E-Book, Spanisch, 288 Seiten
Galateria Condenados a escribir
1. Auflage 2025
ISBN: 978-84-19581-84-6
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Escritores entre rejas
E-Book, Spanisch, 288 Seiten
ISBN: 978-84-19581-84-6
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Un heterodoxo breviario de la autora de Trabajos forzados que desvela la peripecia de algunos astros de la literatura que en algún momento de su vida dieron con sus huesos en la cárcel. Atraco a mano armada, difamación, asesinato, conspiración, sustracción de obras de arte, composición de poemas elegiacos a la muerte de Hitler. De Verlaine a Burroughs, de Norman Mailer a Hans Fallada, de Giacomo Casanova a Curzio Malaparte, muchos han sido los literatos que, a lo largo de la historia, han purgado sus ofensas y delitos en la cárcel. Y han sobrevivido para contarlo. Chester Himes o Jean Genet se pasaron buena parte de su vida en el fondo de un calabozo infecto. Otros, como el Marqués de Sade o Heinrich von Kleist, iniciaron sus carreras literarias tras los barrotes de una prisión. Incluso se han dado casos, como los de Louise Michel o Goliarda Sapienza, de escritoras que experimentaron una irónica sensación de emancipación y libertad tras entrar en presidio. De un modo u otro, la cárcel ha marcado la obra de aquellos que pasaron por ella, porque la imaginación crece cuando es prisionera, y, sobre todo, crece el deseo. Daria Galateria nos invita a un erudito y divertido peregrinaje de celda en celda: desde las oscuras y húmedas estancias donde sufrieron y amaron Voltaire y Diderot, hasta los calabozos que acogieron a William Burroughs o Ezra Pound. CRÍTICA «Galateria firma un ensayo impresionante sobre las maravillas de la imaginación entre rejas.» -La Stampa «Deberían conseguir este libro de inmediato y deslizarlo en su bolsillo para leerlo poco a poco, como se hace con los clásicos.» -Il Foglio «Una lectura amena, vivaz y nunca pedante.» -La Balena Bianca «Daria Galateria despliega un abanico de destinos diferentes para los escritores unidos por una última parada: la celda. Con finura y sabiduría, Daria Galateria traza una persecución humeante que recorre varios siglos.» -Pietrangelo Buttafuoco, La Repubblica
Daria Galateria nació en Roma en 1950. Profesora de literatura francesa en la Universidad La Sapienza de Roma, ha dedicado gran parte de su labor de investigación a las memorias, especialmente de mujeres de los siglos XVII y XVIII. Editó para Mondadori la edición canónica en italiano de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, y ha traducido a autores como Diderot, Anatole France, Radiguet, Jean Giono y Paul Morand. Entre sus obras originales figuran París 1789 (1989), Fugues du Roi Soleil (1996, Premio Grinzane Cavour), Condenados a escribir (Escritores entre rejas) (2000; Impedimenta, 2025), Entre nous (2002), Trabajos forzados (Los otros oficios de los escritores) (2007; Impedimenta, 2011), L'etiquette à la court de Versailles (2016, Flammarion, 2017) e Il bestiario de Proust (2022). En 2005 fue nombrada Officier de l'Ordre des Arts et des Lettres en Francia y desde 2021 es miembro del jurado del Premio Campiello. Actualmente, colabora en diversos programas de la RAI y La Repubblica.
