E-Book, Spanisch, Band 133, 200 Seiten
Reihe: 100xUNO
Giussani ¿Se puede (verdaderamente) vivir así? La esperanza
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-1339-519-7
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, Band 133, 200 Seiten
Reihe: 100xUNO
ISBN: 978-84-1339-519-7
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
En 1994 salió a la luz por primera vez ¿Se puede vivir así?, el volumen en el que se recogían las conversaciones de monseñor Luigi Giussani con un grupo de jóvenes que habían decidido comprometer su vida con Cristo en una forma de entrega total. El texto, por su forma de comunicación directa de las cuestiones fundamentales de un camino de fe, tuvo un gran éxito y se difundió entre creyentes y no creyentes. A modo de comentario, ¿Se puede (verdaderamente) vivir así? propone diálogos sobre aquel texto entre el autor y otros grupos de jóvenes: una verdadera «escuela», en la que se tienen en cuenta al máximo la altura de la razón y las necesidades del corazón.
En este segundo volumen descubrimos, dice Giussani, que la esperanza es una palabra humana: «La esperanza cristiana es la más rica apertura a la realidad, el más rico descubrimiento en la realidad, la mayor exaltación de la realidad que el hombre pueda conocer». El autor está comprometido con un examen apasionado del valor de las palabras que nos vinculan a Cristo y, continuamente reclamado por las preguntas de los jóvenes, establece un rico diálogo abierto a cualquiera que, incluso a través de la lectura, quiera participar.
Luigi Giussani (1922-2005), sacerdote milanés, es el fundador del movimiento eclesial Comunión y Liberación. Cursó sus estudios en la Facultad de Teología de Venegono, donde fue profesor durante algunos años. En los años cincuenta abandonó la enseñanza en el seminario para dar clases en un instituto de enseñanza media de Milán, el Liceo Berchet, donde permaneció hasta 1967. Desde 1964 hasta 1990 enseñó Introducción a la Teología en la Universidad Católica del Sacro Cuore de Milán.
Educador infatigable, Giussani publicó en el transcurso de su vida numerosos ensayos, pues como él mismo dijo, «sólo a través de la educación se construye un pueblo como conciencia unitaria y como civilización». En particular quiso mostrar «la razonabilidad y utilidad para el hombre moderno de esa respuesta al drama de la existencia que lleva por nombre 'acontecimiento cristiano'», ofreciendo dicha respuesta «como sincera contribución para una verdadera liberación de los jóvenes y de los adultos».
Como reconocimiento a su labor, en 1995 recibió el Premio Nacional para la Cultura Católica y, en diciembre de 1997, su libro El sentido religioso fue presentado en la ONU. Falleció en Milán el 22 de febrero de 2005. Siete años después, el 22 de febrero de 2012, se presentó la petición de apertura de su causa de beatificación y canonización, que fue aceptada por el Arzobispo de Milán. Encuentro ha publicado casi todas sus obras en español.
