Ferry | La vida feliz | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, 296 Seiten

Reihe: Ensayos

Ferry La vida feliz

Sabiduría clásica y espiritualidad laica
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-129382-2-7
Verlag: Editorial Funambulista
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

Sabiduría clásica y espiritualidad laica

E-Book, Spanisch, 296 Seiten

Reihe: Ensayos

ISBN: 978-84-129382-2-7
Verlag: Editorial Funambulista
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



«Cada vez son más los científicos que nos prometen que la revolución de la longevidad llegará mañana, que nuestros nietos podrán vivir ciento cincuenta años o más, aún jóvenes y con buena salud física y mental. Este libro hace balance de estas investigaciones, separa la ciencia de la fantasía y plantea la pregunta fundamental: ¿por qué vivir tanto? Este es el tema principal de este libro, que, ante esta pregunta, examina las dos concepciones existentes pero opuestas de una vida feliz. La primera, que procede de los siglos pasados y que la psicología positiva ha vuelto a poner de moda, nos invita a decir «sí a la realidad», a resignarnos al orden natural de las cosas para aceptar con serenidad la vejez y la muerte. En cambio, las filosofías modernas abogan por una espiritualidad completamente distinta: la prolongación de la vida con buena salud podría ofrecer a la humanidad la oportunidad de ser por fin menos estrecha de miras, menos violenta y, por qué no, más sabia que en el siglo XX». «Me parece genial llegar a vivir 300 años, hay tantas mujeres que amar, hay tantos libros que leer». Luc Ferry

Luc Ferry (Colombes, Francia, 1951) es un filósofo, ensayista y político francés. Doctor en Ciencias Políticas y profesor de Filosofía y Ciencias Políticas, ha sido investigador asociado en el Centro Nacional para la Investigación Científica de Francia. Desde 2002 hasta 2004, fue ministro de Juventud, Educación Nacional e Investigación antes de ser nombrado miembro del Comité Consultivo Nacional de Ética en 2009 por el presidente Nicolas Sarkozy. Considerado como uno de los filósofos más destacados de Francia, Luc Ferry, a partir de las críticas al movimiento de Mayo de 68, desarrolló una original filosofía política liberal, centrada en particular en la ecología, la tecnología, la familia y la ética y en contra de los movimientos radicales. Es autor de más de treinta libros, muchos de ellos traducidos a diversos idiomas, entre los cuales: El hombre-Dios o el sentido de la vida (Tusquets, 1997); Aprender a vivir: filosofía para mentes jóvenes (Taurus, 2007); La tentación del cristianismo: de secta a civilización (Paidós, 2010); La revolución transhumanista: cómo la tecnomedicina y la uberización del mundo van a transformar nuestras vidas (Alianza, 2017).

