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E-Book, Spanisch, 128 Seiten

Forcades Fe y libertad


1. Auflage 2017
ISBN: 978-84-254-3824-0
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection

E-Book, Spanisch, 128 Seiten

ISBN: 978-84-254-3824-0
Verlag: Herder Editorial
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En Fe y libertad, Teresa Forcades entrelaza sus experiencias personales con reflexiones sobre la ética, la religión y la política y muestra que la fe cristiana puede ser una fuerza para el cambio radical. Situándose en la tradición de la doctrina social católica y la teología de la liberación, aplica su perspectiva a los temas más fundamentales para ella: la libertad y el amor, la justicia social y el compromiso político, la salud pública, el feminismo, la fe y el perdón. Siguiendo la estructura y el ritmo de las cinco horas canónicas de la jornada monástica, este libro es una crítica audaz de la explotación y la injusticia del statu quo. Su llamamiento a la libertad, el amor y la justicia hallará eco en cualquier persona desencantada por el sistema económico y político salvaje que marginaliza a los pobres y socava el tejido mismo de la vida social.

Teresa Forcades i Vila (Barcelona, 1966) es monja benedictina, teóloga, médica y activista política. Integrando su fe católica con la pasión por la justicia social, saltó a la escena pública por su condena de los abusos de las grandes compañías farmacéuticas. Junto con Arcadi Oliveres, es fundadora de Procés constituent y una de las voces actuales más destacadas contra las injusticias del capitalismo y el patriarcado en la sociedad moderna y en la iglesia.
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1. MAITINES: AMOR Y LIBERTAD

Noche cerrada en Montserrat. Silencio. Al pie de la montaña, las luces amarillentas y serpenteantes del pueblo de Monistrol; arriba, estrellas brillantes. El timbre toca a las seis de la mañana y a las seis y media empieza la primera oración: los maitines. Aún medio dormidas, con frío en invierno, nos reunimos en la iglesia monástica frente al ventanal que se encuentra sobre el altar con su sereno Cristo en la Cruz. Es una pieza simple de cerámica sin pintar, al estilo de las antiguas Majestades románicas; no muestra dolor, cuelga sin esfuerzo como si estuviera a punto de abandonar la cruz, como si no tuviera nada que ver con una tortura tan cruel. Los brazos no forman una línea recta, sino que están extendidos hacia adelante en un abrazo abierto: la cruz cuelga en medio de un gran ventanal con vistas panorámicas a la montaña que hace esquina y los brazos se acomodan al ángulo recto que forman las paredes. A esta hora fuera todavía está oscuro y los brazos de Cristo se reflejan en el cristal de la gran ventana duplicando su abrazo y redirigiéndolo hacia el exterior, hacia el ancho mundo que se encuentra más allá de las paredes de la iglesia. «Y al momento, el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo.» Así es como el evangelio de Marcos describe las consecuencias de la muerte de Jesús (Mc 15,38). La cita se refiere al templo que se hallaba en Jerusalén en el siglo I; la cortina del santuario aislaba por completo el espacio ocupado por Dios, al cual solo el sumo sacerdote podía acceder en ciertos momentos del año estrictamente preestablecidos. Marcos quiere dejar claro que Jesús no tiene nada que ver con esta separación ni con estas prescripciones. Jesús vino precisamente a liberar a Dios de estas constricciones que le son ajenas. El nombre de Jesús, Emmanuel, significa «Dios con nosotros». Dios con nosotros, Dios entre nosotros. La mística Teresa de Ávila lo expresa de forma aún más sencilla: «Entre pucheros anda el Señor».

En la oración de maitines normalmente no hay órgano y apenas cantamos, excepto si es domingo o fiesta de solemnidad. Acabamos de levantarnos y la voz aún está ronca. Recitar los salmos en lugar de cantarlos ayuda a preparar la voz para la siguiente oración: las gozosas laudes. Los maitines son sobrios; también se los denomina «oficio de lectura», pues su característica distintiva son dos lecturas relativamente largas (de unas dos páginas cada una) que se proclaman desde el atril. La primera es de la Biblia; la segunda de los tratados teológicos clásicos, la mayoría de ellos de los primeros siglos del cristianismo, de la era llamada «patrística». La teología patrística, pese a tener más de mil quinientos años de antigüedad, no ha perdido la capacidad de hablar directamente al corazón y esto es así porque fue escrita en un tiempo en el que los creyentes cristianos no tenían ningún tipo de estatus social y eran considerados un grupo de ignorantes o, en algunos casos, una secta fanática. No escriben desde el poder. Algunos de estos cristianos se negaron a reconocer el carácter divino del emperador romano y fueron condenados a muerte a causa de ello. Sin embargo, no todos eran héroes. Algunos, probablemente la mayoría, se rindieron ante la persecución e intentaron rebajar el mensaje de Jesús, hacerlo menos interpelador e incómodo. Así, invectivas claras a cambiar el orden social como «Ya sabéis que los que son tenidos por jefes de las naciones las rigen con despotismo, y que sus grandes abusan de su autoridad sobre ellas. Pero no ha de ser así entre vosotros» (del evangelio de Marcos; Mc 10,42), coexistían entre los primeros cristianos con defensas abiertas del statu quo: «Esclavos, obedeced a vuestros amos en la tierra, con sumisión y respeto, en la sencillez de vuestro corazón, como a Cristo» (de la primera carta de Pedro; 1 P 2,18). Estas contradicciones coexistían entonces y siguen coexistiendo hoy, ya que ambos pasajes forman parte del Nuevo Testamento (la segunda parte de la Biblia).