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* * * He insistido en que continuáramos un poco más el diálogo sobre la esperanza porque, aun siendo —como decía Charles Péguy58— la virtud más pequeña y joven, totalmente amparada y arrastrada por sus dos hermanas mayores —la fe y la caridad—, la esperanza es como una niña exigente, es lo más difícil de gobernar: porque un niño inteligente quiere respuestas claras, comprensibles para él y, por tanto, elementales, formuladas en expresiones sencillas; y, mientras siga con algún interrogante, no se queda quieto. Por eso dije: retomemos el diálogo sobre la esperanza, no porque vayamos a agotarlo con una hora más de preguntas y respuestas, sino porque es necesaria una cierta proporción con respecto al tiempo dado a otros temas; y, sobre todo, porque es necesario que esta palabra se clarifique lo mejor posible, ya que la creatividad y la felicidad y la alegría de la vida dependen de la esperanza. La dicha y la creatividad de la vida, más que de la fe y de la caridad, dependen de la esperanza. A decir verdad, también observaba otra cosa: no hay que venir aquí con el equipaje cerrado, cargado con nuestras preguntas agobiantes, con la intención de soltar lo que no se entiende, descargando sobre el ambiente el peso de lo que, de momento, resulta incomprensible en vuestra vida. No hay que venir aquí preocupados por las preguntas. El que acude preocupado por las preguntas, acude preocupado de sí mismo; y siendo esta la fórmula del pecado original, resulta destructiva. El problema es que no tenéis que venir aquí preocupados por vuestras preguntas, sino preocupados por la verdad. Preocupados por la verdad quiere decir preocupados por Jesús, porque Jesús es la verdad. Las propias preguntas, en cambio, son expresión de un momento, entre otras cosas, normalmente, creado de un modo artificioso, porque no es que uno no duerma por esa preocupación o sufra por no comprender del todo; uno no vive de eso, simplemente aprovecha la ocasión para soltar lo que, según él, carece de respuesta o está todavía pendiente de respuesta. Es muy importante —lo repito— entonces cómo llegáis aquí. No es tan importante cómo lográis formular vuestra pregunta, sino cómo llegáis aquí, con qué disposición de ánimo planteáis vuestra pregunta. ¡Lo que importa es el sujeto de la pregunta! No importa la formulación, sino que importas tú, importa cómo acudes aquí; entonces tu pregunta puede fácilmente ser la liberación de una angustia o la explicitación de una necesidad real que tienes. Porque la verdad es la respuesta a un problema que se está viviendo, es decir, a una experiencia. Es muy fácil saber cómo debo preguntar, basta con que mi pregunta sea sencilla. ¿Qué quiere decir que una pregunta es sencilla? Para ser verdadera, una pregunta debe ser sencilla. Una pregunta verdadera pone de manifiesto algo que te gustaría entender o que te gustaría vivir; su contenido debe ser algo que te apremia entender, que te apremia vivir, ¡no otras cosas! Para que una pregunta sea sencilla es necesario que no esconda nada detrás. Pasa lo mismo con la petición, incluso cuando es genérica: «Señor, ayúdame a tener esperanza», uno puede pedir así, ¿o no?; alguien que pide así, como podía pedir mi madre, es sencillo: «Señor, concédeme la esperanza», vislumbrando toda la amplitud del significado que adquiere esta palabra en la jerga de Cristo (jerga, porque solo él daba de este modo el significado y el peso a las palabras). Para ser sencilla, nuestra petición no debe ocultar nada. Parece lo contrario, o sea, que para no ocultar nada, una pregunta debe ser complicada. Y todos se empeñan en expresar las preguntas de manera retorcida, para no dejar nada por fuera (al estilo de cierta preocupación escrupulosa en la confesión, actitud que es la contraria a la del abad del Miguel Mañara, y a la que alude bellamente Teresa de Jesús59). Si alguien pregunta guardándose dentro un montón de «si», «pero», «quizá», o bien explicitando alguno —ya que los «si», «pero», «quizá» es imposible sacarlos todos—y normalmente explicita el que más le turba, entonces en su pregunta se insinúa un factor ajeno al contenido que se formula. Y resulta imposible que la pregunta obtenga respuesta; es decir, el encargado da una respuesta pero el corazón se queda encerrado en su castillo, atrincherado detrás de los «si», «pero», «quizá». Para hacer una pregunta basta que digas con sencillez lo que necesitas, sin guardarte ningún «si», «pero», «quizá»; sin que otro factor te ponga la zancadilla y te corte el paso haciéndote tropezar (porque la zancadilla que ponéis a