E-Book, Spanisch, 592 Seiten
Reihe: Biblioteca de Filosofía
Una ontología realista
E-Book, Spanisch, 592 Seiten
Reihe: Biblioteca de Filosofía
ISBN: 978-84-254-3845-5
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
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Markus Gabriel (Remagen, 1980) es un joven filósofo alemán, creador de una nueva corriente filosófica a la que él ha denominado 'Nuevo realismo'. A los 29 años obtuvo la Cátedra de Epistemología, filosofía moderna y contemporánea en la Universidad de Bonn y ha sido profesor visitante de la Universidad de California en Berkeley. Es director del Centro Internacional de Filosofía de Alemania y ha publicado diversos libros, algunos de ellos traducidos al español.
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Introducción A pesar de la previsión de una época posmetafísica anunciada de diversas maneras en los últimos siglos, la ontología y la metafísica gozan nuevamente de alta estima desde hace tiempo. Hay para esto una serie de razones. Muchas de esas razones se alimentan del supuesto, desaparecido entre tanto, de que la respuesta a la pregunta de qué existe (o de qué existe realmente) puede delegarse con éxito a las ciencias naturales. Dentro de la línea de Kant, la crítica de la metafísica comenzó a ponerse en marcha por el hecho de que parecía posible excluir cuestiones de existencia en la reflexión filosófica, esgrimiendo que esta analiza solamente nuestras vinculaciones ontológicas más generales. A este respecto Kant puso en juego la grave formulación de que las estructuras categoriales, que antes la ontología creía descubrir, en verdad son «meros principios de exposición de los fenómenos» y en consecuencia también el engreído nombre de una ontología que pretende ofrecer un conocimiento sintético a priori sobre las cosas en general en una doctrina sistemática [...] tiene que dar paso al más discreto de una mera analítica de la razón pura.1 En otros pasajes él entiende la ontología como «la ciencia de las propiedades generales de todas las cosas».2 Esto puede entenderse en el sentido de que con ello Kant argumenta contra la posibilidad de ofrecer una teoría de todas las cosas en general, que no solo sea universal de manera absoluta, sino que además nos proporcione nuevos conocimientos (sintéticos) sobre todas las cosas, en cuanto investiga sus propiedades generales. Recientemente, entre otros Hilary Putnam, aunque con argumentos formulados de otro modo, en Ethics without Ontology [Ética sin ontología] hace un planteamiento semejante cuando, con sus conocidas razones, quiere perfilar su ontología mediante conceptos de la relatividad, para mostrar que no hay un inventario general de la realidad fijado para siempre, y así parece que tampoco puede haber ninguna propiedad totalmente general de las cosas. Con ello Putnam sin duda está al final de la historia de la crítica de la metafísica desde Kant, la cual recurre siempre a que nosotros no podemos conocer a priori desde el sillón cómo está hecho el mundo o la realidad en conjunto. Es obvio que Kant, en sentido estricto, argumenta sobre todo contra una ontología de las cosas, la cual supone que nosotros podemos formular juicios (sintéticos) informativos sobre todas ellas, pues vincula la «realidad» a una experiencia posible, y así pone a buen recaudo que todo lo que es real puede conocerse (bajo condiciones idealizadas). En lugar de pensar que con ello de hecho estamos ya en condiciones de emitir juicios sintéticos sobre todo lo que existe en general (sobre todas las cosas), a partir de los cuales puede deducirse saber (justificable, o sea, un tener por verdadero «con suficiente base tanto subjetiva como objetiva»),3 habríamos de mirar con lupa nuestro vocabulario cuando nos hace creer que hemos captado lo real con las estructuras categoriales fundamentales de una realidad universal de todas las cosas, siendo así que en verdad a la postre estamos siempre limitados a esbozar modelos o imágenes del mundo. Estos, dice Putnam, quedan unificados por el hecho de que dirigen el curso metódico de nuestra adquisición de conocimiento empírico. De acuerdo con ello, en el plano metódico nosotros sin duda hemos de contraer compromisos ontológicos, pero estos nunca permiten una conclusión acerca de cómo son las cosas en sí, acerca de qué son las verdades ontológicas.4 En consecuencia estas, tal como Hegel advirtió en su crítica a Kant, se desplazan potencialmente a la lejanía de un más allá que no podemos conocer. Reflexiones a la manera kantiana conducen hacia un antirrealismo ontológico. En este, desde mi punto de vista, está siempre vigente la tesis de que solo entendemos completamente los conceptos fundamentales de la ontología —existencia, posibilidad, realidad, necesidad, esencia, sustancia, cosa, propiedad, etc.