García del Muro Solans | Good bye, verdad (epub) | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 256 Seiten

Reihe: eMilenio

García del Muro Solans Good bye, verdad (epub)

Una aproximación a la posverdad
1. Auflage 2023
ISBN: 978-84-19884-20-6
Verlag: Milenio Publicaciones
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

Una aproximación a la posverdad

E-Book, Spanisch, 256 Seiten

Reihe: eMilenio

ISBN: 978-84-19884-20-6
Verlag: Milenio Publicaciones
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



La verdad parece que se ha convertido en una más de las mercancías que tenemos a nuestro alcance: actuamos como si estuviéramos convencidos de que podemos adquirir la verdad que más nos convenga, la más cómoda, la que menos desestabilice nuestros prejuicios. Es lo que se conoce como posverdad, un concepto que ha conectado de manera admirable con el consumismo que caracteriza la cultura actual. La validez de un discurso no tiene ya nada que ver con antiguas adecuaciones entre lo que se dice y la realidad de los hechos. Tiene que ver con el poder. La verdad del discurso solo depende de que tengamos suficiente poder para comprarla y, después, para hacerla valer, para imponerla. La voluntad liberadora que conllevaba el good bye a la verdad, en realidad, ha sido bien paradójica: ha contribuido a liberar aquellos que ya eran libres (y a someter todavía un poco más aquellos a quienes, en teoría, debía liberar).

Joan Garcia del Muro Solans (Lleida, 1961), catedrático de Filosofía y profesor en la Facultad de Filosofía de la Universidad Ramon Llull. Entre sus obras destacan: Ser y conocer (1994), Història de la filosofia (1997), El pensament ferit (premio de la Mancomunitat de la Ribera Alta 1999), Totalitarisme postmodern (premio Ernest Lluch a la Cultura i als Drets Humans 2002), Ficcions còmplices (premio Joan Fuster 2003), Com ens enganyem (premio Mancomunitat de la Ribera Alta 2007), Menú del dia: carn de canó (premio Sant Miquel d'Engolasters 2009), La generación easy o de la educación en la era del vacío (premio Joan Profitós 2013), Soldats del no-res (premio Joan Fuster 2016).
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Introducción

El filósofo italiano Gianni Vattimo dedica su último libro, Adiós a la verdad,1 a deshacerse de cualquier rastro de la noción de verdad como adecuación entre el discurso y los hechos reales. Es, piensa, una idea de verdad anquilosada que equivale a dominación, a imposición por la fuerza y, en definitiva, a fundamentalismo. En la introducción lleva a cabo una declaración de principios solemne: “Este adiós a la verdad es, pues, el principio y la base misma de la democracia”. Despedirse de la verdad es condición necesaria para fundamentar la democracia.

El propósito de mi libro es establecer un diálogo con el pensador italiano. Bueno, en realidad es intentar defender, exactamente, la tesis contraria a la de Gianni Vattimo: el adiós a la verdad puede convertirse en un obstáculo casi insalvable para la praxis democrática. Despedirse de la verdad comporta despedirse, también, de la confianza en la palabra, de la posibilidad de rebelarse contra la mentira y, por ello, del pensamiento crítico y, en definitiva, del ejercicio de una política democrática.

Podríamos considerarlo, probablemente, uno de los últimos efectos secundarios de Auschwitz: impresionados por la monstruosidad de aquello que acababa de pasar, los filósofos del último tercio del siglo xx se dedicaron a celebrar el adiós a la verdad. El mejor antídoto contra la barbarie del totalitarismo, pensaban, era acabar con las viejas tentaciones dogmáticas y debilitar al máximo la noción de verdad, hasta llegar a diluirla. Si los totalitarismos habían sido, en esencia, un inflacionismo de la verdad, el hecho de enterrar la verdad imposibilitaría el renacimiento del totalitarismo. Perro muerto, se acabó la rabia, parecía que era su lema.

Pero el devenir de la política, estos últimos años, parece empeñado en mostrar que la cosa no era tan simple. Es patente que, Perro muerto, se acabó la rabia, que si matamos al perro ya no nos transmitirá la rabia como lo hizo en el siglo pasado, pero la muerte del perro no ha sido la solución definitiva. Al morir, han ido apareciendo otros inconvenientes imprevistos que se derivan, justamente, de su ausencia. Es el tema del presente libro: después del adiós a la verdad lo que ha sobrevenido ha sido la posverdad. Y, quizás, lo que ha llegado con la posverdad no ha sido exactamente la pureza democrática, sino un nuevo totalitarismo suave que ha sabido adaptarse maravillosamente bien a los tiempos que corren. Se trata de un totalitarismo que, comparado con los viejos fascismos, comunismos y nazismos, parece un totalitarismo insustancial, casi banal. Vacío de contenidos, de grandes ideales e, incluso, de ideologías mínimamente trabajadas. Un totalitarismo digital, de cara amable, que nos ha atrapado desprevenidos. Un totalitarismo fácil. Si a lo largo del siglo pasado los totalitarismos, para triunfar y mantenerse, tuvieron que apoyarse en gigantescos aparatos de represión, tuvieron que asesinar a millones de personas, hoy en día parece que idear mecanismos totalitarios sale extraordinariamente barato. Un totalitarismo de algoritmos, de tuits y de alternative facts.

