giussani, «el ámbito determinado por nuestra amistad, por un lado es, en esencia, expresión de una voluntad, un deseo, un intento, un esfuerzo y una experiencia de comunión, de implicación vital, y por otro, una ayuda para el desarrollo de nuestra colaboración, de la contribución que cada cual debe ofrecer al mundo» (pp. 46-47). De los tres puntos, el que cuenta con un mayor desarrollo es, con diferencia, el primero. «Comunión significa implicar mi vida con la tuya y la tuya con la mía» (p. 45). Se trata de un compromiso recíproco «en nombre de Jesucristo» (p. 47), cuyo único motivo es el acontecimiento cristiano y cuyo origen último es la potencia del misterio de Cristo. La comunión tiene su fundamento en que «Dios ha elegido al otro al igual que te ha elegido a ti», o sea, «que nos ha salido al encuentro mediante una misma llamada, un mismo acento del hecho cristiano y una misma voluntad de vivirlo» (p. 64). En este primer pilar se expresa una insistencia capital que Giussani tuvo desde el principio y que se refiere al acontecimiento de la Encarnación como a un hecho contemporáneo. En efecto, dicha comunión encuentra «el perímetro total, que se dilata siempre de modo misterioso en la historia» (p. 45), en el «Cuerpo místico de Cristo»2. La asunción radical de la definición paulina de la realidad de Cristo presente en la historia como «Cuerpo místico» es ciertamente constitutiva de la concepción de Giussani. Dios no entró en el mundo de forma tangencial, como un punto aislado en el tiempo y el espacio, y por lo tanto inaccesible para los que vendrían después. Jesucristo vino al mundo para quedarse con los hombres y la Iglesia es su prolongación tangible y misteriosa. Sin embargo, subraya Giussani, «el misterio de Cristo sería un viento abstracto si no se concretara en el contexto de las relaciones cotidianas que vivimos. Por lo tanto, dialécticamente, la palabra ‘comunión’ oscila y cobra su peso entre dos polos: el del horizonte último del Misterio y el de la contingencia efímera, de la actuación efímera» (p. 45). Ese horizonte último, el misterio de la comunión, permanecería abstracto y lejano si no se percibiera y viviera en la relación ‘codo con codo’ con personas concretas, en la implicación de tu vida con la mía y de mi vida con la tuya, es decir, si no se manifestara allí donde vivo, en «nuestra comunión» que, claro está, «no es la fuente del valor, sino el momento en el que emerge esa fuente del valor que es el misterio de la Iglesia» (p. 50). Es preciso situar estas observaciones en el contexto de la experiencia eclesial —con sus tonos moralistas, individualistas e intelectualistas— con la que Giussani tuvo que lidiar en aquellos años, para captar plenamente su fuerza arrolladora. A pesar del extraordinario evento del Concilio Vaticano II, a la Iglesia le costaba encontrar caminos de experiencia que estuvieran a la altura de los signos de los tiempos. En su recorrido GS, que suponía una contribución en ese sentido, había encontrado aperturas entusiastas pero también muchas resistencias. En el frente mundano, por así decirlo, hay que tener en cuenta obviamente el cataclismo del 68, del que Giussani ya tenía conciencia clara, que es el trasfondo de muchas tomas de posición que aparecen en este texto. Pero la fuerza arrolladora de la propuesta de Giussani sigue intacta ante la situación actual, ante sus limitaciones y urgencias, ante las angustias y las soledades que la hieren con nuevas formas de individualismo, tal vez más insidiosas, debidas a la acción invasiva de las tecnologías y a las profundas laceraciones del tejido social, con la consiguiente falta de lugares generadores de lo humano. Solo un cristianismo fiel a su naturaleza puede constituir un punto concreto de rescate y esperanza para una humanidad cansada y atribulada que busca a tientas un camino. Y es precisamente en la «vida cristiana como comunión» donde se puede experimentar la pertinencia del anuncio cristiano al hambre y sed de sentido y de destino de nuestros contemporáneos, sobre todo de los jóvenes de nuestro tiempo. Ese es el terreno de la verificación de la promesa de Cristo: «El que me sigue tendrá la vida eterna y el ciento por uno en esta tierra»3. Gran expresión, el «ciento por uno», a la que don Giussani devuelve todo su espesor de experiencia viva, mediante la propuesta comunitaria con los amigos del Centro Péguy. En la vida cristiana como comunión se puede experimentar a un Cristo real, presente, según lo que él mismo ha establecido («Donde dos o tres...»4) y una fe que da forma a la vida y la cambia. Es la comunión vivida lo que nos permite descubrir la conveniencia humana de la fe y lo que alimenta en nosotros la fe. Por eso Giussani insiste en que esta comunión, este compromiso de...