— cuando tomamos en consideración el uso acuñado de estos conceptos.5 De hecho, tales conceptos también desempeñan siempre una función teórica en nuestras reflexiones sobre cómo podemos hacer comprensible una realidad dada. Pertenecen al sistema de las persuasiones humanas. De ahí deducen los antirrealistas ontológicos desde Kant que el análisis de estos conceptos no nos acerca a algo así como la realidad o el mundo en sí, sino que en el mejor de los casos estos describen formas lógicas en el sentido de formas del pensamiento (humano). Según los representantes de ese tipo de concepción, en general no se puede decidir si y en qué medida nuestros mejores modelos teóricos en el plano de la ontología o de la metafísica corresponden al mundo en sí (a todo lo que en general existe); de hecho, Kant mismo toma esa posición. En efecto, en relación con esto uno de los resultados principales de la Kritik der reinen Vernunft [Crítica de la razón pura] es simplemente la afirmación de que no podemos conseguir ningún conocimiento y, en consecuencia, ningún saber en lo que se refiere a la totalidad absoluta de todas las cosas. Muchas razones hablan en contra de la suposición (compartida por Kant con fundamento) de que de ahí se sigue también que nosotros nunca sabemos algo en sentido pleno, pues nos limitamos a esbozar modelos que pueden distinguirse radicalmente de la realidad en el contenido y en la estructura. Por eso, desde hace tiempo se ha llegado, en diversas tradiciones de la filosofía, a un renacimiento de la ontología y de la metafísica. En la fenomenología, a más tardar con Heidegger, y, por cierto, partiendo en concreto de una determinada interpretación de Kant, se ha realizado un claro giro ontológico (si bien persiguiendo una intención metafísica), y la ontología y la metafísica analíticas están en pleno florecimiento, a pesar de todas las objeciones de Carnap, Quine o Putnam. Tal como expone Theodore Sider, ya la impugnación de nuestra capacidad de conocer en general estructuras fundamentales de las cosas relevantes en el plano lógico, o de conocer las cosas en general, conduce a que nos hacemos una imagen metafísica de ellas.6 Ha surgido la persuasión de que los conceptos ontológicos fundamentales no tratan directamente de las cosas, sino en cierto modo de nuestro marco conceptual, lo cual implica que se alzan pretensiones de saber en relación con la pregunta de por qué es así la cosa. Esto presupone que de alguna manera se tiene acceso a las cosas que nos resultan difícilmente accesibles o teóricamente inaccesibles sin más; y ese acceso nos proporciona fundamentos para situar algunas de ellas (como cosas en sí) en la otra parte de un límite. Y ¿por qué las condiciones de que nosotros en general podamos conocer algo habrían de ser un óbice precisamente para conocer algo? A fin de argumentar a favor de esto, sin duda no basta utilizar la expresión «cosa en sí» de tal manera que se refiera solo a algo que en principio no puede ser el elemento cognoscible de la relación cognoscitiva. En tal caso sin duda es verdad que nunca podemos conocer cosas en sí, pero a precio de que esta tesis ya no tenga ningún contenido informativo. Para hacer plausible una disputable tesis informativa sobre la imposibilidad en principio de conocer un determinado tipo de cosas, en cierto sentido se habrá desarrollado ya una ontología y una metafísica, y con ello, a pesar de los floreos de la modestia oficial, sin duda se habrá pretendido realizar una incursión en la totalidad de las cosas. De ahí que Sider opte con razón por un realismo ontológico, y él aporta razones muy generales para aceptar que, de otro modo, ni siquiera podemos partir de que en general hay estructuras que nosotros podemos conocer.7 En algún nivel hemos de contar simplemente con que hay clases naturales, es decir, divisiones de la realidad misma, que no se dan sin más porque empleemos un determinado vocabulario que desempeña una función teórica en nuestro marco conceptual. O bien, usando una metáfora que se remonta a Platón y a la que David Lewis ha dado vida de nuevo: por lo menos algunos de nuestros conceptos ontológicos fundamentales «dividen la naturaleza a lo largo de sus juntas» (carving nature at its joints).8 Yo considero acertadas en cierto aspecto reflexiones de este tipo, pero ellas corren el peligro de estrellarse contra una intuición central de Kant, aunque no tenida muy en cuenta en este debate. A saber, él dice que por lo menos la realidad en conjunto, designada como «el mundo» sin más, no es un objeto en el nivel del conocimiento objetivo, y que ni siquiera es un objeto del saber.9 Esto desempeña una función fundamental en las reservas de Kant frente a la ontología y la metafísica en el sentido precrítico, no kantiano. Desde su punto de vista, esas disciplinas suponen la existencia de una realidad que, con plena independencia de todos los sistemas epistémicos, muestra una estructura universal que fija lo que sucede o, de manera general, lo que puede suceder. Frente a esto Kant señala, en especial, que tales afirmaciones nunca pueden acreditarse como una generalización fundada del éxito local de las ciencias naturales. Sobre todo, nuestras suposiciones más generales sobre cómo está constituido aquel ámbito que nosotros llamamos «la...