A menudo, mientras escucho un texto patrístico o bíblico durante los maitines, me extasío y me conmuevo. Otras veces me frustro, me enfado. En un par de ocasiones ha ocurrido que me ha tocado hacer de lectora y he omitido alguna frase del texto porque me ha parecido demasiado ofensiva, como por ejemplo: «No permito que la mujer enseñe ni que ejerza autoridad sobre el hombre; sino que debe mantenerse en silencio» (de la primera carta de Timoteo; 1 Tm 2,12). Cuando esto sucede me acuerdo de la abuela de Howard Thurman. Thurman fue un filósofo y teólogo de los más importantes del siglo XX, amigo de Mahatma Gandhi y preceptor de Martin Luther King. La abuela de Thurman había sido esclava la mayor parte de su vida. Era una cristiana analfabeta muy piadosa que prohibió a su nieto que le leyera fragmentos de las cartas de Pablo porque sabía que contenían el pasaje donde se lee: «Esclavos, someteos con todo respeto a los amos, no sólo a los buenos y comprensivos, sino también a los rigurosos» (de la carta a los Efesios; Ef 6,5). La abuela se negaba a reconocer en esta frase, que tantas veces le habían obligado a escuchar los dueños que la maltrataban, la palabra de Dios.

Esto es lo que la oración de maitines, con sus largas lecturas bíblicas, me invita a hacer: asumir responsabilidad personal por mi fe. No tengo fe en un libro. Honro la Biblia y no me puedo imaginar mi vida sin ella; la leo cada día (o casi todos los días), pero no espero que el texto bíblico sustituya mi pensamiento. Creo que el texto —los diferentes textos— de la Biblia está inspirado por Dios y, precisamente por dicho motivo, no se contradice con mi libertad, sino que cuenta con ella. Dios —esta ha sido hasta ahora mi experiencia— nunca ha coartado mi libertad. Ella (Dios) ha creado el espacio que permite que mi libertad exista y me invita a hacerlo mío. Dios no me ha invitado nunca a abdicar de mi libertad a fin de obedecerla o de complacerla. Dios no se complace con los esclavos: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe qué hace su señor; os he llamado amigos» (del evangelio de Juan; Jn 15,15).

Dios no se complace en los esclavos, sino que goza de la amistad y de la libertad. El primer libro de teología que leí fue Jesucristo liberador, de Leonardo Boff. Tenía quince años y formaba parte de una familia que desconfiaba de la Iglesia católica a pesar de haber querido que yo y mis dos hermanas fuéramos bautizadas en su seno. Las tres nacimos durante la dictadura del general Francisco Franco, un régimen fascista conocido como «nacionalcatolicismo», bendecido por la jerarquía de la Iglesia católica española. Mis padres eran contrarios a Franco y no les parecía bien el apoyo que la Iglesia daba a su régimen. Leí Jesucristo liberador porque ansiaba saber más sobre Jesús después de haber leído los evangelios por primera vez y haber quedado impactada. Recuerdo que Dios me conmovió profundamente, pero no recuerdo que me sintiera «personalmente liberada» por Dios; mi primera experiencia religiosa tenía más que ver con la necesidad de dar sentido a la vida que con la liberación. Como adolescente no me sentía oprimida; más bien, llena de gozo y de proyectos. No fue hasta mucho más tarde, cuando estudiaba Teología en Estados Unidos en los años noventa, cuando tuve la oportunidad de leer el texto del Enûma Elish y me di cuenta, al menos a nivel teórico, de la seriedad con que el Dios bíblico se toma la libertad humana y de la profundidad con que se compromete con ella.

El Enûma Elish es el milenario relato babilónico de la Creación que inspiró directamente el libro bíblico del Génesis. Su nombre significa «cuando en lo alto» y hace referencia a las primeras palabras del texto: cuando en lo alto el cielo aún no tenía nombre ni lo tenía tampoco la tierra debajo […]. Se trata de un poema épico de mil versos que fue descubierto en 1848 en Nínive (actual Mosul, en Iraq), entre los restos arqueológicos de la biblioteca de Asurbanipal. Las tablillas de arcilla encontradas en Nínive son fragmentos y fueron copiadas en el siglo VII a.C. en la escritura cuneiforme acádica. En el siglo XX, en Assur (Iraq), se descubrieron otras tablillas con el mismo texto que habían sido escritas en el siglo X a.C., en asirio. Se supone que el texto original del Enûma Elish se escribió en el siglo XVIII a.C., en Babilonia, durante la dinastía Hammurabi. Este relato dominó la cosmogonía de Mesopotamia durante más de mil años, impactando profundamente a los pueblos vecinos del Próximo Oriente antiguo. El Enûma Elish incluye lo que parece ser la noción más antigua de un Dios creador (Marduk) quien hace el mundo en siete días con un orden peculiar que recuerda al de la evolución: empieza con el planeta (separando el cielo de la tierra) y acaba con la vida humana. En el siglo VI a.C. los israelitas perdieron una gran guerra contra el rey caldeo Nabucodonosor: Jerusalén fue destruida y las élites hebreas fueron deportadas a Babilonia. Estas élites quedaron muy impresionadas ante la gran capital de sus conquistadores, así como por su riqueza cultural y religiosa; la mayoría abandonó la tradición hebrea de sus antepasados para abrazar la de los victoriosos babilonios. La mayoría, mas no todos. Algunos hebreos percibieron en su derrotada tradición provinciana un valor superior a toda la riqueza y esplendor de la ciudad imperial, y se pusieron a escribir una cosmogonía, un relato de la Creación que osó contradecir al venerable...



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