Flannery O'Connor | Un encuentro tardío con el enemigo | E-Book | sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 352 Seiten

Reihe: Literatura

Flannery O'Connor Un encuentro tardío con el enemigo


1. Auflage 2012
ISBN: 978-84-9920-994-4
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

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Reihe: Literatura

ISBN: 978-84-9920-994-4
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Prólogo-coloquio de Guadalupe Arbona con José Jiménez Lozano. 'Éste es un cuento que produce un shock en el lector, y creo que la razón de esto es que antes ha producido un shock en el escritor'. Así describe la autora el primero de los relatos de esta antología comentada, de nueva y cuidada traducción que ahora ofrece Encuentro. José Jiménez Lozano, en el prólogo, afirma: 'Personajes que nos remiten a algo otro que ellos mismos y que lo dado ahí en el mundo. Flanenery O'Connor ha tenido esa experiencia en sus historias, y ha logrado transmitirla'.

Flannery O'Connor nació en el seno de una familia católica el 25 de marzo de 1925 en Savannah, Georgia, en la zona del Sur de los EEUU que se ha llamado el 'cinturón bíblico', de mayoría protestante. En este entorno del sur vivió casi toda su corta vida. Con sólo dieciséis años perdió a su padre de la misma enfermedad degenerativa -el lupus erithematosus- que ella padeció. Estudió en el Georgia State College, donde comenzó a pintar y a escribir sus primeros relatos. En 1946 se matriculó en un progrma de escritura creativa en la Universidad de Iowa. En 1947 consiguió un Master of Fine Arts con una serie de relatos, entre ellos El geranio. Tras una agitada estancia en Nueva York, decidió trasladarse a Connecticutt a vivir con sus amigos Robert y Sally Fitzgerald, donde escribió su primera novela, Wise Blood. En 1950 comenzó a acusar los primeros síntomas de su enfermedad. Se instaló en una antigua finca agrícola de la familia con su madre, donde transcurrirá el resto de su vida, a excepción de las estancias en el hospital y un viaje a Europa en 1958, con escala en Lourdes, de donde volvió con una patente mejora. En la casa familiar, llamada 'Andalusia', su vida consistirá en una dedicación casi exclusiva a la literatura, que dará como fruto varios relatos cortos y una novela más (The Violent Bear it Away) Murió el 3 de agosto de 1964.