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CAPÍTULO 1
La felicidad a través de la resignación El retorno a las sabidurías clásicas o la aceptación de la realidad Desde el nacimiento, en los años ochenta, de la psicología positiva y de las teorías del desarrollo personal en Estados Unidos, cada día son más numerosos los maestros de la felicidad que nos aseguran que debemos volver a las sabidurías clásicas del estoicismo, del espinosismo y del budismo si queremos llegar a entender que la vida feliz depende únicamente de nosotros, de un «estado de ser interior», siempre y cuando nos reconciliemos con la realidad tal y como es y la aceptemos sin importar las circunstancias. Si nos encomendamos a estas doctrinas, la sabiduría consistiría en aceptar el orden natural de las cosas y, con él, las etapas de la vida sean cuales sean sus vicisitudes. La famosa frase estoica «mejor modificar nuestros deseos que la ordenación del mundo» pone de manifiesto que el sabio sería aquel que entiende, al fin, que el libre albedrío y la creencia en una libertad humana capaz de sustraerse a la realidad para resistirse al destino es una mera ilusión. La verdad, como insistían los estoicos y, posteriormente, Spinoza, es que el curso del mundo está regido por un determinismo absoluto, por una cadena de causalidades que la inteligencia nos instaría, en primer lugar, a comprender y, en segundo lugar, a amar. Esta es la única manera de librarnos de una vez por todas de las «pasiones tristes» como la indignación, el espíritu rebelde, la cólera o la esperanza, emociones, todas ellas, ligadas estúpidamente a la idea de que, a través de nuestra voluntad y de nuestro libre albedrío, sería posible transformar el mundo, lo que en la opinión del sabio es absolutamente una locura o, como dice Spinoza, un «delirio» puro y duro. Frédéric Lenoir, uno de los representantes más talentosos de esta búsqueda constante de la felicidad a la que tiende el mundo, habla sobre estas sabidurías clásicas en su libro titulado Sobre la felicidad: un viaje filosófico (Ariel, 2014). Según él: La sabiduría nos enseña a desear y a amar lo que es. Nos enseña a decir «sí» a la vida. Una felicidad profunda y duradera es posible si transformamos nuestra propia mirada sobre el mundo. Descubrimos entonces que la felicidad y la infelicidad no dependen tanto de causas externas como de nuestro «estado de ser». […] Ser feliz es amar la vida, toda la vida: con sus altibajos, sus trazos de luz y sus fases de tinieblas, sus placeres y sus penas. […] Es vivir cada instante con intensidad. Y desde esta perspectiva, Lenoir invita a sus lectores a descubrir el pensamiento de Spinoza, a quien dedica otro libro, El milagro Spinoza: una filosofía para iluminar nuestra vida (Ariel, 2019), una doctrina que aboga, como veremos más adelante, por un determinismo absoluto, por una total y completa resignación a la realidad como única forma de librarnos de esas pasiones tristes que solo pueden conducirnos hacia la infelicidad. Siendo honesto, me veo en la obligación de decir de antemano que no comparto estas ideas. Creo que la verdadera sabiduría reside a menudo en la valentía de negarse a aceptar la realidad en lugar de aceptarla sin más, en nuestra capacidad de rebelarnos para transformarla cuando es injusta o cruel en lugar de someternos a ella para sufrirla «sin rechistar». Para complicar aún más la situación, añadiría que, a mi parecer, lejos de depender únicamente de nuestro «estado de ser interior», la felicidad, si es que tal cosa existe (lo que me cuesta creer),21 depende esencialmente del estado del mundo exterior, en particular, de las personas a las que amamos y a las que no soportamos ver caer en la desgracia. Para emplear el vocabulario de Spinoza, lo que me parece «delirante» es la idea de que podamos ser felices cuando una enfermedad, un accidente o un suicidio nos arrebata a uno de nuestros hijos, así como la idea de que podamos encontrar la felicidad en un campo de concentración, como afirma Lenoir, o en un «potro de tortura», como afirmaban los estoicos. Volveré sobre esta cuestión y expondré los argumentos en los que se sustentan mis críticas, pero, por el momento y en aras de la discusión, tratemos, antes que nada, de comprender la lógica de la resignación en la que se basan estas ideologías de la felicidad, una lógica que tiene sus raíces en las sabidurías y las cosmologías clásicas, de las que la filosofía de Spinoza, a la que nos remite Lenoir, no es más que un resurgimiento moderno.22 Si tenemos en cuenta esta lógica, nuestra felicidad dependería de nuestra capacidad de aceptar el destino o, como decía Nietzsche criticando el libre albedrío de Spinoza, de vivir en el amor fati, el amor