En el ámbito anglosajón, especialmente en Estados Unidos, donde están sufriendo de una manera más directa (y más burda) las políticas de la posverdad, está desarrollándose una interesantísima polémica periodística sobre la cuestión.2 Tratándose de un asunto de indudables implicaciones filosóficas, extraña, no obstante, que los filósofos más influyentes no se hayan implicado todavía. Es una ausencia clamorosa. Parece como si la amenaza de la posverdad nos hubiera alcanzado, a todos, con el pie cambiado. Como si el desarme intelectual al que se sometió la filosofía después de los campos de exterminio hubiera dejado a los filósofos sin instrumentos para construir una alternativa seria a este nuevo fenómeno. Como si el pensamiento débil no tuviera fuerza suficiente para enfrentarse al huracán de la posverdad.

Si uno lleva a cabo una búsqueda rápida en Google, constatará que, salvo alguna excepción,3 en nuestro país parece como si la noción de posverdad fuera poco más que un arma arrojadiza que se utiliza para desacreditar a los adversarios políticos, para acusarlos de mentir. Una muestra: en las últimas primarias del PSOE, hubo un atardecer en que dos de los candidatos principales estaban, en sus actos electorales respectivos, denunciando simultáneamente las posverdades de su adversario. Pedro acusaba a Patxi de utilizar posverdades mientras que Patxi acusaba a Pedro.

Posverdad se ha convertido en una palabra de aquellas que se cita hasta la saciedad. No hay día en que no aparezca en los medios de comunicación, sobre todo en editoriales y artículos de opinión. Siempre en el mismo sentido: acusando a alguien de practicarla, es decir, de mentir o, más exactamente, acusándolo de desatender a los hechos objetivos e intentar manipular la opinión pública suscitando emociones. Y en la mayor parte de los casos, las acusaciones están bien fundamentadas. Esto es lo más grave. La posverdad se practica. Sin embargo, no se reflexiona sobre ella con la toda la pausa que sería conveniente. Así pues, la posverdad se predica y se practica, pero no se piensa lo suficiente. Y es, como decía al principio, porque buena parte de aquellos a los que, teóricamente, les correspondería llevar a cabo esta discusión han sido, en cierta medida, agentes activos que han contribuido a crear las condiciones de posibilidad del advenimiento de la posverdad.

Esto ayudaría a entender tomas de posición tan sorprendentes como, por ejemplo, la de Vattimo que, en Adiós a la verdad, se lamenta del hecho de que a la gente de la calle aún nos escandalicen mentiras tan clamorosas como la de las célebres armas de destrucción masiva de Irak: “Este crepúsculo de la idea de verdad objetiva en la filosofía y la epistemología aún no parece haber entrado en la mentalidad común, la que aún se encuentra muy ligada, como nos enseña el escándalo de los mentirosos Bush y Blair, a la idea de algo verdadero como descripción objetiva de los hechos. Quizá pasa un poco como con el heliocentrismo: todos seguimos diciendo que el Sol se pone, a pesar de que es la Tierra la que se mueve; o bien, mejor aún, como decía Friedrich Nietzsche: Dios ha muerto pero la noticia no ha llegado aún a todos”.4 Vattimo confiesa que se siente como los heliocentristas del renacimiento: avanzado a su tiempo e incomprendido por la gente ignorante, la que se guía por el sentido común, la que todavía cree que tiene derecho a no ser engañada. La gente de la calle somos como los medievales que se aferraban, recalcitrantes, a la creencia que la Tierra es plana. La verdad no existe, pero la noticia no ha llegado todavía a todos. Nosotros, en nuestra oscuridad, todavía seguimos creyendo en ella. La de Vattimo parece una confesión poco humilde o, en todo caso, poco adecuada a los tiempos que corren.

Exactamente como si contraprogramase deliberadamente el célebre eslogan de la serie de televisión Expediente X, Richard Rorty formula de manera concisa el principio epistemológico del posmodernismo: “La verdad no está ahí fuera”.5

Podría detectarse, en la filosofía reciente, la confluencia de una serie de factores que han culminado en este inquietante adiós a la verdad. Ninguno de ellos puede considerarse responsable directo y único, pero la encrucijada de todos ellos, en el movimiento posmoderno, ha constituido una excelente puerta de acceso a la era de la posverdad. Los más significativos, de estos factores, son cuatro: desprestigio del pensamiento racional, relativismo radical, emotivismo y pragmatismo. La confluencia de los cuatro, en el pensamiento de los autores posmodernos, ha propiciado un cuestionamiento de la razón, una exaltación de las emociones y de la irracionalidad, una desvalorización de los hechos en favor de las interpretaciones y una definición de verdad en función del interés, que se han constituido en condiciones de posibilidad de la política de la posverdad. Y, claro, los pensadores inmersos en tales movimientos, los pensadores que han construido sus teorías en función de estas premisas, difícilmente podrán levantar la voz y aportar argumentos sólidos para oponerse, ahora, al desastre de la posverdad.

La teoría del conocimiento posmoderna había apostado por una huida de la realidad objetiva, un repliegue en las profundidades de la emotividad personal y, finalmente, un retorno al mundo haciendo valer, con humildad epistemológica, aquellos criterios puramente subjetivos que había hallado en el fondo del propio sentimiento. Es un proceso que no es nuevo: los poetas románticos habían vivido, de manera menos humilde pero más trágica, este repliegue-despliegue. La diferencia es que, mientras que los románticos, en el retorno a la realidad, universalizaban aquello que habían encontrado en su interior, los pensadores posmodernos, más coherentes con el proceso, renuncian a aquel afán universalizador de la propia subjetividad. Si has renunciado a la objetividad, no quieras retornar, más tarde, haciendo trampa: haciendo pasar tu emoción subjetiva por un dogma universal. Los posmodernos renuncian a la trampa que representaba reconstruir el mundo perdido, renuncian al consuelo ilusorio de Hölderlin y Keats de fabricar un mundo aparentemente racional a partir de la propia irracionalidad. Se trata de una trampa que, convenientemente...



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