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PRÓLOGO-COLOQUIO
con José Jiménez Lozano
Introducción. El realismo de distancias En el discurso de recepción del Premio Cervantes1, usted citaba a la escritora norteamericana Flannery O’Connor. Decía: «En la casa levantada con palabras por el señor Miguel de Cervantes, y ahora mismo, podemos nosotros escuchar esas voces que hablaban de nosotros, y de los hombres de cada tiempo, como ocurre siempre con los personajes y las voces de las grandes creaciones literarias, incluso si un tiempo como el nuestro no quiere saber nada de la historia, ni de historias de hombre, y ‘el oficio de novelista es una tarea profundamente misteriosa que molesta al mundo moderno’, como comprobaba, hace ya cuatro décadas, la novelista norteamericana Flannery O’Connor»2. ¿Es esta cita señal de su consideración por la escritora?, ¿la admira?, ¿por qué? Para decir lo que quería decir ahí, en ese discurso, podría haber citado, pongamos por caso, a Walter Benjamin, que también pensó y repensó que somos pobres en historias memorables, o a Karl Lowith, que mostró muy bien que, frente a Cervantes, Tolstoi y los otros antiguos, la novela moderna ya no narra; pero preferí citar las palabras y el diagnóstico de un narrador, que está dentro del asunto y al que éste afecta directamente. Y, además, mi cita de Flannery O’Connor era ciertamente un guiño no sólo de simpatía, sino de complicidad, como la que siento con otros cuantos narradores; y también de una admiración y amistad especiales. Me parecen magníficas sus historias, y siento una gran simpatía hacia su persona. En las palabras de Flannery O’Connor que usted recogía en su discurso resaltaba dos aspectos: el valor del oficio de escritor —su misterio— y la incomodidad que produce en nuestra sociedad. ¿Qué es lo que porta el narrador para incomodar al mundo? La modernidad nace, crece, y morirá, con conciencia y pretensiones adámicas de inaugurar un mundo nuevo, y de nombrarlo, sobre la liquidación del antiguo; y, exactamente como los revolucionarios franceses tiraban contra los relojes públicos para parar el tiempo antiguo o aniquilarlo simbólicamente, el hombre moderno siente miedo ante la historia y las historias de hombre, le incomodan, las desprecia, las odia, y trata de acabar con ellas. Porque son la presencia de lo que él quiere destruir y olvidar. Él no viene de ningún lado ni va a ninguna parte, a él no le ocurre nada que pueda afectarlo como acontecimiento, sino como mero suceso que resbala y no deja huella. El hombre moderno quiere ser feliz y redondo, como decía Nietzsche: sin recuerdo, arruga o trauma, ni siquiera de alegría. No tiene nada que contar, ni ve sentido a que le cuenten; y no soporta la narración de cómo han sido los hombres, y de lo que les pasaba. No le interesan los antiguos rostros pálidos muertos, y la antigua manera de ser hombres y su historia le parecen una situación superada ya para siempre; algo tan primario y terrible como que a los niños nacidos en probeta les parecía una desgracia y un horror la casta inferior e intocable de los que tenían padre y madre, en la novela de Aldous Huxley, Un mundo feliz. Cuando estuve en Milledgeville, ciudad donde estudió y murió Flannery O’Connor, los estudiosos americanos de la obra me preguntaban el porqué de la escasa recepción de la obra de esta escritora en España. ¿Cuál cree usted que son las razones de esta poca atención? Es seguro que hay varias razones para esa falta de atención a la obra de Flannery O’Connor, a comenzar por el hecho fundante en estas recepciones de que los poderes de la industria cultural no decidieron que era un caballo por el que apostar. Porque Flannery O’Connor, desde luego, es una escritora, y naturalmente, incluso maquillada, no da lo exigible según el retrato robot del escritor que se debe leer. Más bien da el perfil policiaco del escritor que no se debe leer. Cuenta historias, no es moderna, por lo tanto; y además es católica, y se permitió declarar que era desde su fe desde donde narraba, y esto, en el mundo intelectual, un poco por todas partes, pero en España desde luego, es como llevar una estrella amarilla. Pero quizás, antes que todo esto, está el asunto de que ya no hay manera de saber lo que es la recepción de un libro por parte de los lectores, porque hay una industria cultural que decide según el espíritu del tiempo, y el espíritu del pueblo, que es decir según intereses políticos por un lado, y comerciales por el otro; y esa industria tiene todo el poder, prestigia y borra de la existencia, y, desde luego, reparte basura y desechos, haciendo creer además a las gentes que se las está descubriendo un mundo. Y naturalmente