Flasspöhler | Sensible | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 248 Seiten

Reihe: Salto de Fondo

Flasspöhler Sensible

Sobre la sensibilidad moderna y los límites de lo tolerable
1. Auflage 2023
ISBN: 978-84-254-4904-8
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection

Sobre la sensibilidad moderna y los límites de lo tolerable

E-Book, Spanisch, 248 Seiten

Reihe: Salto de Fondo

ISBN: 978-84-254-4904-8
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection



La sensibilidad no es un fenómeno nuevo; ocupa en la historia de nuestra sociedad un papel importante como motor del progreso civilizador. La urbanización y la tecnificación hacen al ser humano más sensible, porque al ampliarse el acceso a los derechos se agudiza también la percepción de las injusticias y de las vulneraciones que estas causan. Sin embargo, las posiciones al respecto se vuelven cada vez más rígidas: liberales e igualitarios, gente de derechas y de izquierdas, viejos y jóvenes, se enfrentan y propician una erosión creciente de la cultura democrática del discurso. Cuestiones como Me Too o Black Lives Matter, el lenguaje inclusivo, la libertad de expresión, el reconocimiento de colectivos marginados o la afectación de quienes temen perder sus privilegios, entre otros, ponen en evidencia uno de los grandes interrogantes que atenazan la discusión pública actual: ¿cuál es el límite de lo tolerable? En este irreverente ensayo, Svenja Flasspöhler invita a pensar en profundidad la paulatina sensibilización para advertir así las tendencias progresivas y regresivas que suscita, y se plantea si es el individuo quien debe hacerse más resistente o, por el contrario, si es el mundo que lo rodea el que tiene que cambiar.

Svenja Flasspöhler (Münster, 1975) es doctora en Filosofía y editora en jefe de la revista Philosophie Magazin. Realizó su tesis de doctorado sobre la pornografía y su relación con la subjetividad moderna. Es además autora de numerosos ensayos que indagan desde la filosofía temas de gran actualidad, como el suicidio asistido, las relaciones de pareja y la paternidad. Su ensayo La potencia femenina. Por una nueva feminidad (2018) se convirtió en un éxito de ventas en Alemania. Desde 2013 dirige el festival de filosofía de Colonia Phil.cologne.