la persona a la que preguntáis va contra vosotros mismos). ¿Está claro? Basta preguntar lo que te urge, lo que te apremia porque lo estás viviendo. Cualquier otro añadido, o lo que guardas escondido en los pliegues de tu pregunta, es un prejuicio que quieres defender y que te complica. Fijaos en lo que dice el abad en el Miguel Mañara: «¡Deja ya de darle vueltas a tus pecados! Todo esto no ha existido: ¡solo Él es!». No hay nada más que decir; si «solo Él es», plantea tu pregunta con sencillez, si has alcanzado ya una cierta simplicidad y limpieza de corazón; solo nos queda pedir a Dios que nos conceda conocerlo y amarlo. ¡Así se simplificaría todo en la vida! p. 146 La exigencia de felicidad que tiene el corazón del hombre se realizará de acuerdo con la forma que establezca el misterio de la gran Presencia. Y esta forma no es otra cosa que la misma gran Presencia: la forma es Cristo mismo. Intervención — Yo siento que debo entender mejor esta frase para renovar la decisión que tomé de seguir este camino. Muy justo. Reléela despacio. Intervención — «La exigencia de felicidad… La exigencia de felicidad. La exigencia de ser feliz: ¿te acuerdas de cuando te enamoraste de aquella chavala de dieciséis años? ¡Sigue! Intervención — …se realizará de acuerdo con la forma que establezca el misterio de la gran Presencia… El Misterio infinito es el que establece el comienzo y el destino de tu vida; la forma de ese destino la establece Él. ¡La ha establecido! Pero lo hizo de tal modo que pudieras encontrarte con Él y tener experiencia en este mundo de lo que Él es. ¡Sigue leyendo! Intervención — …y esta forma no es otra cosa que la misma gran Presencia: la forma es Cristo mismo». Cristo es la forma en que la gran Presencia se te manifiesta, se te da a conocer y te dice: «Yo soy tu felicidad». Mientras lo clavaban en la cruz, con su silencio Cristo decía: «Yo soy tu felicidad». Ninguno lo entendía, salvo la Virgen. Pero no era esa la modalidad definitiva, la forma final; la forma era él, que al día siguiente resucitaría, comenzando el cambio del universo entero, del mundo entero. No sé si habéis leído en Il Giornale una entrevista al conocido científico Tullio Regge60. Decía que él no tiene en absoluto necesidad de que exista Dios, no siente la necesidad de Dios. Como si uno que estuviese enfermo… ¿cómo se llama esa enfermedad en la que uno no siente las heridas y la sangre, de modo que sin que se dé cuenta pierde sangre por los pies hasta que muere? ¿Cómo se llama? ¡Faltan médicos aquí! Tenemos que preguntar a algún médico que nos aclare cómo se llama esa enfermedad (hace tiempo, siendo yo un joven sacerdote, vi morir a uno de estos enfermos, por eso me acuerdo). Es una enfermedad por la que no sientes dolor, de modo que puedes estar herido, perder toda tu sangre hasta morirte, y no te das ni cuenta. Querido señor Regge, ¡su lógica no se sostiene! Aunque usted no sienta necesidad de Dios, no quiere decir que Él no exista; por el contrario, es mucho más probable que si los hombres sienten esta necesidad, Él exista. Afirmar que su existencia sea pura fantasía, resulta mucho menos probable que lo contrario. La elección negativa es una pura opción. Porque si no existiese nada, pensar e imaginar resultaría un esfuerzo titánico; es más, ni siquiera sería posible. Si no hubiese formas en las que inspirarse, incluso para los pintores más modernos y nefastos, la noticia acerca de la fisonomía del hombre en las épocas futuras sería imposible; incluso renegar de las formas humanas naturales sería imposible sin la forma natural del hombre. Pero, ¿por dónde íbamos? ¿Cuál era la pregunta? Intervención — «La forma es Cristo mismo»: quisiera entenderlo mejor precisamente en referencia a la forma de la vocación, para afianzar mi decisión en este camino. Sí, la pregunta es muy clara. Y también creo que el aspecto inmediato de la respuesta está claro: «Tu felicidad soy yo», dice Dios, y Dios se hizo hombre; por eso «La forma de tu felicidad soy yo —dijo Cristo a la samaritana—. Si bebes de esta agua, nunca jamás tendrás sed, ¡para siempre!»61. Ese hombre pretendía ser Dios: «Sin mí no podéis hacer nada»62. Nada quiere decir nada, nada de nada. El punto de partida es clarísimo: hay un hombre sentado en un pozo que dice: «Yo soy el Dios que esperáis, yo». Juan y Andrés, aquella tarde, le oyeron hablar así: se quedaron tan tocados que ya no se separaron de él, aunque no le siguieran más que un puñado de personas. Se lo dijeron a sus esposas, a sus hijos, a sus tíos, a sus abuelos… de modo que la noticia andaba de boca en boca aunque no llegarían a ser...