al fatum o en la realidad tal y como es. Si lo logramos, dejando al margen el hecho de que podríamos, según estas ideologías, librarnos por fin de estas funestas pasiones tristes, habremos encontrado la felicidad perfecta, la salvación y, también, habremos «salvado la vida» en el sentido de que, cuando nos aunamos con el cosmos en lugar de querer cambiarlo, dado que este es eterno, comprendemos que nosotros mismos somos, en cierto modo, un fragmento de eternidad. De esta manera, intentar vivir más tiempo, retrasar desesperadamente la vejez y la muerte en lugar de aceptar serenamente lo que nos impone el hado, no tiene ningún sentido o, mejor dicho, es un signo de locura, de esta hybris del hombre prometeico que cree disponer de libre albedrío, de una voluntad que le permitiría romper la sucesión de causas y efectos y de liberarse de las reglas inmutables e intangibles de la naturaleza. Como dice Epicteto, uno de los representantes más ilustres de la escuela estoica: El filósofo […] debe armonizar su propia voluntad con los sucesos, de modo que ni suceda en contra de nuestra voluntad algo de lo que sucede ni deje de suceder algo de lo que no sucede cuando nosotros queremos que sí. De lo que resulta, a quienes lo sostienen, el no fallar en lo que desean, el no ir a parar en lo que rechazan, el pasar la vida sin tristezas, sin miedos, sin perturbaciones (Disertaciones por Arriano [libro II, capítulo XIV, 7-8]). No pretendas que los sucesos sucedan como quieres, sino quiere los sucesos como suceden y vivirás sereno (Manual [capítulo VIII]). De hecho, si no intentamos cambiar la realidad ni transformar el mundo, si lo aceptamos tal y como es, incluso cuando es inmundo, no corremos el riesgo de decepcionarnos. Según la sabiduría estoica a la que los manuales de psicología positiva y las ideologías de la felicidad hacen referencia constantemente, el auténtico sabio es aquel que, habiendo logrado al fin aceptar el curso de la naturaleza y de la historia con sus altibajos, consigue encontrar la felicidad, incluso en las situaciones más espantosas, incluso en aquellas que son insoportables para los ignorantes o, incluso, en una sala de tortura, como Plutarco afirma con solemne convicción: El hombre que dijo: «Te he prevenido, ¡oh destino! y estoy a salvo de todas tus incursiones», ese hombre sustenta su confianza y su serenidad, no en murallas de piedra, sino en principios que están a disposición de quien quiera consultarlos […]. Podemos alegar que es preferible «descansar en un lecho de rosas», según la expresión de Séneca, que hacerlo desnudo en un potro de tortura. Pues, precisamente, ¡no! Si somos más virtuosos cuando soportamos el potro de tortura y si la constancia de la que hacemos prueba es superior a la frivolidad en los placeres, entonces la tortura será buena para nosotros.23 Me disculpo por ser tan imprudente, pero debo confesar que prefiero mil veces un lecho de rosas antes que el potro de tortura. Aunque se trate de filosofía, un poco de sentido común no le hace daño a nadie. Dicho esto, es cierto que los estoicos, antes que Spinoza, definían la vida feliz como una vida «sin esperanza, ni miedos, ni perturbaciones», por lo tanto, sin pasiones tristes, porque esta se rendía ante el destino. Se cuentan por miles las citas del estoicismo que nos invitan a amar la realidad tal y como es, consejos que la psicología positiva y las ideologías de la felicidad están volviendo a poner de moda con ejercicios espirituales adaptados al mundo actual. En estas circunstancias, está claro que el proyecto de luchar contra la vejez y retrasar la muerte no tiene cabida en esta concepción del mundo. Si el curso del mundo se rige por un determinismo absoluto, si el orden natural de las cosas es intangible, entonces el proyecto de querer alargar la vida en lugar de aceptar el destino no tiene sentido Hemos visto cómo Cicerón, en De senectute, nos invitaba a entregarnos a la lógica irremediable de las etapas de la vida. Para fortalecer, aún más, su resignación ante lo ineluctable y tratar de convencer a sus jóvenes interlocutores de que es necesario aceptar la vejez como una oportunidad y no como un declive fatídico, Cicerón se dispone a refutar los argumentos de quienes afirman que cuatro causas agravan sobremanera la vejez: «Primera, porque aparta de la gestión de todos los negocios; segunda, porque la salud se debilita; tercera, porque te priva de casi todos los placeres; cuarta, porque, al parecer, la muerte ya no está lejos». Y para responder a estas objeciones, el abogado romano recurrió, como en todo buen alegato, a los autores más ilustres, Epicuro, Epicteto y a veces a Platón, lo que...



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