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INTRODUCCIÓN
LA BRECHA EN LA SOCIEDAD
¿Las sensaciones son asuntos puramente personales? ¿Cuándo un contacto empieza a ser molesto? ¿Cuánta proximidad resulta agradable y está, por tanto, permitida? ¿Y dónde está el límite de lo que está permitido decir? ¿Qué expresiones vulneran la dignidad del hombre y qué expresiones la respetan? ¿Hay que eliminar el masculino genérico? ¿Hay derecho a emplear la N-Word o «palabra que empieza por ene», aunque sea como cita? En caso de duda, ¿quién lo decide? ¿Están las víctimas más cerca de la verdad que las no-víctimas porque han sufrido la violencia —verbal o física— en sus propias carnes? ¿Es la vulnerabilidad la nueva fortaleza? Ya hablemos de Me Too o de Black Lives Matter, de los debates sobre el lenguaje inclusivo, de los avisos de contenidos que pueden herir la sensibilidad o de la libertad de expresión, de la lucha por el reconocimiento de grupos discriminados o de las sensibilidades de quienes temen perder sus privilegios: evidentemente nunca habíamos estado tan ocupados con reajustar el límite de lo tolerable. Y sin embargo, parece que en el discurso sobre estos temas las posturas se vuelven cada vez más inamovibles: se enfrentan irreconciliablemente liberales contra igualitarios, gente de derechas contra gente de izquierdas, viejos contra jóvenes, afectados contra no afectados. Mientras que unos dicen «¡Tampoco es para tanto, sois unos “copos de nieve” hipersensibles!», los otros responden: «¡Injuriáis e insultáis, vuestro lenguaje está manchado de sangre!». El efecto de este choque frontal es una erosión progresiva de la cultura democrática del discurso y la apertura de una brecha en mitad de la sociedad que apenas se puede cerrar ya. Tanto más acuciante será entonces preguntar dónde se puede hallar una vía de salida. Propongo dar un paso atrás y, sin entrar en polémicas, esclarecer un desarrollo que está indisolublemente asociado con la génesis del sujeto moderno: la progresiva sensibilización del yo y de la sociedad. SENSIBILIDAD ACTIVA Y SENSIBILIDAD PASIVA
«Sensible» significa susceptible, percipiente, receptivo. En su sentido positivo, el término se emplea casi siempre para definir una capacidad muy marcada de empatizar con otros, mientras que, en su sentido negativo, designa la hipersensibilidad de un sujeto que no está preparado para la vida. Un vistazo a la historia de la filosofía muestra que esta tensión tiene una larga tradición. Ya en la Edad Media se distinguía entre una sensibilidad activa, que en un sentido moral se orienta empáticamente hacia el mundo, y una sensibilidad pasiva, que es receptiva y reacciona a estímulos externos.1 La sensibilidad activa significa algo así como «estar dotado de sensibilidad»:2 generalizando, es la sensibilidad virtuosa, noble, buena, receptiva para la verdad divina. En el siglo XVIII se reelaboró sistemáticamente como sentimiento moral: simplificando, es el instinto natural del hombre de hacer espontáneamente el bien. Por el contrario, la sensibilidad pasiva designa en general «lo que puede sentirse».3 En su sentido positivo, este aspecto pasivo (sobre todo durante la época de la sentimentalidad) se equiparaba con las emociones. Pero esta sensibilidad se tomaba predominantemente en su sentido negativo, como lo propio de quien es muy llorica o enseguida se exaspera, y también (por ejemplo, en Tomás de Aquino) para designar la complacencia sexual. Los materialistas del siglo XVIII denominaban la sensibilidad pasiva sensibilité physique, refiriéndose a la irritabilidad nerviosa. Un vistazo al presente muestra claramente que la sensibilidad activa y la pasiva a menudo van emparejadas: casi siempre se considera reprobable y falso lo que irrita los ánimos, y a la inversa; y este fenómeno se da en todas las posturas políticas, aunque de diversas maneras. Mientras que las fuerzas de la derecha reaccionan con irritación a transformaciones sociales, como por ejemplo la «ideología de género», y no rara vez actúan con discursos de odio deliberados o incluso con violencia física palmaria, los pensadores liberales de izquierda tienen la piel muy fina cuando se cuestionan sus nociones de progreso social, lo que en ocasiones se traduce en boicots sistemáticos de algunas personas o incluso en despidos laborales. Pero esta interconexión de moral e irritabilidad no es en modo alguno nueva, sino que tiene precedentes filosóficos: por ejemplo, ya el sensible Rousseau abominaba profundamente del exceso de estímulos al que uno está expuesto en las grandes ciudades. En la apacible periferia parisina desarrolló su moral del hombre bueno y empático por naturaleza, al que hay que proteger de influencias civilizatorias dañinas (véase el capítulo III). El idilio campestre de Montmorency era, por así decirlo, el «espacio seguro» de Rousseau. Que la sensibilidad es un fenómeno de doble filo constituye una evidencia que abre nuevas perspectivas para la comprensión del presente, y por tanto también para este libro. La sensibilidad se dirige hacia fuera y hacia dentro. Enlaza y separa. Libera y reprime. Concretando: la sensibilidad comporta un lado violento que se muestra ya en su génesis histórica. La configuración de la sensibilidad presupone la coerción. Impresiona la descripción que, en su famosa obra Sobre el proceso de la civilización (1939), el sociólogo Norbert Elias hace de la transformación del comportamiento humano. A través de un disciplinamiento continuo —que regula desde el modo de comer y de dormir hasta situaciones sociales complejas— el hombre se va refinando de forma progresiva, y claramente se sensibiliza cada vez más para las transgresiones propias y las ajenas. Los métodos esenciales de este refinamiento son, según Elias, la «atenuación de los instintos», la «regulación de las pasiones» y la configuración de un superyó controlador. Dicho de otro modo: para sensibilizarnos, tenemos que amansarnos, «transformar las coerciones ajenas […] en coerciones autoimpuestas»,4 y elaborar sentimientos de vergüenza y ridículo (véase el capítulo I). Lo que Norbert Elias describe es una compleja imbricación de disciplinamiento «frío» y sensibilización «cálida», de normativización y vergüenza, de autocontrol y percepción sensible del mundo y de sí mismo. El sociólogo resalta con claridad que el hombre apenas puede responder a las exigencias culturales sin sufrir daño, una observación que coincide con las tesis centrales del psicoanálisis: la civilización progresiva tiene un lado oscuro, que también se muestra en su fragilidad. En consecuencia, es indudable que la sensibilización como desarrollo histórico no carece de fisuras ni de contradicciones. Dos devastadoras guerras mundiales y el Holocausto mostraron de manera impactante en el siglo XX que la crueldad es inherente al hombre y que en ciertas circunstancias puede eclosionar. En su libro Etologías del frío, el historiador Helmut Lethen analiza lúcidamente las instrucciones de conducta dadas durante el tiempo de entreguerras para mantener la distancia y acorazarse interiormente. Lethen se basaba en los textos que Ernst Jünger escribió en aquella época. Al mismo tiempo, las anotaciones de Jünger muestran los profundos mecanismos psíquicos que no solo hacen al hombre capaz de una violencia inconcebible, sino que también le permiten soportar lo inimaginable (véase el capítulo IV). Con esto habríamos tocado un punto central, que este libro tratará de ir despejando poco a poco: esa «frialdad» de las líneas tradicionales que hemos mencionado es la causa decisiva de que la apelación a la fuerza de resistencia suene en nuestros días dura e insensible o, como dice Klaus Theweleit, viril. Según la famosa tesis de Theweleit, el fascismo pervive en el acorazamiento del hombre y en el rechazo violento de la mujer: el fascismo se puede definir como el «engendro de una violencia masculina desenfrenada»,5 como el «estado normal del hombre bajo condiciones capitalistas y patriarcales».6 El «hombre soldadesco» de las dos primeras guerras mundiales del que habla Theweleit se ha convertido hoy en el «hombre tóxico». Resiliencia y sensibilidad: dos opuestos aparentemente incompatibles que se reflejan en las discordias de las posturas políticas. Ser resistente se equipara con insensibilidad. Con la incapacidad de permitir que algo se nos acerque. La resiliencia, tal como se la suele entender sobre todo por parte de la izquierda política, es una estrategia masculina y neoliberal de autooptimización, que es incompatible con la empatía y la solidaridad. La etimología de la palabra «resiliencia» parece corroborar totalmente esta interpretación. En latín, resilire significa saltar atrás, rebotar. Originalmente es un término físico que designa la propiedad que tienen los cuerpos de recuperar su estado original tras haber sufrido una deformación causada por una perturbación externa. Pero habrá que mostrar que la resiliencia y la sensibilidad no son necesariamente opuestos. Solo lo son cuando se absolutizan. A partir de aquí, podemos preguntarnos si las «etologías del frío» no implicarán también aspectos que precisamente hoy habría que...



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