Gilman | El maestro arquero | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 512 Seiten

Reihe: Narrativas Históricas

Gilman El maestro arquero

Una leyenda. Una batalla
1. Auflage 2016
ISBN: 978-84-350-4638-1
Verlag: EDHASA
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

Una leyenda. Una batalla

E-Book, Spanisch, 512 Seiten

Reihe: Narrativas Históricas

ISBN: 978-84-350-4638-1
Verlag: EDHASA
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



Inglaterra, 1346.Para Thomas Blackstone la elección es sencilla: o pender de la soga por un crimen que no ha cometido o tomar su arco de guerra y unirse al ejército del rey en su conquista de Francia. En sus diversos combates durante el recorrido por el norte de Francia, Blackstone aprenderá la lección: desde el terror y la confusión del primer ataque a la salvaje y brutal realidad de un asedio en medio de la cruel contienda. Aún superado en número, el ejército de Eduardo III decide enfrentarse al poderoso contingente de la nobleza francesa en el campo de Crécy. Crécy cambiará la historia de la guerra, y también cambiará el curso de la vida de Blackstone. Una batalla que significará sólo la primera fase de una leyenda: Blackstone, señor de la guerra, maestro arquero.

DAVID GILMAN Hombre polifacético: ha trabajado como bombero, fotógrafo, soldado del regimiento de paracaidistas Reconnaisance Platoon e incluso como director de marketing en una editorial sudafricana. También ha escrito muchos guiones para la televisión, entre los que destacan sus historia A Touch of Frost. Durante muchos años ha vivido y viajado por todo el mundo buscando inspiración para sus series y novelas. En la actualidad, David vive en Devonshire con su mujer, tres gatos y un Land Rover viejo.

