E-Book, Spanisch, Band 183, 128 Seiten
Reihe: Educación Hoy Estudios
Galán-Casado / Moraleda El aula inteligente
1. Auflage 2023
ISBN: 978-84-277-3127-1
Verlag: Narcea Ediciones
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
Aprender en el tercer milenio
E-Book, Spanisch, Band 183, 128 Seiten
Reihe: Educación Hoy Estudios
ISBN: 978-84-277-3127-1
Verlag: Narcea Ediciones
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
Diego Galán-Casado es Licenciado en Pedagogía y Doctor en Pedagogía por la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido profesor de la Facultad de Educación de la Universidad Camilo José Cela, impartiendo docencia en las titulaciones de Magisterio en Educación Infantil, Magisterio en Educación Primaria y en el Máster Universitario en Educación Secundaria. Es evaluador externo de revistas científicas nacionales e internacionales. Actualmente desarrolla su actividad laboral e investigadora como profesor Ayudante Doctor en el Departamento de Teoría de la Educación y Pedagogía Social de la UNED. Álvaro Moraleda es Licenciado en Pedagogía, con aporte al Departamento de Teoría e Historia de la Educación, Doctor en Educación por la Universidad Complutense de Madrid y premio extraordinario de doctorado. Posee experiencia docente en Universidades (Grado Infantil y Primaria, y Máster en ELE, Secundaria, Dirección, entre otros), en las líneas de inteligencia emocional y métodos de investigación estadística educativa. Actualmente, ostenta la Coordinación de investigación de la Facultad de Educación de la Universidad Camilo José Cela. Posee una interesante trayectoria en publicaciones científicas y forma parte de varios grupos de investigación.
Autoren/Hrsg.
Weitere Infos & Material
1 La educación en la sociedad actual. El modelo del Aula Inteligente en la Institución Educativa SEK
Carlos Magro
Daniela Kemeny
Guadalupe Sánchez
Esther Robles
La educación en una sociedad en constante cambio y evolución
Vivimos en una época global, postnacional, postindustrial, líquida, desbocada e incierta. En una sociedad cambiante, innovadora, abundante y veloz, pero también incierta, frágil y fragmentaria. Una sociedad del riesgo (Beck, 1998), atravesada por megatendencias como el cambio climático; los cambios demográficos, y en particular las migraciones y el envejecimiento en algunas partes del mundo; una urbanización destructora; el impacto de las tecnologías digitales y la cuarta revolución industrial; y, sobre todo, el crecimiento desbocado de las desigualdades (UN, 2020). Una sociedad donde lo único que permanece es el cambio. Una sociedad, en la que, como decía Zygmunt Bauman (2001, p. 224), “cada uno de los puntos de orientación que hicieron que el mundo pareciera sólido y que favorecían la lógica en la selección de estrategias de vida: los trabajos, las habilidades, las asociaciones humanas, los modelos de propiedad, las visiones de la salud y la enfermedad, los valores que valía la pena perseguir y las formas probadas de perseguirlos, todos estos y muchos más puntos de orientación, antes estables, parecen estar cambiando”.
Todo indica que estamos más cerca de un cambio de época que de una época de cambios. Un cambio de época que nos provoca incertidumbre y miedo, y nos obliga a tomar constantemente decisiones bajo condiciones de ignorancia.
Vivimos, también, rodeados de una desigual abundancia que, paradójicamente, nos produce malestar (Davies, 2019). Los más afortunados, vivimos bajo la presión de lo que Barry Schwartz (2004) denominó la paradoja de la elección. Para algunos, el reto no es tanto gestionar la escasez como superar la parálisis que provoca la abundancia. Abundancia, por ejemplo, de datos, información y conocimiento, convertidos en las últimas décadas en las fuentes primarias de la productividad económica, en recursos fundamentales para las organizaciones y en signo distintivo de la empleabilidad de las personas. Pero abundancia, también, que esconde nuestras ignorancias y escaseces. Porque para otros muchos, el reto sigue siendo gestionar lo que no tienen, gestionar la escasez, la falta de trabajo, la pobreza, la exclusión y la invisibilidad de sus vidas, pero también de sus epistemes, de sus modos de vida y sus saberes (Sousa Santos, 2019). Cada sociedad es responsable de sus conocimientos y sus ignorancias.
Cada sociedad es responsable de lo que muestra y de lo que esconde (Broncano, 2019); de lo que deja en la oscuridad, o de a quienes deja en la penumbra, y de aquello que ilustra y aquellos a quienes ilumina. De lo que dice o permite que se diga, y de lo que calla o a quienes decide acallar. No olvidemos tampoco, como dice Boaventura de Sousa Santos (2019), que la incertidumbre, el miedo y la esperanza no están igualmente distribuidos entre todos los grupos sociales.
