Furman | Nunca es tarde para una infancia feliz | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 152 Seiten

Reihe: Con vivencias

Furman Nunca es tarde para una infancia feliz

De la adversidad a la resiliencia

E-Book, Spanisch, 152 Seiten

Reihe: Con vivencias

ISBN: 978-84-9921-478-8
Verlag: Ediciones Octaedro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



No hay nada como una infancia perfecta. Nuestro pasado es una historia a la que podemos acudir desde muy diferentes contextos, y este libro nos sugiere cómo convertir el pasado en un poderoso aliado. Porque nunca es tarde para una infancia feliz. Nunca podemos olvidarnos de nuestros ojos infantiles. De hecho, cuando se nos despierta la curiosidad y el deseo de crecimiento y aprendizaje empezamos a reconocer cosas de nuestro turbulento pasado. Entonces nos dejamos llevar por los problemas, cuestionándonos por qué no podemos ser felices... La clave no está en la búsqueda de alivio del estrés, de las dificultades, sino en situarnos en la circunstancia que nos transmita la alegría infantil.

Ben Furman es psiquiatra y una autoridad reconocida internacionalmente en la terapia que hace hincapié en los recursos en lugar de los fracasos, en las soluciones en lugar de los problemas. Además de enseñar esta terapia en Finlandia y en el resto de Escandinavia, ha impartido talleres en numerosos países de Europa, América, Asia y Oceanía, y sus libros se han traducido a varias lenguas.
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INTRODUCCIÓN: NOS DOBLAMOS, PERO NO NOS ROMPEMOS En Occidente, vivimos inmersos en una cultura saturada de psicología, según la cual la causa de los problemas de las personas está en lo que nos ocurrió en el pasado. Por esto muchos pretendemos rastrear las raíces de nuestros sufrimientos hasta llegar a la infancia. Hemos aprendido que la principal causa de nuestros problemas es que de niños nos faltó algo o sufrimos experiencias traumáticas. Los especialistas explican que los primeros años de la persona son fundamentales para su vida posterior, y los padres, sobre todo las madres, cargan con los juicios de los expertos y su lúgubre canción: los problemas, desde el de seguir orinándose en la cama hasta el crimen más violento, nacen en la infancia. Es una doctrina psicológica que se encuentra por doquier: en el debate social y político, en conversaciones formales e informales, en tertulias de los medios de comunicación, en la prensa, en la literatura y en entrevistas especializadas, en manuales de texto y en revistas. Pocas personas sensatas dirían que una infancia difícil no deja marca alguna, ni que no hayamos sentido en nuestro entorno fuerzas perniciosas que han afectado a nuestro crecimiento y desarrollo. Sin embargo, es posible que la relación entre los problemas de hoy y unas experiencias infantiles negativas no sea tan evidente como acostumbramos a pensar. ¿Una infancia difícil lleva necesariamente a una madurez con problemas, o la persona puede sobrevivir bien a pesar de traumas y desdichas anteriores? ¿Cómo se explica que muchas personas equilibradas y sanas tuvieran problemas en la infancia y que, del mismo modo, muchas otras que en su madurez luchan contra enormes dificultades fueran relativamente felices de niños? Muchas personas que han padecido una infancia difícil pueden tener problemas de mayores, pero nadie puede decir con seguridad que las experiencias infantiles sean la verdadera causa de sus desventuras. Estadísticamente, los niños que se han criado en un ambiente desfavorable –por ejemplo, en un entorno familiar violento, en situaciones de alcoholismo o de problemas mentales graves– tienen mayor probabilidad de sufrir diversos problemas más adelante que quienes han tenido una infancia «normal». Sin embargo, correlación no es lo mismo que causa. Las estadísticas simplemente señalan un riesgo, no que las experiencias negativas de la infancia provoquen automáticamente problemas en la vida posterior. Las ideas simplistas y lineales de que el niño que sufre experiencias difíciles inevitablemente tendrá problemas en el futuro, y que el adulto que tiene problemas vivió con toda seguridad una infancia difícil empiezan a parecer menos obvias si se ven a la luz de los estudios sobre niños que superan experiencias adversas. El estudio más conocido sobre la supervivencia es el estudio longitudinal que realizaron Emmy Werner y Ruth Smith en Kauai, Hawai. A lo largo de treinta años, estas antropólogas culturales hicieron un seguimiento de los isleños nacidos en 1955. En su libro Vulnerable but Invincible, publicado a principios de los años ochenta, demostraban que nada menos que uno de cada tres niños en situaciones de alto riesgo era a sus dieciocho años un joven afectuoso y seguro de sí mismo. Sin embargo, dos tercios de esas personas, es decir, la mayoría, tenían problemas y eran clasificados de adolescentes de alto riesgo. Cuando las dos investigadoras reexaminaron el mismo material en los años noventa, descubrieron que dos tercios de aquellos adolescentes de alto riesgo eran adultos de éxito a los 32 años. Así pues, según su exhaustivo estudio, hasta tres de cada cuatro personas que habían tenido una infancia difícil conseguían superarla bien al llegar a los treinta y tantos. Muchos otros estudios registran observaciones parecidas. En los años sesenta, por ejemplo, apareció en Estados Unidos un informe sobre un estudio llevado a cabo por los investigadores Renaud y Estress sobre la vida y la infancia de cien varones estadounidenses normales y de éxito. El estudio