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PRÓLOGO El enorme estandarte parecía cubrir el cielo, ondeando en la fresca brisa que descendía de las majestuosas cumbres nevadas. La enseña se enroscaba y flameaba en lo alto de la fortaleza, haciendo más vívida la imagen de una serpiente que engullía el torso desnudo de un niño. El sinuoso cuerpo devoraba a su presa en un símbolo de poder y autoridad, advirtiendo que la muerte aguardaba a todo aquel que osara oponerse a la voluntad de la familia Visconti, señores de Verona. Tras los muros de aquella fortaleza, se hallaba un asesino cruel e implacable que en su día había servido al rey Juan de Francia, pero que ahora disponía de su propio ejército de mercenarios, hombres que en su afán de muerte y pillaje se dedicaban a continuar la guerra bajo la bandera de los Visconti. Más de quinientos de aquellos despiadados soldados aguardaban en los flancos del castillo la orden de ataque para aniquilar a los doscientos hombres que permanecían a la espera, a unos trescientos pasos de la solitaria figura de un inglés llamado Thomas Blackstone. Su escudo, tan maltrecho como su cuerpo, mostraba las cicatrices de la guerra, pero el deseo de venganza sobrepasaba su cansancio después de haber perseguido al asesino por toda Francia hasta las estribaciones de Italia. El francés había matado a su gente y tenía cautiva a su familia. Y sus doscientos hombres estaban dispuestos a morir, pero, si Blackstone conservaba la menor esperanza de volver a ver vivos a los suyos, deberían resistir. Antes, él tendría que afrontar el desafío de un combate singular, por eso aguardaba a unos pasos de sus hombres a que se abrieran las puertas de hierro y salieran los caballeros a los que debería derrotar antes de medirse con el asesino..., si las heridas o la muerte no lo reclamaban primero. Su caballo de guerra mordió el bocado y piafó nervioso, pero el jinete lo tranquilizó un poco para que relajara la postura de ataque. La suave brisa traía un aroma de enebro. Hubiera sido un día casi perfecto, de no ser por la inevitabilidad de la muerte. Thomas Blackstone se volvió en la silla y miró a sus hombres; algunos de ellos lo habían acompañado durante los últimos diez años. ¿Sólo había pasado una década desde que zarpó hacia Francia, siendo apenas un muchacho de dieciséis años? La aldea inglesa donde nació, con sus pequeñas chozas de tejados de paja y brezo y sus verdes prados, no era más que un recuerdo velado. Había visto suficiente muerte para diez vidas. Mil voces rugieron cuando cuatro jinetes salieron a la carga desde el castillo. Blackstone espoleó a su cabalgadura. Todos aquellos años de matanzas lo habían llevado a ese momento y a aquel lugar. * * * El Destino, con sus compañeros de viaje, la Mala Suerte y la Calamidad llegaron a la puerta de Thomas Blackstone en una fría y brumosa mañana del día de San Guillermo de 1346. Simon Chandler, mayoral del señorío de lord Marldon, que se había impuesto la tarea de mensajero, no tenía nada contra el joven cantero que vivía en una de las aldeas de su señor. Si advertía al joven Thomas de la orden judicial que pesaba sobre su hermano, quedaría bien con su señor y aparentaría ser menos ruin de lo que era en realidad. Además le estaría dando al muchacho la oportunidad de huir antes de que lo ahorcaran, porque sin duda lo ahorcarían por la violación y el asesinato de Sarah, la hija de Malcolm Parish de la aldea vecina. –¿Thomas? –lo llamó Chandler mientras ataba su caballo al poste–. ¿Dónde está ese cabestro mudo que tienes por hermano? ¡Thomas! La casa sólo contaba con una habitación de unos veinte pies de largo. Las paredes de adobe estaban hechas de barro y paja mezclados con excrementos de animales, y el empinado tejado a dos aguas hecho de carrizo y brezo, por el que salía el humo del hogar, se veía viejo y cubierto de moho. Chandler se agachó por debajo del alero para golpear la puerta con bisagras de hierro. Una figura surgió entre la niebla a un lado de la casa. –Habéis salido muy temprano hoy, maese Chandler –dijo el muchacho, que iba cargado con una brazada de leña y miraba con cautela al capataz de lord Marldon. Aquel hombre no iba por allí sin un motivo, y su presencia sólo podía traerles problemas. Thomas Blackstone era bastante alto y, habiendo sido aprendiz en la cantera desde los siete años, tenía la complexión de un hombre adulto que ejercitaba sin cesar su cuerpo en un trabajo duro. Su cabello oscuro enmarcaba un rostro franco, y sus ojos castaños no reflejaban ni un ápice de mezquindad. Con dieciséis años, delgado y curtido por el sol, tenía un tono que casi hacía juego con su casaca de cuero y le hacía parecer mayor. –He venido a avisarte. Hay una orden de arresto contra tu hermano. Los hombres del alguacil ya están en camino. No te queda mucho tiempo. Blackstone escrutó la niebla que había empezado a disiparse, una hora más y el sol de la mañana la habría consumido por completo. Aguzó el oído por si le llegaba el ruido de los cascos de los caballos. Los jinetes vendrían por el sendero de los surcos, y las piedras tintinearían por el impacto de los cascos herrados. Reinaba el silencio, roto apenas por el canto matinal de algún gallo. La casa estaba a las afueras de la aldea; si quisiera huir, podría internarse en el bosque con su hermano y atravesar las colinas sin ser visto. –¿De qué se le acusa? –De la violación y el asesinato de Sarah Flaxley. Blackstone sintió cómo se le revolvía el estómago, pero su expresión no delató nada. –Él no ha hecho nada malo. No tenemos por qué huir, pero os agradezco la advertencia –repuso el joven mientras dejaba la leña junto a la puerta. –Por el amor de Dios, Thomas, sé que su señoría no querría que le sucediera nada malo a tu hermano. Tú eres el mayor, y desde que vuestro padre murió lord Marldon os ha tratado siempre con bondad, pero a ti también te harán responsable del crimen. Te ahorcarán con él. –¿Sigue interesado vuestro primo en traer sus rebaños a pacer por estas tierras? Resultaría muy conveniente que Richard y yo nos echáramos al monte como dos fugitivos. Nuestros diez acres le vendrían muy bien. Chandler sintió una punzada por la veracidad de la acusación. –¡Estás loco! Lord Marldon no podrá protegerte de esto. –Mi señor dice siempre que un hombre inocente no tiene nada que temer. Chandler desató las riendas del poste y montó sobre su caballo. –¿Te acuerdas de Henry Drayman? Un hombre aborrecido en media docena de pueblos del condado. Un bruto de veintitantos años que jugaba a lo que fuera con tal de conseguir una victoria fácil, tanto daba que fuesen peleas de gallos o partidas de dados. Su hermano lo había vencido en repetidas ocasiones en las competiciones de tiro al arco, pero la pasada Pascua Drayman había sufrido una completa humillación a manos de Richard cuando éste lo venció en una pelea cuerpo a cuerpo. Viéndose superado por un chico al que doblaba en edad, Drayman juró venganza y ahora se la estaba tomando. –Ese engendro de la naturaleza que tienes por hermano colgará mañana de una soga. Rebuznará de terror, como el malnacido que es. Blackstone dio un paso al frente, agarró las riendas del caballo sin el menor esfuerzo y las retorció, dejando la mano de Chandler atrapada en una tenaza de cuero. El mayoral hizo un gesto de dolor. –Respeto vuestro oficio, maese Chandler. Servís a su señoría con diligencia, y os rogaría que le aseguréis que ni mi hermano ni yo hemos mancillado su gran nombre. Soltó las riendas, y Chandler apartó al caballo. –Cogieron a Drayman con los lazos de la muchacha y encontraron el cuerpo en los trigales del propio Flaxley. ¿No es ahí dónde solíais llevarla tu hermano y tú? ¡Santo Dios, si el pueblo entero fornicaba con ella!, pero Drayman confesó ayer..., poco antes de que lo ahorcaran. En ese instante, Blackstone supo que no habría forma de escapar del tribunal del condado. Un hombre condenado a muerte podía acusar a sus enemigos por apelación, o implicar a alguien más en el crimen mediante aprobación. La tortura era ilegal bajo el mandato de rey Eduardo III, pero los que ostentaban el poder y la autoridad de la jurisdicción local no tenían demasiados escrúpulos en recurrir a ella para asegurarse una confesión. Tras haber pasado una semana atado a una estaca, completamente desnudo y abandonado a su propia inmundicia, sufriendo hambre y sed, la paliza que los hombres del alguacil le propinaron a Drayman había acabado por quebrantarle el espíritu y soltarle la lengua. Su vida estaba acabada, pero por encima del dolor y la agonía todavía quedaba en él la suficiente maldad. Dejaría este mundo llevándose por delante a alguien más. A un enemigo. A aquel que lo había humillado y cuyo nombre llevaba grabado en el corazón como si se lo hubieran cincelado allí. Chandler sonrió. –El precio de la lana está en alza. Mi primo tendrá sus ovejas en tus tierras en menos de una semana. Azuzó al caballo y se fue por el sendero al trote. El humo de la madera encapotado por la niebla ascendía sinuosamente en busca de una vía de escape. No había ninguna. Blackstone sabía que el condenado al que acababan de ahorcar había consumado su venganza. Y ahora el ruido de los cascos de caballos se acercaba. Era demasiado tarde para huir. * * * Blackstone tuvo tiempo de avisar a su hermano para que...



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