Flannery O’Connor no tiene las condiciones para una recepción como best-seller, ni tampoco como literatura de pasatiempo, y mucho menos como pienso ideológico, que es en lo que consiste lo de la corrección política y la literatura testimonial y pedagógica o de mixtificación histórica. Es decir, que Flannery O’Connor no lo tiene tan crudo para atraer lectores como Kierkegaard, pongamos por caso, pero casi. Siempre y en todas partes han sido un poco así las cosas, pero ahora de manera mucho más resuelta, porque las masas están encantadas. Y ni siquiera las minorías culturizadas de ahora quieren saber lo que dicen los libros como los antiguos analfabetos anhelaban. ¿Cuándo y cómo leyó por primera vez a Flannery O’Connor? Lo primero que leí de Flannery O’Connor fue Sangre sabia, el mismo año que aquí se publicó, que fue en 1966, pero ya tenía idea, y algo más que idea sobre ella; sabía de ella bastantes cosas por mi amigo Juan José Coy, que ha enseñado durante años literatura norteamericana en Salamanca, e incluso me proporcionó la traducción, creo que en una revista argentina, de dos o tres cuentos: «El escalofrío interminable» y «Un hombre bueno es difícil de encontrar». Su nombre y su obra salieron a colación hablando de Hawthorne, y de mujeres novelistas norteamericanas modernas de las que también supe por él mucho antes de poder acercarme a otras traducciones que las francesas por entonces. Y leí luego el epistolario, a mediados de los ochenta, también en la edición francesa de Gallimard, en cuanto se publicó. La leí con placer y con asombro, y luego la he leído del mismo modo muchas veces; y, por supuesto, me sentí enseguida muy cercano, y así quedó ella integrada o asimilada en la familia de mis cómplices y amigos; espero que sin reluctancias por su parte, y ahí está. Por eso he hablado de ella tantas veces. Flannery O’Connor es una de sus cómplices, a los que usted ha descrito, en la entrevista que le hizo Gurutze Galparsoro, titulada Una estancia holandesa. Conversación3, así: «Realmente son muchos esos cómplices, esa familia. Muchos y muy diversos. Todos ellos han entrado en mi vida o forzándola per fenestras o por alguna puerta trasera, y me he encontrado tan a gusto de ser así violentado. O me han seducido. Podría decir también que ‘nos hemos reconocido’, y luego establecido esa complicidad en lo más profundo. He visto el mundo por sus ojos, o me parecía que ellos lo veían por los míos. Y esto sigue sucediendo así, y sucederá por siempre, sin duda». Y me dice que ha vuelto a leer a la autora muchas veces. En esta misma entrevista de 1998 hablaba de lo que le revelaba esta complicidad: «De Flannery O’Connor lo que me subyugó en cuanto la conocí fue su inteligencia ‘perversa’, caústica, su admirable modo de contar y ese amor que ofrece a sus personajes más risibles; pero también su tranquila conciencia de escritora y su humor en medio mismo de sus historias negras y de su propia vida, sabiendo como se sabía condenada a morir joven y sintiéndose morir poco a poco. Esas sus historias están escritas desde un yo y a una luz radicales: sub specie aeternitatis , y quizás de ahí ese amor por los seres humanos y el mundo entero. Es una escritura enfrentada en cada una de sus páginas al Gran Crítico: la Muerte. ¿Cómo bajar la guardia en esas condiciones, siquiera en un adjetivo? Me fascinó su amor a la vida, incluso en sus manifestaciones más mediocres y repetitivas de lo cotidiano»4. ¿Le gustaría añadir algo hoy a este comentario?, ¿algo que haya descubierto en sus sucesivas lecturas? Por lo pronto que la relectura sigue acogiéndome, y sigue uno estando donde el texto me llevó la primera vez, y ahora me encuentro como en casa, pero viendo y oyendo más y mejor, lo que diríamos que es el gran logro de todo texto literario; y como comentario a esas lecturas tendría que abundar en lo que dije entonces en esa conversación con Gurutze Galparsoro. Pero, sí que he tenido una sensación añadida que podría decir que es extraña: la de que su obra completa, dos novelas y un haz de cuentos que hacen un volumen no muy grueso, componen una escritura narrativa armónica y tranquila, como la de una catedral o una montaña. Y también la sensación de una escritura acabada, y esto en dos sentidos: primeramente en el sentido de que en esas narraciones están el mundo y el transmundo, y las más diversas vidas humanas con sus impotencias y miserias, pero también sus grandezas; y que toda esa comedia humana es como en un pañuelo en torno a su casa. Y luego, en un sentido verdaderamente singular, diré así mismo que se tiene la impresión de que para una vida tan corta como la suya, se...



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