demostraba que una mayoría de ellos había vivido traumas que eran al menos tan graves como los que en psiquiatría y psicoterapia se suele considerar que conducen a trastornos mentales. Los investigadores concluían que esos «cien varones que, como grupo, se comportaban en niveles superiores a la media, y que carecían sustancialmente de cualquier sintomatología psiconeurótica o psicosomática, hablaban de historias infantiles con tantos “sucesos traumáticos” o “factores patogénicos” como normalmente se revelan en las entrevistas con pacientes psiquiátricos que muestran diferentes grados de discapacidad por sus síntomas». La experiencia de un siglo de guerras devastadoras ha demostrado que las personas, por lo general, sobrevivimos con asombrosa normalidad tanto a los horrores de la guerra como a situaciones familiares difíciles. Solo algunos niños de padres alcohólicos empiezan a beber cuando son mayores, y aquellos cuyos padres padecen problemas mentales raramente muestran ellos también dolencias parecidas en la madurez. Solo un pequeño porcentaje de niños que se crían en un ambiente familiar violento son después violentos, y solo una fracción de quienes padecieron abusos sexuales en la niñez se comportan de modo similar cuando son mayores. Contrariamente a lo que se suele pensar, los problemas emocionales y psicológicos que se les plantean a los niños no pasan a las generaciones siguientes siguiendo las leyes mendelianas de la herencia. Los problemas y las pruebas desagradables de la infancia pueden aumentar el riesgo de padecer problemas similares o de otra índole en la madurez, pero esos infortunios no causan esos problemas. Los investigadores Joan Kaufman y Edward Zigler han investigado los patrones hereditarios de la violencia y el abuso sexual infantiles. Demuestran con rotundidad que la idea generalizada de que estos problemas pasan irremediablemente a las generaciones siguientes es un mito peligroso. Dicen: «Los adultos que de niños sufrieron un trato violento van a oír constantemente a lo largo de toda la vida que lo más probable es que también ellos maltraten a sus hijos. Y así, en algunos casos, la frase se convierte en una profecía que se autocumple. Asimismo, muchos de los que han roto el círculo de la violencia comienzan a pensar que son bombas de relojería». Los dos investigados dicen también que este mito simplista y muy extendido ha hecho más difícil entender las razones de la violencia familiar, y ha confundido a los responsables del bienestar del niño y a los de las políticas sociales. La psicóloga Ingrid Claezon ha realizado estudios a largo plazo sobre la supervivencia de niños suecos cuyos padres consumían narcóticos. En el prefacio de su libro Contra todo pronóstico dice que «contra todo pronóstico, o mejor dicho, contra todo prejuicio, algunos niños cuyos padres consumían drogas sobreviven sin problema a la infancia y a la madurez». ¿Por qué, entonces, parece que un niño supera los infortunios de la infancia y la falta de experiencias positivas mejor que otro que afronta dificultades y carencias similares? Los investigadores también se han ido interesando cada vez más por esta cuestión. Recientemente, el tema de la superación del dolor en los primeros años es objeto de estudio en todo el mundo, en publicaciones, conferencias y seminarios. La palabra «resiliencia» ha pasado a definir la capacidad de sobrevivir del ser humano, de recuperarse y perseverar frente a diversos obstáculos y amenazas. Investigadores finlandeses también han estudiado la resiliencia. La psiquiatra infantil Eila Räsänen, por ejemplo, estudió la capacidad de supervivencia de los niños finlandeses después de ser enviados a Suecia durante la Segunda Guerra Mundial y vivir muchos años separados de sus padres. La psiquiatra e investigadora observó que la mayoría de los «niños de la guerra», en contra de lo que se solía pensar, habían superado aquellas duras pruebas. Muchos de ellos pensaban que incluso habían aprendido de ellas y que las dificultades les habían hecho más fuertes. Tradicionalmente, los especialistas en psicología han intentado resolver el problema del comportamiento humano buscando una respuesta a la pregunta: ¿Cómo llegamos a ser como somos? Unos intentos que han producido una inmensa cantidad de información sobre los factores y las circunstancias de riesgo que aumentan la probabilidad de enfermedades, conductas anómalas y otros problemas graves. Los investigadores han estudiado tan detenidamente todos los posibles peligros, que muchas personas han empezado a ver en la vida un viaje osado por un campo de minas y, en la cría de los hijos, un empeño tan peligroso como andar sobre la delgada capa de hielo que cubre un lago. Al mismo tiempo, hemos aprendido a pensar, y poco a poco a aceptar, que, aunque nadáramos en la abundancia, no podríamos erradicar del mundo todos los potenciales factores de riesgo. Sufrir es parte del crecimiento, y aunque hagamos todo lo posible por reducir al mínimo lo que nuestros hijos hayan de padecer, la mayoría de ellos se enfrentará en su desarrollo a experiencias más o menos traumáticas. La realidad es que siempre habrá algunos niños que se encontrarán con una cantidad inexplicable de sufrimiento y desventura. Y no hay más. No sacamos ningún provecho de hacer una relación de los diversos factores de riesgo de la infancia porque, aunque intentemos paliarlos, no podemos controlar enteramente el mundo ni eliminarlos por completo. De ahí que, en la última década, los investigadores hayan...


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