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UNA CELDA: QUÉ MEJOR INSPIRACIÓN «En la lentitud del tiempo de la cárcel, la imaginación crece como una secuoya», sentencia Chester Himes, que antes se dedicaba al robo a mano armada y en prisión despertó como escritor de hard boiled. Ya fueran delincuentes comunes o presos que habían terminado allí por casualidad, el caso es que fueron muchos los literatos que se beneficiaron de su paso por la cárcel, de vivir en tan reducido espacio durante un tiempo más o menos largo. Kleist era un lunático; no obstante, encerrado en la terrorífica e inaccesible fortaleza militar de Joux, confesaría hallarse en un inmejorable estado de salud, retomaría la escritura y, de hecho, los tenebrosos ambientes del castillo le sugerirían la escenografía perfecta para el estupro de La Marquesa de O, una de las historias de amor más deliciosas de la literatura. Además, en una celda vecina ocupada por un amigo suyo había muerto hacía poco un general caribeño de raza negra, héroe de la independencia dominicana. Kleist se interesaría por sus circunstancias y acabaría escribiendo la enternecedora Los esponsales de Santo Domingo. Giuseppe Berto encontró su camino en Texas: había llegado al campo de Hereford siendo dannunziano y salió de allí embebido en la narrativa norteamericana contemporánea. Sin otras necesidades que lo esclavizaran, muy pronto las condiciones de su estancia le resultaron «extraordinariamente favorables» para el desarrollo de su espíritu, y su barracón se convirtió en un foro de intelectuales que le enseñaron a escribir en un estilo moderno. También concienzudos pensadores sucumbieron en tal situación a la vocación literaria, y un entregado al Risorgimento como Luigi Settembrini compuso en la roca de Santo Stefano una historia homoerótica revestida de un elegante helenismo. Jean Genet dio comienzo a su oficio de escritor mientras estaba encarcelado, cosa que ocurría a menudo. Le asignaron la tarea de fabricar bolsas para el pan, y usó el papel de los saquitos para ponerse a escribir cinco novelas de golpe: si los vigilantes se las confiscaban, él comenzaba de nuevo. «El campo fue una diversión inigualable», escribió Wodehouse a un amigo. Plum, un tipo más bien solitario, disfrutó en aquel lugar de una socialización «infantiloide», entre británicos convenientemente educados que susurraban un «I beg your pardon» apenas tropezaban contigo por descuido. Por mucho que los debilitara el hambre —«un ligero resfriado se habría llevado por delante a la mitad»—, no fueron pocos quienes consiguieron, en cambio, sanar de enfermedades anteriores: un caballero de acento oxoniense afirmaba que aquella vida en Toszek, Polonia, le había curado la rodilla, y Wodehouse no tuvo más remedio que admitir que su dedo reumático por fin se doblaba (sería por pelar tanta patata). En términos generales, allí uno no se sentía más esclavo que entre los productores de Hollywood, y gracias a una máquina de escribir que alquiló al Lagerführer pudo acabar tres libros y varios cuentos, además de Júbilo matinal, obra cumbre de la saga de Jeeves. Un escritor acaba en la cárcel por los motivos más variados. Algunos fueron criminales o gente de mala vida, como el asesino en serie Lacenaire; raro era que fueran totalmente inocentes, como fue el caso de Apollinaire, a quien acusaron de haber robado la Gioconda, o el del poeta Dino Campana, arrestado en tres ocasiones durante la Primera Guerra Mundial solo porque tenía cara de alemán. Unas líneas imprudentes bastan a veces para perseguir a su autor, y así Voltaire dio con sus huesos en la Bastilla por haber acusado al regente de acostarse con su hija (era cierto, pero tampoco hacía falta que lo contara en verso). Knut Hamsun, por su parte, se hizo delincuente a los noventa años: ya sordo como una tapia, escribió una necrológica elegíaca de Hitler. Muchos otros (desde Fallada a Burroughs, de Verlaine a Norman Mailer) intentaron asesinar a su esposa… y a veces incluso lo lograron. Resulta curioso que el número de escritores uxoricidas sea más bien elevado, pese a que los literatos constituyen un gremio ciertamente exiguo; un porcentaje tan alto sin duda da que pensar: quizá los escritores pasen demasiado tiempo en casa… En realidad, la vida entre rejas se parece bastante a la vida frente a un escritorio. Es sabido que Marcel Proust, quien no albergaba la menor esperanza de ir a prisión —es más fácil que acabe en la cárcel un camello que un rico, y a Proust la policía lo fichó como rentier tras una redada—, hizo de su dormitorio una celda. Muchos escritores se han alegrado de la abundancia de tiempo y de la concentración que la cárcel impone