Vivimos en una sociedad del conocimiento atravesada por una profunda paradoja. Esta sociedad del conocimiento, como afirma Michel Serres (2014), ha acabado con la autoridad del conocimiento. De hecho, como sostenía Edgar Morin (2000, p.72) “la mayor aportación del conocimiento del siglo XX ha sido el conocimiento de los límites del conocimiento”. Parece que nuestra sociedad ha efectuado una radical transformación de la idea de saber, hasta el punto de que cabría denominarla con propiedad la sociedad del desconocimiento, mantiene el filósofo Daniel Innerarity (2008), para quien nuestra sociedad, la sociedad del conocimiento, sería “una sociedad que es cada vez más consciente de su no-saber y que progresa, más que aumentando sus conocimientos, aprendiendo a gestionar el desconocimiento en sus diversas manifestaciones: inseguridad, verosimilitud, riesgo e incertidumbre”. Nuestra sociedad del conocimiento es también una enorme fábrica de ignorancia estratégica y de desinformación sistémica (Broncano, 2019). Hay todo un no-saber que es producido por la ciencia misma. El avance del conocimiento aumenta proporcionalmente el de los no-saberes (Ravetz, 1990). Lo que no se sabe, el saber inseguro, las formas de saber no científico y las ignorancias no han de considerarse como fenómenos imperfectos sino como activos en un nuevo ecosistema de aprendizaje.
En este contexto, aprender se ha vuelto una actividad imprescindible, y en consecuencia también enseñar y educar. El oficio de enseñar es más complejo que nunca. Y al igual que enseñar no es solo transmitir contenidos, aprender hoy no es tanto apropiarse de la verdad como ser capaces de dialogar con la incertidumbre. Aprender hoy es saber navegar en un océano de incertidumbres a través de archipiélagos de certeza (Morin, 1999), actuar sin saber qué sucederá, vivir en la incerteza sin sentirse inseguro, saber qué hacer cuando no sabemos qué hacer. Aprender significa tomar decisiones sobre qué es lo relevante y lo irrelevante, hacia dónde mirar y cuándo y sobre qué velar la mirada, a quién escuchar y qué colectivos ignorar (Broncano, 2019).
Aprender es saber mirar, prestar atención, hacerse preguntas, no aceptar sin más lo dado. La educación nos debe permitir “ser, preguntar, discutir, intervenir; en suma, ser un humano decente”, decía Freire (2016, p. 75). Educar es enseñar a poner el foco en los problemas, las preguntas, el cuestionamiento y la crítica de la realidad.
Nunca aprendemos nada totalmente solos. Aprender demanda la interacción e intercambio activo con otros, por lo que propiciar la posibilidad de intercambios, las acciones compartidas, el hacer juntos y el lenguaje colectivo son también acciones esenciales. Aprender requiere sentirse apoyado y legitimado, saber que se tiene el derecho a ser curioso, a discutir, a llevar la contraria, a imaginar cómo las cosas podrían ser de otra manera. Aprender es también poder hacernos colectivamente preguntas incómodas. Aprender juntos sería buscar respuestas a preguntas que nos interesan, abordar colectivamente lo que nos pasa. En este mundo incierto, la función principal de la educación es dotarnos de conocimientos relevantes y pertinentes, de las habilidades y la confianza necesarias para afrontar bien esta incertidumbre y enfrentar los desafíos del mundo que los rodea. Educar es favorecer el desarrollo de nuestras potencialidades de manera que seamos capaces de valorar y participar en el mundo que nos ha tocado vivir.
Pero uno de nuestros mayores fracasos, por no decir nuestro mayor fracaso, es precisamente nuestra incapacidad para incluir a todos y todas en este ecosistema de aprendizaje. Para garantizar el derecho a la educación ya no nos basta con garantizar la escolarización. Garantizar el derecho a la educación, supone trabajar por una educación que no excluya a nadie; que ayude a aminorar las desigualdades; que atienda las múltiples diversidades que existen en la sociedad, en los centros educativos y en nuestras aulas; que sea capaz de ofrecer a todos y todas las máximas oportunidades para desarrollarse en todos los ámbitos de su vida personal, social, académica y profesional, sean cuales sean sus condiciones de partida y sus circunstancias particulares. Que permita a todos aprender. El reto que tenemos es garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos.
Algo imposible de alcanzar mientras no seamos plenamente conscientes de que la desigualdad socioeconómica genera desigualdad educativa y que el fracaso escolar es una consecuencia de nuestro fracaso social. Y que, si algo caracteriza, desgraciadamente, nuestra sociedad en estas primeras décadas del siglo XXI es que, desgraciadamente, la desigualdad está desbocada. El fracaso escolar (abandono temprano, repetición, no titulación, bajos niveles competenciales...) es el resultado de nuestra incapacidad, como sociedad, para resolver el desafío de la inclusión y la diversidad. Sin equidad no puede haber un proceso educativo exitoso (Rodríguez-Martínez, 2019). Sin equidad social, no hay calidad educativa posible (Martínez, 2017). Los retos educativos no son solo educativos. Son, ante todo, retos sociales.
Paradójicamente, mientras que la pobreza mundial ha disminuido sustancialmente y se ha alcanzado una mayor esperanza de vida, la comunidad mundial no ha logrado erradicar los conflictos y las guerras. Los avances en prosperidad se han compartido de manera desigual, y muchas de las personas y países que han escapado de la pobreza extrema corren el riesgo de retroceder por falta de estructuras socioeconómicas sólidas y resilientes para proteger sus avances.
De hecho, desde los años 80, la desigualdad de ingresos se ha...