a la fuerza. «Creéis haber realizado una gran hazaña, estoy seguro —escribe Sade—, condenándome a una abstinencia atroz de los pecados de la carne… Pues bien, os equivocáis: habéis encendido una luz en mi cabeza, me habéis empujado a crear fantasmas que algún día convertiré en realidad.» «He aprendido mucho de los condenados», reconoce Dostoievski, quien recogió en un cuaderno los modos de decir, los chascarrillos y las reflexiones de sus compañeros de letrina. De hecho, Los hermanos Karamázov se basa en un error judicial que le contaron durante su estancia en Siberia, y cuando le preguntaban con qué derecho pretendía hablar en nombre del pueblo ruso, mostraba sus pantorrillas aún marcadas por los grilletes de hierro: «He aquí mi derecho». La invasión nazi de Francia durante la Segunda Guerra Mundial causó estragos: a Desnos lo apresaron por comunista; Brasillach consiguió (no sin cierto esfuerzo) que lo arrestaran por colaboracionista, y a Jean Giono lo encarcelaron en Provenza por no haber querido implicarse en el conflicto. Franz Hessel, el marido que completaba el trío de Jules y Jim, estuvo recluido primero en un estadio de fútbol y finalmente en un campo de concentración francés por su condición de judío; allí escribió su versión, la del perdedor, del triángulo amoroso más famoso del siglo XX. Ezra Pound, por el contrario, fue encarcelado en Estados Unidos por sus proclamas radiofónicas que exhortaban a un pogromo contra la plutocracia hebrea norteamericana; por su parte, el antisemita Céline, desde una cárcel danesa limpia como un hotel de lujo, se dedicó a vomitar improperios contra los jueces, llamando al fiscal «chupasangre» y «lameculos». Todas las mujeres, sin distinción, confiesan que la prisión fue la época de su vida en que se sintieron más libres: como no tenían que cuidar de nadie, pudieron por fin cuidar de sí mismas. Goliarda Sapienza llegó incluso a ir a la cárcel por voluntad propia, como protesta contra la vida, pero también para conseguir que por fin publicaran su obra: los editores siempre han adorado la mala prensa. «Su libro es de los más buscados —le escriben con satisfacción desde la editorial Stock a Apollinaire—, todo esto bien vale un poco de aburrimiento.» Casanova ganó una fortuna contando su célebre fuga de Los Plomos de Venecia, y Marinetti, encerrado en San Vittore por participar en una manifestación intervencionista con Boccioni, Russolo y otros artistas, todos de bombín y esmoquin, aprovechó para lanzar desde la celda de aislamiento su Manifiesto sobre la guerra. Dostoievski fue a parar a Siberia por participar en una conspiración política, acusación de escasa solidez. Pellico y Settembrini fueron perseguidos por sus veleidades risorgimentistas; Solzhenitsyn, por un comentario antiestalinista y por no acatar el estilo realista soviético; el comediógrafo Václav Havel padeció especialmente el acoso del director del lager donde estaba internado, que detestaba el tono cómico que el intelectual checo daba a las cartas que enviaba a su mujer. El director las veía como una forma de desprecio hacia su persona; al fin y al cabo, él era un digno funcionario que se empeñaba en dirigir con celo su prisión. Havel objetaba: «Bueno…, es que soy escritor», y decía que como tal se sentía obligado a adoptar un punto de vista peculiar sobre su situación: ¿cómo puede un escritor hablar de un lager «si no es con un poco de humor»? Este libro nace de la transcripción de la serie de lecturas tituladas Alle otto della sera que realicé para Rai Due a lo largo del año 2000. A su vez, la presente edición supone una nueva versión de la primera compilación, Scritti galeotti (Rai Eri, 2000). Se han sustituido la mitad de los autores y se ha puesto al día la información sobre los que permanecen. De todos los ensayos biográficos y textos de los que más me he servido, destacaría: Franck Balandier, 2001; Alberto Beretta Anguisola, 1995; Dario Biaggi, 1999; André Billy, 1932; Xavier Darcos, 1998; Jacques Darras, 1995; Douglas Day, 1973; Francis Donaldson, 1982; Goffredo Fofi, 1996; Xavière Gauthier, 1999; Tiziana Goruppi, 1994; Francis Lacassin, 1987; Sabine Lange y Jenny Williams, 2009; Monique Lebailly, 1968; Michel Le Bris, 1994; Pierre Leroy, 2003; André Le Vot, 1979; Hillary Mills, 1982; Élisabeth Morel, 1988; Jean Orieux, 1966; André Parinaud, 1994; Pierre Pellissier, 1989; Mario Rubino, 2012; James Sallis, 2000; Giuseppe Scaraffia, 2005; Joël Schmidt, 1995; Mario Serenellini, (5-2-2012); Gwendolyne Simpson Chabrier, 2008; Andrew Sinclair, 1977; Adriano Sofri, 1999 y (2-4-2000); Christian Vilà, 1992; Jenny Williams, 2004; Arthur M. Wilson, 1957. De entre todos los amigos con...